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Authors: Lothar-Günther Buchheim

Submarino (21 page)

BOOK: Submarino
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Nos enteramos por la radio de que Meinig hundió un buque frigorífico de nueve mil toneladas, que viajaba solo.

¡Increíble! ¿Cómo lo habrán logrado, con el submarino en esas condiciones? Habló Meinig... así que Habermann también vive todavía... Podría haberlo imaginado: a ése no lo agarran tan fácil.

—Tuvo mucha suerte —me comenta el viejo—. De otro modo no se explica, hoy en día. Si no se tiene una posición ventajosa, a proa del atacado, y eso es por absoluta casualidad, no es posible alcanzar a uno de esos barcos. Desde popa se hace enormemente difícil perseguirlos, sobre todo porque estas embarcaciones son más rápidas que nuestros submarinos. Por eso navegan solas.

Día treinta y tres en el mar
. El almanaque señala miércoles. Llega un comunicado a las ocho de la mañana: «Se aguarda un convoy rumbo al Oeste en el cuadrante Gustav Fritz».

Inclinado sobre la mesa de cartografía, el viejo sólo murmura escépticamente un: «¡En fin! No es lo mejor, pero con un poco de suerte podríamos llegar». Un nuevo curso, mayor velocidad. Lo demás sigue igual.

Mediodía. Subo a cubierta detrás del primer oficial, quien acaba de tomar su guardia. El aire está denso, pesado. El paisaje, nuevamente gris, aburre ya y ayuda a que el ánimo siga descendiendo.

Al atardecer aparece un poco de rojo en el cielo, que alcanza para teñir la piel gris del submarino con algún destello. Dura un cuarto de hora; nuevamente el gris, ahora el nocturno, se adueña de la paleta.

El comandante ha subido y alcanza a ver los colores.

—¡No se puede decir que sea bonito! —es su comentario.

El segundo oficial arranca la hoja del almanaque. Aparece la palabra jueves.

El camarero coloca, para el desayuno, unos listoncitos al costado de la mesa; el submarino se está moviendo mucho, y los listones sirven de contención a las tazas y los platos.

El comandante nos informa que pasaremos por un frente de tormenta que viaja hacia el Este y que se origina en el choque de las masas de aire caliente que trae la corriente del Golfo con las masas de aire frío de la corriente del Labrador.

—El viento ha girado durante la noche hacia el Norte y luego hacia el Nor— Noreste —señala el comandante—. Pero no quedará así: estimo que en las próximas horas rotará hasta hacerse del Sur.

Ahora mismo el camarero tiene que aplicar todo su equilibrio para trasladar los platos a través del pasillo. Con los codos se defiende de ambas paredes, ya que tiene las manos ocupadas.

—Hay más movimiento en el agua de lo acostumbrado con esta velocidad del viento —aclara el comandante—. Debe de haber soplado más fuerte hace unas horas, en esta misma zona.

No puedo dormir. Al pasar por la central me doy cuenta de que ya casi es medianoche. La primera guardia se reúne en estos momentos. Apenas si se intercambia alguna palabra. Lo que más hay son bostezos.

El ayudante de la central ha preparado café, y el primer oficial lo sorbe con ruido, de una taza desconchada. Luego beben los demás, por turno, porque sólo hay dos tazas. Zeitler se ha puesto sus gruesos guantes de cuero, entre los cuales el recipiente desaparece. Son las doce menos cinco: los cuatro suben.

Cuando no está arriba, el viejo pasa sus horas retirado detrás de su cortinilla verde, o en la torre, detrás del periscopio.

La gente pasa días sin oír su voz; podrían llegar a creer que su submarino ha quedado sin comandante.

También el ingeniero está absolutamente cansado de tantos preparativos. Cuando no está ocupado con sus máquinas, se sienta a leer; continuamente se lo encuentra leyendo. Sólo levanta la cabeza a la hora de la comida.

Pero a pesar de todo el nerviosismo, la comprensión sin palabras que había entre el comandante y el ingeniero sigue existiendo; es que tienen en su haber nada menos que siete viajes juntos.

Estamos a más o menos tres mil millas del punto de partida. El submarino tiene un radio de acción de por lo menos siete mil. Pero como con las idas y vueltas hemos usado mucho combustible, es poca la autonomía que nos queda. Difícilmente alcanzarían nuestras reservas para la persecución de un convoy que se hallara a media distancia.

El primer oficial pone nervioso a cualquiera, pero más al comandante, con su continuo ordenar consolas, con ruidos de cerraduras que abre y que cierra, o con la lectura de pequeños libritos misteriosos.

En este momento, el primer oficial acaba de retirarse en dirección de la central. Uno de sus libritos quedó tirado sobre la mesa y yo no aguanto el deseo de abrirlo para descubrir su contenido. «Conducción de la tripulación a bordo de un submarino» es el título. Sigo hojeándolo:

Punto 1. Características de la vida en un submarino
.

La vida a bordo es monótona. Por largas semanas se debe saber sobrellevar la falta de éxito. Si se agregan bombas de agua comienza una «guerra de nervios», sobre todo para el comandante.

Aparece algo escrito en rojo: «El espíritu de la tripulación depende de:», y debajo de ello lo demás en azul, punto por punto:

1. La disciplina de la tripulación; 2. El éxito del comandante. Si el comandante tiene éxito, la tripulación lo querrá aunque sea un tonto. Pero sobre todo aquel comandante que no coseche éxitos debe tener una tripulación de fuerte espíritu; 3. La buena organización de la vida diaria a bordo; 4. El ejemplo de la oficialidad; 5. Una conducción verdaderamente espiritual de los hombres, junto con el asesoramiento a la tropa.

En tinta roja: «De la disciplina», y luego otra vez en azul:

El comandante tiene el deber de lograr que prevalezca en su nave la opinión de los buenos soldados sobre la de los malos. Debe comportarse en ese sentido como el jardinero de a bordo, que arranca la maleza y cuida de las plantas.

Sigo leyendo, ahora bajo el título «Citas de un discurso del Capitán L.»:

Yo sé bien que las mujeres pueden destrozar la moral combativa del soldado. Pero también sé cuánto pueden fortalecer al hombre, y muchas veces pude comprobar qué justamente los casados regresaban recuperados de sus vacaciones. A los suboficiales casados se les debe aclarar entonces lo que tienen que exigir de la mujer de un soldado. Me puso muy contento el haber podido invitar, en la patria, a un grupo de esposas de mis soldados a tomar el café conmigo. Así pude conocer a la mayoría de ellas, y se me brindó la oportunidad para decirles que de ellas se espera una actitud valiente. Creo haber contribuido a reforzar en más de una su columna vertebral, y así es que le pedí a mi señora que mantuviera correspondencia con ellas de vez en cuando.

Se debe apelar a la férrea voluntad de sobrellevar pequeños contratiempos y de cuidar la salud de sus esposos. Cuando dos soldados se presentan, y yo sólo puedo enviar a uno a bordo, prefiero que vaya aquel de quien sé que quedará a bordo, y no aquel que seguramente tendrá la buena estrella de que lo asciendan a suboficial o a alférez, y que por lo tanto dejará el barco. En realidad, la Cruz de Hierro no es un premio de beneficencia, sino el premio a la valentía ante el enemigo, el cual debe volver a ser ganado una vez que fue recibido.

¡Así que éste es el libro de cabecera de nuestro primer oficial! No necesito leer mucho más, para volver a encontrar algo interesante:

También es de notar que en salidas prolongadas se rompe mucha vajilla a bordo. Hablar es a veces inútil, ante todo porque suele ser bastante difícil manejar la vajilla con el movimiento del mar. Yo hago controlar cada semana los cubiertos. Si faltan demasiadas unidades, el camarero debe comer durante tres días en una lata de conserva. Otra pena severa es prohibir el cigarrillo. Para los que juegan a las cartas, tres días de prohibición en ese sentido hacen milagros.

Sigue una página hectografiada:

Es cuestión de honor que a bordo se respete la necesaria etiqueta. Lógicamente más en el puerto que hechos a la mar. En el océano deberá bastar que el comandante diga «¡Orden!», para que el soldado más viejo del camarote indique a los demás lo que hay que hacer, y lo informe a la superioridad. De igual forma, el oficial de guardia lo notificará en el puente de mando. Todo esto, la primera vez que el comandante pisa los camarotes. Durante la estadía en el astillero, la tripulación debe presentarse por lo menos una vez para su control. Le doy un gran valor a un desfile con banderas. En alta mar, incluso el orden en los anaqueles debe ser controlado una y otra vez...

Tuve en el mar un muerto y varios heridos. Como reemplazante conseguí un voluntario, en un vapor alemán que encontramos. Tenía diecinueve años y desde los catorce navegaba en barcos alemanes por el extranjero. Llegó a bordo con un sombrero de paja, y me saludó sin deferencia alguna. No tenía la más mínima idea de las formas que debe guardar un soldado. Lo envié ante mi mejor suboficial, a quien nombré mentor; le enseñó a estar firmes y a caminar, y le inculcó algo sobre los temas más importantes. Catorce días después lo bautizamos. Nos sumergimos, adornamos el habitáculo de proa con banderas y nos dispusimos a hacer de ese bautismo una verdadera fiesta. El juramento hubo de ser aprendido de memoria. En mi discurso aproveché para hablarle de los deberes de un soldado alemán. Toda la tripulación estaba presente sentada; todos vestían sus camisas tropicales color marrón. Para festejar mejor el día, todos se cortaron y arreglaron el cabello; desde antes se habían preparado algunas canciones, para que incluso no hubiera errores al cantar. Al joven marinero le regalamos los «Deberes del Soldado», que otro había escrito con buena letra..

Me atrae también el título «Fiestas y festejos»:

En el Adviento encendemos las velas eléctricas, y para Navidad hacemos hornear los dulces acostumbrados; en el habitáculo de proa se coloca un árbol adornado por los marineros. Aparece el Santa Claus, y le regala a cada hombre un libro con dedicatoria... Algunas cosas a bordo se hacen con música. Así por ejemplo, la tripulación se entera de que nos sumergimos por medio de una marcha, y lo mismo pasa con cada cambio de guardia.

PRIMER ATAQUE 

El radiooperador nos alcanza un comunicado. Su rostro no se altera por eso, sino que permanece impasible como siempre, bañado por su beatífica e imborrable sonrisa.

El primer oficial, haciendo gala de su importancia, coloca parsimoniosamente la tira de papel junto a sí, mueve la cabeza de un lado a otro, como una gallina buscando granos, pone el aparato de traducción sobre la mesa, introduce el papel y aprieta por fin la primera tecla.

El ingeniero posa mientras tanto con la cara de aburrimiento de un inglés. El segundo oficial ni siquiera se digna levantar la vista del libro que tiene entre manos. Hasta yo simulo indiferencia.

Cuando el primer oficial finaliza la traducción, el comandante se adelanta a recibirla, apenas un segundo demasiado rápido para fingir que todo le da igual. Lee la comunicación con el rostro arrugado y, sin decir una sola palabra, se dirige a la central. Allí se apoya en seguida sobre la mesa de cartografía.

El ingeniero y yo nos lanzamos miradas significativas.

—¡Ajá! —larga el ingeniero.

Yo controlo mi curiosidad y dejo transcurrir todavía un momento, antes de perseguir al comandante. El oficial navegante también aparece en escena, como por casualidad.

El viejo sostiene el comunicado en su mano izquierda. En la derecha, el compás. Ni nos mira.

—No está mal —murmura. Y me alcanza el papel sin decir más. Leo: «A las 8,10 convoy a la vista. Cuadrante Bruno Max. Navega hacia el Norte. Soy rechazado por aviones. Enemigo fuera de la vista. UR».

El comandante me muestra el cuadrante Bruno Max con el compás. No está lejos de nosotros.

—Si todo sale como corresponde —dice el comandante—, tendríamos que llegar al lugar en cuestión en veinticuatro horas.

Todo depende ahora de que UR vuelva a establecer contacto, ya que sólo de esa manera nosotros seríamos derivados hacia allí por el Mando.

—Por ahora, mantener curso y velocidad.

Las dos horas que siguen pasan entre sospechas y pálpitos:

—Parecería que el convoy se dirige hacia América... pero podría tratarse también de un convoy de Gibraltar... —le oigo decir al navegante.

—UR, ése es Bertold —aclara el viejo—, un buen hombre. No es ningún principiante. Ni es de los que se dejan acorralar así porque sí... Tiene que haber zarpado una semana después que nosotros. Tenían un problema con el periscopio, me acuerdo bien.

Con un gesto el viejo me invita a acercarme al cajón de los mapas. La esperanza y la tensión lo han despertado.

—Siempre los mismos aviones de mierda —me dice—, junto con varios destructores... Antes no había aviadores por esta zona... ¡Esos eran tiempos!

El asistente de la central, que está haciendo anotaciones en el diario de a bordo, deja de escribir para escuchar mejor.

—Todo lo intenta el enemigo, con tal de destruirnos... Ya hace mucho tiempo que no colocan a sus destructores cerca del convoy... Ahora dejan navegar a sus costosos vapores absolutamente solos, con la vigilancia lo más lejos posible. Así nos descubren cuando estamos entre el convoy y ellos, y en cuanto hacemos un contacto radiofónico nos localizan y nos obligan a irnos o a sumergirnos. Y a los «barredores» los hacen navegar todo lo más adelante que pueden... ¡Ya no hay amor entre los seres humanos! Hasta lograron transformar grandes cargueros en portaaviones. Y está claro que con pequeños aviones y con destructores nos pueden hacer la vida imposible. Así, lo único que necesitan es estar algo entrenados en el juego y que un avioncito nos descubra, para que los destructores hagan su trabajo de demolición; mientras tanto los vapores se toman las de Villadiego. Resultado: lo único que conseguiremos es gastar combustible.

El viejo está realmente desatado. Y prosigue:

—Tendríamos que haber golpeado mucho antes, cuando el enemigo todavía estaba dormido. Pero cuando comenzó la guerra, nosotros teníamos nada más que cincuenta y siete submarinos, de los cuales solamente treinta y cinco eran utilizables en el Atlántico. Lógicamente, eso no alcanzaba ni para impedir los viajes hasta la isla. Y además el constante ir y venir: ¿Hacemos más submarinos o construimos más buques pesados? Esos tíos de la Marina querían una bonita y orgullosa flota, no importa si sirve hoy en día para algo o no... Somos lo que se dice conservadores...

Algo más tarde nos llega otro mensaje radiofónico: «Inmersión a las 9,20 debido a aviones. Una hora bajo el agua. Convoy enemigo nuevamente a la vista. Cuadrante Bruno Karl. Posición del enemigo, imprecisa. UR».

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