Sir Gawain y el Caballero Verde (5 page)

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Authors: Anónimo

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BOOK: Sir Gawain y el Caballero Verde
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37.

Ante la chimenea, donde ardía el carbón, dispusieron para sir Gawain una silla ricamente cubierta de preciosos cojines sobre tela acolchada. Luego echaron sobre sus hombros una suntuosa capa de seda bordada y forrada de pieles costosas, toda orillada de armiño, con una caperuza de idéntico valor. Y se sentó en aquella silla digna y principesca, y se calentó y cobró ánimos. Poco después, fue armada una mesa sobre finos caballetes; la cubrieron con un mantel de inmaculada blancura, y sobre éste pusieron un paño, salero, y cubiertos de plata.

Se lavó entonces el caballero, y se dispuso a comer. Los criados, respetuosos y atentos, trajeron diversas y finas sopas, exquisitamente sazonadas, servidas en dobles raciones, tal como se debía, y diversas clases de pescado; unos horneados en pan, otros asados sobre brasas, otros hervidos, otros en salsas con especias; tan hábilmente condimentados todos que le procuraron el más grande placer. De modo que el buen caballero no tuvo sino palabras de cortesía para lo que él calificó muchas veces de verdadero banquete mientras los demás, a la vez que le servían, le aconsejaban:

—Servíos tomar este alimento de penitencia, que pronto podréis resarciros.

Y con ello, el caballero recobraba su alegría y humor; pues el vino caldea siempre el ánimo.

38.

Le interrogaron entonces con discreción acerca de él; a lo cual explicó que venía de la corte del magnánimo Arturo, el rey más noble de la Tabla Redonda; y que a quien ahora tenían allí sentado era al propio sir Gawain, el cual había llegado por ventura, a causa de la Navidad. Muy fuerte rió el señor del castillo cuando supo quién era el caballero al que la fortuna había traído a su morada, transmitiendo su dicha y alegría a cuantos hombres se alojaban en su casa, los cuales acudieron ansiosos por ver y conocer a aquel que reunía en su persona todo el valor, donosura y modales, y conquistaba incesantes alabanzas; pues era el más elogiado de los hombres en la tierra. De modo que cada uno de los caballeros comentaba en voz baja a su vecino:

—Ahora podremos apreciar los más finos modales, y las maneras más gentiles del diálogo. Sin haberlo pedido, vamos a escuchar el estilo impecable de la conversación, ya que tenemos entre nosotros a este padre de la buena crianza. Dios ha sido verdaderamente generoso con nosotros, al traernos a un huésped como Gawain, a la hora en que los hombres se sientan gozosos en torno a la mesa a cantar en honor del nacimiento de Cristo. Este caballero nos enseñará, espero, lo que es el amor cortés[
19
].

39.

Cuando el noble caballero terminó de comer y se levantó era ya casi de noche. Los capellanes se dirigieron a sus capillas e hicieron repicar profusamente las campanas, como era obligación, para las solemnes vísperas de tan solemne festividad.

El señor del castillo encabeza la marcha; junto a él va también su esposa, que entra en su elegante y espacioso oratorio. Gawain se dirige allí de buen grado, pero el señor le retiene por la manga y le guía a un asiento, saludándole y llamándole por su nombre, y diciendo que es el huésped al que con más cariño acoge del mundo. Gawain le expresó su agradecimiento; se abrazaron los dos y permanecieron sentados con grave actitud mientras se desarrollaba el oficio. La dama sintió luego deseos de observar al caballero; y salió de su pequeño retiro acompañada de preciosas doncellas. Su rostro, la carne y el color de su piel, la proporción de su cuerpo y el encanto de sus ademanes la hacían la más hermosa de las mujeres, aventajando a la propia Ginebra a juicio de Gawain. Cruzó éste el presbiterio y fue a presentar sus respetos a la bellísima dama. Conduciéndola de la mano izquierda, iba otra dama de más edad, con aspecto de anciana, por la que los hombres que la rodeaban manifestaban gran respeto. Pero era muy distinto el aspecto de estas dos mujeres; pues si la una era joven, la otra en cambio tenía la tez amarilla. Un rico matiz sonrosado encendía el rostro de una; profundas arrugas surcaban las mejillas de la otra. El tocado de la una estaba adornado con múltiples perlas, y su cuello blanco y desnudo y su pecho brillaban como la nieve caída sobre las montañas; la otra, al contrario, envolvía su cuello con un griñón y ocultaba oscura su barbilla con velos blancos. Llevaba la frente envuelta en seda tan apretada y recargada de abalorios, que nada de esta dueña asomaba, salvo las cejas negras, los dos ojos, la nariz y los labios desnudos; y aun éstos con una mueca espantosa y desdibujada: ¡venerable dama podía decirse que era, vive Dios, con su cuerpo pequeño y ancha cintura, y sus grandes nalgas abultadas! Ella hacía aún más atractiva a aquella a la que guiaba.

40.

Cuando vio Gawain su gracia y donosura, pidió licencia al señor para acompañar a las damas; saludó a la de más edad con una profunda reverencia, y abrazó brevemente a la más hermosa, la besó cortésmente, y le habló como cumplido caballero. Mostraron ellas deseos de conocerle, y él suplicó que le permitiesen ser su fiel servidor, si así gustaban. Lo cogieron entre las dos; y charlando, le condujeron a un aposento, junto a la chimenea encendida; y antes que nada pidieron especies, que los criados se apresuraron a traer en abundancia, y vino con que alegrar el corazón. El señor bailó jubiloso repetidamente, e ideó muchas diversiones a fin de procurar alegría; se quitó la caperuza, y colgándola en lo alto de una lanza, la ofreció como trofeo a aquel que trajese más diversión durante esas Navidades.

—¡Y por mi fe que, antes que perder esta prenda, trataré de competir con el mejor, con ayuda de mis amigos!

Así reía y bromeaba el señor esa noche, ordenando que se celebraran alegres juegos en el castillo, con objeto de agasajar a Gawain; hasta que mandó que encendiesen las luces. Entonces sir Gawain pidió permiso, y se retiró a descansar.

41.

Por la mañana, cuando los hombres conmemoran la hora en que, para morir por nosotros, nació Nuestro Señor, la alegría por Él despierta en todos los hogares del mundo. Y así aconteció allí en aquel día de fiesta: y tanto en las comidas sencillas como en las solemnes, los criados, exquisitamente vestidos, sirvieron raros y delicados manjares. La dama vieja ocupó el sitio de honor en la mesa, y a su lado se sentó cortésmente el señor del castillo, según creo. Gawain y la alegre dama se pusieron juntos en el centro de la mesa, donde primero fue traída la comida; y de allí, de acuerdo con sus méritos y distinciones, fueron cumplidamente servidos todos los caballeros que había en la sala. Y hubo comida en abundancia, y mucho contento y alegría; a tal punto, que sería tedioso demorarme aquí en los detalles. Pero sé que Gawain y la hermosa dama gozaron en discreta compañía, entregados a dulces y limpias confidencias, con cuyas delicias ninguna principesca diversión se puede comparar. Tocaron trompas y tambores, y ejecutaron las flautas muchos aires; cada uno procuró su propio gozo, mientras ellos dos se abandonaban a aquel que compartían.

42.

Hubo muchas diversiones ese día, y el siguiente, y lo mismo el tercero; y era un placer oír el contento que reinaba en el día de San Juan, y último de las fiestas, según tenía previsto la gente, pues había invitados que debían partir con las primeras luces del alba. Así que celebraron una gran velada, bebieron vino, bailaron y cantaron canciones de Navidad. Finalmente, tarde ya, los que vivían lejos se despidieron y emprendieron el camino de regreso. Gawain quiso despedirse también; pero el buen anfitrión le hizo demorarse; y llevándole junto a la chimenea de su propia cámara, le retuvo allí, agradeciéndole con afecto el esplendor y alegría que su presencia le había traído, honrando su casa en tan alta ocasión, y dignándose adornarla con su favor.

—Tengo por seguro, señor, que mi suerte prosperará mientras viva, ahora que Gawain ha sido mi huésped en la festividad del propio Dios.

—Os doy las gracias, señor —dijo Gawain—. En buena fe, vuestro es todo el mérito… ¡quiera el Altísimo compensaros! A vuestro servicio me pongo, dispuesto a cumplir lo que a bien tengáis mandarme, ya que, para bien o para mal, estoy obligado a vos por derecho.

El señor pidió al caballero que demorase aún más su partida. Pero a eso Gawain replicó que de ningún modo podía acceder.

43.

Entonces el señor, con cortés deferencia, quiso saber de Gawain qué empresa extrema le había sacado con tanta premura de la regia corte de Camelot, en aquellas festividades, poniéndole solo en camino, sin esperar a que hubiesen concluido las celebraciones en todos los hogares de los hombres.

—En verdad que bien podéis extrañaros, señor —admitió el caballero—. Una alta y urgente misión me ha sacado de ese castillo. Pues me he comprometido a buscar un lugar, aunque no sé a qué parte del mundo dirigirme para encontrarlo. Ni por todas las tierras de Logres quiero estar lejos de él la mañana de Año Nuevo… con la ayuda de Dios. Por tanto, señor, esto es lo que os pido: que si en verdad sabéis algo de la Capilla Verde, o en qué tierra se puede encontrar, y del caballero de verde color que la guarda, al punto me lo digáis. Ya que hay establecido un pacto entre nosotros, por el cual, si estoy vivo, debo ir allí a enfrentarme con él. No falta mucho para Año Nuevo; así que, con la ayuda de Dios, antes prefiero ir en su busca que ganar cualquier fortuna. Os ruego, pues, que me deis licencia, pues debo irme ahora; apenas me quedan ya tres días para atender a este asunto, y antes quisiera caer muerto que dejarlo sin cumplir.

A lo que, riendo, dijo el señor:

—Entonces bien podéis quedaros algún tiempo más, que cuando llegue el momento de vuestra cita, yo os mostraré el camino de la Capilla Verde; de modo que no os preocupéis. Retiraos a dormir sin temor, señor, hasta bien entrado el día. Cuando sea primero de año, yo haré que esa misma mañana estéis allí. Quedaos, pues, hasta Año Nuevo. Llegado ese día, podréis levantaros y dirigiros allí. Ya os diremos el camino; apenas queda a dos millas de esta casa.

44.

Entonces se alegró Gawain, y exclamó jubiloso:

—Os doy las gracias sinceramente por esto, más que por ninguna otra cosa. Ahora que veo cumplida mi demanda, quedaré, como es vuestro deseo, y haré todo aquello que gustéis.

Le cogió el señor entonces, y le sentó junto a él; y con el fin de que les alegrasen, mandó llamar a las damas, en cuya dulce compañía gozaron de tranquilo solaz. Y tan transportado y fuera de sí estaba el señor, que apenas se daba cuenta de lo que decía. Y dijo al caballero, hablando a grandes voces:

—Habéis prometido hacer aquello que os pida; ¿daréis cumplimiento a esa promesa aquí, ahora mismo?

—Por supuesto, señor —replicó el esforzado caballero—. En tanto esté en este castillo, obedeceré vuestros deseos.

—Pues bien, habéis venido de muy lejos, y os he tenido en vela mucho tiempo; aún no os habéis repuesto del todo; y lo cierto es que necesitáis descanso y alimento. Os quedaréis arriba en vuestro aposento, a vuestra entera comodidad, hasta el momento de la misa de mañana; luego comeréis a la hora que más os plazca, con mi esposa, a fin de que su compañía os alegre, hasta mi regreso. Quedaos; yo me levantaré temprano, pues quiero salir a cazar.

Gawain asintió con una inclinación de cabeza, como cortés caballero que era.

45.

—Sin embargo —dijo el señor—, acordaremos una cosa más: aquello que yo consiga en el bosque será para vos; a cambio, me daréis lo que vos obtengáis aquí. Juremos hacerlo así, mi buen amigo, sea la suerte flaca para el uno, y mejor para el otro.

—¡Por Dios —exclamó el buen Gawain— que accedo en todo, y me agrada el juego que proponéis!

—¡Hecho, pues! ¡Así será el trato! ¿Quién nos trae de beber? —dijo el señor de aquella tierra.

Y todos rieron. Y bebieron, bromearon y disfrutaron cuanto quisieron, dichos señores y las damas. Luego, siguiendo la costumbre de Francia, y con muy corteses y refinadas palabras, se levantaron hablando en voz baja, y se despidieron con un beso.

Con fieles criados y antorchas encendidas, fueron escoltados finalmente hasta sus aposentos. Sin embargo, antes de dormirse, Gawain meditó largamente sobre los términos de aquel extraño trato: sin duda el viejo señor de aquellas gentes sabía jugar al juego aquel.

III

L
as gentes se levantaron antes de que despuntase el día: los huéspedes que iban a marcharse llamaron a sus criados, quienes corrieron a ensillar en seguida los caballos, aparejarlos y ajustar en ellos los bagajes; los dispusieron en línea sus señores, preparados para montar, saltaron ágilmente sobre la silla y, cogiendo las riendas, emprendieron el camino, cada uno adonde más le convenía.

No fue el último, el señor de aquellos dominios, en encontrarse dispuesto para emprender también la marcha, con un grupo de sus hombres; tomó una breve colación después de oír misa, requirió su cuerno, y salió a toda prisa hacia el campo de caza. Cuando asomaron las primeras claridades ya se encontraban él y sus cazadores sobre sus altos caballos. Los encargados de los perros los ataron en traíllas, abrieron la puerta de la perrera, —los llamaron e hicieron sonar tres veces los cuernos de caza. Entonces empezaron los perros a ladrar y a alborotar, y ellos los hostigaron y azuzaron, a fin de que buscasen un rastro. Un centenar he oído contar que iban, y que eran de los mejores. Llegados a sus puestos de caza, los hombres que los llevaban los soltaron y el bosque vibró con las resonantes llamadas de los cuernos.

47.

A la primera explosión de ladridos, todos los animales salvajes se estremecieron. Los ciervos cruzaron desolados el valle y huyeron a las alturas; pero allí los contuvieron con grandes voces los ojeadores apostados. Dejaron pasar a los machos de airosa cabeza, y a los gamos orgullosos de anchas palas en su cornamenta: el noble señor tenía prohibido perseguir en tiempo de veda a uno solo de los machos. En cambio detuvieron a las ciervas con grandes gritos, y a voces las dirigieron hacia los valles profundos. Allí los hombres podían verlas correr y dispararles sus flechas; a cada carrera que daban por el bosque, un flecha afilada venía hiriente a hincárseles en su piel tostada. ¡Ah, cómo balaban y sangraban, yendo a morir a las laderas, acosadas siempre por los perros, y tras ellos los cazadores, con tales clamores de sus grandes cuernos que más parecía que eran las rocas que reventaban! Si un animal escapaba al tiro de los arqueros, era abatido en el siguiente apostadero, después de hacerlo bajar de las alturas y dirigirlo hacia las aguas. Los hombres emboscados demostraron ser tan hábiles y astutos, y sus galgos tan ágiles, que en seguida los cogían y derribaban, de forma que todo concluía en un abrir y cerrar de ojos. El señor, exultante de gozo, cabalgaba y desmontaba una y otra vez, y pasó el día ocupado y feliz, hasta que se hizo de noche.

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