Read Símbolos de vida Online

Authors: Frank Thompson

Símbolos de vida (12 page)

BOOK: Símbolos de vida
4.35Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Jeff se bañó y se cambió de ropa, antes de vagabundear entre el grupo. Bien podía parecer una fiesta cualquiera en una playa cualquiera del mundo, de no ser por los chamuscados restos del vuelo 815 que sembraban el paisaje. La isla, como el pintor ya había tenido ocasión de comprobar, podía ser escenario de tensión, de peligro, incluso de horror, pero en aquel momento era un decorado encantador, lleno de gente feliz.

Una voz que no le era familiar lo sacó de su ensueño:

—Habéis hecho un gran trabajo, chicos. Gracias.

Miró a su lado y descubrió a una chica preciosa. A menudo la había visto de lejos, normalmente en compañía de Jack. Era delgada, aunque la rodeaba un aura de fuerza; su rostro exhibía una amplia y generosa sonrisa, pero había algo en sus ojos que bien podía ser tristeza o quizá simplemente pesar. Jeff deseó tener los útiles necesarios para pintar su retrato pero, por hermosa que fuera, apenas se sorprendió al descubrir que no la deseaba.

"Es absolutamente encantadora... pero no es Savanah".

—Me llamo Kate —dijo ella, extendiendo la mano. El hizo ademán de levantarse, pero ella se sentó en la arena, a su lado, antes de que completase el gesto.

—Encantado de conocerte. Yo soy Jeff Hadley.

—Sí, Hurley me lo dijo. Es un poco extraño que no hayamos hablado nunca, considerando las circunstancias. Quiero decir, no es que seamos muchos...

Jeff asintió. Era muy agradable volver a estar en compañía de una mujer adorable y pasó un momento disfrutando de su cercanía. Después, dijo:

—Quizás Hurley también te haya dicho que intenté crearme un ambiente propio.

—Sé lo que es eso —reconoció ella—, me sentí así durante mucho tiempo. No reconozco tu acento, ¿es australiano?

—No, puro escocés. Viví diez años en Londres, pero nací y volví a Escocia hace tiempo.

—Esto no se parece mucho a Escocia, ¿verdad?

—Más de lo que puedas pensar. Crecí en una isla, llamada Arran. Y mi isla es más inhóspita y rocosa que ésta, pero aún así...

—Una isla. Irónico, ¿eh?

—Sí, mucho. Nací en una isla y, según parece, moriré en otra —sentenció Jeff con una sonrisa triste.

—No digas eso —le censuró Kate, frunciendo el ceño.

—Aunque nos rescaten, no tengo nada a lo que volver. Así que no me importa volver o no a casa.

Kate contempló a Jeff con ojos llenos de simpatía, como si sintiera lo mismo que él. Entonces, su rostro se iluminó un poco, esforzándose por ser positiva:

—Ya veo que vamos a tener que animarte.

—Puede que te cueste creerlo —dijo él, devolviéndole la sonrisa—, pero la verdad es que me siento mejor ahora de lo que me he sentido desde que llegamos aquí. Es agradable volver a hablar con la gente.

Una voz resonó por la playa llamando a la chica.

—Creo que necesitan de mis extraordinarias habilidades organizativas —dijo Kate. Se levantó y se sacudió la arena de sus vaqueros—. Ha sido un placer conocerte, Jeff. Uno de estos días me gustaría saber más cosas de esa otra isla.

—Cuando quieras —aceptó, levantándose también.

Se estrecharon las manos y la chica se dirigió hacia la hoguera donde cocinaban la caza. Jeff la estudió mientras se alejaba, repasando hasta el mínimo detalle de su atractivo cuerpo.

"¡Dios, cómo echo de menos a Savanah!",
pensó.

El jabalí no terminó de cocinarse hasta casi las nueve, y los isleños usaron hojas grandes como platos donde servir las tajadas de carne. Sus compañeros supervivientes parecían tan agradables, que Jeff se estuvo preguntando por qué había pasado tanto tiempo evitándolos. Se estiró en la playa disfrutando de la vista, los sonidos y los aromas de la tarde. Estaba adormilándose cuando oyó la voz de Michael:

—Te he traído un poco de jabalí —anunció, ofreciéndole a Jeff una hoja repleta de carne humeante.

—Gracias —aceptó él, sentándose y tomando la comida en las manos—. ¿Cómo? ¿Sin salsa?

—Sí, y tampoco hay pastel de manzana de postre —rió Michael, antes de ponerle una mano en el hombro al chico que lo acompañaba—. Me gustaría presentarte a mi hijo Walt.

Jeff estrechó la mano del niño.

—Encantado de conocerte, Walt. Te he visto muchas veces con tu padre.

—¿Y por qué yo no le he visto nunca a usted? —preguntó Walt.

Jeff sonrió tímidamente y Michael le dio un codazo de amistoso reproche a su hijo.

—Tienes razón —admitió Jeff—. Creo que he estado solo demasiado tiempo y ahora me pregunto por qué lo hice —señaló la fiesta con la cabeza, donde un hombre y una mujer bailaban con la música de Charlie—, Creo que la llegada a la isla me provocó toda una conmoción.

—Dígamelo a mí —respondió Walt, haciendo rodar los ojos.

Los tres rieron y permanecieron unos minutos en silencio mientras devoraban la comida.

—Mi papá dice que usted es un artista, como él —dijo por fin Walt, chupándose los dedos.

—Bueno, soy pintor.

—Un pintor famoso —matizó Michael. Cuando Jeff le dirigió una mirada interrogante, Michael añadió—: He preguntado por ahí y Locke no sólo te conocía, sino que lo sabía todo sobre ti. Fue a tu exposición en Sidney y dice que era realmente buena.

—Locke, cazador de jabalíes y crítico de arte —rió Jeff—, Tendré que darle las gracias por su opinión.

—¿Ha dibujado comics? —preguntó Walt.

—Lo siento, pero tengo que confesar que no.

El niño pareció ligeramente decepcionado:

—Bueno, ojalá lo haga algún día. Los comics son guais.

—Estoy de acuerdo —aceptó Jeff—. De hecho, en casa tengo una pequeña colección y el original de una plancha dominical de
El Príncipe Valiente
firmada por el mismísimo Hal Foster.

Tanto Michael como Walt miraron a Jeff sin comprender.


El Príncipe Valiente
—repitió Jeff—. El clásico, uno de los mejores... —se rindió y lanzó una carcajada —. Supongo que fue antes de vuestra época.

—Y antes de la tuya también —dijo Michael—. No eres más viejo que yo.

—No en años, pero sí en mala conducta.

—Mi papá dice que tiene algunos dibujos —intervino Walt—. ¿Los trajo en el avión?

—No. Los he hecho después de llegar aquí, pero me temo que no son muy buenos. Y, desde luego, no se parecen a los que acostumbraba a hacer.

—¿Puedo verlos? —se interesó el niño.

—Sí, a mí también me gustaría echarles un vistazo —se sumó Michael a la petición:

—Ahora es demasiado tarde para ir al estudio, ya ha oscurecido.

El otro rebuscó en su mochila hasta sacar una linterna.

—¡Tachán! —exclamó alegre.

—¿De dónde diablos...? —se extrañó Jeff.

—Encontramos unas cuantas en varias maletas —explicó Michael—. Intentamos no usarlas demasiado para que las pilas duren lo máximo posible, pero supongo que ésta es una ocasión especial.

—De acuerdo. Pero no creo que os gusten —aceptó Jeff, levantándose.

Tras una corta caminata, padre e hijo siguieron al pintor a través de la estrecha abertura del estudio y Michael volvió a encender la linterna. Todas las piezas estaban en el suelo, apoyadas en las "paredes" de su estudio, y el rayo de luz rotó por el círculo de artefactos.

Jeff se dio cuenta de que el niño tenía el ceño fruncido.

—Lo siento, Walt, ya te dije que no te gustarían.

—No. Sí que me gustan, son guais —y miró a Jeff—. Si algún día hace comics, seguro que los de terror le saldrán de coña.

Había sido un día agotador, y en cuanto Michael y Walt salieron del estudio, Jeff se tumbó en su "cama" para dormir. Volvió a su pesadilla instantáneamente. Las criaturas seguían sosteniendo al bebé sobre sus cabezas y el mutilado cuerpo de la madre yacía en el suelo en medio de un charco de sangre. Intentó con más fuerza que nunca dar media vuelta y huir gritando de aquella visión, pero, como siempre, parecía pegado a la tierra.

Mientras la contemplaba horrorizado, la mujer se levantó, tomó al bebé de la cosa que lo sostenía y lo acunó en sus brazos. Era una
Pietá
bañada en sangre. Ahora se hizo evidente con aterradora claridad algo que había presentido en los sueños previos... ¡la mujer era Savanah! El bebé ya no se quejaba, parecía muerto. Llorando en silencio, Savanah lo depositó sobre el suelo y, mirando fijamente a Jeff a los ojos, extendió los brazos. En ellos podían verse tatuajes parecidos a las formas que él acostumbraba dibujar en la isla. En el sueño casi podía leerlos, descifrarlos, como si el idioma que representasen se hiciera de repente legible para él.

Pero algo lo distrajo de los jeroglíficos. Cerca de su antebrazo, las muñecas de Savanah estaban sembradas de profundos cortes.

Cuando el sol apareció unas cuantas horas después, encontró a Jeff despierto y sollozando.

—17—

Hurley estudió el terreno cuidadosamente. La tensión era abrumadora, se trataba de un momento de vida o muerte. Un error de cálculo y todo estaría perdido.

Sawyer gruñó de impaciencia:

—¿Vas a tirar de una vez o no?

—La paciencia es una virtud, colega —respondió Hurley, sujetando con fuerza el palo de golf y simulando algunas tentativas de golpear la pelota. Entonces, alzó el palo hasta lo alto en un amplio movimiento y trazó un perfecto arco descendente. La pelota de golf voló hacia una pequeña bandera situada muy lejos—. ¡Genial! —aulló triunfante.

—¡Y una mierda genial! —refunfuñó Sawyer—. Mira y aprende.

Mientras éste colocaba su bola en el improvisado
tee,
se oyó una voz tras ellos.

—¡Un golpe estupendo!

Hurley y Sawyer dieron media vuelta para ver cómo Jeff se acercaba.

—Hola, Jeff —saludó Hurley—. Sawyer, Jeff. Jeff, Sawyer.

El pintor alargó la mano, pero Sawyer sólo asintió bruscamente con la cabeza antes de devolver su atención a la bola. Amagó el golpe un par de veces antes de conectar con la bola, que se desvió a la izquierda cayendo entre un grupo de árboles.

—¡Mierda! —escupió Sawyer, dando una patada contra el suelo. Contempló a Jeff y masculló—: Me has roto la concentración.

Y se alejó furioso.

—Es Sawyer, ya sabes —lo disculpó Hurley, encogiéndose de hombros— No es precisamente Míster Simpatía.

—No debí interrumpiros —reconoció Jeff—, pero tenía que preguntarte algo... algo de lo que no quiero que se enteren los demás.

—Oye, colega, yo no... —empezó a protestar el joven.

—No, no, no. No voy a involucrarte en nada.

Hurley empezó a caminar hacia el lugar donde había caído su pelota y Jeff lo siguió.

—Quieres saber cómo llegar a las cuevas de las que hablamos, ¿verdad?

—Exacto —reconoció él, sorprendido—. ¿Cómo lo sabes?

—Oye, sólo
parezco
idiota.

—No pareces idiota —protestó Jeff con seriedad.

—Era broma, tío. Sea como sea, si te llevo hasta ellas Locke me despedazará como a ese jabalí.

—No te estoy pidiendo que vengas conmigo, sólo que me digas cómo llegar hasta ellas. Sé que has estado allí.

—¿Qué? ¿Estás pensando en ir solo?

—Sí, tengo que hacerlo.

—¿Cambiarás de opinión si te digo que estás loco?

—¡Oye, sólo
parezco
loco! —exclamó Jeff sonriendo.

Jeff suponía que el viaje requeriría un mapa, y había traído lápiz y papel para que Hurley le dibujase uno. Pero todo era más fácil de lo que pensaba y no tuvo que escribir nada: las cuevas apenas se encontraban a una milla de la playa, y calculó que sólo tardaría una hora en llegar, aunque tuviera que abrirse paso en medio de una vegetación espesa. Con suerte, estaría de vuelta antes de que nadie —y pensaba en Locke— notara siquiera que había desaparecido.

Pasó el resto de la tarde viendo como los otros dos disputaban su partido. Cuando ganó el primero, creyó que Sawyer, furioso, lanzaría su palo con tanta fuerza que caería lejos, en el mar, como ocurriría en una película de dibujos animados. No sabía qué habían apostado, pero perder parecía mortificar especialmente a Sawyer.

Cuando se marchó soltando imprecaciones por lo bajo, Jeff y Hurley emprendieron el camino de vuelta con mucha más tranquilidad.

—Hubiera sido un buen jugador de golf —dijo el joven—. Todo el mundo me echa un vistazo y cree que lo haré fatal.

—Bueno, estoy advertido. Si alguna vez te reto, sólo apostaré aquello que pueda pagar —dijo Jeff con una sonrisa.

—Si jugamos y gano, ¿te olvidarás de ir a esa cueva?

—Buen intento, Hurley, pero quiero ir. Hazme un favor y mantenlo en secreto.

—Te guardaré el secreto, colega, pero ojalá lo dejarás correr.

 

Jeff había dormido poco aquella noche. Cuando despertó, antes del amanecer, su primera sensación fue de sorpresa por no haber tenido una de sus pesadillas. Las había sufrido regularmente todas las noches, ¿por qué no ésta?

Junto con Hurley, buscó una forma alternativa de llegar a las cuevas sin pasar por el campamento; el viaje resultaría un poco más largo, pero tendría menos posibilidades de que alguien lo viera caminando por la jungla. No obstante, con desvío y todo, el viaje prometía ser fácil.

Todavía era de noche cuando salió de su estudio y descendió silenciosamente hacia la playa. Por lo que sabía, nadie estaba despierto todavía, pero no por eso dejaba de mirar hacia atrás para asegurarse de pasar desapercibido.

Cuando hubo recorrido un par de kilómetros, se topó con una pequeña ensenada a la que alimentaba una cascada de tres metros de altura. Era la primera señal de las que le advirtiera Hurley. Giró a la derecha y se internó en la jungla. El sol ya enviaba sus primeros rayos dorados a través de los árboles y no tuvo ningún problema en encontrar su camino entre la espesura.

Quería regresar antes de que cualquiera notara su ausencia, y aceleraba el paso con frecuencia a través de los árboles para ganar tiempo. Mientras lo hacía, sonreía ante la ironía.

"Hasta ayer, prácticamente nadie se había dado cuenta siquiera de que estaba en la isla. Y ahora me preocupo de que todo el mundo ande por ahí preguntando "¿Y Jeff?'. Seguro que podría perderme toda una semana y nadie me echaría de menos".

Aunque fuese verdad, seguía tomando sus precauciones, ansioso por llegar al lugar donde quizás podría resolver el misterio.

"Al menos, eso espero...".

El sol ya estaba alto en el horizonte cuando lo divisó. Desde aquella distancia, un par de centenares de metros, sobresalía de la exuberante vegetación como una roca gigante. Le recordó a la montaña rocosa cuyo interior habían atravesado un par de días antes, y aguzó el oído buscando cualquier signo de que la bestia invisible andara tras él, pero no oyó nada.

BOOK: Símbolos de vida
4.35Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Angel Baby by Leslie Kelly
Nory Ryan's Song by Patricia Reilly Giff
We Are Our Brains by D. F. Swaab
Radiant by Gardner, James Alan
Now and Yesterday by Stephen Greco
The Great Gatenby by John Marsden
Find A Way Or Make One by Kelley, E. C.
Learn Me Gooder by Pearson, John