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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (7 page)

BOOK: Starship: Mercenario
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—¿Eso es lo que pretende, señor? —preguntó Pampas.

—Absolutamente, Toro Salvaje —dijo Cole—. Si salen a la carrera, deles fuerte. Lo mismo si nos disparan. Esperemos que no sean tan estúpidos.

—Acaban de enviar una transmisión al sistema Djamara, señor —anunció Domak—. La he bloqueado.

—Bien. Ahora vamos a darles un poco de tiempo para que consideren su posición.

Contactaron con ellos tres minutos después. La imagen de un hombre corpulento, de cabello cano, apareció delante de todos los transmisores de la
Teddy R
.

—Soy Forian Bellisarius, capitán de la
Carnívora
—dijo el hombre—. No tengo otra opción más que aceptar sus términos.

—Una sabia decisión, capitán —dijo Cole—. ¿De cuántos hombres consta su tripulación?

—Veinticuatro.

—¿Pueden acomodarse en sus lanzaderas?

Bellisarius asintió.

—Doce y doce.

—¿Sus lanzaderas tienen bastante combustible para alcanzar el sistema Manitoba, a cuatro años luz de aquí?

—Sí.

—Bien —dijo Cole—. Dos de mis lanzaderas irán a su encuentro en los próximos minutos. Tan pronto como alcancen la
Carnívora
, podrán irse.

—¿Y podemos llevarnos nuestras armas de mano?

—Tiene mi palabra, capitán.

Cole finalizó la conexión.

—Toro Salvaje, escoja un grupo de seis y vaya con la
Edith
a la
Carnívora
. Val, lo mismo con la
Junior
. Teniente Domak, vaya con un grupo u otro.

Las dos lanzaderas dejaron la
Teddy R
. al cabo de cinco minutos, y alcanzaron la
Carnívora
en otros cinco. Abordaron la nave y estuvieron vigilando mientras el capitán Bellisarius guiaba a su tripulación a sus lanzaderas y partían.

—Se han ido —informó Val.

—Vamos a asegurarnos —dijo Cole—. Quiero que Toro Salvaje y usted se dividan por la nave, y que busquen a cualquiera que haya podido quedar atrás, y cualquier regalito que puedan habernos dejado.

—¿Regalitos, señor? —dijo Pampas.

—Como una bomba —explicó Cole—. Teniente Domak, mientras nos aseguramos de que la nave es segura, quiero que mire si puede manipular su sistema de navegación y armamento para que podamos operar con él desde la
Teddy R
.

—Sí, señor —dijo Domak, cuadrándose.

Val y Pampas informaron diez minutos después de que la nave era segura. Domak, operando en coordinación con Christine y Briggs había transferido el control de la
Carnívora
al puente de la
Teddy R
. en media hora.

—Bien hecho —dijo Cole—. Quiero que todos regresen a la nave ahora mismo. —Un momento después estaba en contacto con David Copperfield—. ¿Bien? —dijo—. ¿Conseguiste lo que necesitábamos del duque?

—Sí, Steerforth —dijo el alienígena—. El rival más poderoso de la Roca es el Diablo Azul, cuyo mundo natal —bueno, el mundo en el que tiene su cuartel general— es Meritonia III.

—¡El Diablo Azul! —resopló Cole—. ¿De dónde demonios sacan esos nombres?

—Yo no correría a menospreciar ese nombre en concreto, mi querido Steerforth —dijo Copperfield—. Controla siete mundos con mano de hierro. O garra. O lo que sea. No tengo idea de si pertenece a tu raza o a alguna otra.

—Eso es indiferente —dijo Cole—. Todo lo que necesitábamos era el nombre de ese mundo. —Cortó la conexión y después contactó con el puente—. Christine, ¿está Meritonia III en nuestro cuaderno de bitácora o vamos a tener que localizar su nombre oficial?

—Déjeme comprobarlo —dijo, revisando sus datos—. Aquí está, señor: Meritonia III.

—¿A qué distancia estamos de él?

—Aproximadamente a treinta y dos años luz, señor.

—Estupendo. Envíe la
Carnívora
allí por la ruta más larga, o lo que es lo mismo, no deje que pase a menos de dos años luz de ningún otro sistema. O mejor aún, verifíquelo con el piloto, quien parece saber más de agujeros de gusano que nuestros archivos, y mire si hay alguno cerca de aquí que lleve a Meritonia III rápidamente.

—Le preguntaré, señor. —Hubo un minuto de absoluto silencio, después, la imagen de Christine volvió a aparecer—. El piloto dice que el Agujero Blaindor podría llevarla allí en menos de cinco horas, señor, si podemos encontrar un modo de entrar en él.

—Haga lo que pueda, Christine —dijo Cole—. Y cuando esté en camino, infórmeme.

Cortó la conexión y de repente se encontró mirando el rostro de Sharon. Tardó unos pocos segundos en darse cuenta de que era la directora de Seguridad en carne y hueso y no su imagen holográfica.

—Te he traído un poco de cerveza —anunció, entrando en su despacho—. Decidí que pensarías que sería muy grosero que bebieras solo, así que también he traído para mí.

—Gracias —dijo Cole—. Me vendrá bien.

—¿De verdad crees que esto va a funcionar? —preguntó.

—Debería —dijo Cole—. Lo sabremos en menos de seis horas.

—Me encantaría ver la cara de la Roca cuando descubra que acaba de atacar al Diablo Azul en abrumadora inferioridad de condiciones —dijo Sharon, riendo entre dientes—. ¿Qué crees que hará? ¿Huirá o luchará?

—Planteará batalla —dijo Cole con total convicción—. Si huye, su imperio está perdido.

—¿Nos importa quién gane?

—Realmente, no. Supongo que preferiríamos que la Roca perdiera, para tranquilizar a los mineros de Djamara, pero no importa. Si pierde, habremos cumplido con nuestro contrato, y si gana, quedará bastante tocado y estaremos esperándolo cuando vuelva a Djamara.

Ocurrió exactamente lo que Cole había predicho. La
Carnívora
estalló antes de que pudiera alcanzar la atmósfera de Meritonia III. El Diablo Azul inmediatamente declaró la guerra a la Roca de las Edades, quien corrió a Meritonia para unirse a las naves que le quedaban en una lucha contra la flota, más poderosa, del Diablo Azul.

La guerra duró veintiún minutos. Cuando acabó, la Roca de las Edades y sus cinco naves habían volado por los aires y pasado a la historia; y la flota del Diablo Azul se había visto reducida de once naves a tres.

Cole contactó con los mineros y les dijo que la crisis estaba solucionada y que la
Theodore Roosevelt
había cumplido su misión. Después contactó con el Duque Platino para informarlo de la situación y recordarle que empezara a auditar los libros de cuentas de la compañía.

—¡Es absolutamente extraordinario! —dijo el duque—. Y lo sorprendente es que lo habéis hecho sin disparar un solo tiro.

—Disparamos un único tiro —lo corrigió Cole—. No dio en el blanco, ni siquiera lo intentamos, pero sirvió.

—Sabes a qué me refiero —dijo el duque—. ¡Es simplemente extraordinario! ¿Por qué actúas con tanta calma, como si esto pasara cada día?

—No es algo que pase cada día —respondió Cole—. Pero tampoco hay que emocionarse. Hay un millón de especies, conscientes o no, en el universo. Dios dio a todas y cada una de ellas dientes y garras. Sólo unas pocas tenemos cerebro. Me parecería un crimen no usarlo.

—No me extraña que la República te quiera muerto —dijo el duque con admiración—. Eres demasiado coherente.

Capítulo 8

Dos días después, Cole, Sharon, Val y David Copperfield estaban compartiendo mesa y una ronda de bebidas con el duque en su casino de la Estación Singapore. Forrice los había acompañado sólo hasta el único burdel molario del sector y entonces se había despedido, prometiendo reunirse con ellos más tarde.

—¡Extraordinario! —repetía sin cesar el duque—. ¡Sencillamente extraordinario!

—Quizás deberíamos haberles cobrado más —sugirió David Copperfield, bromeando sólo a medias.

—No fue tan… extraordinario —dijo el duque con una sonrisa—. Pero fue un trabajo corto y agradable.

—Y ahora tú y yo deberíamos sentarnos y hablar de la próxima misión —dijo David.

—Estamos sentados —señaló el duque, secamente.

—Sin duda, no querrás discutir estas cosas en público —sugirió David.

—Si yo le digo a la gente que no se acerque lo bastante como para oírnos, se mantendrán a distancia.

—Debe de estar bien poseer un mundo —dijo Sharon—. Incluso uno artificial y totalmente metálico como éste.

—Tiene sus compensaciones —replicó el duque.

—Ya me he dado cuenta —dijo Cole.

—También tiene sus molestias —continuó el duque—. Por ejemplo, éste es mi casino. Me quedo con los beneficios, pero también tengo que cubrir las pérdidas.

—¿Has tenido pérdidas?

—Me están haciendo trampas, lo sé. Pero no sé cómo, y el caballero que me ha estado haciendo trampas seis noches seguidas es… bueno… formidable.

—¿Dónde está?

—Allá, en la mesa de cartas —dijo el Duque—. Es una cabeza o dos más alto que cualquier otro.

—Lo conozco —dijo Val, estudiando al hombre en cuestión. Se alzaba hasta los dos metros de alto, estaba bien vestido y tenía una buena musculatura, y dos armas de mano visibles. Y probablemente, alguna más que no lo era.

—¿Lo conoces? —preguntó David.

—Bueno, sé de él —dijo—. Es Rompecráneos Morrison.

—¡Lo recuerdo! —dijo Sharon—. ¿No fue el campeón de los pesos pesados del Sector Antares?

—Sí, hasta que una noche se excitó un poquito más de la cuenta en el ring y mató a su oponente, al árbitro y a tres policías que intentaron arrestarle.

—Obviamente, ya no lucha —dijo Sharon—. Me pregunto qué hará para ganarse la vida.

—Oh, sigue rompiendo cráneos —dijo Val—. Sólo que ya no lo hace en el ring.

—¿Es un matón de alquiler? —preguntó Cole.

—Eso es.

—Aquí casi todo el mundo lleva algún tipo de arma —apuntó Cole—. No sé qué bien puede hacerle toda esa fuerza y habilidades.

—No ejerce su oficio aquí —dijo el duque—. Gasta su dinero aquí… pero últimamente lo está ganando.

—¿Cómo sabes que está haciendo trampas?

—Todos los juegos de este casino dan a la casa entre el cinco y el diez por ciento, y aquél, el Kalimesh, nos da el doce por ciento. No me importa lo bueno que seas o la suerte que tengas, si vienes a la mesa de juego seis noches seguidas, tiene que haber una noche en la que pierdas.

—Parece complicado —observó Cole.

—Setenta y dos cartas, ocho palos, no hay números, todas las cartas están al descubierto, hay un croupier y de cuatro a seis jugadores —respondió el duque —. Creo que lo inventaron los canforitas, pero ha acabado siendo muy popular aquí en la Frontera, incluso entre los hombres. —Hizo una pausa—. Sólo desearía saber cómo lo está haciendo.

—Prohíbele entrar en el casino —sugirió Sharon.

—Tengo las pocas partes humanas que me quedan en demasiada estima —respondió el duque.

Val miró fijamente al Duque Platino durante un largo minuto.

—Si pruebo que está haciendo trampas, y lo pruebo ante testigos, ¿nos darás la mitad de lo que recuperemos?

—¡Absolutamente! —dijo el duque de inmediato.

—¿Nos…? —dijo Cole—. Si puedes descubrir lo que está haciendo y le haces pasar por el aro, el dinero es tuyo.

—Es probable que necesite un poco de ayuda —explicó Val—. Si es una operación de la
Teddy R
., entonces el botín debería ir a las arcas de la
Teddy R
.

—¿Sabes cómo está haciendo trampas? —preguntó David Copperfield.

—Aún no —respondió Val—. Pero he frecuentado antros como éste desde que llegué a la Frontera, hace quince años. Si está haciendo trampas, lo descubriré.

Se volvió hacia el duque.

—Dame un par de cientos de dólares Maria Theresa o de libras del Lejano Londres.

El duque la miró sorprendido, en la medida en que su rostro de metal podía expresar alguna reacción.

—No veo qué está haciendo desde aquí —continuó Val—. Puedes deducirlo de lo que me deberás cuando haya acabado.

—Y si no puedes descubrirlo, es dinero perdido —dijo el duque, entregándole el dinero.

Val lo rechazó, empujándolo por la mesa.

—Si vas a ser así de tacaño, búscate a otro que te enseñe cómo te está robando.

El duque suspiró y de nuevo, le tendió el dinero por encima de la mesa.

—Si lo planteas así…

—Bien —dijo Val, mientras cogía el dinero y se ponía de pie.

Se acercó hacia la mesa en la que Morrison estaba jugando, compró algunas fichas y empezó a jugar. El croupier barajó el mazo, repartió las manos rápida y eficientemente, y después anunció las distintas cartas y apuestas. Val ganó dos pequeños botes y perdió cinco mayores, cuatro de ellos a favor de Morrison, luego volvió a la mesa del duque.

—Toma —dijo, tendiéndole unas fichas—. Recuerda que debes restarlas de los doscientos dólares.

—¿Ya lo has descubierto? —preguntó el duque.

—Sólo hay un modo de que puedan hacerlo —dijo Val.

—¿Puedan? —repitió el duque.

—El croupier está conchabado —dijo—. Morrison no puede estar haciéndolo solo.

—¿Cómo lo están haciendo?

—El croupier tiene que estar usando un espejuelo —dijo Val.

—¡Imposible! —dijo el duque—. Tengo holocámaras focalizadas en las manos de los croupiers. Si estuviera usando uno, lo habríamos descubierto.

—¿Qué es un espejuelo? —preguntó Sharon.

—Un espejo pequeñito —explicó Val—. Lo sitúa bajo la mesa y mientras reparte, Morrison echa un rápido vistazo a cada una de las cartas que se distribuyen en la mesa.

—Sé lo que es un espejuelo —dijo el duque— y te digo que nadie está usando uno. ¿Quieres comprobar los holos?

—¿Por qué molestarse? —dijo Val—. Los has revisado.

—Entonces admites que no puede estar usando un espejuelo y que has gastado doscientos dólares Maria Theresa —dijo el duque.

—No he dicho que admita nada —replicó Val—. He dicho que no veía ninguna razón para revisar los holos.

—¿Insistes en que el croupier está usando un espejuelo?

—Eso es lo que he dicho

—Si lo registramos y no lo encontramos, ¿eso te satisfará?

—Yo pensaba que querías recuperar tu dinero. Bueno, la mitad —fue la respuesta de Val.

El Duque se llevó las manos a la cabeza, exasperado.

—Estoy totalmente confuso —dijo—. Capitán Cole, trabaja para ti. ¿La entiendes?

—Estoy con Cole —dijo Val—. Yo trabajo para mí.

—Para responder a tu pregunta —contestó Cole—, encuentro que no se equivoca con mucha frecuencia. Si dice que sabe cómo están haciendo trampas, yo me inclinaría a creerla.

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