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Authors: Lissa Price

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

Starters

BOOK: Starters
5.92Mb size Format: txt, pdf, ePub
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Callie perdió a sus padres cuando las guerras de las Esporas aniquilaron a todos los que tenían entre 20 y 60 años. Ahora es una starter, una adolescente que vive en la calle como una vagabunda y lucha por sobrevivir. Su única esperanza es Destinos de Plenitud, una inquietante empresa que contrata a adolescentes para que alquilen sus cuerpos a los enders, ancianos que quieren volver a ser jóvenes. Callie se hace donante, pero el neurochip que lleva en la cabeza se estropea y despierta en la ostentosa y lujosa vida de la ender que ha alquilado su cuerpo. Es una vida de cuento… hasta que descubre que los planes de Destinos de Plenitud son más siniestros que la peor de sus pesadillas.

Lissa Price

Starters

ePUB v1.1

Siwan
15.07.12

Título original:
Starters

Lissa Prince, marzo de 2012.

Traducción: Isabel Clúa Ginés

Editor original: Siwan (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

Para Dennis, que siempre creyó

Capítulo 1

Los enders me daban grima. El portero me mostró una fugaz sonrisa ensayada al dejarme pasar al banco de cuerpos. No era tan viejo, tal vez ciento diez años, pero aun así, me hacía estremecer. Como la mayoría de los enders lucía el pelo plateado, una especie de falsa manifestación de su edad. Dentro, el espacio ultramoderno, con sus altos techos, me hizo sentir pequeña. Avancé por el vestíbulo como si me deslizara por un sueño, mis pies apenas tocaban el suelo de mármol.

Me señaló a la recepcionista, que tenía el pelo blanco y los labios pintados con una espesa capa rojo mate que se pegaba a sus dientes cuando sonreía. Allí, en el banco de cuerpos, tenían que ser amables conmigo. Pero si me hubieran visto en la calle habría sido invisible, olvidado que había sido la primera de la clase cuando estaba en la escuela. Tenía dieciséis. Para ellos, era un bebé.

Los tacones de la recepcionista repiquetearon y reverberaron en aquel espacio desnudo mientras me conducía a una pequeña sala de espera, vacía excepto por las sillas de brocado plateado que había en las esquinas. Parecían antiguas, pero el aroma químico que flotaba en el aire era de pintura nueva y fibras sintéticas. Los supuestos sonidos naturales de pájaros silvestres eran igual de falsos. Contemplé mi raída sudadera y mis zapatos desgastados. Los cepillé lo mejor que pude, pero las manchas no desaparecieron. Y como había recorrido a pie todo el camino hasta Beverly Hills bajo la llovizna de la mañana, también estaba mojada como un gato vagabundo.

Me dolían los pies. Quería dejarme caer en una silla, pero no me atrevía a dejar la marca húmeda de mi trasero en el brocado. Un ender alto apareció en la sala, interrumpiendo mi pequeño dilema de etiqueta.

—¿Callie Woodland? —Miró su reloj—. Llegas tarde.

—Lo siento. La lluvia…

—Está bien. Estás aquí. —Me tendió la mano.

Su pelo plateado parecía más blanco en contraste con el bronceado artificial. A medida que su sonrisa se fue haciendo más amplia, fue abriendo mucho los ojos, lo que hizo que me sintiera más nerviosa de lo que era usual con un ender. Estos carcamales avarientos, que estaban al final de sus vidas, no merecían que los llamaran seniors, como preferían. Me obligué a estrechar su mano arrugada.

—Soy el señor Tinnenbaum. Bienvenida a Destinos de Plenitud. —Tomó mi mano entre las suyas.

—Sólo estoy aquí para ver… —Observé las paredes que me rodeaban como si hubiera venido a inspeccionar la decoración.

—… ¿cómo funciona? Por supuesto. Es gratis. —Sonrió y finalmente me soltó la mano—. ¿Por qué no me sigues?

Extendió el brazo como si yo no fuera capaz de encontrar la salida de la sala. Sus dientes eran tan brillantes que parpadeé un poco cuando sonrió. Recorrimos un corto pasillo hasta su despacho.

—Entra, Callie. Siéntate junto al escritorio. —Cerró la puerta.

Me mordí la lengua para ahogar un grito sofocado ante la total extravagancia del interior. Junto a la pared, el agua fluía incesantemente en una enorme fuente de cobre. Por el modo en que dejaban que esta agua clara, limpia, se derramara y salpicara, una habría pensado que era gratis.

Un escritorio de cristal con luces LED incrustadas dominaba el centro de la sala, con una pantalla holográfica flotando unos centímetros por encima de él. Mostraba la fotografía de una chica de mi edad, de larga cabellera roja, que llevaba pantalones cortos de deporte. Aunque sonreía, el plano era frontal, como la foto de cuerpo entero de una ficha policial. Su expresión era dulce, esperanzada.

Me senté en una de las modernas sillas de metal mientras el señor Tinnenbaum permanecía de pie tras el escritorio, señalando la pantalla que flotaba en el aire.

—Uno de nuestros miembros más nuevos. Como a ti, un amigo le habló de nosotros. Las mujeres que alquilaron su cuerpo quedaron bastante satisfechas. —Tocó la esquina de la pantalla y la fotografía cambió, mostrando un adolescente con traje de baño y unos abdominales considerables—. Este tipo, Adam, nos la mandó.

Puede hacer snowboard, esquí, escalada. Es un tipo de alquiler muy corriente entre hombres aficionados a las actividades al aire libre que no han podido disfrutar de estos deportes durante décadas.

Oír sus palabras hacía que todo resultara demasiado real. Aquellos viejos y escalofriantes enders, con sus extremidades artríticas apoderándose del cuerpo de este adolescente durante una semana, viviendo en su piel, hizo que se me revolviera el estómago. Quería salir corriendo, pero un único pensamiento me retenía allí.

Tyler.

Me agarré al asiento de la silla con las dos manos. Mi estómago gruñó.

Tinnebaum me tendió una bandeja de peltre en la que había Supertrufas dentro de unas papelinas rizadas. Mis padres habían tenido una bandeja parecida.

—¿Te apetece una? —preguntó.

Cogí uno de los bombones gigantes en silencio. Después, recordé mis modales oxidados.

—Gracias.

—Coge más. —Hizo un ademán con la bandeja para tentarme.

Cogí una segunda y una tercera, pues la bandeja todavía estaba suspendida cerca de mi mano. Las envolví en sus papelinas y las deslicé en el bolsillo de mi sudadera.

Parecía decepcionado al ver que no me las comía, como si yo fuera el entretenimiento del día. Detrás de mi silla, la fuente borboteaba y salpicaba, burlándose de mí. Si no me ofrecía algo de beber pronto, podría llegar a verme con la cabeza bajo la fuente, sorbiendo como un perro.

—¿Me puede dar un vaso de agua, por favor?

—Por supuesto. —Chasqueó los dedos y después alzó la voz, como si le hablara a algún dispositivo oculto—. Un vaso de agua para la joven.

Un momento después, una ender con el cuerpo de una modelo entró tratando de que no se le cayera el vaso de agua que llevaba sobre una bandeja. Estaba envuelto con una servilleta de tela. Cogí el vaso y vi unos cubitos centelleando como diamantes. Hielo. Dejó la bandeja a mi lado y se fue.

Incliné la cabeza hacia atrás y dejé que la bendita agua bajara de golpe, que el frío líquido se deslizara por mi garganta. Cerré los ojos mientras saboreaba el agua más limpia que había probado desde que acabó la guerra. Cuando terminé, dejé que uno de los cubitos de hielo cayera en mi boca. Lo mordí y se partió con un crujido. Cuando abrí los ojos, vi a Tinnenbaum mirándome fijamente.

—¿Quieres más? —preguntó.

Quería, pero sus ojos me indicaron que no era eso lo que quería decir. Negué con la cabeza y me acabé el resto de cubito. Cuando volví a depositar el vaso en la bandeja, vi que mis uñas parecían aún más sucias contra el cristal. Ver el hielo derritiéndose en el vaso me recordó la última vez que había probado agua helada.

Me parecía una eternidad, pero sólo hacía un año, el último día que estuvimos en nuestra casa antes de que los policías vinieran.

—¿Te gustaría saber cómo va todo esto? —preguntó Tinnenbaum—. ¿Aquí, en Destinos de Plenitud?

Me contuve para no poner los ojos en blanco. Enders. ¿Por qué, si no, estaría allí? Le ofrecí media sonrisa y asentí.

Dio un golpecito en la esquina de la pantalla para eliminar la fotografía, y después una segunda vez para hacer surgir unos hologramas animados. El primero mostraba a una adulta recostada en un diván; la parte trasera de su cabeza había sido cubierta con una pequeña capucha. De la capucha sobresalían cables de colores que conectaban con un ordenador.

—La inquilina se conecta a la ICO (Interfaz Cuerpo Ordenador) en una sala provista de enfermeras experimentadas —dijo—. Después, cae en un sueño inducido.

—¿Como en el dentista?

—Sí. Todas sus constantes vitales son monitorizadas durante todo el viaje. —Al otro lado de la pantalla, una adolescente estaba tumbada en una larga butaca acolchada—. Te dormimos con una especie de anestesia. Completamente indolora e inocua. Te despiertas una semana después, un poco grogui pero muchísimo más rica. —Volvió a exhibir aquellos dientes.

Tuve que aguantarme para no hacer un gesto de desagrado.

—¿Qué pasa durante esa semana?

—Ella se convierte en ti. —Abrió las manos e hizo una serie de movimientos con ellas—. ¿Sabes algo de los circuitos informáticos que ayudan a los amputados a mover sus manos falsas? ¿Que se limitan a pensar en ello y se mueven? Es muy parecido a eso.

—¿Así que visualiza que ella soy yo y si quiere algo, sencillamente lo piensa y mi mano lo agarra?

—Tal y como si estuviera en tu cuerpo. Utiliza su mente para sacar tu cuerpo de aquí, y consigue ser joven otra vez. —Apoyó un codo en su otra mano—. Durante un rato.

—Pero ¿cómo…?

Señaló el otro lado de la pantalla.

—Ahí, en otra habitación, el donante, que serías tú, se conecta al ordenador mediante una ICO inalámbrica.

—¿Inalámbrica?

—Insertamos un minúsculo neurochip en la parte posterior de tu cabeza. No sentirás nada. Totalmente indoloro. Nos permite tenerte conectada al ordenador en todo momento. Entonces sintonizamos tus ondas cerebrales con el ordenador y éste os conecta a ambas.

—Conectadas. —Fruncí el ceño al tratar de imaginar dos mentes conectadas de ese modo.

ICO. Neurochip. Insertado. Esto se estaba poniendo cada vez más tenebroso.

Aquel impulso de correr estaba volviendo con fuerza. Pero al mismo tiempo, quería saber más.

—Lo sé, es todo muy nuevo. —Me ofreció una sonrisita condescendiente—. Nos aseguramos de que estás completamente dormida. La mente de la arrendataria toma el control de tu cuerpo. Responde una serie de preguntas que le formula el equipo para asegurarse de que todo va como es debido. Después, es libre para irse y disfrutar de su cuerpo alquilado.

El diagrama mostraba gráficos del cuerpo alquilado jugando al golf, al tenis, buceando.

—El cuerpo conserva su memoria muscular, así que será capaz de practicar cualquier deporte que tú hayas practicado. Cuando se acaba el tiempo, la arrendataria trae al cuerpo de vuelta. La conexión se cierra siguiendo la secuencia apropiada. A la arrendataria se le retiran los medicamentos que le inducen el sueño.

A ti, a la donante, se te restauran las funciones cerebrales completas a través del ordenador. Te despiertas en tu propio cuerpo como si hubieras dormido varios días.

—¿Y si me pasa algo mientras ella está en mi cuerpo? ¿Haciendo snowboard, paracaidismo? ¿Qué pasa si me hago daño?

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