Solos (34 page)

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Authors: Adam Baker

Tags: #Intriga, Terror

BOOK: Solos
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—¿Cuántos crees que hay, ahí fuera? —preguntó Gus.

—Dos, diría. Están medio helados. Podemos esquivarlos fácilmente. Si aparecen más, saldré y me los cargaré, así iré reduciendo la manada. Son lentos y torpes. No sería problema hacerlo.

—¿Tengo la cara muy mal?

—Sí, más bien mal.

—Si te pidiera que me mataras, si llegáramos a esto, ¿lo harías?

Nail apartó la mirada.

Tuvo un repentino
flashback
. La gran disputa. Mal chillaba y maldecía, y despotricaba contra él. Nail perdió los estribos y una hoja de acero brilló. Un chillido agudo, un gorgoteo, un chorro de sangre.

Nail llevaba un mes sin dormir. Tenía miedo de cerrar los ojos.

—No creo que lleguemos a tanto.

Nail echó un par de patas de silla al fuego.

—Tenemos que volver a Rampart —dijo Gus—. Es nuestra única salvación. Allí habrá comida, calefacción y morfina. Agonizo de dolor.

—Déjame pensarlo.

Un par de noches atrás, Nail no podía dormir y había ido al puente de mando del
Hyperion
. Miraba las estrellas sentado en la silla del capitán, cuando apareció la reverenda Blanc. Charlaron. Fue todo cháchara, pero se dio cuenta enseguida de que ella sabía su gran secreto. Parecía demasiado amable, demasiado relajada. De alguna manera había descubierto que él había matado a Mal.

Quizá Jane y sus amigos ya habían muerto. Quizá habían sido despedazados por los pasajeros infectados o se habían abrasado en el incendio. Pero tal vez habían escapado del
Hyperion
y estaban refugiados en Rampart, armados con escopetas. ¿Acaso Jane dispararía nada más verlo? ¿Qué haría él si la situación fuera al revés? «Lo siento, tíos, la tomé por uno de esos engendros infectados.»

—No quiero alarmarte —dijo Gus en voz baja—, pero llevo un rato observando las sombras de detrás de ti y te juro que hay alguien apoyado en la pared del fondo.

Nail se volvió poco a poco. El fuego proyectaba sombras trémulas en los muros del túnel. Vio una figura embutida en gruesa indumentaria para el frío, medio escondida en la penumbra.

Nail se puso de pie.

—Hola —dijo—. Puedes acercarte, si quieres.

No hubo respuesta.

Nail cogió una pata de silla de la hoguera y se acercó a la figura.

Llevaba un anorak de Con Amalgam remendado con cinta de embalar.

—Me llamo Nail, Nail Harper.

No hubo respuesta.

—¿Hola? ¿Me oyes?

Levantó la pata de silla para poder ver el rostro oculto en la capucha. Tenía la piel agrietada y pelada. Y una mirada fija y desquiciada.

—Nikki. Soy Nikki.

El plan

Jane y Ghost escaparon de la isla. Punch y Sian los seguían a poca distancia. Huyeron todos precipitadamente. Iban dando trompicones entre rocas. Jane se tranquilizó, pues significaba que seguían cerca de la costa. Si estuvieran corriendo sobre nieve virgen significaría que estaban dando tumbos tierra adentro, cada vez más lejos de encontrar refugio.

Bajaron a gatas por rocas de basalto y corrieron hacia el mar helado. Costaba no resbalar y caerse. El resplandor del barco en llamas teñía de rojo intenso el hielo.

Jane tenía la única linterna. Los demás la seguían.

—Manteneos juntos. No os separéis.

Una sucesión de ruidos sordos sonó detrás de ellos. Planta por planta, habitación por habitación, el
Hyperion
saltaba por los aires. Las granadas pegadas a las bombonas de propano, el plan de seguridad de Ghost: si los pasajeros infectados se colaban por las barricadas, serían incinerados.

Pero las detonaciones se habían descontrolado. Uno tras otro, los tanques de combustible del barco fueron estallando a proa y a popa, infestaron de llamas pasillos y escaleras y abrieron brechas en el casco.

—No podemos correr así —dijo Jane—. Este hielo es reciente, se puede romper fácilmente. No quiero acabar en el fondo del mar.

Dejaron de correr y siguieron a paso rápido.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Jane—. ¿No hay nadie herido?

Al empezar el ataque, Jane estaba con Ghost en la habitación.

Escuchaban a Johnny Cash tendidos en la alfombra, y hablaban de la vida que harían cuando volvieran a casa. Oyeron gritos. Y una refriega. «¡Evasión!» Tuvieron el buen sentido de coger las botas de nieve y los abrigos de forro polar.

El pasillo estaba infestado de humo acre. Varias granadas de termita habían detonado cerca de ellos. Se cubrieron la boca para no respirar efluvios de pintura calcinada y de metal derretido.

Corrieron a cubierta. El fuego venía de abajo. Las ventanas iban reventando una tras otra. Una hilera de botes salvavidas ardía entera. De la zódiac solo quedaban tiras de goma, que colgaban llameando de un cabrestante.

Punch y Sian ya se habían metido en la cama. Escaparon del barco en chándal y zapatillas deportivas.

—Estamos enteros —dijo Sian, empezando a tiritar violentamente.

Jane apagó la linterna y se quedaron a oscuras.

—Hay que seguir andando —ordenó Punch.

—Que todo el mundo se calme —dijo Jane.

—¡Allí!

Una luz verde centelleaba entre la niebla, muy por encima de ellos. Era una de las señales luminosas para aviones, en una esquina de la plataforma.

—Es la pata oeste —dijo Jane—. Vamos.

Jane ayudó a Sian. Ghost ayudó a Punch.

Se apresuraron a cruzar la superficie helada. Estaban debajo de la refinería, se dirigían a la pata sur. Corrieron tanto rato que por un momento Jane pensó que habían errado el camino y estaban huyendo a ciegas hacia el mar de Barents.

—¿Crees que nos están siguiendo? —preguntó Punch.

—De momento los hemos dejado atrás —dijo Jane—, pero si nos quedamos mucho rato aquí, seguro que nos alcanzarán.

La pata sur, el ciclópeo cilindro de acero. La luz de la linterna de Jane recorrió el muro de metal tachoneado de tornillos y soldaduras. Parecían puntos de sutura en la cicatriz de una operación.

—¡Jane! —gritó Ghost.

Jane se giró. Una carretilla elevadora iba directa hacia ella. Las dos horquillas del palé embistieron el muro de acero, a ambos lados de la cabeza de Jane. Las ruedas de la carretilla se quedaron girando sobre el hielo.

—¡Quién cojones…!

Un tripulante infectado estaba medio fundido a los mandos.

Ghost se agarró a la cabina y la emprendió a patadas con el conductor. Con la carne desgarrada, el tripulante se desprendió de la carretilla y cayó, con el volante pegado a las manos. Ghost le pateó la cabeza hasta que se la abrió.

—Una carretilla Konecranes. No es de las nuestras.

—Debe de ser del
Hyperion
. Muchos transatlánticos tienen un espacio de reparto en la sección central del barco, con puertas laterales en el casco.

—¿Y el tipo se cayó con la carretilla y empezó a vagar por el hielo?

—Sí, ¿por qué no?

Punch y Sian se abrazaron uno a otro para darse calor.

—Resistid, muchachos —dijo Ghost—. Ya casi hemos llegado.

—Creo que la cuerda está al otro lado.

Rodearon la pata y encontraron una soga de nudos que descendía entre la neblina, como una escalera al cielo. Jane asió la cuerda, se puso a trepar y desapareció entre el vaho. El elevador de la plataforma estaba a cuatro metros por encima de ellos. Tras un breve silencio se oyó un chirrido metálico y el montacargas empezó a bajar al hielo. Montaron todos y Jane pulsó SUBIR.

—¡Qué puto frío! —exclamó Punch.

—Pronto entraremos en calor —dijo Ghost—. En un par de minutos estaremos dentro.

Hasta que Sian se desplomó no se dieron cuenta de la herida que tenía en el costado y de la sangre helada que cubría su chándal rojo.

La llevaron a la cantina y la tendieron sobre una mesa. Sian trató de erguirse pero los otros se lo impidieron.

Jane fue corriendo a la antigua habitación de Rye y metió en una bolsa diverso material médico. Vendajes y apósitos esterilizados.

Jane examinó la herida. Sian chilló y le dio un golpe a Jane. Sian miraba hacia otro lado, para no ver la brecha que tenía en la cadera, mientras Punch le sujetaba los brazos.

Jane se enfundó un par de guantes quirúrgicos y sacó unas pinzas de un envoltorio de instrumental. Con la llama de un Zippo esterilizó las pinzas y empezó a hurgar en la herida. Sian se retorcía de dolor. Un tornillo aherrumbrado salió entre trocitos de carne.

—¿Tienes idea de cuándo ocurrió?

—En la última explosión, cuando llegamos a la cubierta del barco. No sentí nada, con todo el ajetreo.

Jane limpió la herida y le puso un apósito con una venda.

—Se curará, si la mantienes limpia. Te daré unos calmantes —dijo Jane, hurgando en la bolsa.

—¿Alguien sabe qué ha pasado con Gus? —preguntó Ghost.

—No —respondió Jane.

—¿Y Nail? ¿Alguien lo ha visto?

—No.

—¿Y Yakov? ¿Qué ha sido de él?

—Está muerto —dijo Sian, tratando de incorporarse.

—¿Estás segura?

—Salimos corriendo de la habitación, pero Punch tuvo que volver atrás, a buscar sus zapatillas. Me quedé un momento sola en la cubierta superior. Yakov estaba debajo, en la cubierta de paseo, huyendo de un tipo disfrazado de payaso. Aparecieron más pasajeros y lo acorralaron. Yo lo llamé. Me incliné sobre la barandilla y le tendí el brazo. Le dije que saltara y se agarrara a mi mano. No sé, pero sigo pensando que podía haberse salvado. Yo podría haberlo izado, pero tiró de la anilla de la granada con los dientes y se la puso debajo del mentón. Levantó la cabeza y me miró a los ojos. Yo chillé, pero él seguía mirándome fijamente. Fui lo último que vio.

—Dios —dijo Punch—. Apenas llegué a hablar con él, pero parecía buen tipo. Reservado, pero buen tipo.

—Gilipolleces —espetó Jane—. No me vengas con eso. Era uno de los compinches musculosos de Nail. Ninguno de vosotros soportaba a ese tipo.

—Una vez le pedí que firmara unos documentos con normas de seguridad —explicó Ghost—, y puso una cruz. Creo que era completamente analfabeto.

—¿Cómo pudieron entrar? —preguntó Punch—. Juro que esas barricadas eran sólidas.

—Hubo dos avalanchas —dijo Jane—. El primer grupo, el de los disfraces, no hizo detonar ninguna granada. Oí voces y gritos mucho antes del estallido de la primera granada. Debieron de encontrar la manera de burlar las barricadas. Alguna puerta trasera, algo que se nos escapó. A saber qué. Estoy segura de que teníamos todas las entradas controladas, pero aparecieron como si los hubieran invitado, como si alguien les hubiera abierto la puerta. La segunda avalancha entró a lo bestia. Estos se colaron en la fiesta, querían divertirse también, y fue entonces cuando empezaron los incendios.

—Deberíamos bajar el montacargas —dijo Punch—. Quizá se haya salvado alguien más.

Jane consultó el reloj.

—Han pasado casi dos horas. Si alguien se ha quedado escondido en el
Hyperion
, se habrá abrasado. El barco ardió de arriba abajo. Y si alguien ha conseguido escapar de allí, habrá muerto por congelación. Acéptalo, solo quedamos nosotros.

—Sí.

—¿Y sabes qué? En parte me alegro. Seremos más felices así. Y ahora mira a tu alrededor, a ese montón de sillas vacías, de sillas de gente muerta. Solo quedamos cuatro. ¿Vamos a quedarnos así, contentos y calentitos, esperando a morir todos?

—Mejor que no se hayan salvado —dijo Ghost—. Mejor si Nail no aparece más.

—¿Por qué? —preguntó Sian.

—Estoy seguro de que mató a Mal.

—No lo dices en serio.

—Hubo alguna discusión entre ellos, algún tipo de enfrentamiento.

—Cielos.

—Quizá ni siquiera es Nail Harper. Puede que sea un nombre falso.

—Por Dios.

—Pero no lo podemos demostrar.

—¿Qué ocurrió? ¿De qué se trataba?

—Hubo algún trapicheo. Asuntos turbios. Y si ha conseguido escapar, es demasiado peligroso para tenerlo aquí. Yo voto por subir el puente levadizo. Que se joda.

—Esto es un poco fuerte —objetó Sian.

—Vamos —dijo Jane—. ¿Quién no se alegra de que Nail no esté?

Jane cerró la compuerta de seguridad que conectaba el bloque de alojamientos al resto de la plataforma y arrancó con un cuchillo el panel de interruptores de la pared.

La plataforma se había convertido en una fortaleza. El módulo de alojamientos A era la torre del homenaje. Si alguien conseguía subir a bordo de Rampart, se congelaría en las habitaciones o los pasillos sin calefacción.

—En la isla se sobrepasan ya los cincuenta grados bajo cero —informó Ghost—. Un frío y un viento de locos. Nadie sobreviviría más de dos minutos.

—Vayamos sobre seguro. Para que durmamos tranquilos, los próximos dos días abriremos la puerta conectando los cables, ¿de acuerdo? El resto del tiempo la dejaremos cerrada.

—Tendríamos que habernos quedado aquí desde el principio. Lo de trasladarse al
Hyperion
fue culpa mía.

—No pasa nada.

—Sí que pasa. Ha muerto gente.

—Yo estrellé el puto barco contra la isla, así que los dos tenemos las manos manchadas de sangre. Pero basta de granadas, ¿de acuerdo? Basta de trampas explosivas. Ya hemos tenido bastantes emociones.

—No queda ninguna. Las hemos gastado todas.

—El fuego debió de hacer estallar la mayoría —dijo Ghost.

—Los infectados, todos los de a bordo, se han achicharrado. Quedan un par de cientos en el hielo, pero no durarán. Nada puede sobrevivir a este frío intenso.

—Fantástico, pero nuestro viaje a casa se ha convertido en humo.

—Me voy abajo un rato —dijo Ghost—. Necesito un poco de tranquilidad.

Jane volvió a la cantina y se preparó un té.

—¿Cómo está Ghost? —preguntó Punch.

—Recuperará el ánimo enseguida. Es un tipo práctico, no es de los que se dejan llevar por el desaliento. Tiene tantas ganas de salir de aquí como cualquiera de nosotros.

—¿Y cuál es el plan?

—Nos iremos —contestó Jane—. Hemos perdido demasiado tiempo en intentos frustrados. Ya basta de balsas caseras, ya basta de esperar sentados. Vamos a decidir una estrategia sólida aquí y ahora. En serio. Hasta el momento solo hemos perdido el tiempo. Ya basta.

—Deberíamos ir a Canadá —dijo Punch—. Sacamos las motos de nieve del búnker, cargamos provisiones y nos largamos antes de que el mar se deshiele. Ya lo sé, no es nada nuevo, pero sigo pensando que es la mejor opción. Estamos a mitad de invierno. El mar está todo lo frío que puede estar. Si vamos a viajar, si vamos a aprovechar el hielo, ahora es el mejor momento para hacerlo.

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