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Authors: Lissa Price

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

Starters (18 page)

BOOK: Starters
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—¿Igual que tú ibas a hacer que me mataran? ¿Tiroteada por la policía después de que le disparara al senador Harrison?

Su largo silencio fue muy elocuente. Finalmente lo rompió.

Eres rápida. Fuerte. Habrías escapado.

—No soy más rápida que una bala.

¿Adónde vamos?
, su tono de voz cambió. Resultaba casi infantil.

—Vamos no, ¡voy! Es mi cuerpo. Tú sólo me acompañas en el trayecto. —Me la imaginé en Plenitud, atada a aquella silla.

A Destinos de Plenitud no, no puedes.

—Ahí es exactamente adonde me dirijo.

¿Por qué quieres ir allí? No te pagarán si no cumples el contrato.

—Creo que las posibilidades de que me paguen van disminuyendo por momentos. Tu plan me habría matado antes. —Salí de la autopista—. Quizá pueda negociar por la mitad.

¿Qué crees que puedes decirle a Destinos de Plenitud que resulte comprensible?

Vas a romper tu contrato, eso es lo único que les va a interesar.

—Les hablaré de ti. De cómo has alterado mi chip. Ellos podrán arreglarlo.

Si dejas que se enteren de que sabes todo esto, los asesinatos de los donantes o el plan del senador Harrison, te matarán.

—Te olvidas de una pequeña cosa, Helena. No te creo. No me voy a tragar nada de lo que me digas.

Pero tienes que hacerlo. El chip alterado. Los desmayos. El mismo hecho de que pueda hablarte como lo estoy haciendo prueba lo que digo.

Agarré el volante con fuerza. Lo que había dicho del chip tenía que ser cierto.

Pero ¿eso significaba que también lo era todo lo demás? Mis sienes empezaron a palpitar. Paré el coche.

Estábamos a cuatro manzanas de Destinos de Plenitud.

—Te quiero fuera de mi cabeza. Ahora.

No vuelvas ahí. Por favor. Te lo suplico.

—Dame una buena razón. —Me estremecí. Sonaba muy asustada.

Si vuelves, las dos estamos muertas.

Capítulo 13

Estaba avanzando lentamente cerca de una cafetería, con un ojo puesto en el exterior por si había renegados.

—Helena. Voy a necesitar más pruebas.

Creía que el banco de cuerpos la mataría si volvía. Y yo también.

Para tratar de evitar que volviera a Destinos de Plenitud, se había ofrecido a decirme dónde podía conseguir que me quitaran el chip. Probablemente se trataba del amigo friki que antes lo había modificado. ¿Cómo podía confiar en él? Era el tipo que había anulado el inhibidor de homicidios, convirtiéndome en la máquina de asesinar personal de Helena.

Ella seguía callada.

—¿Helena? —Había tenido momentos de silencio antes, pero éste era distinto. Vacío.

Como cuando alguien ya no está al otro lado del hilo telefónico. Palpé el chip, debajo de los puntos de sutura de la parte posterior de mi cabeza en un pobre intento de recuperar la señal de Helena. Pero todo lo que conseguí fue un dolor agudo.

—¡Au!

No respondió. Estaba claro que se había ido, intencionadamente o no. Antes de que la voz de Helena apareciera en mi cabeza, había pensado que el intento de asesinato se produciría en el Centro de Música. Pero entonces Helena me había sorprendido intentándolo en Pershing Square. Lo había cambiado al ver que estaba empezando a ser demasiado molesta al haberme llevado la pistola. Los asesinos odian que los incordien.

Decidí seguir adelante con mi plan original, porque era probable que Helena también lo hiciera.

Al día siguiente aparecí en casa de Madison, deseosa de confiar en ella. Quería contarle todo lo que había descubierto; cómo la voz de Helena podía llegar hasta mi cabeza mientras yo controlaba mi cuerpo.

Pero la habría asustado. Si supiera que, por dentro, no era una ender como ella, como había fingido ser, ya no confiaría más en mí. Podía entregarme a Plenitud.

Desde luego, en este momento no era el público más empático que podía tener.

La casa de Madison se había quedado anclada en una decoración que habría tenido estilo quizá veinte años atrás: alien chic. Sillas de un verde brillante flotaban en el aire, candelabros holográficos y paisajes alienígenas en 3-D en las paredes.

Mientras me conducía por el pasillo, explicó cómo le gustaba usar ciertas habitaciones cuando estaba «en el personaje», es decir, cuando alquilaba. Su casa era grande, así que tenía un montón de habitaciones para escoger.

Fuimos a la sala de juegos, un lugar de reunión de ensueño que hizo que me olvidara de mis problemas. Me mostró el bufet que había junto a la pared y me entregó un cuenco. Los mejores aperitivos nos tentaban alineados en tubos de plexiglás, y llenamos nuestros platos con dulces, chocolatinas y pretzels. La última parada era una asombrosa fuente de soda que podía programarse para que el sirope hiciera divertidos diseños coloreados en los vasos.

Llevamos nuestras provisiones a un enorme sofá aterciopelado, donde nos estiramos. La pieza central, en el medio de la sala, era una Invisascreen flotante, de 200 por 350 pulgadas que podía proyectar holos. Nunca había visto algo así en casa de alguien. Además de holos y programas, también tenía juegos, y podíamos jugar a superfútbol, tenis aéreo o golf con las mayores estrellas del deporte.

Podíamos ser miembros del reparto de programas que sólo podían ver suscriptores que fueran amigos suyos. Aquello estaba muy fuera del alcance de mi familia. Pero para los ricos como Madison, las posibilidades para quienes eran fans de las estrellas casi no tenían límite.

—Trabajaba como directora de producción, así que tengo el descuento del gremio —me explicó guiñándome un ojo.

Supuse que hasta a los ricos les gustaban las gangas.

Madison ordenó la última secuela de un holo popular. Los personajes se proyectaban en el espacio, a tamaño real. Verlos tan cerca y a esta escala era distinto a ver una Xperiencia. Al cabo de unos minutos, Madison se levantó y se acercó hacia allí. Había dos actores en la escena, y el más alto se dirigió a ella.

—Hola, Madison —dijo—. Me alegro que te hayas unido a nosotros.

—¡Vaya! ¿Cómo lo has hecho? —pregunté, fascinada.

—Tienes que quedarte aquí —Madison señaló el rectángulo que había en el centro de la habitación— o no funciona.

Tan pronto como entré en la zona, el otro actor, el más bajo, de mirada intensa, se volvió hacia mí.

Se acercó. Podía olerlo, una especie de aroma amaderado, como a cedro. No parecía exactamente real. Era más bien del modo en que un buen holograma te engaña al principio, pero en una inspección más detenida ves el truco, un ligero brillo en los bordes. Pero aun así era francamente impresionante.

—¿Cómo lo hacen? —No quería apartar los ojos de él, pero me volví hacia Madison, que estaba absorta conversando con su actor.

Mi actor me tocó el brazo reclamando mi atención.

—No te preocupes por el cómo. Preocúpate sólo por el quién —dijo con una gran sonrisa.

Podía sentir su tacto. No era como en la vida real; era más sutil, parecido a una brisa sobre la piel. Hizo que se me erizara el vello del brazo.

Sonó mi teléfono.

Todos se quedaron quietos y se cruzaron de brazos, esperando que lo apagara.

—Callie —Madison se llevó la mano a la frente—, esto echa a perder la ilusión.

—Lo siento. —Salí del espacio y me dirigí al sofá. El identificador de llamadas mostraba el último nombre que quería ver en aquel momento.

—¿Blake? —dije al teléfono.

—Callie, ¿cómo estás?

Me di la vuelta y vi a Madison sonriendo a su actor mientras éste jugaba con su pelo. Mi actor seguía allí plantado, con las manos en los bolsillos.

—Mira, Callie, sé que esto es a última hora, pero ahora mismo acabo de confirmarlo con mi abuelo. ¿Te gustaría venir conmigo a los Premios de la Liga de la Juventud?

—¿Quieres decir esta noche?

—Sí.

—Yo… yo… la verdad… no puedo.

—Es importante. Me gustaría que estuvieras allí. Y dijiste que querías conocer a mi abuelo.

—Probablemente estará muy ocupado, de todos modos —repliqué.

—Después hay una recepción. Toda la gente importante estará allí; incluso el alcalde. Será divertido.

Era el último lugar del mundo al que debería ir. Me mordí el labio inferior para impedir decir que sí. Quería estar con Blake, pero esto era exactamente lo que estaba intentando evitar: encontrarme en el mismo lugar que el senador. ¿Y si me desmayaba y Helena tomaba el control?

—Me encantaría, Blake, de verdad, pero le prometí a Madison que pasaría la noche aquí. Simplemente no estaría bien. —Nos despedimos y colgamos. Pude notar su decepción. Coincidía con la mía.

Madison me miró mientras guardaba el móvil en mi bolso.

—¿Va todo bien?

—Sí, bien. —Me dejé caer en el sofá.

—Ven con nosotros. —Me hizo un gesto para que me acercara. Ahora los dos actores estaban hablando con ella.

—Lo miraré desde aquí —dije negando con la cabeza.

Madison se encogió de hombros y se cogió de la mano de los dos actores mientras se daba la vuelta y los tres se perdían en el interior de una jungla. Pensé que Helena llevaba un rato sin apoderarse de mi cuerpo. Y no me había hablado durante mucho tiempo…

Suspiré. ¿Y si había dejado el banco de cuerpos? ¿Podía haber cancelado el alquiler porque nuestra conexión se había visto comprometida? Si había decidido que no iba a cooperar con ella, quizá había dejado el banco de cuerpos y se dirigía a asesinar al senador en persona. En los premios, como había planeado. Hacerlo ella misma no era su plan original, pero podía haber pasado a algo tan desesperado al dejarle claro que yo nunca le dispararía.

Si iba a los premios, podría hablar con el abuelo de Blake. Podría tratar de explicarle, advertirlo. Y ya no tenía el arma. Helena tendría que gastar su precioso tiempo en encontrar otra si se apoderaba de nuevo de mi cuerpo.

Había sido una estupidez rechazar a Blake. Me excusé conmigo misma y cogí el teléfono en el baño de invitados de Madison.

Blake me llevó al aparcamiento subterráneo de un edificio del centro. Estaba encantado de que hubiera cambiado mi opinión. Le recordé lo mucho que deseaba conocer a su abuelo. Quizá, incluso, tener un momento a solas con él. Blake dijo que intentaría que sucediera. Ni siquiera lo cuestionó. Ojalá todos los chicos fueran así de majos.

Blake dejó entrever sutilmente una llave especial, y el portero del sótano nos condujo a un ascensor privado con moqueta negra y dorada. El portero introdujo su propia llave en una ranura y se inclinó tocándose el sombrero mientras las puertas se cerraban.

—Esto no es el Centro de Música —dije.

—¿No? —preguntó Blake con sorna—. Vaya, he cogido el camino equivocado. —Le hice una mueca a la que respondió con una sonrisa. El ascensor se detuvo en el piso más alto, el ático.

Las puertas se abrieron a un pasillo muy corto que conducía a otra puerta. Blake insertó su llave y la abrió. El interior era de madera oscura y tenía una iluminación tenue. A la derecha había una barra de bar curva, donde un camarero ender limpiaba un vaso.

—Bienvenido, Blake.

—Hola, Henry.

Blake no se paró, sino que siguió cruzando la habitación, más allá de unas butacas de cuero, en dirección a una puerta corredera de cristal. Pasó la mano por encima de un panel que había en la pared y la puerta se abrió. Salimos a una gran terraza.

Una moderna fuente cuadrada presidía el lugar, produciendo un relajante borboteo que tapaba el bullicio del centro. Me acerqué al borde de la terraza y me asomé entre las macetas con palmeras que circundaban la barandilla. Estaba clara la función de aquellos árboles allí. Edificios tapiados, en ruinas, rodeaban este oasis.

Algunos completamente demolidos, como machacados por un monstruo gigante.

Di la espalda a aquellas vistas.

—Así que esto pertenece a tu familia.

—Sí —asintió—. Lo usamos antes de la ópera o de las recepciones en el auditorio.

Aunque la verdad es que al personal no le gusta tener que esperarme cuando mi abuelo no está aquí. Para ellos soy sólo un niño.

—A mí me encantaría estar aquí, sin importar cómo me trataran.

Me condujo a un sofá de jardín. Nos sentamos uno al lado del otro.

—¿No tenemos que ir a los premios? —pregunté.

—Tenemos tiempo.

El camarero nos trajo dos refrescos. Los depositó en la mesa auxiliar y se fue.

—Bueno, Callie, ¿qué tal estás?

Levanté la vista hacia las esponjosas nubes que había en el cielo azul, y tuve la sensación de que iba a contárselo todo.

—Estoy bien.

Se estiró y apoyó la mano en el respaldo del sofá. Me acarició la coronilla y empezó a deslizar la mano por la parte posterior de mi cabeza, pero lo detuve.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Nada —dije, apartándole la mano.

—Callie, vamos. —Se acercó a mí—. ¿Qué ocurre? —Me miró la cabeza.

—Es sólo que ahí no —dije.

—¿Por qué? —Casi parecía divertirse. Me puso la mano encima de la cabeza como si se tratara de algún juego, y se la cogí. ¿Qué podía decir? Opté por la verdad.

—He pasado por una intervención quirúrgica.

—¿De qué clase? —Su sonrisa se esfumó.

Intenté pensar en una mentira creíble, pero no se me ocurría nada.

—No quiero hablar de ello. —Lo miré. Estaba muy preocupado por mí—. Es… personal —dije.

—Sé que no nos conocemos desde hace mucho, pero pensé que confiabas en mí.

—Me cogió de la mano.

—No es eso, es sólo que todo es genial entre nosotros.

—¿Y temes que si me dices qué tipo de operación has padecido ya no me gustarás? ¿Crees que soy tan superficial?

—No, por supuesto que no. —Mi labio tembló.

—No hay nada que puedas decirme que pueda cambiar lo que siento por ti. Quiero conocerte. Saberlo todo de ti. —Me apretó la mano.

—Por favor, no me hagas hablar de ello, ¿vale? —le supliqué con la mirada—. Es sólo que una a veces hace cosas que desearía no haber hecho.

—No creo que haya nadie que no pueda decir eso. No estás sola. —Recorrió mi mano con su dedo. Estaba intentando ser amable, echarse atrás y no presionarme para que le diera explicaciones. Si las cosas fueran así de simples… Si no hubiera ido nunca al banco de cuerpos… Pero si no lo hubiera hecho, nunca lo habría conocido.

Más allá del paisaje de la ciudad, el sol estaba poniéndose.

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