Simulacron 3 (17 page)

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Authors: Daniel F. Galouye

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Simulacron 3
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—Transmisión lineal.

—¿Y con la unidad ID?

—La silla análoga es toda una serie de impulsos retenidos y amontonados. Cuando la unidad entra simuelectrónicamente en contacto «visual» con la silla, uno de los circuitos perceptuales es puesto en acción por esos impulsos. El circuito a su vez los transmite a los retículos de memoria de la unidad.

—¿Y es eficiente el sistema perceptivo de la ID?

—Es bastante favorable comparado con el nuestro. Cada uno de los retículos alberga más de siete millones de sensaciones y completa toda la revolución en dos milésimas de segundo. Por consiguiente los tiempos de reconocimientos y reacción son extraordinariamente equivalentes a los nuestros.

Me incliné sobre la silla, observando detenidamente su rostro y preguntándome si se habría dado cuenta de que le estaba llevando al terreno prohibido.

—¿Y qué ocurre cuando la unidad ID llega a su fin?

—¿Cuándo se hace irracional? —se encogió de hombros—. Los circuitos perceptivos de la unidad ID reciben los impulsos. Algo que no se esperaba que estuviera allí, desaparece. Sospechando algo, operando bajo una falsa modulación, empieza a darse cuenta de las resquebrajaduras que empiezan a hacerse en su medio ambiente simulado.

De pronto sugerí:

—¿Igual que el ir por una carretera y que de pronto ésta desaparezca apareciendo media galaxia que antes no estuviera allí?

—Eso es. Algo así.

Lo dijo sin ni siquiera pestañear. En lo que a mí respecta había pasado con éxito la prueba.

Por otra parte. ¿No podría una Unidad de Contacto, condicionada por la Suprema Realidad, ser eficiente hasta ese punto?

Entonces, mientras miraba el vidrio de separación que había entre el despacho y el departamento de generadores de función, me llamo la atención que en aquel mismo instante estaba mirando a uno de los «resquebrajamientos del medio ambiente».

Al ver mi expresión, Whitney miró de un modo preocupado alrededor de la habitación:

—¿De qué se trata?

Inmediatamente reconocí que aquella era la oportunidad para llevar a efecto un segundo test, y con ello llegar a la conclusión con más seguridad de que Whitney no era la Unidad de Contacto. Me puse a reír:

—Nada, es que vi algo extraño en el integrador principal de datos.

Miró a su vez durante unos instantes:

—Pues yo no veo nada.

—La cabina es simple y de unidad homogénea. Desde aquí casi podría apreciar las dimensiones. Cinco y medio por doce. Y un poco más de diez pies de alto. ¿Se acuerda de cuando la instalamos?

—Pues no faltaría más. Yo mismo dirigí la mano de obra.

—Pero, Chuck, no hay puerta ni ventana en esta habitación que sea lo suficientemente ancha como para que pueda pasar a su través un aparato de ese tamaño.

Quedó confundido por unos segundos. Después se puso a reír y señaló: —A no ser que la entraran por esa puerta posterior que se abre a la zona de aparcamientos—.

Miré rápidamente hacia allí, y me volví hacia él después. Había una puerta... lo bastante ancha como para dar cabida al integrador. ¡Pero un momento antes no estaba allí!

La reacción de perplejidad de Chuck había provocado un acoplamiento del circuito automático. De que sólo yo era capaz de recordar el tiempo en que no había habido puerta allí, era evidencia del hecho de que yo, por alguna razón, no había sufrido todavía la reorientación.

Sonó el intercomunicador. Respondí a la llamada, y el rostro suave y cariacontecido de Dorothy Ford apareció en la pantalla. Miró con cierta expresión dubitativa a Chuck.

—Ahora que me acuerdo, tengo algunas cosas que hacer —dijo discretamente. Vi que Dorothy estaba haciendo todo lo posible por contener su estado emocional. Se le humedecieron los ojos y no hacía más que mover nerviosamente los dedos.

—¿Serviría de algo si le dijera que lo siento? —me preguntó—.

—¿Le dijo usted a Siskin que yo planeaba desbaratar sus planes?.

Asintió un tanto avergonzada. —Sí, Doug. No tuve más remedio.

Y me di cuenta, por la sinceridad de su voz, de que traicionarme era la última cosa que hubiera querido hacer en el mundo. Continuó casi sollozando:

—Yo se lo advertí, ¿no es cierto? Le dije claramente que tenía que velar por los intereses de Siskin.

—Es usted extraordinariamente eficiente.

—Sí, eso creo. Pero la verdad es que no me siento muy orgullosa de todas las cosas que he hecho.

—Y sí admitió el haberme traicionado ante Siskin. ¿Hubiera dudado, en el caso de tener la ocasión, en venderme a un Poder mucho más grande?. Yo sonreí.

—¿Por eso no vamos a perder nuestra amistad, no? Frunció el ceño, mostrando preocupación:

—Bueno —continué —, en una ocasión me dijo usted que ambos teníamos nuestro trabajo pero que eso no era razón para que no pudiéramos divertirnos y charlar de vez en cuando.

Se limitó a bajar la cabeza.

—¡Oh, ya comprendo! —aparenté amargura—. Ahora las cosas son distintas. Ahora que ya ha cumplido con su objetivo, ya no le sirvo para el juego.

—No, eso no, Doug.

—Pero sí que es cierto que ahora ya ha llevado a cabo la misión que le habían encomendado y que por tanto no tiene por qué estar vigilándome de aquí en adelante.

—No. Siskin ha quedado satisfecho.

Aparentando impaciencia, hice mención de disponerme a apagar el intercomunicador.

Ella se inclinó hacia delante con ansiedad:

—¡No, espere!

Aquella reacción era la de una muchacha desilusionada porque su modesto compañero de quien ella se había burlado dentro de la línea del deber, había decidido menospreciar su acción. ¿O tal vez era una Unidad de Contacto temerosa de perder su línea directa de comunicación con el sujeto a quien tenía que vigilar?

—De acuerdo —dijo sin mucho entusiasmo—. Podemos divertirnos.

—¿Cuándo?

Dudó unos momentos:

—Cuando usted diga.

En aquel instante no podía hallar una sospecha más fundada en toda la investigación para descubrir la Unidad de Contacto. A ésta la tendría que sondear a fondo:

—Esta noche —sugerí—. En su casa.

El apartamento de Dorothy era uno de aquellos magníficos y opulentos santuarios que tradicionalmente han sido asociados con los privilegios libertinos de los potentados hombres de negocios. Desde el principio comprendí, que el haberme dejado entrar no era más que otra humillación para la muchacha.

Murales tridimensionales, cada uno de ellos con un fondo musical, adornaban todavía más el sugestivo escenario. Pan, tocaba la flauta y alzaba sus patihendidas pezuñas, mientras alborozadas doncellas giraban a su alrededor bailando danzas sensuales de abandono. Afrodita abrazaba a Adonis entre un par de columnas de mármol festoneadas éstas con preciosos rosales y teniendo como marco el resplandor del mar Egeo que se divisaba en la distancia. Cleopatra, con su radiante pelo negro salpicado por las caricias de la luz de la luna reflejadas por el Nilo, alzaba una copa repujada de joyas para brindar a Marco Antonio, e inclinarse después contra el antepecho de su gabarra.

Y por encima de todos había un enorme retrato tridimensional de Horace P. Siskin.

Miré el cuadro, y reconocí una faceta en el carácter de aquel hombre de la que no me había dado cuenta antes. Sus ojos, mientras miraban el mural de Afrodita y Adonis, poseían una intensidad impúdica exagerada Si algo había en su expresión que fuera distinto a aquello, no podía ser más que una cosa: satiriasis.

El encanto de la habitación quedó roto cuando Dorothy apretó el botón para que apareciera el mueble bar. Tomó su vaso, bebió la mitad de un golpe, y después se quedó mirando fijamente en su interior, como si quisiera encontrar allí algo que había perdido hacía mucho tiempo. Vestía un pijama de color azul pastel, ribeteado de armiño. El pelo, recogido en lo alto de la cabeza, y muy bien peinado, le daba cierto aspecto de frescor y de aparente inocencia. Pero había seguridad en sus facciones. Se había metido en un asunto y ahora tenía que llevarlo hasta el final.

Acercándose a mí, señaló el retrato de Siskin:

—Puedo bajar las cortinas y quitarlo de la vista. A menudo lo hago.

—¿Separarle de todas estas cosas que le pertenecen?

Hizo una mueca:

—Ya no está interesado. Hubo un tiempo en que estas cosas significaron algo para él.

—Pero la vitalidad no es una cosa permanente.

—Parece que usted lo eche de menos.

—¡Por Dios, no!

Se alejó para ir a servirse otra copa y yo me quedé perplejo. ¿Se podía permitir una Unidad de Contacto el dejarse envolver en complicaciones poco convencionales?

Se terminó el vaso, se sirvió otro, y volvió junto a mí. El alcohol empezaba a hacer sus efectos. Parecía haberse reanimado un poco, aunque todavía le quedaba cierta huella de tristeza en el rostro.

—Por el Gran Pequeñito —levantó el vaso, bebió un sorbo, retrocedió un paso, y después fue decidida hacia el retrato.

Arrojó más de la mitad de su contenido sobre la mejilla izquierda de Siskin. Volvió a retroceder, bebió otro sorbo, y se abalanzó de nuevo sobre el retrato vaciando sobre él esta vez, el contenido de su boca. Casi todo el contenido del vaso resbalaba en aquellos momentos por los dos.

—No era mi intención hacer eso, Doug— se rió secamente.

—¿Por qué me dejó venir aquí? Se encogió de hombros y mintió:

—Por el ambiente. No encontrará un ambiente más apropiado en ningún sitio de la ciudad. Siskin, hay que reconocerlo, tiene un gusto inmejorable.

Cuando se disponía a dirigirse nuevamente hacia el bar, la cogí por un brazo. Se volvió, se tambaleó ligeramente y me miró fijamente a los ojos.

—Ya lo advertí en otra ocasión. Tienes a otra en la cabeza —me dijo tuteándome—.

—No quieres saber nada conmigo. Te traje aquí para que te dieras cuenta por ti mismo.

A pesar del propósito que me hice de no pensar en ello me encontraba a cada instante dando vueltas en mi cabeza al enigma de Dorothy.

—¿Cuándo estuvo Siskin aquí por última vez? —pregunté.

—Hace dos años.

—¿Y te sientes defraudada?

La indignación apareció en sus ojos, y me propinó una bofetada que si no llego a esquivar con un movimiento de cabeza, me hubiera dolido un buen rato. Se fue hacia la
chaise con tour
, y allí enterró la cabeza entre los cojines.

Yo la seguí:

—Lo siento, Dorothy.

—Pues no lo sientas. Me metí en este asunto con los ojos bien abiertos. De manera que nadie me engañó.

—Claro que sí. Eso es evidente. ¿Qué ocurrió? Se quedó mirando al mural de Antonio y Cleopatra:

—A veces pienso que no tengo mayor poder de autodeterminación que uno de los caracteres de vuestra máquina. Incluso hay ocasiones que me siento como uno de ellos. Incluso a veces tengo sueños terribles en los que veo a Siskin frente al
Simulacron-3
y que me está haciendo mover como una marioneta.

Entonces comprendí que Dorothy Ford no podía ser la Unidad de Contacto. La última cosa que haría una Unidad de Contacto sería analizar, aunque fuera remotamente, las verdaderas circunstancias de la realidad.

—No —continuó como si hablara para si misma

No soy ninfomaníaca. No ha habido más que Siskin. Mira, mi padre es uno de los directores corporativos del Establecimiento. Y mi padre continuará siendo el genio financiativo que se imagina que es sólo mientras yo baile al son que toque, Siskin.

—Quieres decir que el éxito de tu padre se debe solamente a que tú... Ella asintió:

—Esa es la única razón. Cuando Siskin aceptó la colaboración de mi padre hace cinco años, papá se estaba recuperando de un ataque al corazón que había sufrido. No hubiera podido sobrevivir a la evidencia de saber cuál había sido el trato.

Iba a continuar hablando cuando sonó el timbre de la puerta. Me acerqué y puse en funcionamiento la pantalla televisiva de una sola dirección.

El hombre que había en el pasillo, tenía el bloc de notas preparado y se identificó a mí mismo:

—James Ross. CRM número 2317-B3. Querría entrevistar a miss Dorothy Ford.

Verdaderamente era toda una coincidencia que en el momento en que iba a decidir mi criterio sobre si Dorothy era la Unidad de Contacto, apareciera un encuestador.

—Miss Ford no se encuentra bien —dije—. No puede ver a nadie.

—Lo siento, señor. Pero debo mantener los derechos que me confiere el Código de Encuestadores.

De pronto recordé lo que había visto a la entrada del apartamento:

—Si mira el cartelito que hay encima del llamador, míster Ross, se dará cuenta de que miss Ford tiene una autorización especial de excepción de encuestas para por las tardes.

Nada más alzar la vista, expreso en su rostro la contrariedad:

—Lo siento, señor. No lo había visto.

Después de haber desconectado la pantalla, permanecí unos instantes con la mano sobre el conmutador. ¿Había sido un error verdaderamente, un error honesto? ¿O la Asociación de Encuestadores se hallaba ligada de un modo especial en los designios de la Suprema Realidad sobre mí?

Me fui hacia el bar, mientras que las nubes de mi confusión empezaban a disiparse para dar paso a la lógica. Aparte de estar programado y por tanto controlado por el Más Alto Mundo, la Asociación de Encuestadores, ocupaba una situación inmejorable para mantener siempre una estrecha vigilancia, no sólo sobre mí, sino sobre cualquiera, si era necesario.

¿No había sido un encuestador anónimo quien me había advertido?: «Por lo que más quiera, Hall, olvídese de todo este maldito asunto»?

Me serví un trago, pero lo dejé sobre la barra, preguntándome si los monitores de reacción no desempeñarían una función específicamente determinada en este mundo falseado.

La respuesta vino a mí como una explosión: ¡Pues claro! ¿Cómo no lo habría pensado antes? Una creación simuelectrónica no podía existir como fin por sí misma. Tenía que tener una
raison d'étre
una función primaria. La comunidad análoga que Fuller y yo habíamos creado, estaba designada originalmente para predecir las respuestas individuales, como un medio de asesorar el marketing de los productos comerciales.

Del mismo modo, pero en un plano más elevado, nuestro mundo, la creación simuelectrónica en la que yo existía como una unidad reaccional ID, no era más que una pregunta y respuesta que servía de sostén a los productores, manufacturadores, comerciantes, y detallistas de la Más Alta y Suprema Realidad.

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