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Authors: Anónimo

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Sir Gawain y el Caballero Verde (3 page)

BOOK: Sir Gawain y el Caballero Verde
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12.

Así, pues, se quedó Arturo mirando a aquel prodigio que tenía delante del estrado; y dado que no era ningún cobarde, le dirigió este saludo:

—¡Señor caballero, sé bienvenido a esta reunión! Yo soy el señor de esta corte; Arturo es mi nombre, y ruego te dignes desmontar y quedarte entre nosotros; después tendrás tiempo de exponer el objeto que te trae.

—No; bien sabe el que está sentado en las alturas —dijo el caballero— que no es mi propósito demorarme en este lugar. Sin embargo, tu fama, señor, es muy grande, y tu castillo y tus caballeros son considerados los mejores, los más fuertes de cuantos cabalgaron armados, los más esforzados y dignos del mundo, y los más valientes compitiendo en nobles juegos[
6
]; y dado que hasta mí ha llegado que hacéis gala de las virtudes de la caballería, esto es lo que me trae aquí. Por este ramo puedes ver que vengo en son de paz y que no busco peligro. Si me moviesen ideas de lucha, traería la cota y el yelmo, mi escudo, mi lanza brillante y afilada, y otras armas que esgrimir; pero dado que no ansío combatir, mis ropas son suaves. No obstante, si eres tan valeroso como todos dicen, con gusto me concederás el reto que pido por derecho.

Aquí contestó Arturo, y dijo:

—Señor, noble caballero: si lo que deseas es luchar despojado de toda armadura, no quedarás decepcionado.

13.

—No; no es luchar lo que deseo; te doy mi palabra. En todos esos bancos no veo sentados sino jóvenes imberbes. Si yo viniese montado en un gran corcel y cubierto de armas, ninguno de entre vosotros podría medirse conmigo…; vuestra fuerza es muy poca. Vengo, pues, a esta corte a reclamar un juego de Navidad, ya que estamos en Pascua y Año Nuevo, y tanto abundan aquí los hombres jóvenes. Si hay alguno en esta corte que se tenga por espíritu audaz, y de sangre y alma fogosa, y que se atreva a descargar un golpe a cambio de otro, le daré como presente esta hacha costosa; esta hacha, bastante pesada, para que él la utilice a su gusto. Yo esperaré el primer golpe, tan desarmado como voy montado aquí. Si hay algún hombre tan fiero que quiera probar lo que aquí propongo, que venga a mí sin más demora y se haga cargo de esta arma; se la entrego para siempre. Entre tanto, yo aguardaré impasible su golpe, a pie firme, en el mismo suelo, con tal que pueda yo asestarle otro sin reparo. Sin embargo, le concederé el plazo de un año y un día. ¡Así que venga pronto ahora, quienquiera que se atreva a responder!

14.

Si pasmados los había dejado al principio, más callados aún se quedaron cuantos había en la gran sala, desde los más poderosos a los menos. El jinete se volvió sobre la silla, y sus ojos rojos y feroces abarcaron a todos los presentes, arqueando sus erizadas y verdes cejas, y moviendo la barba al girar para ver quién se levantaba. Como nadie dijese una palabra, se aclaró la garganta, se irguió orgullosamente, y exclamó:

—¿Cómo, es ésta la corte de Arturo —dijo—, cuya fama tanto se ha extendido por todos los reinos del mundo? ¿Dónde están ahora vuestra arrogancia, vuestras proezas, vuestras victorias y valor, y el arrojo del que os jactáis? La alegría y la fama de la Tabla Redonda han sido sofocadas, ahora, por la palabra de un hombre; ¡veo que todos se encogen y tiemblan, antes de haber sentido el golpe!

Dicho esto, soltó una carcajada tan ruidosa que el rey se sintió vejado, y su hermoso semblante enrojeció de vergüenza. Rugió como un vendaval, a la vez que sus leales. Y el rey, que no se arredraba ante nada, se fue derecho al caballero.

15.

Y dijo el rey:

—Señor, lo que pides es locura; pero, puesto que tan obstinadamente lo buscas, bien mereces encontrarlo. Ninguno de los aquí reunidos se siente amedrentado ante tus clamorosas palabras. Dame, pues, esa hacha, en nombre del cielo, que yo te impartiré la merced que has venido a pedir.

Saltó velozmente hacia él, le quitó el arma de la mano, y el desconocido caballero saltó al suelo con fiero gesto. Arturo cogió entonces el hacha por el mango, y empezó a esgrimirla sombríamente calculando el golpe. El poderoso desconocido se quedó plantado ante él, con su enorme estatura; le sacaba una cabeza o más a todos los presentes. Se acarició la barba con expresión ceñuda y se retiró el brial con gesto impasible, menos inmutado por los amagos amenazadores del rey que si uno de los invitados le hubiese servido una copa de vino. Entonces Gawain, que estaba sentado junto a la reina Ginebra, se inclinó ante el rey, y dijo:

—Os ruego, señor, delante de todos los aquí presentes, que deleguéis en mí este reto.

16.

—Dadme licencia, mi noble señor —dijo Gawain al rey—, para abandonar mi asiento y acercarme a vos, a fin de que pueda dejar la mesa sin caer en gran descortesía, y si ello no causa desagrado a mi señora la reina. Deseo aconsejaros delante de estos leales cortesanos. Pues me parece impropio, de acuerdo con las normas, que vos aceptéis tan altivo desafío, aunque es cierto que lo hacéis de buen grado, cuando en los bancos de vuestro alrededor hay tantos esforzados caballeros; y aquí sostengo que no hay otros bajo el cielo más animosos y valientes en el capo de batalla. Yo soy el más débil, lo sé; y el menos asistido de sabiduría. En cuanto a mi vida, si la pierdo, será la menos lamentada. Mi único honor está en teneros por tío, y ningún mérito hay en toda mi persona salvo vuestra sangre. Y puesto que este lance es demasiado insensato para que recaiga en vos, y soy yo el primero en solicitarlo, os ruego que me lo concedáis a mí; pero si juzgáis que mi petición no es justa y correcta, dejad que opine esta corte.

Los caballeros consultaron entre sí, en voz baja, y todos fueron de un mismo parecer: que el rey coronado debía abstenerse, y dejar el desafío a Gawain.

17.

Entonces el rey ordenó al caballero que se levantase al punto. Se puso en pie éste, se acercó, hincó una rodilla ante su señor, y le cogió el arma; y el rey, al entregársela, alzó la mano y le bendijo, instándole graciosamente a que conservase fuertes la mano y el corazón.

—Procura, sobrino —dijo el rey—, asestar el golpe de una vez; que si das con acierto, tengo por seguro que no te vendrá peligro alguno del golpe que él te devuelva.

Cogiendo la enorme hacha, Gawain se dirigió al desconocido que aguardaba a pie firme sin muestra alguna de temor. Y entonces dijo a sir Gawain el caballero de verde:

—Sellemos ahora nuestro pacto, antes de proseguir. Quiero saber tu nombre; dímelo, a fin de poder fiar en tu palabra.

—Sabe de buena fe —dijo el noble caballero—, que me llamo Gawain, y como tal te asestaré este golpe, ocurra lo que ocurra después; que en el plazo de doce meses me tendrás a tu merced, a fin de que puedas devolvérmelo con el arma que prefieras, y que no te enfrentarás con nadie más que conmigo.

El otro contestó:

—Me doy por más que satisfecho. Ahora, sir Gawain, a ti corresponde descargar el golpe primero.

18.

—Por mi fe —dijo el Caballero Verde—, sir Gawain, que me alegra recibir de tu mano el favor que busco. Puntualmente y sin desmayo has repetido y expuesto el pacto que acabo de pedir al rey; pero tienes que asegurarme, por tu honor, que irás a buscarme a aquella parte del mundo, próxima o remota, donde creas que me encuentro, para darte yo el mismo pago que ahora recibo de ti en presencia de todos estos caballeros.

—¿Cómo podré encontrarte? ¿Dónde hallaré tu morada? —dijo sir Gawain—; en el nombre del Dios que me creó, caballero, que ignoro cuál es tu nombre y tu corte. Pero indícame el camino y dime cómo te llamas, que yo pondré todo mi empeño en encontrarte; ¡por mi honor te duro que lo haré!

—Eso es suficiente para Año Nuevo; ¡no hace falta nada más! —dijo el corpulento hombre de verde al cortés Gawain—. En verdad, cuando haya recibido el golpe que tu diestra mano me ha de dar, al punto te informaré de mi corte y mi tierra y mi nombre. Entonces, cumpliendo este pacto, podrás preguntar y buscarme; pero si no obtuvieras de mí una sola palabra, podrás vivir en paz y sin preocuparte de más pruebas. Empuña ahora con firmeza esa arma terrible. Veamos hoy tu modo de emplearla.

—En verdad que me place, señor —dijo Gawain, acariciando el acero del hacha.

19.

De pie, el Caballero Verde se preparó, inclinando levemente la cabeza y dejando al aire la carne; levantó sus largos, hermosos cabellos por encima de la coronilla, y mostró, el cuello desnudo tal como se requería. Cogió el hacha Gawain, la levantó, avanzó el pie izquierdo, y descargó la afilada hoja que segó el hueso, se hundió en la carne, la seccionó en dos, y su centelleante acero fue a clavarse en el suelo. Saltó del cuello la hermosa cabeza, rodó por tierra, y las gentes la rechazaron con el pie; la sangre brotó del cuerpo a borbotones, brillante sobre el verde. Sin embargo, el feroz desconocido ni cayó ni vaciló, sino que avanzó con firmeza, seguro sobre sus piernas; se abrió paso entre las filas de los nobles, agarró la espléndida cabeza y la sostuvo en alto. Luego se dirigió rápidamente a su caballo, cogió la brida, metió un pie en el estribo, y montó sin dejar de sujetar la cabeza por el pelo. Se acomodó en la silla como si nada le hubiese ocurrido, aunque estaba sin cabeza. Giró entonces el tronco aquel horrible cuerpo sangrante, y profirió unas palabras que llenaron a muchos de terror.

20.

Su mano sostenía en alto la cabeza, con la cara dirigida hacia los más leales del estrado. Alzó ésta los párpados, y con ojos centelleantes los miró a todos de forma amenazadora. Y su boca pronunció estas palabras:

—Prepárate, Gawain, a cumplir lo prometido; búscame fielmente hasta encontrarme, mi buen señor, tal como aquí has jurado, en presencia de estos caballeros. Ve a la Capilla Verde, y no dudes que allí recibirás un golpe como éste. Porque en justicia lo has ganado el día de Año Nuevo. Como el Caballero de la Capilla Verde soy conocido por muchos; búscame, pues, y como tal me encontrarás. No dejes de hacerlo; ¡de lo contrario, pasarás por un cobarde!

Con esto, giró salvajemente dando un tirón de las riendas, y salió velozmente por la puerta de la gran sala con la cabeza en la mano, arrancando chispas de las piedras los cascos de su montura, sin que ninguno de los presentes supiera en qué dirección, ni pudiera explicar de qué país procedía. Entre tanto, el rey y sir Gawain reían a costa del Caballero Verde. Pero todos tuvieron el hecho por algo prodigioso.

21.

Aunque el noble rey Arturo se sentía maravillado, no dejó que su semblante revelara signo alguno, sino que dijo en voz alta a la atractiva reina, con palabras corteses:

—No os alarméis hoy, mi querida señora; tales artes son muy propias de las Navidades, como las representaciones de misterios, los cantos, las risas y las danzas con que damas y señores se solazan. Pero ahora ya puedo ponerme a comer, pues no hay que negar que he presenciado una maravilla. —Miró a sir Gawain, y añadió alegremente—: Ahora, señor, cuelga tu hacha; bastante has cortado hoy con ella.

Y la colgaron sobre la mesa, en el cortinaje de atrás, donde todos pudieran verla y asombrarse, y por su veraz testimonio, contar el prodigio de tal aventura. Luego volvieron juntos a la mesa, aquellos dos señores, el rey y el leal caballero, y les fueron servidos dobles manjares, de los más exquisitos, y toda clase de carnes, acompañados por la música de los juglares. Y pasaron gozando todo el día, hasta que la noche cayó sobre la tierra.

¡Ahora, sir Gawain, pon atención, no te vaya a dominar el miedo, y te impida éste ir en busca de la empresa que has reclamado para ti!

II

C
on este signo de noble aventura empezó Arturo el nuevo año, ansioso ya por escuchar las proezas que prometía. Si al principio, cuando se sentaron a la mesa, faltaban comentarios de esta clase, ahora tuvieron todos sobrado motivo de conversación. Gawain había estado alegre al empezar aquellos juegos; pero no os extrañéis de que al final se le viera taciturno, porque si bien los hombres se sienten alegres y animados después de beber copiosamente, un año pasa pronto, y nunca concluye igual: rara vez concuerda el final con el principio. Y así pasó la Pascua y el año que a ella seguía, y corrieron las estaciones una tras otra en rápida sucesión. Después de la Navidad llegó la severa Cuaresma, que prescribe para el cuerpo pescado y austeros alimentos. Luego vino el tiempo que combate al invierno en el mundo: el frío mengua y retrocede; las nubes se disipan, la lluvia brillante se derrama en cálidos aguaceros sobre los campos y se abren las flores; la yerba y los árboles se visten de verde; las aves se afanan construyendo sus nidos y cantan animadas a la espera del dulce verano que ya no tardará; las yemas y capullos se hinchan y revientan en alegres y espléndidos colores, y una música gloriosa se difunde por el bosque.

23.

Luego llega el verano con sus brisas mansas, cuando el céfiro suspira entre yerbas y semillas. Las plantas se alegran y se abren, y sus hojas gotean de rocío y brillan luminosas bajo los dorados rayos del sol. Pero viene de pronto la cosecha, y urge al grano a madurar, presintiendo ya el invierno. Produce polvo con su sequedad, lo levanta de la tierra y lo agita en lo alto; los vientos iracundos del cielo declaran la guerra al sol, arrancan y esparcen las hojas de los tilos, y la yerba antes verde se vuelve toda gris. La que ayer se alzaba lozana, hoy madura y se pudre… y así discurre el año, dejando atrás muchos ayeres, y se encamina hacia el invierno, según impone el curso de las cosas. Y llegó la luna de San Miguel, precursora del invierno. Y entonces pensó Gawain con pesar en el viaje que pronto había de emprender.

24.

Sin embargo, permaneció hasta el Día de Todos los Santos con Arturo, quien ordenó que para tal ocasión se celebrase un gran banquete en torno a la Tabla Redonda, en honor de Gawain. Los caballeros famosos, las nobles damas, todos estaban hondamente conmovidos a causa del amor que sentían por Gawain; sin embargo, se esforzaban en mostrar alegría, bromeando sin gana a fin de infundirle ánimos. Éste, al terminar de comer, recordó gravemente a su tío que se acercaba el momento de su partida; y dijo con sencillez:

—Ahora, señor, dueño de mi vida, ruego que me deis permiso para partir. Ya conocéis los términos del pacto; no hay que volver sobre las circunstancias de este lance, salvo en un punto: al alba habré de ponerme en busca del hombre de verde, si Dios se digna ayudarme.

Allí se reunieron los más afamados varones del castillo: Iwain, Eric[
7
] y muchos otros; sir Doddinel
le Savage
[
8
], el duque de Clarence[
9
], Lanzarote[
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]; y Lionel[
11
], y Lucán el Bueno[
12
], sir Bors[
13
] y sir Bedivere[
14
], hombres fornidos los dos, y muchos y muy destacados caballeros, junto con Mador
de la Porte
[
15
].

Toda esta compañía se acercó al rey, con el corazón lleno de inquietud, a fin de consolar al caballero. Gran aflicción causaba en el castillo que un varón tan cumplido como Gawain tuviese que partir en busca de aquel golpe riguroso, y no volver a empuñar más la espada. El caballero, sin embargo, dijo alegremente:

—¿Por qué voy a desmayar? Sea adverso o favorable, ¿qué otra cosa puede hacer el hombre más que afrontar su destino?

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