Read Símbolos de vida Online

Authors: Frank Thompson

Símbolos de vida (8 page)

BOOK: Símbolos de vida
10.6Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Cuál? ¿El novio trofeo que utilizaré para reponerme de tu pérdida o el novio playboy increíblemente rico que será el padre de mis hijos?

—Ya que lo mencionas, no creo que me sintiera cómodo con ninguno de los dos.

Savanah hizo que la mirase, cogiéndolo por la barbilla con la mano izquierda y moviéndole la cabeza.

—Hablo en serio.

—¿Sobre qué? —preguntó Jeff con incredulidad—, ¿Sobre si me convertiré en un fantasma que asuste a los niños en la oscuridad?

—No, hablo en serio sobre querer un amor que exista más allá de la muerte, más allá del tiempo. ¿Crees que una cosa así puede existir?

"No, por supuesto que no",
pensó.

—Sí, por supuesto que sí —respondió—. Por supuesto que creo en un amor así.

Savanah lo besó ligeramente en la mejilla y clavó los ojos en los suyos. Él encontró difícil resistir la intensidad de su mirada.

—Eso espero —sentenció la chica.

Jeff creyó conveniente cambiar de tema lo más rápido posible, y dijo:

—¿Puedo por fin ver tus bocetos?

—Oh, ¿crees que por hacerme una demostración de tus proezas sexuales voy a hacer todo lo que me pidas? —protestó ella, intentando parecer indignada.

—Pues va a ser que sí.

Ella se agachó para recoger el cuaderno del suelo.

—Oh, bueno. Cuando tienes razón, tienes razón —y se lo dio.

Lo que vio en las enormes páginas lo sorprendió.

Savanah dedicaba gran parte de su tiempo a realizar estudios de anatomía, creyendo que las figuras humanas que dibujaba y pintaba no tenían la suficiente sustancia. No es que buscara realismo, sino verosimilitud. Y pensaba que Jeff le ayudaría a solucionar su problema.

Pero los dibujos del cuaderno no eran de seres humanos. Es más, Jeff no estaba seguro de que fueran nada que hubiera visto antes. Las páginas estaban llenas de extraños diseños. En algunas, las imágenes representaban serpientes y escarabajos. No, pensándolo mejor, no eran imágenes de esos animales, sino que los sugerían. Estaban intrincadamente detalladas y le deberían haber costado horas y horas de trabajo. Creyó que eran exquisitamente hermosos, pero también perturbadores.

Contempló las páginas durante tanto tiempo, que Savanah terminó por preguntarle con un deje de preocupación en su voz:

—¿Tanto te disgustan?

Jeff sacudió la cabeza, casi como si saliera de un trance.

—No, no, no me disgustan. Al contrario, son maravillosos, pero, ¿qué son?

—Dímelo tú —respondió ella encogiéndose de hombros.

—Nunca te había visto un trabajo parecido. ¿De dónde los has sacado?

La chica le quitó el cuaderno de las manos y se puso a mirarlo como si viera los dibujos por primera vez.

—No tengo ni idea de dónde los he sacado. Una mañana me desperté, empecé a dibujar y aquí están.

—Son... sorprendentes, parecen... —Jeff hizo una pausa, buscando palabras que expresaran lo que sentía—, parecen jeroglíficos de una civilización que nunca existió.

—No estés tan seguro.

—Bueno, si algún día aprendes a descifrarlos, ya me contarás lo que significan.

Savanah rió abierta, exageradamente, como el villano de algún viejo serial cinematográfico.

—Puede que tú aprendas a descifrarlos antes que yo —dijo, haciendo una espantosa imitación de Bela Lugosi—, Y lo que descubrirás, será... horrible.

—Oh, confía en mí. Ya estoy horrorizado.

Ella se libró de la vieja manta y pasó una pierna por la cintura de Jeff:

—Y tienes razones para estarlo.

—¿Otra vez? —preguntó él exagerando la sorpresa—. ¿No sabes que soy un académico que envejece rápidamente? No sé si podré repetir tan pronto, en el fondo soy muy frágil.

Savanah empezó a acariciarle lentamente y echó una mirada a su entrepierna. Haciendo otra terrible imitación, esta vez de Greta Garbo, dijo:

—¡Tu vos dise no, no, no, perro tu cuerrpo dise sí, sí, sí! Jeff estuvo de acuerdo en que sus palabras tenían mucho de verdad. Se besaron apasionadamente.

—Savanah... —dijo él, con su voz teñida de deseo—, vas a matarme.

Ella volvió a reír, con esa risa tan tintineante, tan musical que él adoraba.

—Tonterías, Heatcliff —dijo—. Voy a salvar tu miserable vida.

—10—

Hurley yacía a los pies del risco aparentemente inconsciente. Jeff descendió tan rápido como fue capaz. Mientras adelantaba a Michael y Charlie, éstos lo miraron un instante desconcertados, antes de seguir sus pasos. Locke, casi en la cima, descubrió sus ausencias y no tardó ni un segundo en empezar a descender también. Para sorpresa de Jeff, sobrepasó a los tres y llegó primero al suelo.
"Vaya, en un mundo surrealista ocurren cosas surrealistas",
pensó.

Los cuatro hombres rodearon el cuerpo inerte de Hurley. La cacofonía provocada por la bestia invisible casi les reventaba los tímpanos, pero no podían asegurar de qué dirección concreta provenía. Sabían que estaban a segundos de hacer contacto con aquella cosa, y ahora se hallaban al descubierto y a su alcance.

—¡Tenemos que sacarlo de aquí! —gritó Locke.

Jeff pensó que era lo más estúpidamente obvio que había oído nunca. En una situación distinta hubiera replicado con un sarcasmo, pero instantes antes de lo que preveía como una muerte horrible parecía una ironía. Se arrodilló junto a Hurley y gritó:

—¡Aguanta, chico! ¡Sólo aguanta!

Hurley intentó responder, pero sólo dejó escapar un gorgoteo estrangulado. Su cara estaba cubierta de sangre y, cada vez que respiraba, de sus labios brotaban burbujas escarlata.

La mente de Jeff corría desbocada:
"¿Qué podemos Imcer?".

Ante su sorpresa, se oyó un rugido todavía más fuerte, más rabioso, y Hurley quedó inmóvil en el acto.

—¿Cómo estás? —le susurró, acercándose todavía más.

Locke sujetó uno de los brazos del chico y empezó a tirar de él.

—No hay tiempo para hablar. Tenemos que largarnos de aquí.

Al momento, Charlie y Michael estaban allí, ayudándolos para poner en pie a Hurley. Éste tenía el rostro terriblemente arañado, y de la parte delantera de su camiseta sólo quedaban jirones, pero Jeff estaba seguro de que la mayoría de las heridas, aunque dolorosas, eran leves.

—Estoy bien —balbuceó el herido con voz baja y ronca—. Vámonos.

Michael y Jeff se pasaron cada uno un brazo de Hurley por los hombros, y Charlie y Locke permanecieron cerca para prestar ayuda en cuanto fuera necesaria. Corrieron tan rápido como pudieron de vuelta a la colina rocosa, a unos cien metros de distancia. Antes de que hubieran cubierto la mitad del trayecto, oyeron tras ellos el terrorífico rugido.

Mientras avanzaban, Locke se dio media vuelta llevándose la mano a la culata de la pistola, pero no se atrevió a desenfundarla y disparar. Aquella furia invisible se acercaba, y terminó siguiendo a los demás hasta lo que anhelaban fuera un lugar seguro.

Cuando alcanzaron la pared de roca, Michael le preguntó a Hurley:

—¿Podrás trepar?

—Intenta impedírmelo —respondió el chico, sonriendo débilmente.

Antes de que empezar a escalar, Jeff vio algo y les gritó que se detuvieran. En la base del montículo, casi oculto por un espeso matorral, podía distinguirse un agujero en la roca de apenas un metro de altura.

Los cuatro hombres apartaron los matorrales de inmediato, deseando desesperadamente que el agujero fuera lo bastante amplio como para resguardarlos a todos. Jeff se quedó fuera, esperando, hasta que llegó Locke.

—¡Vamos, adentro! —le gritó y agachó la cabeza para entrar. Un segundo después, Locke entró de un salto tras él.

Allí dentro no se veía nada. Jeff se irguió con cuidado y levantó los brazos sobre la cabeza, pero siguió sin tocar techo.

—¿Qué diablos era eso? —croó en un susurro ronco.

Nadie respondió.

—¿Y bien? —insistió—, ¿Alguien tiene alguna idea de qué era eso?

Otra larga pausa. Al final, Charlie dijo:

—Nunca hemos sido capaces de saber de qué se trata.

—¿Quieres decir que ya habíais visto esa cosa? ¿Todos?

—Bueno, no exactamente
visto...
—precisó Michael—, pero sí.

La voz de Locke resonó en la oscuridad.

—Internémonos en la cueva todo cuanto podamos. Sea lo que sea esa cosa, no creo que quepa por la entrada, pero...

Jeff creyó que se estaba volviendo loco.

—¿Ya os habíais encontrado con ella? ¿Qué es?

—Buena pregunta —admitió Locke tranquilamente—. Ahora, que todo el mundo se coja de la mano, no quiero que nadie se quede atrás.

Formando una cadena humana avanzaron cautelosamente por la oscuridad. Jeff se sorprendió al descubrir lo profundo que parecía ser aquel túnel. También se dio cuenta de que una brisa surgía de algún lugar de aquellas profundidades.

—¿Sentís eso? —preguntó.

—Sí —dijo Michael—, Debe de haber otra entrada en alguna parte.

—Esperad —ordenó Locke. Y, con un ruido de raspado y un tufo a azufre, la cámara se inundó de una tenue luz. El hombre calvo sostenía con cuidado la cerilla en una mano y en la otra una gruesa y deforme vela. Cuando prendió la mecha, alzó la vela por encima de la cabeza.

—Desde luego, vienes preparado —rió Charlie.

—Sí, es genial... —dijo Jeff—. Pero, ¿de dónde rayos has sacado una vela? Estoy casi seguro de que no había ninguna en el avión.

Locke sonrió, con sus ojos reflejando la luz de la vela.

—Otro regalo de los jabalíes. Fundo la grasa para conseguir sebo. Si tuviera lejía, incluso podría fabricar jabón.

—Encantador —comentó Charlie—. Bañarse en grasa de cerdo.

—Ahora que podemos ver, miremos las heridas de Hurley.

El chico estaba apoyado contra la pared y en ese momento empezó a resbalar por ella hasta quedar sentado en el suelo. Locke le acercó la vela a la cara. Michael tomó el trozo de ropa con el que había envuelto el pescado y lo humedeció con el agua de una de las botellas antes de limpiar la sangre, enjuagando la improvisada gasa dos o tres veces.

—Quitémosle la camiseta —apuntó Jeff.

—Oh, colega, no —protestó Hurley.

—¿Qué? —preguntó Charlie.

—Comprendedlo, no me gusta quitarme la camiseta en público.

Jeff sonrió.

—No es momento para modestias. Tenemos que ver si estás malherido.

—No es modestia, colega —aclaró Hurley.

Pero dejó que se la quitaran. Sólo cerró los ojos y enrojeció de vergüenza.

—¡Eh! Ni una broma sobre gordos, ¿vale?

—Tienes mi solemne promesa —aseguró Jeff, haciendo una equis con el pulgar sobre su corazón —. Lo que pasa en el túnel, se queda en el túnel.

Humedeció los restos de la prenda y repitió la operación con el torso del joven.

—Son golpes y rasguños superficiales —aseguró el pintor unos momentos después—. Has tenido suerte.

—Hablando del tema... —interrumpió Locke. Todos lo miraron—, ¿Os habéis dado cuenta de que no se oye nada desde que entramos en la cueva?

Los otros cuatro escucharon atentamente. Cerca de allí, un leve resplandor se colaba por el agujero de entrada, pero no vieron ninguna garra intentando penetrar por él. Jeff pensó:
"Así se debe de sentir el ratón cuando sabe que el gato está acechando su escondite".

—Quizás se ha ido —aventuró Charlie.

—Quizás —admitió Locke poco convencido—. Ya que sentimos la brisa, creo que sería una buena idea seguir en esa dirección para ver dónde nos lleva.

—De acuerdo —aceptó Jeff—. Este túnel es tan estrecho que no podemos perdernos y será fácil regresar si hace falta —se arrodilló junto a Hurley—, ¿Puedes caminar un poco?

—Claro —contestó éste.

Locke apagó la vela y sugirió que todos avanzasen con una mano apoyada en el hombro del que caminara delante de él y la otra en la pared. No podrían ir muy deprisa, pero juntos estarían a salvo.

El trenecito humano siguió adentrándose en la oscuridad casi una hora. La conversación era mínima, ya que se concentraban en escuchar, oler o sentir
cualquier cosa
inusual y peligrosa; y cuando hablaban lo hacían en voz baja, como si tuvieran miedo de ser escuchados. Ocasionalmente, alguien soltaba algún comentario acerca de la brisa, que soplaba cada vez con más fuerza.

—Espero que veamos la luz de la entrada —susurró Jeff.

—Es de noche —respondió Locke.

—Oh, es verdad. Se me había olvidado —rió el pintor.

Llevaban tanto tiempo en la oscuridad, que no tenían ni la más mínima idea de qué hora era. Caminaron en silencio media hora más, hasta que Locke, el primero de la fila, se detuvo abruptamente.

—Escuchad —siseó.

Todos se detuvieron y lo obedecieron. A Jeff le pareció captar el susurro del viento entre los árboles y otro sonido: lluvia. La salida estaba muy cerca.

Locke volvió a encender la vela.

—Quedaos aquí —ordenó.

Siguió caminando solo, hasta desaparecer tras una curva. Los otros cuatro esperaron nerviosos hasta que reapareció unos minutos después.

—La salida está ahí mismo —informó Locke—. Podríamos acampar aquí, está lloviendo mucho y no sé exactamente en qué punto de la isla nos encontramos.

Los demás susurraron su acuerdo. Todos estaban lo bastante exhaustos como para desplomarse allí donde se encontraban. Jeff se sentó en el suelo y sacó la botella de agua de su mochila para dar un largo trago. Su garganta estaba seca por el esfuerzo y el terror, y necesitaba el refrescante líquido por más tibio que fuera.

Locke mantuvo la vela encendida hasta que todos eligieron un lugar para dormir. La luz dorada parpadeaba, y Jeff se fijó en lo fascinantes que eran las sombras que producía el relieve de las rocas, casi parecían...

"¡Oh, Dios mío!",
pensó de repente,
"¡Dios mío!".

En el muro había un dibujo que, no sólo era obvio que alguien —o algo— lo había hecho allí, sino que le parecía muy familiar. Rebuscó en su bolsillo y extrajo el talismán que había estado tallando la noche anterior. Casi aturdido, se puso en pie y se acercó a la pared. Mientras los demás lo contemplaban desconcertados, Jeff sostuvo el talismán junto al dibujo. Eran idénticos.

Dio un paso atrás y, reprimiendo un escalofrío volvió a pensar:
"¡Oh... Dios... mío!".

—11—

Jeff estaba sentado ante la mesa de su despacho, leyendo los trabajos de sus alumnos: la parte más deprimente de su trabajo. Había algunos artistas novatos en su clase y era un placer enseñarles nuevas técnicas, viendo cómo las aprendían y adaptaban a sus propias visiones. Al mismo tiempo, quedaba continuamente sorprendido por lo mal que se expresaban muchos de ellos tanto oralmente como por escrito. Para la parte de Historia del Arte de sus clases les hacía escribir ensayos, y la mayoría le resultaban hasta dolorosos.

BOOK: Símbolos de vida
10.6Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Blood & Tacos #2 by Banks, Ray, Stallings, Josh, Nette, Andrew, Larnerd, Frank, Callaway, Jimmy
Sleepers by Lorenzo Carcaterra
Paranoid Park by Blake Nelson
The Time in Between by David Bergen
The Writer's Workshop by Frank Conroy
Blood Red by Wendy Corsi Staub
Vengeance by Shara Azod