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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (14 page)

BOOK: Starship: Mercenario
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—¿Por qué crees que dejé la República? —dijo el duque sonriendo.

—Una palabra de Susan García y podríamos volver a combatir al auténtico enemigo —continuó Sharon.

—Pobre niña ingenua —dijo el duque—. La República es el auténtico enemigo. Diablos, la Federación Teroni nunca me ha hecho ningún daño. No puedo decir lo mismo de la República.

—Tampoco yo, ahora que lo pienso —añadió Pérez.

—Quejarse no va a ayudar —dijo Cole—. La República tiene una guerra que librar. No pueden perder el tiempo preocupándose por nosotros. Nunca vamos a volver, así que podríais cambiar de tema.

Hubo un silencio momentáneo, que quedó roto por David Copperfield.

—Este bistec tiene un aroma exquisito —comentó.

—¿Querrías uno? —preguntó el duque.

—¡Ay! Estoy a dieta —dijo Copperfield.

—No puedes metabolizarlo ¡eh?

—Nunca he negado mis limitaciones —dijo Copperfield con toda la dignidad que pudo reunir—, pero es extremadamente descortés por tu parte referirte a ellas.

—Si no puedes comerlo, no puedes comerlo —dijo el duque—. No te preocupes. Sólo dime qué te gustaría y haré que mi chef lo prepare.

—Me gustaría un bistec —dijo Copperfield con tono compungido—. Me conformaré con un coñac Alphard.

—Habría jurado que te vi comer bistecs a bordo de la
Teddy R
. —señaló Sharon.

—Eran de soja, hechos para parecer bistecs —dijo Cole.

—¿Lo sabías? —dijo Copperfield, sorprendido.

—Es mi trabajo saberlo todo de mi tripulación.

—Pero no soy de tu tripulación —dijo Copperfield—. Soy tu viejo compañero de escuela y tu representante.

—Eres todo eso —corroboró Cole—, pero cuando estás en mi nave, también eres parte de mi tripulación.

—Está bien —dijo Copperfield—. Puedo aceptarlo.

—No sé decirte lo aliviado que me siento.

—Vale, vale Steerforth —dijo Copperfield—. El sarcasmo descarado impropio de un inglés de pura cepa.

—Hay millones de respuestas bullendo en mi mente —dijo Cole—. En aras de la paz, me las guardaré.

De repente, el comunicador de Cole se encendió.


Se ha ido otra vez, señor
—dijo Idena Mueller, quien estaba sentada ante el ordenador del puente.

—¿Forrice?


Sí, señor
.

—¿Al burdel molario?


Eso creo, señor
.

—Bueno, qué demonios —dijo Cole—, podrían pasar años antes de que encuentre otra molaria receptiva. Vamos a darle un poco de margen.


Pero está a cargo del turno rojo, y empieza dentro de cuarenta minutos
.

—Volverá a tiempo —dijo Cole.


¿Y qué pasa si no lo hace
?

—Lo conozco desde hace veinte años, teniente —dijo Cole—. Volverá.

Cortó la comunicación.

—Tus molarios me estás haciendo rico —señaló el duque Platino.

—No tienen nada más en que gastar su dinero —dijo Cole—. ¿Eres el propietario del burdel?

—No exactamente —respondió el duque—. Te lo dije: dirijo la Estación Singapore. En términos prácticos significa que obtengo un pequeño porcentaje de casi todos los negocios.

De repente, David Copperfield se puso en pie.

—Si me disculpáis, creo que he visto a un viejo amigo al otro lado de la sala. Voy a saludarle.

—¿Tanto te debe? —preguntó Cole con una sonrisa.

—No recuerdo que el inmortal Charles te dotara de sentido del humor —respondió David con dignidad—. Por tanto, te digo que ese comentario no es divertido, sino de escaso gusto. —Hizo una reverencia a Sharon y empezó a andar entre los hombres y los alienígenas que se apiñaban alrededor de las mesas de juego.

—¿Qué pasa con él? —preguntó Pérez—. Es un alienígena, se viste como un dandy victoriano de hace tres mil años, cree que es un personaje de Dickens y que tú eres otro…

—Era el mayor traficante de la Frontera Interior —le explicó Cole—. Se enamoró de las obras de Charles Dickens, hasta el punto de que se viste de esa forma, se hace llamar David Copperfield y vivía en una mansión victoriana. De hecho, el modo más fácil para conseguir entrar en su casa fue presentarme como Steerforth, el amigo de escuela de David Copperfield. Arriesgó su vida y sus negocios por ayudarnos. Conservó la vida, pero perdió sus negocios.

—Su colección ocupa tres cabinas a bordo de la nave —añadió Sharon.

—¿Colección? —preguntó Pérez.

—De libros de Dickens —dijo—. Miles de ediciones y traducciones.

—Interesante personaje —dijo Pérez—. Creo que me va a gustar trabajar para la
Teddy R
., chicos. Oí hablar de Val cuando se llamaba la Reina de Saba. Menuda pirata era. ¿Cómo logró convencerla de que se uniera a usted, señor?

—Un cúmulo de circunstancias —respondió Cole—. Estoy seguro de que ella se lo contará, poniendo el énfasis heroico pertinente en los hechos.

—Sí —añadió Sharon—, no estaría bien que la gente supiera que el Tiburón Martillo le robó la nave mientras ella dormía la mona. Le ayudamos a recuperarla.

—Entonces, ¿por qué..?

—Quedó inutilizada —dijo Cole.

—Y lo mismo le pasó al Tiburón —añadió Sharon.

David Copperfield regresó a la mesa y se sentó.

—Ha sido una conversación breve —comentó Cole.

—Pero fructífera —dijo Copperfield.

—Déjame que lo adivine: tiene una copia encuadernada en piel de
Casa desolada
a la venta.

—No seas guasón, Steerforth —dijo Copperfield—. Además, si así fuera, ¿crees que habría vuelto sin el libro? —Se detuvo—. ¿Qué sabes de Nueva Calcuta?

—Nunca he oído hablar de ella —dijo Cole.

—Yo sí —intervino Pérez—. A unos cuatrocientos años luz de aquí, en dirección al Núcleo Galáctico.

—Es ese lugar precisamente —dijo Copperfield—. Oxígeno al noventa y siete por ciento, gravedad estándar.

—Vale, es un mundo oxigenado, hacia el Núcleo —dijo Cole—. ¿Y qué?

—Ten paciencia, mi querido Steerforth —dijo Copperfield—. Después de todo, ¿acaso el divino Charles reveló alguna vez toda la trama en la primera página?

—Al divino Charles le pagaban a tanto la palabra —dijo Cole—. A ti no. ¿Qué pasa con Nueva Calcuta?

—Hay un tipo que comercia con mercancías de propiedad cuestionable…

—Un traficante.

—Un traficante —admitió Copperfield—. Lo conocí en mi vida anterior.

—¿Tu vida anterior? —interrumpió Pérez, frunciendo el ceño.

—Se refiere a cuando él mismo era un traficante —repuso Sharon.

—Precisamente —dijo Copperfield—. En cualquier caso, Nueva Calcuta está gobernada por thugs…

—Un momento —dijo Cole—. No ha habido un thug cerca en tres milenios. No me importa que seas David Copperfield si eso te hace feliz, pero no vayas inventándote planetas basándote en Kipling.

—Oh, existe, ya lo creo —le aseguró Copperfield—. Y también los thugs. No son humanos, por supuesto, y no practican los obscenos rituales secretos de los thugs originales, al menos hasta donde yo sé. Son una raza alienígena, que en un tiempo fueron conocidos como drinn, pero adoptaron el nombre de thugs cuando descubrieron por qué Nueva Calcuta se llama así. También descubrieron que hacerse llamar thugs les reportaba mayor respeto por parte de los hombres.

—Deja que lo adivine —dijo Cole—. Tu amigo el traficante está metido en un agujero negro…

—No tengo idea de qué color es el agujero, pero el pobre hombre ha hecho algo que ha ofendido a los thugs y lo han encarcelado. Seguramente vendería su reino por un caballo y en su defecto, está dispuesto a pagar la mitad de su reino por ser rescatado. —Se inclinó hacia adelante—. ¡Casi veinte millones de créditos!

—Espera un minuto, David —dijo Cole—. Podemos tener seis naves en vez de una, pero no somos lo bastante fuertes para conquistar un planeta.

—No estoy sugiriendo que lo ataques —dijo Copperfield—. Si entras disparando a toda mecha, o los thugs te matarán o tú matarás a Quinta sin darte cuenta.

—¿Quinta es el traficante?

—Sí.

—Está bien —dijo Cole—. ¿Alguna vez has estado en Nueva Calcuta?

—Pocas veces —respondió Copperfield—. Es un mundo muy agradable, excepto por el clima, el polvo, los insectos, las enfermedades y los thugs.

—Estoy seguro de que es un planeta de dimensiones considerables, y tenemos que buscar una celda concreta en una prisión —dijo Cole—. Si decidimos encargarnos de ese trabajo, vamos a necesitar un guía. ¿Crees que puedes conducirnos hasta donde lo retienen?

—Me temo que no —dijo Copperfield.

—Creí que habías dicho que habías estado allí.

—Lo hice.

—Bien ¿y entonces? —demandó Cole.

—La última vez que estuve allí tuve que irme con bastante prisa —dijo Copperfield, incómodo—. De hecho, han tenido la audacia de poner precio a mi cabeza.

—He estado allí —dijo el duque—. No volveré, pero puedo proporcionaros un mapa del planeta, que incluye un plano de su ciudad principal, que es donde probablemente lo están reteniendo.

—Nos lo estás ofreciendo por la bondad de tu corazón… —dijo Cole.

—Por la sexta parte —dijo el Duque.

—Parece mucho sólo por un mapa.

—Vale —dijo el duque—. Encuéntralo sin un mapa, y que tengas suerte.

—La sexta parte —dijo Cole, alargando el brazo y estrechando la mano metálica del duque.

—¿De verdad vas a pagarles? —preguntó Sharon, sorprendida.

—Hay dos millones de thugs en el planeta —replicó Cole—. Sin alguna noción de dónde retienen a Quinta, ¿cuántas crees que son las probabilidades de que lo rescatemos? Además —añadió—, la parte del duque va a salir de la mitad que dejemos a Quinta, no de la nuestra.

—¡Bravo! —dijo Copperfield—. ¡Cada día piensas más como un mercenario!

—David —dijo Cole—, ve a decirle a tu amigo que si accedemos a hacerlo, va a costarle cinco sextas partes de lo que sea que tenga.

—No depende de él —respondió Copperfield—. Sólo me ha dicho, de amigo a amigo, que Quinta ha sido encarcelado. No es un agente de Quinta. Depende de Quinta y, considerando la alternativa, estoy seguro de que aceptará.

—Como para no estar de acuerdo una vez que lo hayamos liberado —predijo Sharon.

—Está bien —dijo Cole—. Pondremos a trabajar a Christine, Briggs y Domak para descubrir lo que puedan sobre el planeta y los thugs, y después tomaré una decisión.

—Irás —dijo Copperfield.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Puedo decirlo por la expresión de tu cara. Estás pensando en todo ese dinero.

—No, mi viejo compañero de escuela —dijo Cole—. Estoy pensando en todas esas naves thugs vacías.

Capítulo 17

Puesto que el rescate de Quinta iba a ser una operación encubierta que requería un grupo de desembarco más que una imponente potencia artillera desde el espacio, Cole decidió llevar sólo la
Teddy R
. a Nueva Calcuta y dejar las cinco nuevas naves en la Estación Singapore para que actualizaran su armamento y sus defensas. Transfirió temporalmente a Val y Toro Salvaje a la
Teddy R
., dejó a Pérez a cargo de las otras naves, con instrucciones para probar sus nuevas capacidades cuando el reequipamiento hubiera finalizado. Después, la
Teddy R
. partió hacia Nueva Calcuta. El planeta se las traía.

Los nativos humanoides habían permitido a los hombres colonizarlo lo suficiente como para aprender su lenguaje, aprender a leer sus libros y ordenadores, y aprender a usar sus armas. Después masacraron a la colonia entera.

Eso había sucedido cuatrocientos años antes. En algún momento desde entonces decidieron que podrían asustar a los humanos y evitar que los recolonizaran llamando a su mundo Nueva Calcuta y a sí mismos thugs, aunque nadie sabía muy bien qué tenían contra los humanos. Al final, fuera lo que fuese, se extendió a los canforitas, a los sets, a los domarios, a los lodinitas y a media docena de razas más, todas rápidamente agredidas y masacradas cuando pusieron el pie en tierra.

Los thugs no tenían sueños de conquista en lo referente a su sistema solar o a la galaxia en general, pero había cinco continentes en Nueva Calcuta y el gobierno de cada uno de ellos estaba constantemente en guerra con los otros cuatro. Fue entonces cuando decidieron que comerciar con seres cuyo armamento hubiera mejorado a lo largo de los últimos cuatro siglos podría ayudarles a vencer a sus enemigos, y así, cada país permitió que uno o dos comerciantes o traficantes permanecieran en tierra lo bastante como para entregar nuevas y más mortíferas armas. El planeta no tenía nada de mucho valor para los foráneos, pero era endémico del planeta un tipo de molusco que producía una perla de dieciséis caras geométricamente perfecta y que era muy buscada por los joyeros de la República y de la Frontera Interior.

—Y eso es lo que hay, señor —dijo Briggs al concluir su breve historia de Nueva Calcuta—. Como han estado cerrados al comercio y la inmigración durante más de cuatrocientos años, casi no sabemos nada sobre cómo ha evolucionado su sociedad, ni sobre la situación política actual, salvo que hay cinco grandes naciones, que no se gustan mucho entre sí, y que los intrusos aún les gustan menos. —Se detuvo—. Ni siquiera sabemos si hablan y entienden el terrestre.

—Hubo un tiempo en que sí —hizo notar Val.

—Sí, pero los lenguajes cambian y evolucionan. Incluso si comprenden el terrestre, podría ser una forma muy arcaica. O podrían no entenderlo en absoluto. Al fin y al cabo, allí no ha habido un colono durante siglos.

—¿Y qué me dices del bribón de David?

—No es humano —dijo Copperfield—. Humanoide, sí, pero humano, no. Es un thrale: el número correcto de brazos y piernas y todo eso.

—¿Es eso lo que eres tú? —preguntó Briggs.

David Copperfield se irguió en toda su poco impresionante altura.

—Yo, señor, soy un caballero británico —dijo con arrogancia.

—Lo que David sea o no sea no es ahora materia de discusión —dijo Cole—. Lo que necesitamos saber, en primer lugar, es dónde está ese tal Quinta. Supongo que el Duque Platino no nos ha proporcionado esa pequeña exquisitez informativa. —Se volvió hacia Copperfield—. ¿Tu amigo te dio alguna pista… lo que sea?

—No —respondió Copperfield.

—Bueno, estamos seguros de que no vamos a invadir las cinco naciones en guerra buscándolo a ciegas —dijo Cole—. Por cierto, lo que a todo el mundo se le ha pasado por alto es que todavía no tenemos un maldito doctor a bordo.

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