¿Era como tú?
—No. Era una de esas personas que caen bien al instante.
Estoy segura de que a la gente le caes bien.
—No del mismo modo que ella. La gente la trataba como si fuera una hermana a quien no habían visto en mucho tiempo. Encajaba en todas partes. Una vez formó parte del equipo olímpico de tiro con arco. —Un pequeño recuerdo de mi infancia me pasó fugazmente por la cabeza—. Solía hacerme macarrones con queso cuando estaba enferma. —Es curioso, las cosas que recuerdas—. ¿Cómo era Emma? —pregunté.
Emma era cabezota y decidida. Quizá todos los chicos de dieciséis años lo son, pero ella era especialmente rebelde. Sabía lo que quería. Para mí fue difícil intentar hacerme cargo de su educación tras la guerra. No podía ser su padre y su madre. Y estaba furiosa por todo lo ocurrido. ¿Quién podría culparla? Me recuerdas a ella, un poco.
Helena no parecía ni la mitad de loca que antes.
Sentí que se me cerraban los ojos. Estaba agotada.
Buenas noches, Callie.
Aparqué en la bocacalle que estaba cerca del edificio de Michael y comprobé que no hubiera renegados en el área. Parecía despejado, pero cualquiera podría estar escondiéndose en un portal. Cogí el paquete de comida, botellas de agua y medicamentos que había comprado y salí apresuradamente del coche. Esperaba que el colgante de Helena realmente funcionara y evitara que Plenitud me siguiera el rastro.
Entré en el vestíbulo. ¿Estarían Michael y Tyler? Con aquel tipo de vida, a veces teníamos que salir corriendo. Me dirigí de puntillas hacia el mostrador de recepción para asegurarme de que no había nadie escondido, listo para atacar.
No había nadie. Todo despejado. Me di la vuelta hacia la escalera que estaba en medio del vestíbulo.
Mientras subía por la escalinata sin ventanas, caí en la cuenta de que no llevaba mi linterna de mano. Estaba demasiado oscuro para ver. ¿Cómo podía haber olvidado tan rápidamente lo que era vivir así? Avancé a tientas por el pasillo.
Entonces recordé que tenía el móvil de Helena. Lo saqué del bolso y lo usé para iluminar el camino. Cuando llegué al final, contemplé mis opciones. ¿Estaba su habitación a la izquierda? Giré hacia allí y recorrí el largo corredor.
Un tipo desastrado salió de una puerta sujetando una barra de metal. El corazón me dio un vuelco hasta que me di cuenta de que estaba tan sorprendido por mi aspecto pulcro como yo lo estaba por verlo a él tan desaliñado. No ves a gente limpia y bien vestida en oscuros edificios ocupados.
—Soy una amiga —dije—. He venido a ver a Tyler y a Michael.
Me indicó el final del pasillo.
—Gracias.
La última vez que había estado allí había sido casi dos semanas atrás, cuando Tinnenbaum había permitido que Rodney me escoltara. Pero parecía que había pasado toda una vida. Al entrar, vi que habían hecho cambios. Habían movido los muebles y recogido más cosas. Parecía más hogareño. Había un trozo de tela amarilla sobre la mesa y un jarro con flores acrílicas. Había más trozos de tela sobre las ventanas, lo que daba un apagado brillo dorado a la habitación.
—¿Tyler? —llamé.
Rodeé el fortín. Estaba allí sentado, y había una chica inclinada sobre él. Tiré la mochila al suelo.
—¿Qué estás haciendo? —exclamé. Mi tono era acusador.
La chica volvió la cabeza hacia mí.
—Sólo le estaba dando un poco de agua. ¿Algún problema?
La reconocí. Florina. La chica que Michael me había presentado justo cuando me iba al banco de cuerpos. Parecía que estaba a punto de tirarme aquel vaso a la cabeza, pero Tyler me llamó por mi nombre. Corrí y me arrodillé delante de él, lo rodeé con mis brazos y lo abracé.
—Te he echado mucho de menos. —Acaricié su suave cabello.
—Has vuelto —dijo—. Por fin.
Lo aparté para mirarlo a la cara.
—Ojalá fuera así, pero ya queda poco.
—Dijiste eso la última vez.
—Lo sé, Ty, pero esta vez casi hemos acabado.
—Puedes ser un poco más paciente, ¿verdad, amiguito? —intervino Florina.
¿Qué estaba haciendo, entrometiéndose de aquella manera?
—Ésta es Florina. —Tyler inclinó la cabeza hacia ella.
—Nos conocimos antes de irme. ¿Dónde está Michael?
—No estoy segura. —Miró al suelo.
Un malestar cosquilleó en mi estómago. Pero lo ignoré porque Tyler estaba allí, jugando con mi mano.
—Tengo una sorpresa para ti.
—¿Qué? —preguntó.
—Si te lo digo no será una sorpresa.
Protestó con un gemido.
—¿Cómo te encuentras? —Le retiré el pelo para poder ver sus ojos castaños.
Parecía pálido, pero era difícil decirlo bajo aquella tenue luz amarilla.
—Hemos tenido algunos días duros —dijo Florina.
Así que Florina había estado cuidando de él durante un tiempo.
—¿Ahora estás bien? —le pregunté.
Asintió y me pellizcó el brazo.
—Te has engordado. —Tiró del colgante de Helena que llevaba al cuello.
—No toques esto. Mira, te he traído tu comida favorita. —Alcé las cejas, dirigiéndome a Florina—. ¿Y cuánto tiempo lleva fuera Michael?
—Anoche no vino a casa —respondió Tyler.
No era propio de Michael. No quería preguntar lo obvio delante de Tyler, pero Florina y yo intercambiamos miradas. ¿Lo habían capturado los policías?
—Tuvimos una pequeña bronca —dijo—. Se fue hecho una furia.
—Entonces tal vez se esté calmando por ahí. —Había infinitas posibilidades.
Quizá había acudido a alguien que conocía, quizá le habían dado una paliza y estaba tirado en un callejón. Quizá…
—¿De qué estuvisteis discutiendo?
—Nada importante.
—Entonces, ¿por qué no lo seguiste? —le pregunté—. ¿Lo has buscado, al menos?
Negó con la cabeza. Después señaló a Tyler con los ojos. Me di cuenta de que no podía haber ido tras Michael porque Tyler se habría quedado solo. Me sentí como una idiota por haberla tratado antes con tanta frialdad.
—Te agradezco que te quedaras aquí por mi hermano —dije—. Significa mucho para mí.
—Por supuesto. Ahora somos viejos amigos, ¿verdad, Tyler? —Le acarició el pelo.
—Jugamos a muchas cosas —dijo Tyler.
—Apuesto a que siempre te gana —bromeé.
—Qué va. Yo la gano siempre.
Después de que Tyler y Florina acabaron con el pequeño festín de queso, fruta y emparedados que había traído, Florina y yo nos sentamos en la escalera para hablar en privado. Desde este punto podíamos ver si alguien entraba en el edificio, por lo que nos sentíamos seguras a pesar de haber dejado a Tyler. Y con aquel amigo desaliñado en nuestro piso, Tyler tenía alguna protección.
—La semana pasada Tyler tuvo fiebre —dijo Florina—. Pudimos comprarle analgésicos para niños. Michael tenía algo de dinero escondido.
Debía de ser el dinero que le había dado a Blake para que se lo entregara.
—A pesar de todo, estaba mal. Me quedé cambiándole los paños fríos que le ponía en la frente porque se calentaban al instante.
—Tengo que sacarlo de aquí, esta noche. —Me llevé las manos a la cabeza.
—¿De verdad? ¿Adónde vais a ir? —Florina se irguió.
—A un hotel. Ven tú también.
—Pero dijiste que no habías acabado. ¿De dónde has sacado el dinero?
—Tengo un adelanto. —Eso era más o menos cierto—. Cuando Michael vuelva, puede unirse a vosotros.
Aquello le pintó una sonrisa en la cara.
—Le dejaré un mensaje.
Parecía como si fueran algo más que amigos. En total, había estado fuera durante casi tres semanas. Podían haber pasado muchas cosas en aquel tiempo: sólo había que vernos a Blake y a mí. Sentí una punzada. Estaba un poco celosa, pero sabía que no tenía ningún derecho a estarlo.
Volvimos al interior y empaquetamos lo más importante. Tyler se había rehecho debido a la comida y a mi presencia, así que nos ayudaba. Cogió las cosas que deseaba llevarse y las metió en una bolsa de lona.
—¿Adónde vamos? —preguntó Tyler.
—A un sitio bonito donde tendrás una enorme cama blandita y una pantalla holográfica y un montón de chocolate caliente.
—¿No es broma? —Abrió mucho los ojos—. ¿De verdad? ¿Cuánto podremos quedarnos?
—No estoy segura. Depende.
—¿De qué?
—De lo bien que te portes. —Fui hacia él y le hice cosquillas hasta que se dobló de risa, rogándome que parara.
—¿Deberíamos coger las cantimploras? —preguntó Florina.
Negué con la cabeza.
—¿Seguro? —preguntó alzando las cejas.
—Vale, sólo por si acaso —asentí.
Recogimos las cosas en silencio mirando nuestras escasas posesiones. Florina estaba de pie, con las manos en las caderas, preguntándose si valía la pena llevarse sus recuerdos. Después cogió algo que me llamó la atención. Era un retrato de ella pegado a una cartulina.
Sabía quién lo había dibujado.
Me di la vuelta antes de que se diera cuenta. Hubo un momento en que todo quedó paralizado, pero entonces me obligué a dar un paso atrás y no caer en el abismo de la autocompasión. Era un lugar al que me negaba a ir.
Los tres bajamos la escalera con nuestras mochilas. Dos starters más jóvenes estaban apoyados en el coche. Les hice un ademán para que se fueran, miré a mi alrededor para asegurarme de que no había nadie más rondando, y abrí el maletero.
—¿Un coche? —exclamó Tyler.
Me puse un dedo sobre los labios para que se callara. Quería salir de allí sin tener que esquivar enemigos. Había venido con el coche de Emma, el menos llamativo.
—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Florina.
—¿De verdad que puedes conducirlo? —preguntó a su vez Tyler.
Cerré el maletero y los apremié para que subieran.
—Me lo prestan en el trabajo —mentí, tras cerrar las puertas.
—Vaya, ese sitio parece muy chulo —comentó Tyler.
Mientras los cinturones de seguridad giraban alrededor de sus hombros, expresaron su admiración con gritos de asombro. Aunque éste era el coche menos ostentoso de Helena, tenía los últimos adelantos. Desde el asiento trasero, Tyler toqueteó todos los botones que pudo alcanzar.
—¿Qué hace esto? —preguntó, pulsando un botón a su lado.
—Abriría la puerta, pero tengo puesto el seguro para niños —dije, mirándolo por el retrovisor—. Porque está claro que hay un niño en el vehículo. —Le saqué la lengua y respondió con la misma moneda.
»Copión —dije.
—Cara de mono —replicó.
Encendí el motor y nos pusimos en marcha.
—Mira. ¡La mona está conduciendo! —bromeó Tyler.
En el hotel, Tyler y Florina se quedaron mirando el lujoso vestíbulo y sus gigantescos arreglos florales. Helena no nos había decepcionado: nos había llevado a un hotel de primera categoría. El recepcionista nos miró con extrañeza: todos menores, uno aparentemente rico, acompañado por dos golfillos con equipajes zarrapastrosos. Pero pregunté por la gerente, una conocida de Helena, y todo resultó sencillo. Le mostré mi carnet de identidad con el nombre de Callie Winterhill, explicándole que era una sobrina-nieta de Helena. Estuvo encantada de coger mi dinero y darnos una habitación en la decimoquinta planta.
Cuando abrí la puerta, Tyler se quedó pasmado. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado en una habitación tan lujosa. Era enorme, con dos camas de matrimonio y un sofá abatible que se convertía en una tercera cama.
—Michael puede usar el sofá —dijo Tyler—, porque no está aquí para pedirse una cama. —Florina y yo intercambiamos una mirada.
—Si aparece —dijo ella entre dientes.
Tyler cogió un tarro de frutos secos que había en una mesa.
—¡Frutos secos! —exclamó.
—Hay más que eso. Mira. —Abrí el minibar.
—¡Yuju! —gritó, cogiendo una Supertrufa.
Florina se acercó y le pasé una bolsa de patatas fritas y un refresco de soda.
Engulló la soda y se abalanzó sobre las patatas.
—Me pido la cama del lado de la ventana —dijo Tyler con la boca llena.
—Un minuto, colega. Primero un baño.
—¡Con burbujas! —exclamó.
Después de su baño, Florina se dio una larga ducha. Tyler parecía tan delgado en ropa interior que me asusté. Retiré el edredón, blanco y limpio, y lo metí en la cama, arropándolo.
—Es tan blando, que me parece estar flotando —dijo.
—Ni se te ocurra moverte. —Le pellizqué la nariz. Ver su cabecita contra aquellas mullidas almohadas me trajo recuerdos de cuando éramos niños, en nuestras habitaciones, en nuestras propias camas, con lámparas infantiles y peluches y padres que venían a darnos el beso de buenas noches.
Era un mundo que había abandonado hacía mucho tiempo, pero Tyler aún tenía la oportunidad de volver. Sentí un vacío en el corazón. No pude contener las lágrimas que vinieron a continuación.
—Hey, Callie. Esto es bueno.
Me cogió la mano con la suya. Estaba tan huesuda…, pero se la apreté con fuerza —Realmente bueno —asentí.
Dejarlos fue más duro de lo que había previsto. Esperaba volver a ver a Tyler pronto. Y ya no tener que dejarlo otra vez. Si Helena cumplía su promesa de pagarme y darme una casa, mi hermano y yo seríamos una familia, juntos de nuevo.
Le encontraría un buen médico y mejoraría día a día. Siempre imaginaba que Michael vendría con nosotros, pero quizá no querría, ahora que él y Florina estaban tan apegados. No parecía justo. Me había ido para ganar dinero. Michael y yo aún no habíamos tenido ocasión de ver hasta dónde podía llegar nuestra relación.
Puesto que, probablemente, había perdido a Blake para siempre, pensar en perder también a Michael era imposible de aceptar.
Le di a Florina suficiente dinero para pagar tres noches de hotel y un extra para cubrir el servicio de habitaciones. También metí un poco de dinero en la bolsa de Tyler. Quería que me quedara más tiempo, pero era consciente de que el reloj seguía avanzando y que Helena necesitaba mi ayuda. Pude irme sin montar una escena cuando Tyler cayó dormido tras el atracón de comida del minibar.
Mientras esperaba a que viniera el aparcacoches del hotel, Helena volvió a mi cabeza y planificó nuestro siguiente movimiento.
Necesito que hables con una chica que quizá tenga alguna información sobre Emma.
—¿Dónde está?
En un sitio al que no vas a querer ir.