—Querrás ducharte, supongo. Y aquí tienes ropa para cambiarte. Ésta ya la has llevado demasiado.
—¿Dónde está mi ropa?
—Cielo, la quemamos en el mismo momento en que te la quitaste. Puedes quedarte ésta.
—¿Y qué pasa con mi linterna de mano?
Doris abrió un cajón. Sacó la linterna y la sostuvo tocándola con el menor número de dedos posible.
—Rodney te escoltará a casa. No hace falta pararse a comer. No tendrás hambre durante horas.
—¿No? ¿Por qué?
—Ya has comido.
Era tan extraño que hubiera gente que supiera más de tu cuerpo que tú misma…
Doris me llevó a un aparcamiento subterráneo que conectaba con la parte trasera de Destinos de Plenitud. Rodney estaba plantado junto a una limusina.
Lucía un pelo corto plateado y sus músculos eran tan imponentes que el traje parecía estar a punto de estallar.
Se dio cuenta de que llevaba una linterna de mano.
—No vas a necesitar eso —dijo—. Tengo una megaantorcha.
Me puse la linterna de todos modos. Me hacía sentir bien notar, de nuevo, su solidez en mi muñeca.
—Ella es responsabilidad tuya —le advirtió Doris—. Tráela de vuelta no más tarde de las diez.
—Sí, señora. —Abrió la puerta trasera para que entrara, y me metí dentro.
Rodney se situó en el asiento del conductor. Doris miró cómo nos marchábamos.
Me di cuenta de que había un recipiente con comida en el asiento que tenía a mi lado.
—Es para tu hermano. —Rodney hizo un gesto hacia el recipiente—. De parte de Doris.
Olía bien.
Salió al tráfico de Beverly Hills.
—Es un encanto. La conozco desde hace más de sesenta años. Solíamos trabajar en el sector turístico juntos, en los tiempos en los que se podía viajar. Ahora nadie puede salir de Estados Unidos con la paranoia de los otros países con las malditas esporas. Y nadie va a venir aquí. ¿Te puedes creer que en México han construido ese muro sólo para que los estadounidenses no puedan cruzar?
Dejé que Rodney parloteara. Mi mente no estaba pendiente de las historias de los enders. Siempre eran interminables porque tenían muchas décadas que cubrir.
Lo único en lo que podía pensar era que estaba a punto de ver a las dos personas que me importaban más en el mundo entero.
Saqué el mapa de Michael del bolsillo de mi linterna de mano y lo usé para guiarnos hacia el nuevo hogar. Cuando llegamos a la calle correcta, vi varios edificios abandonados. El primero se había quedado a medio construir. Un esqueleto que nunca había conocido la vida. El edificio en el que estaban Michael y Tyler era el cuarto calle abajo. Rodney aparcó la limusina delante.
Abrió la marcha con su megaantorcha en la mano. Nunca había tenido un guardaespaldas antes. En cierto modo, me hizo sentir como si fuera la hija del presidente. Rodney mantuvo abierta la gran puerta de cristal para que pasara.
—¿En qué piso? —Hizo un barrido con la linterna iluminando todo el vestíbulo.
—Tercero.
—Te gusta subir escaleras, ¿eh?
—Un tercer piso equivale a más seguridad. Más tiempo para escapar. —Encendí mi propia linterna de mano—. Si oímos gritos escaleras abajo, tenemos algo de tiempo. Tal vez hasta podemos huir por la salida de incendios.
Tomamos la gran escalera abierta que conducía hasta la tercera planta. Rodney abría la marcha, iluminando con su luz cada una de las oficinas abandonadas que encontrábamos a nuestro paso. Una figura emergió y se plantó al final del corredor.
Sujetaba una gran tubería a modo de arma. Era Michael.
—¡Alto! —gritó Michael.
Dirigí la linterna de mano a mi cara.
—Michael, soy yo —dije.
Rodney extendió el brazo para retenerme.
—Quédate ahí.
Me zafé de su mano.
—Es mi amigo. —Corrí por el pasillo. Michael mantuvo su actitud defensiva hasta que estuve más cerca.
—¿Callie? —La tubería cayó de entre sus manos y chocó estrepitosamente contra el suelo.
Me lancé a sus brazos y lo abracé. Rodney se acercó y se detuvo a unos pocos metros de distancia.
—Éste es Rodney —dije—. Trabaja para Destinos de Plenitud.
Rodney asintió y Michael lo observó con recelo.
—Entonces, ¿no has acabado? —preguntó Michael.
Negué con la cabeza.
—Sólo puedo quedarme un par de horas. ¿Cómo está Tyler?
—Te echa mucho de menos. —Michael dirigió su linterna a mi pelo. Extendió la mano y acarició un mechón—. No te he reconocido. Tienes un aspecto tan distinto…
—¿Diferente en el buen sentido?, ¿o en el mal sentido? —pregunté mientras andábamos.
—¿Bromeas? Estás fantástica —dijo.
Nos condujo a una sala al final del corredor, un espacio con moqueta, lo que compensaba en parte el hecho de que ya no teníamos sacos de dormir. Tyler estaba sentado en el rincón, con una manta verde oscuro sobre las piernas.
—Me quedaré aquí —dijo Rodney discretamente, indicándome en silencio una silla que estaba al lado de la puerta. Colocó su linterna de modo que iluminara la zona donde él se encontraba.
Me acerqué y me arrodillé junto a Tyler. Estiré los brazos para abrazarlo, pero él me empujó.
—¿Qué le ha pasado a tu pelo? —Tyler me enfocó con la linterna e hizo una mueca de desagrado.
—¿No te gusta?
Sus ojos recorrieron mi rostro.
—¿Qué le han hecho a tu cara? —Tiró de mis nuevos pendientes—. Éstos son un peligro.
—En ese sitio, donde trabajo, me han puesto guapa y me han emperifollado. ¿No te gusta?
—Te vas a ensuciar igualmente. —Me miró como si fuera estúpida—. ¿Y quién es ése?
—Señaló al otro lado de la habitación, a Rodney.
—Alguien con quien trabajo. Me ha llevado a dar una vuelta. —Le mostré la caja a Tyler—. También me ha dado esta comida tan buena para ti. Aún está caliente.
Huele.
—Apesta. —Se dio la vuelta.
Me moví, buscando su otro lado.
—Tyler, sé que estás enfadado porque he estado fuera.
—Has estado fuera una semana. —Tenía el rostro encendido y estaba al borde de las lágrimas.
—Lo sé, lo siento, de verdad.
—Siete días enteros. —Una semana sin perro robótico, sin imágenes de nuestros padres, sin un entorno familiar, sin hermana.
—Pero ¿no se ha portado Michael bien contigo? ¿No te ha dado su manta? ¿Y esa cantimplora? Y, chicos, parece que habéis estado comiendo bien. —Alcé los ojos hacia Michael, que estaba apoyado contra un archivador que formaba parte de su nuevo fortín. Hundió las manos en los bolsillos de los vaqueros y asintió.
—De hecho, ahora iba a ir a buscar algo de agua. —Me guiñó un ojo.
Cuando se fue, Tyler se volvió hacia mí.
—¿Callie?
—¿Qué?
—Me alegro de que hayas vuelto —dijo en voz baja. Extendió la mano y se la cogí entre las mías—. Aunque tu pelo sea raro.
—Gracias. —Me incliné hasta que nuestras cabezas se tocaron. Quería con toda mi alma que aquel momento durara, aquella tregua tan duramente ganada…, pero tenía que decirle la verdad—. Desearía quedarme. Pero sólo estaré aquí durante un par de horas. Tengo que volver al trabajo.
Me soltó la mano.
—¿Por qué? —Los ojos se le arrasaron de lágrimas.
—Porque no he acabado. —Lo rodeé con mis brazos y lo abracé fuerte—. Necesito que seas valiente, por mí. Porque una vez hayamos pasado por esto, volveremos a tener casa.
—¿De verdad? —susurró, con la voz quebrada—. ¿Me lo prometes? —Se aferró a mí.
—Te lo prometo —le aseguré con el corazón hecho pedazos.
Nos sentamos en el suelo alrededor de una caja de madera que nos sirvió de mesa. La linterna de mano de Michael hacía las veces de vela mientras Michael y Tyler daban cuenta de la caja de pollo frito y la ensalada de patatas de Doris.
Rodney había trasladado su silla al vestíbulo, pero continuaba a la vista. Llevaba auriculares y movía la cabeza siguiendo el ritmo.
—¿Está bueno? —Señaló el pollo.
—Está bien —asintió Tyler mientras chupaba un hueso—. Hemos estado comiendo
pudding
y fruta en conserva.
—La iglesia que está al sur del aeropuerto nos lo daba —dijo Michael—. Doce horas de caminata, ida y vuelta.
—¿De dónde estáis sacando el agua? —pregunté.
—De algunas de casas de por aquí. Sólo que nunca voy a la misma dos veces.
—Tú piensa —le dije a Tyler— que pronto tendremos una cocina y agua saliendo del grifo.
—¿Dónde vamos a vivir? —preguntó Tyler—, después de que te paguen todo ese dinero…
—Donde queramos —dije.
—Las montañas. —Tyler levantó los brazos.
—¿Por qué allí? —preguntó Michael.
—Para poder pescar —respondió Tyler.
—¿Pescar? ¿Por qué? —Michael se rió.
—Nuestro padre prometió que llevaría a Tyler a pescar —dije—. Después empezó la guerra.
Michael le dio a Tyler una palmadita en el hombro. Hablar de la guerra siempre enfriaba los ánimos.
—¿Y qué hay de ti, Cal? —preguntó Michael—. ¿Sabes pescar?
—La verdad es que no. —Pensé en cuando tenía ocho años. Papá me había ayudado a pescar mi primer pez. Un bagre. Pero no tenía estómago para limpiarlo.
En vez de enfadarse, papá se había limitado a sonreír y lo había hecho por mí.
—Nunca he estado en las montañas —dijo Michael—. ¿Cómo es aquello?
—Limpio. Fresco.
—Y hay pescado —dijo Tyler.
—No están contaminados, como en el océano —afirmé.
—Es cierto —asintió Michael—. Pero tienes que ser valiente para pescar. ¿Sabes por qué?
—¿Por qué? —preguntó Tyler.
—Porque tienes que toquetear gusanos babosos, pegajosos. —Le hizo cosquillas en la tripa—. ¡Ups! Me parece que se ha escapado uno. ¡Está deslizándose por tu camisa!
Tyler volvió a reír feliz, como cuando tenía cinco años. Después, la risa se apagó y Tyler empezó a adormecerse tras su gran día. No pasó demasiado tiempo antes de que cayera dormido, con la cabeza en mi regazo.
—Venga, cuéntame. ¿Qué tal es? —Michael me miró.
—Increíblemente fácil. Es como dormir.
—¿De verdad?
—Sí. —Mantuvimos el tono de voz bajo para no despertar a Tyler—. Y me van a pagar por esto. ¡Dinero para una casa!
—Otra vez un verdadero hogar. Le encantará. —Michael bajó la mirada hacia Tyler.
—A ti también —dije.
—No puedo gorronearte —repuso, negando con la cabeza…
Quería protestar, pero me contuve. Quizá para él esto también era demasiado, demasiado pronto.
Bajó la cabeza y nos miramos fijamente.
—A lo mejor, si también hiciera lo del banco de cuerpos, podríamos juntar nuestro dinero. Quizá podríamos comprar, para nosotros, algún sitio pequeño.
Sonreí. La idea me reconfortaba. No volver a huir más. Dentro de tres años tendríamos la mayoría de edad y podríamos hacer lo que quisiéramos. Tener trabajos de verdad.
Michael se acercó y se sentó a mi lado. Me rodeó los hombros con el brazo y me olió el pelo.
—Huele como a… cerezas —dijo.
—¿Y eso es bueno?
—¿Tú qué crees? —Sonrió—. Es como si fueras un coche, un coche muy chulo, que no se ha lavado en un año —dijo— y entonces te lavan, y te abrillantan y te ponen todos los adornos. —Jugueteó con mi pendiente—. Ahora reluces, pero sigues siendo el mismo gran coche. —Me volví hacia él y me incliné, acercándome.
Sus ojos recorrieron mi cara, como pidiendo permiso. Asentí levemente y, sin pensar, me lamí el labio inferior. Se inclinó sobre mí, pero justo entonces Rodney golpeó en la pared.
—¿Callie? Lo siento. Tenemos que volver.
Michael cerró los ojos. Mal momento, ambos lo sabíamos.
—Vale, Rodney. Estaré ahí en un minuto.
Oímos sus pasos de regreso al corredor. Tyler se despertó, se sentó y se restregó la cara. Puse la mano sobre su brazo.
—Tyler, ahora voy a tener que irme. Así que, escúchame, por favor. Ahora, tú y Michael sois un equipo, ¿vale?
—Un equipo —repitió, arrastrando las palabras a causa del sueño.
—Estaré pensando en ti. Estaré fuera mucho tiempo, todo un mes, pero cuando regrese será para siempre. No volveré a irme y todo será mejor. ¿Vale?
Asintió. Me miró con tal solemnidad que se me encogió el corazón.
—Eres el cabeza de familia.
Sonrió, soñoliento.
—Sé valiente —dije. Le cogí la mano y luego lo estreché en un abrazo.
—Vuelve pronto —susurró. Sentí su cálido aliento en mi hombro.
Cuando lo solté, sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Sé fuerte —dije.
—Sé rápida —respondió.
Michael me acompañó por el pasillo. Rodney abría la marcha.
Cuando llegamos a la escalera, una chica alta estaba subiendo. Rodney la enfocó con su linterna de alta potencia y ella levantó la mano para protegerse los ojos.
—¿Te importaría? —protestó.
—No pasa nada —le dijo Michael a Rodney—. Es una amiga.
Rodney bajó la luz para que no le diera en los ojos, pero iluminó su cuerpo.
Llevaba una linterna de mano y tenía el pelo negro y corto. Era delgada, como todos nosotros, pero aún se le marcaban algunas curvas.
—Eh, Michael. Venía para darte algo. —Metió la mano en una bolsa de tela y sacó dos naranjas—. Me las dio un jardinero ender.
—Gracias.—Michael cogió las naranjas, que probablemente eran robadas.
Ella medio sonrió, medio hizo una reverencia.
—Tengo que irme. Te veo luego.
—¿Quién es? —pregunté.
Michael me miró mientras la chica desaparecía en la oscuridad.
—Sólo una amiga.
—¿Cómo se llama?
—Florina.
—Bonito.
Me alegraba de que hubiera alguien más en el edificio. Rodney, al percibir sin duda que necesitábamos un momento, se adelantó un tramo de escalera y esperó, dándonos la espalda.
Michael me envolvió en un abrazo. Largo, intenso. Nuestros cuerpos sentían lo mismo, más hueso que carne. Pero el contacto era agradable.
—Te echaré de menos —le susurró a mi pelo.
—Yo también. —Podría haberme quedado así para siempre, pero tenía que separarme—. Te veo en un mes.
Me dio un trozo de papel doblado.
—¿Qué es esto?
—Míralo luego.
Quería saber más, pero no había tiempo. Me lo guardé en el sujetador, mi mejor escondite. Después le ofrecí una sonrisa que esperaba que recordara.