Sir Gawain y el Caballero Verde (8 page)

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Authors: Anónimo

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BOOK: Sir Gawain y el Caballero Verde
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73.

Le tendió un rico anillo de oro rojo trabajado, en el que destacaba una piedra que despedía centelleos tan vivos como el sol. Podéis creer que era de un valor inmenso. Pero el caballero se negó a cogerlo; y dijo con prontitud:

—No quiero regalos, por Dios, mi señora. No tengo con qué corresponderos, de modo que nada os tomaré.

Ella insistió en que lo cogiese; pero él rechazó su ofrecimiento, jurando por su fe que no lo haría. Entonces, entristecida por esta negativa, exclamó:

—Ya que rechazáis el anillo, por pareceros demasiado valioso, y no queréis tener tan alta deuda conmigo, os daré mi cinturón, para que tengáis una prenda menos costosa.

Se quitó el cinto que ceñía su cintura sobre el vestido, por debajo del precioso manto. Era de seda verde y estaba adornado con hilo de oro, y bordado con hábiles dedos. Ofreció dicha prenda al caballero, y le suplicó sonriente que, si bien carecía de valor, consintiese en cogerlo. El caballero contestó que no, que de ningún modo quería tocar ni oro ni joya alguna, antes de que Dios le concediese la gracia de ver cumplida la suerte que le había traído hasta allí.

—Os ruego, pues, que no lo toméis a agravio; desistid más bien de este empeño, pues nunca accederé a vuestra pretensión. Con todo, os estoy profundamente agradecido por vuestra disposición hacia mí, y siempre seré vuestro servidor, en la suerte y en la desgracia.

74.

—¿Rechazáis esta seda —dijo la hermosa dama— por lo humilde que es, y parece en sí misma? Pues bien, es pequeña, y más pequeño su valor. Sin embargo, quienquiera que conozca las virtudes de sus bordados, la tendrá en mayor estima; pues no habrá hombre alguno bajo el cielo capaz de hacer pedazos al caballero que se ciña este cinto verde, ni podrán matar al que lo lleve por ninguno de los medios terrenales.

Meditó entonces el caballero, se dijo para sus adentros que sería de inmenso valor en la peligrosa prueba a la que debía someterse. Si, cuando llegase a aquella capilla para sufrir su sentencia, lograse escapar sin daño por medio de algún artificio, la estratagema sería en buena lid. Depuso, pues, toda resistencia, y accedió a lo que se le pedía, y la hermosa dama le ciñó el cinto que tan encarecidamente le había ofrecido. Le dio él las gracias, y la dama le suplicó que, por ella, no lo revelase jamás, sino que guardase lealmente el secreto ante su señor. El caballero dijo entonces que así lo haría, que nunca hombre alguno lo sabría, sino únicamente ellos dos. Se lo agradeció él muchas veces, y muy vehementemente, de palabra y de corazón. Y por tercera vez besó la dama a este cumplido caballero.

75.

Se despidió ella a continuación, y le dejó, ya que no podía conseguir de este hombre más satisfacción. Cuando se hubo marchado, sir Gawain se levantó y se vistió con nobles vestidos. Guardó la prenda de amor que la dama le había dado, ocultándola cuidadosamente donde pudiese encontrarla más tarde. Se dirigió después a la capilla del castillo, se acercó discretamente al sacerdote, le suplicó que le iluminase y le mostrase el modo de salvar el alma, tan pronto como saliese de este mundo. Luego se confesó y declaró sus faltas, las grandes y las pequeñas, y pidió clemencia y la absolución de todas ellas al hombre santo; le absolvió éste, y le dejó tan limpio y a salvo como para el Día del Juicio, si hubiese sonado esa mañana. Después disfrutó en compañía de las nobles damas, cantando villancicos y entregándose a toda clase de diversiones, como no lo había hecho en su vida, hasta que cayó la noche. E hizo tanto honor a todos los presentes, que dijeron:

—¡Verdaderamente, jamás se le había visto tan alegre como hoy desde que llegó!

Q
ue siga ahora allí, bajo los cuidados del amor. Entre tanto, el señor de aquella tierra cabalga por los campos a la cabeza de sus hombres. Ha abatido al zorro que durante tanto tiempo perseguía: al saltar un espino en busca del perverso animal, por donde había oído a los perros excitados, le salió Renart al camino de entre unos espesos matorrales, con toda la jauría detrás de sus talones. El señor, al darse cuenta de su trayectoria, se apostó a esperarle.

Sacó su espléndida espada, y se la lanzó al animal. Esquivó éste el arma afilada, y quiso retroceder, pero un perro se abalanzó sobre él, lo agarró antes de que lo consiguiera, y entre todos lo abatieron a los pies del caballo, atacando al astuto animal entre ladridos furiosos. Desmonta entonces el señor con presteza, lo arranca de la boca de los perros, lo levanta por encima de su cabeza, y llama a grandes voces, mientras ladran furiosos los perros. Allá acudieron corriendo los cazadores, tocando llamada con sus cuernos, hasta donde estaba su señor. Cuando estuvieron al lado del noble, hicieron sonar el cuerno quienes lo llevaban, y saludaron con la voz los que no; y fue el cántico que allí se elevó por el alma de Renart la más gozosa de las músicas que el hombre haya oído. Después, premiaron a los perros, y les frotaron y acariciaron la cabeza. Cogieron luego a Renart, y le despojaron de su piel.

77.

A continuación, emprendieron el regreso, ya que pronto iba a ser de noche, sin dejar de tocar sus cuernos sonoros. Al fin descabalgó el señor en su bienamado castillo, en cuya sala encontró el fuego encendido, y sentado junto a él, a sir Gawain de buen humor, indeciblemente dichoso entre las damas. Vestía una túnica azul hasta el suelo; y su manto forrado de piel de pelo fino, así como la caperuza que descansaba sobre sus hombros, iban orillados de blanca piel de armiño. Acudió al encuentro del señor; le saludó sonriente en el centro de la estancia, y dijo con cortesía:

—Esta vez cumpliré yo primero nuestro pacto, que acordamos y sellamos bebiendo en abundancia.

Abrazó al señor, y le besó tres veces con toda la morosidad y deleite de que fue capaz.

—¡Por Cristo —exclamó el otro caballero—, que habéis tenido fortuna al conseguir tal mercancía, si es que habéis hecho bien el intercambio!

—No os preocupéis por el precio —contestó en seguida Gawain—; pagado está cuanto haya conseguido.

—¡Santa María! —exclamó el señor—; cierto que tiene menos valor el precio, pues yo he pasado todo el día cazando, y no traigo otra cosa que esta sucia piel de zorro… que el demonio se lleve; muy pobre precio es para el tesoro que acabáis de darme con esos tres besos tan tiernos.

—Es suficiente —dijo sir Gawain.

—¡Os lo agradezco, por la Cruz!

Y pasó el señor a contar a los presentes cómo había sido abatido el zorro.

78.

Con alegría, cantos de juglares y comida en abundancia, se solazaron cuanto es capaz de solazarse el hombre. No podían sentirse más felices Gawain y el señor de aquella tierra, en medio de las risas y las bromas de las damas, a menos de caer en la embriaguez y el embotamiento. Y siguieron el señor y su compañía con las bromas, hasta que llegó el momento de separarse, en que finalmente se retiraron a descansar todos ellos. Con una inclinación de acatamiento, el noble caballero se despidió del señor, expresándole graciosamente su agradecimiento:

—Que el Sumo Rey os premie por esta maravillosa acogida que he tenido aquí, y por la cortesía de este gran festín. Deseo que dispongáis de mí como uno de los vuestros. Sin embargo, como sabéis, debo marcharme mañana, si me dais un hombre que me guíe, como habéis prometido, hasta las puertas de la Capilla Verde, a fin de que, con la ayuda de Dios, afronte la suerte que el destino me reserva para el día de Año Nuevo.

—Por mi fe —exclamó el buen señor—, que cumpliré con gran placer cuanto os he prometido.

Seguidamente le asignó un criado que le guiara sin demora por los caminos, entre agrestes parajes y bosques. Volvió a expresar Gawain su agradecimiento al señor por los favores que le concedía, y se despidió de las dos nobles damas.

79.

Las besó con pesar y se despidió de ellas, y les dio las gracias sinceramente muchas veces. Respondieron ellas de la misma manera, y le encomendaron a Cristo entre tristes suspiros. Después se despidió de las gentes del castillo cortésmente; de cada uno de los hombres que había conocido, manifestando su agradecimiento por sus servicios y atenciones, y por las diversas molestias que con diligencia se habían tomado por servirle; y cada uno de ellos sintió pena de decirle adiós, como si toda la vida hubiera estado a su servicio. Luego, con hombres y luces, fue conducido a su cámara y le ayudaron cariñosamente a acostarse, a fin de descansar. No me atrevo a decir si esa noche tuvo un sueño reparador, ya que la mañana le traería muchas cosas en las que ocupar el pensamiento, si quería. Dejémosle descansar; cerca tiene ya la cita que buscaba. Si guardáis silencio un momento, os contaré lo que luego aconteció.

IV

E
l Año Nuevo se acerca a medida que pasa la noche y viene el día barriendo tinieblas, tal como el Señor tiene ordenado. En la tierra despierta el tiempo riguroso: las nubes derraman un frío penetrante, y el gélido aliento del norte aguijonea la carne. La nieve cae espesa, helando la vegetación; las ráfagas de viento bajan aullando desde las alturas, y llenan los valles de grandes ventiscas. El caballero escucha echado en su lecho. Aunque tiene cerrados los ojos, duerme poco; y cada canto de gallo le recuerda la cita. Se levantó rápidamente, antes de amanecer, a la luz de la lámpara que alumbraba su cámara. Llamó a su chambelán, que contestó en seguida, y le ordenó que le trajese su cota de malla y la silla del caballo. Se levantó éste a toda prisa, trajo la armadura, y vistió a sir Gawain con gran ceremonia: primero le puso las ropas para protegerle del frío, y luego el arnés, que le había guardado fielmente; había bruñido todas las piezas, inferiores y superiores, y limpiado las anillas de su rica cota, de forma que todo estaba tan nuevo como el día que lo estrenó, cosa que sir Gawain le agradeció satisfecho. Y el más claro caballero que ha habido desde los tiempos de Grecia se puso cada una de las piezas, todas limpias y brillantes, y pidió que le trajesen su caballo.

81.

Entre tanto, se puso lo más noble de su atuendo: la cota de armas, con el símbolo de las acciones puras, sobre terciopelo rodeado de virtuosas piedras y franjas bordadas, y espléndidamente forrada de pieles costosas. No olvidó Gawain, pensando en su propio bien, la cinta que la dama le había dado. Cuando se hubo ceñido sobre sus finas caderas el cinto de la espada, pasó dos veces la prenda de amor en torno suyo, y se la ató con afecto en la cintura. Muy bien le sentaba sobre su regia ropa roja de rica apariencia, pero no se puso este ceñidor por su mera belleza, ni por el valor de sus relucientes colgantes, ni por el oro que brillaba en sus bordes, sino porque podía salvarle cuando tuviese que someterse a la prueba fatal sin defenderse con espada ni cuchillo. Una vez preparado el esforzado caballero, salió, dando las gracias de nuevo a todos los criados.

82.

Ahora, el grande y alto Gringolet, que había descansado digna y confortablemente, estaba aparejado y mostraba deseos de emprender el galope. Se llegó el caballero a él, lo examinó, y juró lleno de convicción:

—Hay aquí, en este castillo, una gente cuidadosa del honor; ¡muy orgulloso debe sentirse el señor que lo gobierna! ¡Ojalá encuentre la hermosa señora amor en la vida! ¡Ya que de este modo cuidan por caridad a los huéspedes, y mantienen tan alto el honor de su casa, quiera Dios velar por que lo conserven siempre así, y a todos vosotros también! Si me fuese dado vivir algo más en este mundo, y pudiese, con gusto os traería alguna cosa en recompensa.

Puso el pie entonces en el estribo, y montó sobre su caballo; su criado le tendió el escudo, y él se lo colgó en el hombro. Espoleó a Gringolet con sus dorados talones, y emprendió la marcha sobre el pavimento, sin demorarse más ni hacer encabritarse su montura. Su criado estaba ya a caballo también, llevándole lanza y venablo.

—¡A Cristo encomiendo este castillo; que Él le conceda buena suerte!

83.

El puente está bajado, y las anchas puertas abiertas de par en par sobre sus goznes. Se santigua el caballero y cruza las tablas. Encomienda también al guardián de la puerta que, arrodillado ante el príncipe, pide a Dios que ampare a Gawain, y vele por él ese día. Y sigue la marcha acompañado del hombre que debe mostrarle el camino a aquel peligroso lugar donde habrá de recibir el doloroso golpe. Recorren laderas pobladas de arbustos pelados, coronan acantilados cubiertos de frío. El cielo está alto; pero debajo de él, una bruma húmeda y amenazadora flota en los páramos y se disuelve en los montes; un inmenso manto envuelve cada colina; los arroyos irrumpen y hierven por todas las laderas, saltando brillantes a tierra, donde corren con fuerza. El camino que recorren por el bosque es prodigiosamente intrincado; hasta que, llegado el momento, surge el sol. Se encontraban entonces en lo alto de un monte rodeados de blanca nieve. Entonces el hombre que le daba escolta pidió que se detuviesen.

84.

—Hasta aquí llego con vos, señor. Ya no estáis lejos de ese famoso lugar que con tanto afán andáis buscando. Pero os hablaré con sinceridad, dado que os conozco, y sois persona a la que quiero; si hacéis lo que os aconsejo, saldréis bien parado de esto: el lugar al que corréis está guardado por hombres peligrosos, y habita su soledad el más malvado caballero de la tierra: un hombre fuerte y feroz, sediento de lucha, más poderoso que ninguno, y cuyo cuerpo es más grande que el de los cuatro mejores caballeros de la corte de Arturo, que Héctor, y que ningún otro. Siempre sale airoso de sus enfrentamientos en la Capilla Verde; nadie logra vencerle en ese lugar, por orgulloso que sea con sus armas; y muere bajo el golpe de su mano; pues es un hombre descomunal que no conoce la clemencia, y aun si fuese campesino o capellán el que osara acercarse a su castillo, o monje o sacerdote o cualquier otro santo varón, juzgaría conveniente matarle de igual modo. Por ello digo que, tan cierto como estáis sentado en esa silla, si vais allí, moriréis, según los designios del caballero. Tomad por cierto lo que digo, aunque tuvieseis veinte vidas que perder. Hace mucho tiempo que vive allí, promoviendo luchas en estas tierras, y no podréis defenderos contra sus golpes terribles.

85.

Por tanto, mi buen sir Gawain, olvidad a ese hombre y coged otro camino, en nombre de Dios. Partid hacia cualquier otra región, donde Cristo pueda asistiros; por mi parte, me apresuro a regresar, y os prometo jurar por Dios y por todos sus buenos santos, y con toda la fuerza y vehemencia de los más graves juramentos, que guardaré vuestro secreto, y que jamás contaré que os he visto huir de ningún caballero.

—Te lo agradezco —dijo Gawain; y añadió con disgusto—: bien veo, hombre, que deseas mi bienestar, y creo firmemente que sabrías guardar fielmente el secreto. Pero por muy callado que lo tuvieras, si yo me marchara de aquí, y por miedo huyese de la forma que dices, sería para siempre un caballero cobarde sin posibilidad de disculpa. Así que quiero ir a la capilla, cualquiera que sea la suerte que me espere, y decir exactamente las palabras que me plazcan, sea malo o bueno lo que el destino me depare. Quizá resulte difícil doblegar al caballero del hacha; sin embargo, bien podría el Señor interceder para salvar a uno de sus siervos.

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