Read Starship: Mercenario Online

Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (11 page)

BOOK: Starship: Mercenario
2.87Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Me paré en el hospital de camino a aquí —dijo Toro Salvaje—. La mujer va a perder la mano. Sharon Blacksmith me dijo que pasáramos al Cártel Apolo la factura por la mano prostética y el tratamiento de los dos hombres. La coronel Blacksmith también le dijo a la teniente Domak que los mantuviera sedados en el hospital hasta que dijéramos otra cosa.

—Buena idea —admitió Cole—. Se me tendría que haber ocurrido a mí.

—¿Tiene alguna idea de qué estamos esperando? —preguntó Chadwick.

—La verdad es que no —dijo Cole—, pero tiene que ser una fuerza mayor que el último grupo. Khan aún no tiene idea de quiénes somos o cuál es nuestro poderío, así que no va a incrementar el tamaño de su fuerza gradualmente. Si podemos matar o capturar a un hombre, a cuatro, probablemente podamos capturar a seis o diez o una docena, y tiene que tener un número limitado de hombres de los que pueda disponer, así que imagino que esta vez veremos algo mucho más impresionante.

Aún no había acabado de pronunciar estas palabras cuando la imagen de Sharon apareció sobre la mesa.

—Odio interrumpir al capitán cuando está ocupado contando chistes verdes —anunció— pero vienen los malos.

—¿De qué tamaño?

—Ocho cañones láser y de plasma, y una tripulación de veintisiete hombres hasta donde hemos podido captar con nuestros sensores.

Su imagen desapareció para ser reemplazada por una nave sólo un poco más pequeña que la
Teddy R
. y que no llevaba insignias. En el mismo momento en que apareció, su hangar se abrió y dejó salir una lanzadera con capacidad para quince hombres, que rápidamente se dirigió hacia Bannister II.

—Bueno, Val —dijo Cole, poniéndose de pie—. Ahí está tu nave. Vamos a hacernos con ella.

Capítulo 12

Cole observó la lanzadera mientras aterrizaba en el puerto espacial cercano. Diez hombres, tres lodinitas y dos mollutei emergieron de la nave, todos fuertemente armados. Se aproximaron al edificio Apolo y luego se desplegaron. De hecho, sólo entraron dos hombres.

—Son muy listos —señaló Cole a Val, Toro Salvaje, Chadwick y Jack—.Ya se han imaginado lo que les ha ocurrido a sus emisarios anteriores y no van a meterse en la misma trampa.

—¿Quieres que nos mantengamos escondidos al principio, como las dos últimas veces? —preguntó Val.

Cole meneó la cabeza.

—No os molestéis. Tienen que saber que no estoy solo. Nos las apañaremos con los que vengan aquí, y he pedido a la policía que nos ayude a acorralar al resto. No tendrán ninguna idea de lo que ha pasado aquí arriba o de cuántos somos, lo que debería situarles en desventaja.

—¿Armas enfundadas o en alto? —preguntó Toro Salvaje.

—Si llevamos las armas en la mano, los animaremos a hacer lo mismo —dijo Cole—. Y si eso pasa, alguien va a empezar a disparar.

—Por eso estamos aquí —repuso Toro Salvaje—. Ganaremos, señor.

—No lo dudo —dijo Cole—. Pero no pueden decirme lo que quiero saber si están muertos.

—No van a decirte nada. Punto —dijo Val.

Cole se encogió de hombros.

—Nunca se sabe.

—Tiene un as en la manga ¿verdad, señor? —dijo Chadwick.

—Sólo tiene su brazo —dijo Val—. Yo digo que los matemos en el mismo momento en que entren, y luego vayamos a por los otros.

—¿Y luego qué? —preguntó Cole—. Si destruimos su nave, seguirás sin tener una nave y probablemente enviarán aquí toda su flota, disparando a todo gas.

—Tendremos que enfrentarnos a ellos tarde o temprano —dijo Val—. Prefiero temprano.

—Sí, vamos a enfrentarnos a ellos, vale —concedió Cole—. Pero vamos a ver si primero podemos reducir su capacidad de fuego.

—Uno a uno o todos de vez, a mí me da lo mismo —dijo Val.

De repente, Chadwick soltó una risita y Cole se volvió hacia él.

—¿Qué es tan divertido?

—Me recuerda a algo que el comandante Forrice siempre está diciendo después de que él y usted discutan algún problema —respondió Chadwick—. Algo así como que el problema es mucho más simple cuando lo piensa él solo.

—Así es el comandante Forrice —dijo Cole.

—Ya vienen, señor —dijo Jack en voz baja,

—Pase lo que pase —dijo Cole—, que nadie dispare ni haga nada hasta que yo dé la señal. —Miró directamente a Val—. Es una orden.

Unos pocos segundos después, dos hombres vestidos de cuero, uno con barba y el otro muy bien afeitado entraron en el despacho. Ambos estaban armados hasta los dientes. El que iba afeitado llevaba un arma de plasma en su mano, e inmediatamente apuntó a Val, Toro Salvaje, Chadwick y el mollutei.

El barbado miró fijamente a Cole.

—Debería haber sabido que esos cobardes sin carácter contrarían a alguien que los ayudara.

—Yo también estoy encantado de conocerlos a ustedes —dijo Cole.

—Sé quién eres, Wilson Cole —dijo el hombre—. He visto tu cara lo suficiente en pósteres y hologramas ofreciendo una recompensa. ¿Por qué al oficial más condecorado de la República se lo contrata como mercenario?

—Porque ya no estoy con la República, por si no te habías dado cuenta —dijo Cole—. Pero no es necesario que seamos enemigos. Posiblemente, Genghis Khan esté buscando un aliado.

—¿Por qué querría tratar con el famoso Wilson Cole?

—No hay razón por la que no podamos ser aliados.

—No necesitamos aliados.

—¿Por qué no me permitís subir a vuestra lanzadera y me dejáis enviarle un mensaje subespacial? —insistió Cole—. Lo haría desde aquí, pero no tengo los códigos de acceso necesarios.

—Tú no necesitas los códigos —dijo el hombre—. Además, sólo responde a mi voz. Y no vas a vivir lo bastante para contactar con él.

—Es una pena —dijo Cole—. Podríamos haber sido amigos.

—No queremos amigos.

—¿Qué puedo ofreceros como muestra de buena fe?

—Guárdate tu buena fe —repuso el hombre.

—Estamos perdiendo el tiempo —dijo el que iba afeitado—. Vamos a encargarnos de nuestros negocios y luego nos iremos a nuestra base.

El hombre de la barba miró a Cole fijamente.

—Sólo lo voy a preguntar una vez: ¿tienes el dinero?

—Sí, lo tengo. Supongo que no te importará si lo divido por la mitad. Vosotros cogéis una mitad, nosotros la otra, nadie dispara a nadie y todos nos vamos de aquí un poco más ricos.

—Creo que preferiríamos tener todo el dinero y nosotros —dijo el hombre con sarcasmo.

—No lo hagas, Toro Salvaje —dijo Cole a su subordinado, quien había permanecido absolutamente inmóvil—. El hombre que tienes ante ti es el Demonio Jack Deveraux. Ha matado a veinte hombres, quizás veinticinco. No te enfrentes a él.

—Puedes estar más que seguro de que no lo soy —admitió el hombre de la barba—. Me llamo Barbanegra Strahan. Nunca he oído hablar de ese Deveraux.

—Es un pirata —dijo Cole—. No encontrarás a nadie más duro. Y tiene una pequeña nave de ocho hombres que probablemente haría volar vuestra nave por el éter.

—No ha sido creada la nave de ocho hombres que pueda dañar la
Estrella del Sur
en batalla.

—¿Tan formidable es esa nave? —preguntó Cole.

—Si no volvemos con el dinero, tiene la orden de volar toda la ciudad por los aires. Tardará diez minutos.

—Limítate a pagarnos nuestro dinero y dejaremos la ciudad en paz —dijo Strahan—. Hasta la próxima vez. Ahora ¿vas a pagar o no?

—Creo que no. Y esta conversación ya ha durado bastante. —Hizo un gesto casi imperceptible a Val.

Se acercó a Chadwick y le dio un súbito empujón con la cadera. No se lo esperaba y dio un bandazo hacia Jaxtaboxl, quien gruñó y abrió sus brazos para mantener el equilibrio. El hombre sin barba apuntó inmediatamente con su arma al mollutei y mientras lo hacía, Val extendió su larga pierna y le dio una patada al arma de plasma que tenía entre las manos al tiempo que Toro Salvaje se abalanzaba sobre Strahan. En un abrir y cerrar de ojos, ambos estaban en el suelo, Toro Salvaje sentado encima de uno y Val con su bota en medio de la espalda del otro.

—Una última oportunidad —dijo Cole—. ¿Me diréis dónde puedo encontrar a Gengis Khan?

—Haz lo que te dé la gana —dijo Strahan con voz áspera—. ¡No vamos a hablar!

—Puedo hacerles hablar —dijo Val.

—Olvídalo —dijo Cole—. Pon a eso dos fuera de combate —eso no quiere decir matarles— y vamos a encargarnos de los otros. Si necesitáis ayuda, Domak está en el hospital. Probablemente no os haga falta. Quizás os superen en número pero sabéis quiénes son, y ellos no tienen idea de quiénes sois vosotros. Excepto quizás por Val; la gente no olvida a una gigante pelirroja de dos metros y medio.

—Sólo mido poco más de dos metros —dijo, poniendo a los dos hombres a dormir con un par de golpes de karate en sus nucas—. Si midiera dos metros y medio, sería la dueña del universo.

—Te creo —dijo Cole. Señaló a los dos cuerpos—. ¿Cuánto tiempo estarán fuera de combate?

—Un par de horas —respondió Val—. Y por cierto, he pasado quince años en la Frontera Interior, y no hay ningún Diablo Jack Deveraux.

—Debieron informarme mal —dijo Cole despreocupadamente—. Ahora creo que es hora de que vosotros cuatro os vayáis y os ocupéis del resto del grupo de desembarco. —Se arrodilló y les sujetó las manos y los pies con esposas. —Recordad, la policía os echará una mano si la necesitáis.

—¿No vas a venir con nosotros?

—Tengo un trabajo del que encargarme —dijo Cole—. Informadme cuando hayáis cumplido vuestra misión. Y no matéis a nadie a menos que sea imprescindible.

—En nuestro calabozo sólo caben tres o cuatro, señor —dijo Chadwick.

—He hecho un arreglo con la ciudad para que les proporcione alojamiento en la cárcel local.

—No sé si lo representarán en el caso de que haya represalias de Gengis Khan —dijo Chadwick.

—No las habrá —dijo Cole—. Ahora, váyanse.

Los cuatro se fueron y Cole contactó inmediatamente con la
Teddy R
.

—¿Sí, señor? —dijo Malcolm Briggs.

—¿Dónde está Christine? —preguntó Cole.

—Su turno ha acabado, señor —dijo Briggs—. Creo que está en el comedor.

—Páseme con ella.

Un momento después tenía frente a él la imagen de Christine Mboya.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor? —preguntó.

—Voy a transmitirle una toma de audio —dijo Cole—. Quiero que la edite como le voy a indicar.

Pasó los siguientes cinco minutos diciéndole lo que quería.

—Estoy segura de que puedo hacerlo, señor.

—Tiene que sonar natural y pasar una prueba de identificación de voz.

—No debería ser un problema, señor.

—Está bien —dijo Cole—. Después de que lo haya enviado, quiero que me proporcione los códigos que me permitirán escoger cada frase en el orden que quiera, en función de lo que diga la otra parte.

—Ésa será la parte más sencilla de todo.

—Sabe… si usted tuviera un sueldo, se lo subiría.

—Gracias, señor.

Cole subió la toma de audio de todo lo que Strahan había dicho, después cortó la conexión, se dirigió al restaurante de ejecutivos del último piso a por un sándwich y una cerveza, y volvió al despacho.

No estaba preocupado por su equipo. No le habría sorprendido que Val hubiera podido liquidar a los trece enemigos restantes ella sola, y también tenía una total confianza en los otros tres, y además estaba Domak si la necesitaban (y estaba seguro de que no la necesitarían ni a ella ni a la policía). Se encontró deseando que algunas de las armas modernas dispararan con un sonoro estampido como las antiguas, así podría intentar seguir el combate por el número de disparos y la dirección de la que vinieran, pero aunque ordenó que las ventanas permanecieran abiertas no percibía ningún sonido.

Después, casi una hora más tarde, Luthor Chadwick volvió solo.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Cole.

—Hemos matado a cuatro y capturado a nueve, señor —dijo Chadwick—. Val y Toro Salvaje están escoltando a los prisioneros al calabozo y han hecho que Domak les diga a los del hospital que transfieran a los que Val dejó allí en cuanto estén lo bastante recuperados.

—¿Y qué hay de Jack?

—Recibió un disparo de plasma en la pierna, señor —dijo Chadwick—. Está en el hospital, aunque no sé si tienen algún experto en fisiología mollutei.

—¿Qué pinta tiene?

—No creo que conserve la pierna, señor.

—Está bien. Dígales a los del hospital que pasen la factura de su tratamiento y su nueva pierna a la
Teddy R
.

—¿A la
Teddy R
. y no al Cártel Apolo? —preguntó Chadwick.

—La
Teddy R
. cuida de los suyos. Y al final será lo mismo, cuando cobremos del cártel.

—¿Lo cobraremos, señor? Sé que nos hemos encargado del grupo de desembarco, pero el planeta no está más seguro ahora y nosotros no estamos más cerca de Gengis Khan de lo que lo estábamos hace una semana.

—Eso es verdad —dijo Cole—. Temporalmente.

—¿Temporalmente, señor?

—Pregúnteme de nuevo dentro de una hora. Mientras tanto, contacte con los calabozos y dígales que recojan a estos dos —concluyó, indicando a Strahan y su compañero, que estaban esposados y aún yacían inconscientes en el suelo.

Val y Toro Salvaje aparecieron unos minutos después. Cole escuchó su relato del combate.

—Está bien —dijo Cole—. Los malos están muertos o prisioneros, y el hospital está haciendo lo que puede por Jack. Supongo que es hora de ponerse a trabajar.

—Pensé que era justo lo que acabábamos de hacer —dijo Val.

—Estabais haciendo unos ejercicios preliminares —respondió Cole—. Christine ha estado preparando la siguiente fase.

—¿Christine? —dijo Val, sorprendida—. ¿Está aquí abajo?

Cole negó con la cabeza.

—No. Está en su puesto, en la
Teddy R
., haciendo lo que hace mejor. —Contactó con la nave, y la imagen de Christine apareció—. ¿Todo dispuesto?

—Sí —respondió—. Ya he descargado todo en su ordenador. Lo primero que verá serán los códigos de identificación que ha pedido.

—Gracias —dijo Cole—. Cortó la conexión y marcó los códigos en una pantalla holográfica. Cada uno de ellos tenía adjunta la lectura de las frases que quería.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Val.

—Es todo lo que Strahan dijo —respondió Cole—. Aunque no exactamente en el orden en que lo dijo.

—¡Así que por eso le hizo seguir hablando! —dijo Pampas—. ¡Lo grabó y ha reordenado todas sus palabras!

BOOK: Starship: Mercenario
2.87Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Appointment with Death by Agatha Christie
Bear No Loss by Anya Nowlan
Teflon Mafia by Howard, Alicia, Mars, Drusilla
Taste of Love by Nicole, Stephanie
Payback by Keith Douglass
Dune by Frank Herbert