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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Septiembre zombie (8 page)

BOOK: Septiembre zombie
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Michael dio otras palmaditas a la anciana en la mano, se levantó y se alejó. Miró hacia atrás y vio cómo las dos ancianas se arrimaban aún más la una a la otra y hablaban entre sí con susurros asustados y en voz bajísima. Era evidente que procedían de mundos muy diferentes, y seguramente se habían sentido atraídas sólo por el hecho de tener edades similares y seguir vivas. El dinero, la posición, las posesiones, los amigos y las conexiones ya no tenían ninguna importancia.

* * *

Dos horas después, Emma seguía sentada en el suelo. Cerca de las dos y media de la madrugada se maldijo por ser tan condenadamente desinteresada. Allí estaba ella, helada e incómoda, acunando aún a Jenny Hall. Lo peor era que la propia Jenny llevaba dormida casi una hora. El edificio estaba en silencio excepto por los murmullos de una conversación que estaba teniendo lugar en una de las oscuras habitaciones que daban a la sala principal. Con mucho cuidado, Emma soltó a Jenny, la dejó tendida en el suelo y la cubrió con una sábana. En el silencio, cualquier ruido, por bajo que fuera, sonaba atronador. Escuchó con atención e intentó localizar la fuente precisa de la conversación, deseosa de un poco de compañía adulta, tranquila y racional.

Parecía que las voces procedían de una pequeña habitación en la que no había entrado antes. Abrió la puerta con cautela y miró hacia el interior. La oscuridad era absoluta, y las voces callaron al instante.

—¿Quién anda ahí? —preguntó una voz.

—Emma —susurró—. Emma Mitchell.

A medida que los ojos se le acostumbraban a la oscuridad de la habitación, Emma fue viendo que había dos hombres sentados con la espalda apoyada contra la pared más alejada. Eran Michael y Carl. Estaban bebiendo agua de una botella de plástico que se iban pasando.

—¿Estás bien? —preguntó Michael.

—Sí, estoy bien —contestó Emma—. ¿Os importa si entro?

—En absoluto —respondió Carl—. ¿Está todo en calma ahí fuera?

Emma entró en la habitación, pasó por encima de las piernas estiradas de los hombres y buscó la pared. Se sentó con cuidado.

—Todo está tranquilo —contestó—. Pero tenía que salir de ahí, ¿sabéis lo que quiero decir?

—¿Por qué te crees que estamos aquí sentados? —preguntó Michael retóricamente.

Tras un breve silencio, Emma volvió a hablar.

—Lo siento —pidió disculpas porque tenía la sensación de que se había inmiscuido en algo—, ¿he interrumpido algo? ¿Si queréis que me vaya me lo...?

—Te puedes quedar todo el rato que quieras —contestó Michael.

—Creo que ahí fuera está todo el mundo dormido. Al menos, si no están dormidos, están tranquilos. Supongo que todos estarán pensando en lo que ha ocurrido hoy. Yo me he sentado y he estado escuchando a Jenny hablar sobre... —Emma se dio cuenta de que estaba hablando por hablar y dejando que las palabras se perdieran en la nada. Tanto Michael como Carl la estaban mirando—. ¿Qué pasa? —preguntó, repentinamente incómoda—. ¿Qué anda mal?

Michael movió la cabeza.

—Maldita sea, ¿has estado ahí fuera con Jenny todo este tiempo?

Ella asintió.

—Sí, ¿por qué?

Él se encogió de hombros.

—Nada, sólo que no sé por qué te preocupas, eso es todo.

—Alguien tiene que hacerlo, ¿no te parece? —contestó Emma con desdén mientras le cogía a Carl la botella de agua.

—Pero ¿por qué tienes que ser tú? Dios santo, ¿quién se va a sentar contigo durante horas cuando estés...?

—Como he dicho —le cortó ella—, alguien tiene que hacerlo. Si todos nos encerramos en habitaciones como ésta cuando las cosas no van bien, entonces no tenemos demasiado futuro aquí, ¿no?

—Entonces, ¿crees que tenemos futuro? —preguntó Carl.

Emma estaba empezando a sentirse realmente incómoda. No había entrado para que la interrogasen.

—Por supuesto que tenemos futuro.

—También tenemos millones de personas muertas en las calles de los alrededores, y gente intentando matarse porque a uno no le gusta la sopa. No es muy buen presagio, ¿no te parece? —musitó Michael.

—¿Y qué piensas tú? —preguntó Emma—. Parece que tienes respuestas para todo. ¿Reconoces que tenemos una oportunidad, o crees que lo que tenemos que hacer es acurrucarnos en un rincón y rendirnos?

—Creo que tenemos una oportunidad condenadamente buena, pero no aquí.

—Entonces, ¿dónde?

—¿Qué tenemos aquí exactamente?

Emma empezó a responder antes de que la interrumpiese Michael.

—Te lo diré: tenemos refugio, tenemos provisiones limitadas y tenemos acceso a lo que queda de la ciudad. También tenemos un suministro ilimitado de cuerpos muertos, algunos de ellos que andan, todos en descomposición. ¿Estás de acuerdo?

Emma pensó durante un momento y después asintió.

—Y supongo —continuó Michael— que también está la otra cara de la moneda. Aunque puede que sea un refugio adecuado, se está convirtiendo con rapidez en una prisión. No tenemos ni idea de lo que tenemos alrededor. Ni siquiera sabemos lo que hay en los edificios al otro lado de la calle. Y ahora también nos hemos quedado sin electricidad y eso sólo empeorará las cosas.

—Pero ¿no será lo mismo vayamos donde vayamos...?

—Es posible. Carl y yo estábamos hablando antes de dirigirnos al campo, y cuanto más lo pienso más sentido tiene.

—¿Por qué?

Carl se lo explicó, recordando la conversación que había mantenido con Michael.

—La población estaba concentrada en las ciudades, ¿de acuerdo? Habrá menos cuerpos en el campo. Y menos cuerpos significa menos problemas...

—Al menos eso esperamos —añadió Michael curándose en salud.

—Entonces, ¿qué os detiene? —preguntó Emma.

—Nada.

—¿Así que os vais?

—Eso parece.

—¿Y qué ocurrirá si nadie más se quiere ir?

—Entonces me iré solo.

—¿Cuándo?

—En cuanto pueda.

Emma tenía que reconocer que, por muy arrogante e irritantemente superior que sonase, los argumentos de Michael tenían sentido. Cuanto más reflexionaba sobre su propuesta, más se daba cuenta de que tenía razón.

12

Ralph fue el primero en oírlo; un golpe repentino y fuerte en la puerta de entrada, que rompió el silencio de primera hora de la mañana; los incesantes golpes de alguien o algo que intentaba entrar. Se levantó de un salto del rincón de la cocina del centro comunitario en el que había estado intentando dormir sin lograrlo, y atravesó corriendo toda la extensión del edificio para alejarse del ruido, poniendo tanta distancia como le fuera posible entre él y lo que hubiera fuera. En la triste penumbra grisácea tropezó con las piernas de Jack Baynham y cayó, trastabillando por el suelo abarrotado de cosas y aterrizando encima de alguien que chilló de dolor y sorpresa.

—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó Baynham—. Jodido idiota, podrías haber...

Se calló cuando oyó el golpeteo en la puerta. Otros muchos lo habían oído ya, y a los que no lo habían hecho los había despertado los gritos. Carl, Michael y Emma salieron lentamente del almacén en el que habían pasado la noche.

—Escuchad... —dijo Carl y empezó a avanzar, siguiendo a Baynham, que estaba avanzando despacio hacia la puerta.

Emma se quedó atrás, miró y volvió la cabeza para mirar sobre el hombro a Michael, que se hallaba en el quicio de la puerta con la cara medio escondida en las sombras.

—¿Qué es eso?

—¿Cómo se supone que lo voy a saber?

—¿Crees que es uno de ellos?

—Emma, no lo sé...

—Pero podría ser, ¿verdad? ¿Qué ocurrirá si nos han encontrado? ¿Qué pasará si saben que estamos aquí?

Él la miró, negó con la cabeza y se llevó un dedo a los labios. Repentinamente avergonzada, Emma se dio cuenta que las personas a su alrededor también la habían oído y empezaban a reaccionar. Ya asustados por las fuertes voces y el ruido al otro extremo del edificio, Emma sabía que no hacía falta mucho más para que estallara el pánico a gran escala. La gente estaba al límite, ella lo había podido comprobar personalmente la pasada noche. Michael la apartó con delicadeza y pasó a su lado.

—Sólo hay una forma de descubrirlo... —le susurró al oído al pasar.

Cuando llegó a la puerta, Carl y Baynham ya estaban allí. Kate James se encontraba a corta distancia detrás de ellos y contemplaba a Baynham que iba a un lado de la entrada y con precaución pegaba la cara contra la estrecha ventana en el lateral de la puerta.

—¿Ves algo?

—Sólo hay uno de ellos.

—¿Estás seguro?

—Eso creo. Parece una chica. Creo que...

Saltó hacia atrás sorprendido cuando la persona en el exterior lo vio y reaccionó. Antes de que Baynham pudiera apartarse, la chica fue hasta la ventana y empezó a golpear el cristal. Carl se acercó al alejarse Baynham y entonces cesó el ruido. La figura en el exterior se quedó quieta y se apoyó contra la ventana, cubriéndose los ojos e intentando ver dentro. Entonces habló.

—Ayudadme.

Las palabras quedaron amortiguadas por la puerta, pero tenían el volumen necesario para oírlas. Carl y Kate se miraron incrédulos. Carl no entendía qué estaba ocurriendo.

—¿Pueden hablar?

Kate lo apartó y dio la vuelta a la llave de la puerta.

—¡Con cuidado! —siseó Paul Garner, que espiaba desde el otro extremo del pasillo de entrada.

—Malditos idiotas —exclamó Kate mientras se peleaba con la cerradura—. No es como ellos, es como nosotros. ¡Está viva!

Abrió la puerta de golpe y se apartó hacia atrás cuando la adolescente entró a trompicones en el centro comunitario. Kate la cogió y la sentó cuando le fallaron las piernas. Estaba helada y tenía las sucias ropas húmedas de la lluvia. Estaba pálida como un fantasma, y sus grandes ojos pasaban de una a otra entre las muchas caras que de repente la estaban mirando. Carl cerró la puerta de golpe, pero se detuvo a mirar cuando apareció otra figura en la entrada del aparcamiento. Andaba de forma lenta e insegura, y se perdió de vista en cuestión de segundos, sin darse cuenta de que estaba siendo observada.

—¿Cómo te llamas, cariño? —preguntó Kate, agachándose delante de la chica.

—Ronnie... Ver... Verónica...

Alguien le pasó una sábana a Kate, con la que le cubrió los hombros a la muchacha.

—¿Cuánto tiempo has estado ahí fuera?

—No demasiado —contestó; temblaba aún de frío, pero empezaba a recobrar la caima. Tomó la bebida que le pasó Emma e intentó sorberla, pero le temblaban las manos. Kate le ayudó a mantenerla firme.

—¿Estás sola?

Verónica asintió.

—Estaba con mi hermana, pero ella murió cuando lo hizo todo el mundo. La dejé fuera del piso y ahora se ha ido...

—¿Cómo has sabido que estábamos aquí? —preguntó Baynham con un tono de voz bastante menos tolerante que el de Kate.

—Os he estado observando.

—¿Observándonos? ¿Cómo?

—Desde el otro lado de la calle. Vivo en uno de los pisos encima de una de las tiendas del otro lado de la calle. Oí la música y os vi llegar, y luego vi lo que pasó ayer, cuando empezaron a levantarse...

—¿Por qué no has venido antes? —preguntó Kate—. ¿Por qué has estado esperando sola?

—Estaba demasiado asustada. No quería salir a la calle.

—Entonces, ¿por qué estás ahora aquí? —exigió saber Baynham—. ¿Qué ha cambiado?

Durante unos segundos Verónica no contestó; se quedó mirando el suelo entre sus pies. Luego, levantó lentamente la cabeza y lo miró directamente a la cara.

—Están viniendo.

—¿Qué?

—Montones de ellos... cientos... vienen hacia aquí...

La reacción de Baynham se perdió en la súbita oleada de histeria que barrió el edificio. La inesperada llegada de Verónica había despertado prácticamente a todos los del grupo, y la mayoría de ellos se había reunido cerca de la entrada para enterarse de lo que estaba pasando. Casi todo el mundo había oído lo que acababa de decir.

—¿Quién está viniendo? —preguntó Carl con ansiedad, tratando de hacerse oír.

—Esa gente. La gente enferma. Los que se han levantado...

—¿Por dónde?

—Por la calle. No puedes salir allí... los hay a cientos.

—Oh, Dios —gimió Ralph—. Eso es, ahora estamos acabados. En cuanto descubran que estamos aquí, nos rodearán.

—No digas estupideces —replicó Michael enfurecido.

—Probablemente ya lo saben —gritó Jeffries—. ¡Esa estúpida arpía los ha traído directamente hasta nosotros!

—No deberías haber venido —chilló Paul Garner.

Verónica se quedó mirando fijamente la pared que tenía enfrente. Furioso, Michael contemplaba cómo la situación se deterioraba con increíble rapidez. Incluso Kate se había alejado de la chica.

—Ella no ha hecho nada —intervino Emma—. Esto no es justo. Estaba sola, ¿qué otra cosa se supone que debía hacer?

Michael movió la cabeza.

—No pierdas el tiempo. No te van a escuchar.

—Pero no es justo...

—Déjalo.

—¡Afuera con ella! —bufó una voz desde las sombras.

Verónica miró a Kate aterrorizada.

—No... —empezó a decir.

—No va a ir a ningún sitio —replicó Emma, aunque su voz quedó completamente ahogada por el ruido.

Carl fue hacia la puerta. Demasiado ocupados en sus discusiones inútiles y en acusarse los unos a los otros, nadie se fijó en él cuando miró por la ventana, giró la llave en la cerradura y abrió la puerta de golpe. El aparcamiento estaba vacío. El ruido se silenció de repente.

—¿Lo veis? No hay nadie. Nadie está siguiendo a nadie. Sois un hatajo de idiotas, que tenéis miedo de vuestra propia sombra.

—No están ahí... —dijo Verónica en voz baja—. Están más allá en la calle.

—Cierra la puerta —gritó Ralph—. Cierra la maldita puerta antes de que alguien nos vea...

Sin hacerle caso, Carl se volvió y miró a Michael y a Baynham, que estaban cerca de él.

—¿Qué opináis?

Michael se encogió de hombros y tragó saliva, con la boca repentinamente seca.

—Deberíamos ir a ver de qué está hablando. Podemos correr más que ellos. Si hay algún problema, sólo tenemos que dar la vuelta y volver corriendo hasta aquí.

—¿Crees que está diciendo la verdad? —preguntó Baynham.

—No tiene ninguna razón para mentir, ¿no te parece? Dios santo, en estos momentos cualquier cosa es posible.

—Pero ayer ni siquiera nos podían ver... ni siquiera sabían que estábamos aquí...

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