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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (8 page)

BOOK: Starship: Mercenario
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—Entonces, ¿cuál es el siguiente paso? —preguntó el duque—. ¿Quieres registrar al croupier?

—No tiene mucho sentido registrarlo —replicó ella—. Lo he estado observando durante siete manos. No se las ha llevado a los bolsillos, ni siquiera a su boca u oído y nunca intentaría tenerlo en la palma de la mano mientras baraja las cartas. Si cayera sobre la mesa, sería hombre muerto cinco segundos después.

—Entonces, no entiendo… —empezó a decir el duque.

—Sé que no —dijo Val con una sonrisa—. Por eso te está robando sin que lo veas.

—¿Así pues, qué hacemos ahora? —preguntó Cole.

—Ahora estudiamos a Rompecráneos unos pocos minutos más.

—Creo que era al croupier a quien íbamos a dejar al descubierto.

—El croupier tiene un cómplice —dijo Val—, y claramente es Rompecráneos. Quiero ver sus movimientos.

—¿Movimientos? —preguntó David Copperfield.

—Ver si es diestro o zurdo, ver cómo levanta la cabeza, ver qué puedo saber de él. —Val sonrió—. La de Cole es la parte más fácil. Todo lo que tiene que hacer es poner en evidencia al croupier. Yo tengo que recuperar el dinero de Rompecráneos Morrison.

—Sería más fácil dispararle —sugirió el duque—. Yo soy toda la ley que hay en la Estación Singapore. Os perdono por adelantado.

Val, aún sonriendo, negó con la cabeza.

—Siempre pensé que yo era lo bastante buena como para ser campeona de lucha libre si me hubiera quedado en la República. Esta noche descubriremos si tenía razón.

—¿Y si no la tienes? —preguntó el duque.

—Entonces, me importará un comino lo que le hagas

—¿Antes o después de que mate a tu capitán?

—Si estoy muerta ¿a mí que más me da? —replicó Val.

—No puedo decirte lo muy conmovido que estoy por tu preocupación —dijo Cole sarcásticamente—. ¿Estamos listos para poner en marcha el espectáculo?

—Otro minuto o dos —dijo Val, estudiando a Morrison detenidamente—. Es diestro. Si saca un cuchillo o alguna otra arma que no puedo ver, será con su mano derecha.

—¿Importa con qué mano saque un arma? —le preguntó David.

—Por supuesto —respondió Val—. El primer brazo que le rompa será el derecho.

—¿Romperle el brazo? —dijo David, incrédulo—. Es tan grande como una montaña.

—Tú limítate a mantenerte alejado cuando caiga —dijo Val. Estudió a Morrison otro minuto, luego asintió—. Muy bien. Vamos a ganarnos nuestro dinero.

Cole entregó su pistola láser a Sharon.

—Por si necesitamos que alguien nos vengue —dijo, y después se volvió para seguir a Val hacia la mesa—. Estaría bien que me contaras qué se supone que debo hacer —dijo en voz baja.

—Tú sólo quédate junto a Morrison mientras le muestro a todo el mundo cómo están haciendo trampas —dijo.

—Espero que no creas que voy a luchar contra él.

—No. Pero es él quien tiene el dinero, así que no queremos que se nos escape. Tú apúntale en la espalda con una pistola láser o un arma de plasma hasta que yo acabe con el croupier. A partir de ahí, yo me encargo, aunque si quisieras desarmarle, lo consideraría un favor personal.

—Lo desarmaré —dijo Cole—. ¿Qué sabes del croupier que no muestran las cámaras holográficas?

—Sé que está haciendo trampas. Sé que no se trata de una baraja marcada, porque no ha existido baraja que estuviera marcada que yo no pudiera detectar, por tanto sé que tiene que estar usando un espejuelo.

—Pero las cámaras no pueden mostrarlo, y estoy seguro de que registran a todos los croupiers cuando salen a escena y cuando la noche acaba, o incluso cuando hacen una pausa.

—Yo también estoy segura.

—Entonces, repito: ¿qué crees que sabes?

—Eres un tío listo —dijo—. Lo debes de estar imaginando.

—Sólo se me ocurre una cosa —dijo Cole—. Y si te equivocas, vas mutilarlo.

—¿Lo ves? —dijo Val con otra sonrisa—. Ya sabía que te lo imaginarías.

—¡Oh, mierda! —murmuró Cole—. ¡Más vale que tengas razón, maldita sea!

Para entonces, ya estaban en la mesa.

—¿De vuelta a por más? —preguntó el croupier afablemente mientras Cole bordeaba la mesa y se colocaba directamente detrás de donde Morrison estaba sentado.

—No —dijo Val—. No me gusta que me tomen el pelo más de una vez por noche.

—Nunca hay razón para ser una mala perdedora, señora —dijo el croupier.

—No hay razón para ser una perdedora —respondió val—. Has estado haciendo trampas durante toda la semana, tú y tu compinche.

—Señora, si se pone así, voy a tener que llamar a los de Seguridad.

—Llámalos —dijo Val—. Eso me ahorrará trabajo. Después de todo, vamos a tener que enjaularte.

—¡Ya es suficiente! —prorrumpió Morrison.

Cole presionó el cañón de su pistola de plasma contra su espalda.

—Tú relájate —dijo en voz baja—. No te vuelvas y mantén tus manos sobre la mesa.

—¿Es un robo? —preguntó Morrison, con la vista el frente.

—No, es el final de un robo —respondió Cole mientras quitaba la pistola láser y sónica al hombretón.

—Nadie está robando a nadie —dijo el croupier.

—En eso tienes razón —admitió Val—. ¿Cuánto tiempo creías que podrías salirte con la tuya?

—¡No me estoy saliendo con la mía en nada! —exclamó el croupier.

—Ya no —corroboró Val—. Pero tengo que admitir que es el espejuelo mejor escondido que he visto jamás.

El croupier levantó las manos, con las palmas hacia arriba.

—¿Ves algún espejuelo? —preguntó. Miró a al corro de gente que se estaba congregando—. ¿Alguien ve un espejo? ¿Quieres que me suba las mangas?

—¿Para qué molestarse? —dijo Val—. No está en tus mangas.

—Entonces, ¿dónde crees que está? —le espetó.

—Lo estoy viendo —dijo Val.

—¿De qué estás hablando?

—¡De esto! —dijo, agarrándole con fuerza la muñeca izquierda.

—¡Me estás haciendo daño! —gimió el croupier.

—No te preocupes —dijo Val—. Lo que voy a hacer ahora te va a doler muy poco.

De repente, tenía un cuchillo en la otra mano y antes de que nadie se diera cuenta de lo que estaba haciendo, colocó la mano izquierda del croupier sobre la mesa y le cortó el pulgar con un cuchillo.

—¿Alguien ha visto sangre? —dijo triunfalmente.

No había.

—Echad un vistazo —dijo, levantando el pulgar prostético para que todos lo vieran. Soltó la mano del croupier y retiró la piel del dorso del pulgar, revelando un pequeño espejo. Después cogió una carta de la mesa y volvió a colocar la piel artificial en su sitio con el borde del cartón.

—Un truco limpio ¿verdad? —dijo—. Que alguien lo sujete mientras mantengo una pequeña conversación con su compinche. —Se acercó a Morrison y se plantó a su lado—. Devuelve todo lo que has ganado desde que llegaste a la Estación Singapore y te puedes ir. Nadie te detendrá.

—Tampoco nadie me va a detener ahora —gruñó.

—Estaba esperando que dijeras eso —dijo Val. Y le asestó un formidable puñetazo que hizo caer al hombre de la silla y lo tiró al suelo—. Atrás, Cole —dijo—. Lo sacaré de aquí.

Cole se echó atrás mientras Morrison se ponía en pie.

—Reza una plegaria cortita a tu dios —dijo Val—, porque no vas a vivir bastante para rezar una larga.

Él le lanzó un golpe, uno que la hubiera decapitado en caso de haberle dado. Ella se agachó, se adelantó, fintó hacia su ingle y en el momento en que él se dobló para protegerse, le hincó un dedo en el ojo. Morrison aulló de dolor, levantó una mano para cubrirse el ojo, y mientras lo hacía, ella le descargó un fuerte golpe en su rodilla izquierda. El gigantón volvió a bramar, la golpeó en el hombro de refilón. Consiguió una nariz rota. Y mientras avanzaba hacia ella y extendía ambos brazos para agarrarla, Val le asestó un patadón en su ingle.

Morrison cayó de rodillas, recibió cuatro puñetazos más en la cabeza. Un corte en la garganta lo dejó boqueando y jadeando, tratando de respirar. Otro golpe demolió lo que le quedaba de nariz y cayó de bruces en el suelo.

Val le dio la vuelta, registró sus bolsillos, extrajo un gran fajo de billetes, volvió a ponerlo boca abajo y sacó una pistola láser en miniatura que guardaba a la altura de los riñones. Finalmente, se irguió.

—Se ha abandonado y y ya no está en forma —dijo con desprecio—. Demonios, Toro Salvaje se lo habría cargado con la misma facilidad.

Val dio media vuelta y empezó a dirigirse de vuelta hacia la mesa del duque mientras la multitud se abría ante ella, mirándola con una mezcla de asombro y miedo.

Cole se volvió hacia los jugadores que se habían congregado.

—Estos hombres son vuestros —dijo—. Pero creo que ya hemos tenido bastante violencia por aquí.

Algunos arrastraron al inconsciente Morrison hacia una salida, otros al aterrorizado croupier.

—Van a matarlos —dijo Sharon cuando Cole y Val llegaron a la mesa.

—Probablemente —admitió el duque—. Después de todo, esto es la Frontera. No habrá abogados parlanchines que los libren del asunto basándose en tecnicismos.

—A su modo es justicia —dijo David Copperfield—. Ciertamente, Rompecráneos Morrison habría matado a la Valkiria si hubiera podido.

—No tuvo la menor oportunidad —dijo Cole.

—¿No estabas preocupado?

—La he visto en acción.

—Basta de charla —dijo Val—. Hablemos de negocios.

Puso los billetes en la mesa y empezó a repartirlos. Cuando acabó, le tendió la mitad a Cole.

—Un poco más de seiscientos mil —anunció—. No está mal para un trabajo exprés.

—¡Eres una mujer excepcional! —dijo el duque, entusiasmado—. Podrían haber mantenido este chanchullo durante semanas, y, desde luego, yo no estaba por desafiar a Rompecráneos Morrison. ¿Cómo podré agradecértelo?

—¿En serio? —preguntó Val.

—Absolutamente —dijo el Duque—. Soy demasiado viejo y tengo demasiadas partes artificiales para ofrecerte una sincera reverencia de cortesía, pero trata de imaginártela.

—Vale —dijo Val—. Quiero mi propia nave.

Capítulo 9

—Es bastante simple —explicó David Copperfield cuando se reunió con los oficiales de más rango de la
Teddy R
.—. Debería llevarnos una semana, dos a lo sumo, y tendremos un millón de libras del Lejano Londres.

—¿Cuánto es en dinero real? —preguntó Forrice.

—Unos dos millones de créditos de la República, casi medio millón de dólares Maria Theresa —dijo Copperfield—. Y si Olivia Twist se lo trabaja bien, puede acabar teniendo su propia nave.

—¿Por qué no me sigues la corriente y me llamas Val? —dijo.

—Querida, desde que te conozco, has tenido once nombres diferentes —respondió David Copperfield—. ¿Por qué no sigues tú la corriente a un hombre anciano y me dejas que te llame con el nombre que más me place?

—Ahórrate el rollo, David —dijo Val—. Probablemente no eres un anciano, sin duda no eres un hombre y ese nombre sólo fue usado una vez, por Cole, no por mí, únicamente para poder acceder a tu despacho.

—Detalles, detalles… —replicó Copperfield.

—Ve al grano —dijo Cole.

—El Cártel Apolo exporta todas las gemas que se extraen de cualquier mundo en un radio de veinte años luz de Bannister II —dijo Copperfield. Suspiró profundamente—. Les podrían haber dicho que no se instalaran allí.

—¿Por qué no? —preguntó Forrice.

—Porque está justo en medio del territorio controlado por un señor de la guerra muy menor que ha adoptado el nombre de Gengis Khan, quien controla Bannister II y sus sistemas vecinos con puño de hierro. Lleva allí cinco años más que ellos, así que difícilmente es una sorpresa que les esté causando problemas.

—¿Es humano? —preguntó Cole.

—Con un nombre como Gengis Khan debería serlo —dijo Christine.

—No apuestes por ello —dijo Cole—. Ahí fuera cambian de nombre igual que nosotros cambiamos de camisa.

—Pero su nombre… —insistió Christine.

—¿David es humano? —interrumpió Cole.

—Soy humano donde cuenta —dijo Copperfield con dignidad.

—Vale —dijo Cole—, pero mejor no aclares dónde cuenta. —Luego—. Así pues, ¿Gengis Khan es un hombre?

—A decir verdad, no tengo la menor idea de la raza a la que pertenece —dijo Copperfield—. No conozco a nadie que lo haya visto nunca.

—Está bien —repuso Cole—. Alguien o algo llamado Gengis Khan piensa que posee el sistema Bannister y el Cártel Apolo quiere que se largue. Eso explica por qué quieren a la
Teddy R
. Pero eso… ¿cómo va a conseguir una nave para Val?

—Khan envía un representante una vez por semana para recoger lo que creo que podríamos llamar una extorsión —dijo Copperfield—. Este representante viaja sin refuerzos o guardaespaldas, porque nadie en el sistema osa alzarse contra Gengis Khan. —Dedicó una sonrisa a Val.

—Demasiado fácil —dijo Cole—. Nadie va a pagarnos un millón de libras por matar a un solo hombre, a menos que sea el propio Gengis Khan.

—Por supuesto que no —dijo Copperfield—. Estaba respondiendo a tu pregunta sobre el reemplazo de la llorada nave de nuestra querida Olivia. En cuanto a ganar el millón de libras, eso requerirá la eliminación de Gengis Khan y sus seguidores —¿o debería decir su horda?— como amenaza para el Cártel Apolo.

—¿Cuántas naves tiene y dónde están situadas? —preguntó Cole.

—No lo sé —dijo Copperfield, encogiéndose de hombros elocuentemente.

—Pregúntale al Duque Platino —dijo Cole.

—Es sólo un intermediario —respondió Copperfield—. El encargo lo ofrece el Cártel, y deduzco que nunca han visto al autoproclamado emperador Khan, y menos aún su cuartel general.

—David —dijo Cole— ¿cómo sé que ésta no es otra misión que parece fácil hasta que nos damos cuenta de que el enemigo tiene veinte naves totalmente equipadas con torpedos de plasma?

—Verdaderamente no lo sé, mi querido Steerforth —dijo Copperfield—. Simplemente estoy explicando la oferta. Mi trabajo es informar de ellas, ponernos en contacto con las oportunidades. Eso no implica que tengas que aceptarla.

—Vale, David —dijo Cole—. Déjame pensarlo un minuto.

—No me gusta cómo suena —dijo Forrice—. Cada vez que vamos a ciegas, nos encontramos con que nos enfrentamos a una fuerza mayor que la que habíamos esperado.

—Estoy con Forrice —intervino Sharon Blacksmith, quien había estado en silencio hasta ese momento—. Además, necesitamos a Val justamente aquí, en la
Teddy R
.

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