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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástica

Sueño del Fevre (29 page)

BOOK: Sueño del Fevre
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»Naturalmente, fui enseguida a Lisboa y rebusqué entre los antiguos registros de navegación que allí se conservaban. Con el tiempo, lo encontré. El barco no había regresado nunca del viaje, como ya había sospechado. Con tanto tiempo en el mar, no les debió quedar otra alternativa que alimentarse de la tripulación. Lo importante era saber si el barco había llegado en buenas condiciones a su destino, al Nuevo Mundo. No pude encontrar ninguna noticia al respecto, pero sí el punto de destino proyectado, el puerto de Nueva Orleans. Desde allí, vía Mississippi, todo el continente se abría ante ellos.

»El resto es ya fácil de deducir. Vinimos nosotros. Tenía la certeza de que los encontraría. Calculé que con un vapor podría disfrutar del lujo al que estaba acostumbrado, y de la movilidad y libertad de acción que precisaba para mi búsqueda. El río estaba lleno de excéntricos, y algunos más pasarían desapercibidos. Y si se extendían rumores sobre nuestro fabuloso barco y el extraño capitán que sólo aparecía de noche en el recorrido por el río, tanto mejor. Aquellos rumores acabarían por llegar a los oídos adecuados, y mi gente acudiría a mi como hiciera Simon tantos años antes. Así pues hice algunas averiguaciones y, una noche, nos conocimos en San Luis.

»Ya sabe el resto, supongo, o puede adivinarlo. Sin embargo, déjeme añadir una cosa. En New Albany, cuando me mostró el vapor, no fingí en absoluto la satisfacción que sentía. El
Sueño del Fevre
es hermoso, Abner, y así es como yo lo quería. Por primera vez, el mundo cuenta con una cosa bella gracias a nosotros. Es un nuevo comienzo. El nombre me daba un poco de miedo, pues entre mi raza la palabra fiebre es un sinónimo de la sed roja. Sin embargo, Simon me apuntó que un nombre así atraería también la atención de cualquiera de nuestra raza que lo escuchara.

»Esa es mi historia, casi completa en los detalles. Esta es la verdad, que tanto había insistido en conocer, Abner. Usted, a su manera, ha sido honrado conmigo y le creo cuando afirma que no es supersticioso. Si mis sueños llegan a convertirse en realidad, vendrá un tiempo en que el día y la noche puedan darse la mano a través del crepúsculo de mentiras y temores que existen entre nosotros. Llegará el momento en que habrá que correr el riesgo. Por ahora, dejémoslo así. Mis sueños y los de usted, nuestro vapor, el futuro de mi pueblo y del suyo, los vampiros y el ganado... Lo dejo todo a su buen criterio, Abner. ¿Qué sucederá? ¿Vencerá la confianza o el temor? ¿La sangre o el buen vino? ¿Seremos amigos o enemigos?

CAPÍTULO QUINCE
A bordo del vapor
SUEÑO DEL FEVRE
, Nueva Orleans, agosto de 1857

En el pesado silencio que siguió al relato de Joshua, Abner Marsh pudo escuchar su propia respiración y el latido de su corazón afanándose en su pecho. Parecía que Joshua había estado hablando durante horas, pero en el negro silencio de la cabina no había modo de estar seguro. Fuera, quizá la noche estaba volviéndose ya claridad. Toby estaria preparando el desayuno, los pasajeros de camarote dando el paseo matutino por la cubierta de calderas y el embarcadero rebosante de actividad. Sin embargo, dentro del camarote de Joshua York, la noche se prolongaba indefinidamente, eternamente. Las palabras del maldito poema volvieron a su mente, y Abner Marsh se oyó a si mismo diciendo:

—«La mañana llegó y se fue y regresó otra vez, pero no trajo el día...»

—«Oscuridad»—respondió Joshua, en voz baja.

—Y usted ha vivido toda su vida en ella —dijo Marsh—. Ninguna mañana, nunca. Dios mío, Joshua, ¿cómo ha podido resistirlo?

York no respondió.

—Parece razonable —prosiguió Marsh—. Es la historia más desquiciada que he escuchado nunca, pero maldita sea si no le creo.

—Esperaba que así fuera. ¿Y ahora qué, Abner?

Aquello era lo más complicado, pensó Abner Marsh.

—No sé —dijo con franqueza—. Con toda esa gente que ha matado y, pese a ello, siento por usted una especie de lástima... No sé si debería sentirla. Quizá debería intentar matarle. Quizá sea la única cosa cristiana que deba hacer. O quizá deba intentar ayudarle —resopló, indeciso ante el dilema—. Creo que lo mejor será que le siga escuchando un poco más, y aguarde a que se me aclaren las ideas. Porque se ha dejado algo en el tintero, Joshua... Algo que hizo usted...

—¿Si? —le incitó York.

—Eso de Nueva Madrid —dijo Marsh con firmeza.

—Mis manos manchadas de sangre —comentó Joshua—. ¿Qué puedo decir, Abner? En efecto, tomé una vida en Nueva Madrid, pero no es lo que sospecha.

—Entonces, dígame cómo fue. Adelante.

—Simon me contó muchas cosas acerca de la historia de nuestro pueblo: nuestros secretos, nuestras costumbres, nuestros modos. Algo de lo que me contó me resultó muy perturbador, Abner. El mundo que los humanos han construido es un mundo diurno, nada fácil para nosotros. A veces, para facilitar las cosas, uno de nosotros recurre a un humano. Podemos utilizar el poder de nuestra mirada y nuestra voz. Podemos usar nuestra fuerza, nuestra vitalidad, la promesa de vida sin fin. Podemos usar las leyendas que su pueblo ha erigido en nuestro entorno, para conseguir nuestros propósitos. Con mentiras, promesas y amenazas, llegamos a poseer esclavos humanos. Tales criaturas nos pueden resultar muy útiles. Nos protegen durante el día, acuden donde nosotros no podemos ir y se mueven entre los hombres sin levantar sospechas.

»En Nueva Madrid se había producido un asesinato, en el mismo puesto de leña donde nos detuvimos. Por lo que había leído en los periódicos, tenía grandes esperanzas de encontrar a uno de mi raza. En cambio, encontré un... llámele como quiera, esclavo, animal de compañía, socio... En definitiva, un siervo. Era un anciano mulato, calvo, lleno de arrugas y horrible, con un ojo blanco lechoso y el rostro terriblemente marcado por las llamas. Por fuera, no era nada agradable de ver y por dentro... Por dentro era un tipo horroroso, corrupto. Cuando llegué hasta él, se puso a la defensiva blandiendo un hacha y me miró a los ojos. Y me reconoció, Abner. Supo al instante lo que era yo. Y cayó de rodillas, llorando y balbuceando, adorándome, haciéndome fiestas como los perros y rogándome que cumpliera la promesa. “La promesa”, repetía continuamente, “la promesa, la promesa”.

Al final le ordené que se callara, y obedeció. Al instante.

Encogido de miedo. Había aprendido a atender las palabras de un maestro de sangre, ¿comprende? Le pedí que me explicara la historia de su vida, con la esperanza de que me condujera a los míos.

»Era una historia tan triste como la mia. Nació como negro emancipado en un lugar llamado El Pantano, que me parece es un barrio conocido de Nueva Orleans. Fue alcahuete, ratero y corta gargantas, y se dedicó a asaltar a los marineros de paso por la ciudad. Antes de cumplir diez años ya había matado a dos hombres. Después estuvo al servicio de Vincent Gambi, el más sanguinario de los piratas de Barataria, convirtiéndose en capataz de los esclavos que Gambi robaba a los traficantes españoles para venderlos en Nueva Orleans. Además, era también un hombre de vudú. Y nos había servido.

»Me habló de su maestro de sangre, el hombre que lo tomó como siervo, que se rió de su vudú y le prometió enseñarle una magia más grande y más poderosa. Sírveme, le había prometido el maestro de sangre, y te haré uno de los nuestros. Tus cicatrices desaparecerán, tu ojo volverá a ver, beberás sangre y vivirás para siempre, sin envejecer nunca.

Y el mulato había acudido. Durante treinta años, hizo todo lo que se le ordenó, y vivió con la esperanza depositada en la promesa. Mató por la promesa y aprendió a comer carne caliente y a beber sangre.

»Hasta que al fin su maestro de sangre encontró a alguien mejor. El mulato, ahora viejo y enfermo, se convertía en un estorbo. Su utilidad había pasado, y por tanto fue apartado. Matarle hubiera sido un acto de piedad, pero en lugar de eso fue enviado lejos, rio arriba, para que sobreviviera por su cuenta. El esclavo no se lanza contra su maestro de sangre, ni aunque sepa que las promesas sólo han sido mentiras, y así el mulato había vagado a pie, viviendo de robos y asesinatos, desplazándose lentamente río arriba. A veces, ganaba dinero honrado trabajando como cazador de esclavos o como jornalero, pero la mayor parte del tiempo lo pasaba refugiado en los bosques, como un recluso, saliendo sólo de noche. Cuando se atrevía, devoraba la carne y bebía la sangre de sus víctimas, convencido todavía de que le ayudarían a recuperar la salud y la juventud. Según me dijo, llevaba un año viviendo en los alrededores de Nueva Madrid y solía cortar leña para el encargado del puesto, que era demasiado anciano y débil para hacerlo por sí mismo. El mulato sabía que rara vez alguien visitaba el puesto de leña, así que... Bien, ya sabe usted el resto.

»Mire, Abner, su gente puede aprender mucho de la mía pero no el tipo de cosas que el mulato había aprendido, eso no. Me dio mucha lástima, pues era anciano y horrible y desesperado. Sin embargo, también me puso furioso, casi tanto como lo había estado en Budapest a causa de aquella mujer que se bañaba en sangre. En las leyendas de la raza humana mi pueblo ha sido la encarnación misma del mal. El vampiro, se dice, no tiene alma, ni nobleza, ni esperanza de redención. Yo no acepto que eso sea cierto, Abner. Yo he matado incontables veces, he hecho muchas cosas terribles, pero no soy malvado. No he podido escoger mi naturaleza y, sin posibilidad de elegir, no hay bien ni mal. Mi pueblo no ha tenido nunca esa posibilidad de elección. La sed roja nos ha dominado, condenado, robado todo lo que podiamos haber sido. En cambio, la raza humana, Abner, no tienen esa imperiosa necesidad. Ese ser que encontré en los bosques de Nueva Madrid no había sentido nunca la sed roja, y podía haber sido o hecho lo que le viniera en gana. Y había decidido ser lo que era. Naturalmente, uno de mi raza comparte su culpabilidad: el individuo que le mintió, que le prometió algo que nunca podría cumplir. Sin embargo, alcanzo a comprender las razones de que se comportara así, por mucho que me repugnen. Un aliado entre los humanos puede significar una diferencia fundamental para nosotros, pues todos tenemos miedo, Abner, tanto su raza como la mía.

»Lo que no alcanzo a comprender es por qué un humano puede tener tal ansia por pasar la vida en la oscuridad, por qué puede desear la sed roja. Y el mulato la deseaba, y con gran pasión. Me rogaba que no le abandonara como había hecho el otro maestro de sangre. Yo no podía darle lo que quería e, incluso si hubiera podido, no lo habría hecho. Lo que le di fue otra cosa.

—Sí —contestó Abner Marsh desde la oscuridad—. Le arrancó la maldita garganta de un bocado, ¿no es eso?

—Ya te lo había dicho —intervino Valerie. Marsh casi se había olvidado de su presencia por lo silenciosa que había perrnanecido—. No entiende nada, óyele.

—En verdad que lo maté —reconoció Joshua—, con mis manos desnudas. Sí, la sangre me corrió por los dedos y cayó goteando al suelo, pero no la tocaron mis labios, Abner. Y después lo enterré intacto.

Otro prolongado silencio llenó el camarote mientras Abner Marsh se mesaba la barba y cavilaba.

—Oportunidad, dijo usted —murmuró por último—. Esta es la diferencia entre el bien y el mal, según ha dicho. Pues ahora me parece que soy yo quien debe tomar una decisión.

—Todos las tomamos, Abner. Cada día.

—Quizá sea cierto —contestó éste—. Sin embargo, eso no me preocupa demasiado. Dijo usted que queria mi ayuda Joshua. Supongamos que se la concedo. ¿Qué diferencia habria entonces entre yo y ese maldito mulato que usted mató, digame?

—Yo nunca le haria a usted algo... algo así —contestó York—. No lo he intentado en ningún momento. Mire, Abner yo viviré muchos siglos después de que usted haya muerto. ¿He probado a tentarle alguna vez con este argumento?

—No, pero me ha tentado con un maldito vapor —replicó Marsh—. Y seguro que me ha contado una buena sarta de mentiras.

—Incluso mis mentiras tenian algo de verdad, Abner. Le dije que buscaba vampiros para poner fin a sus maldades. ¿No se da cuenta de que era cierto? Necesito su ayuda, Abner, pero como socio, y no como el maestro de sangre necesita a su esclavo humano.

Abner Marsh dio vueltas a la idea unos instantes.

—Bien —dijo por último—. Quizá le crea. Quizá deba confiar en usted, pero si me quiere usted como socio, también tendrá que confiar en mí.

—Ya le he dado mi confianza, Abner. ¿No basta con eso?

—No, diablos —replicó Marsh—. Es cierto, me ha contado usted la verdad y ahora está a la espera de una contestación. Pero si ésta no es la que desea, no lograré salir con vida del camarote, ¿no es cierto? Ya se encargará su amiga de que así sea, aunque usted no intervenga.

—Muy perspicaz, capitán Marsh —intervino Valerie desde la oscuridad—. No le deseo ningún mal, capitán, pero Joshua no debe recibir el menor daño.

—¿Entiende ahora lo que decia? —soltó Marsh—. Eso no es confianza. Ya no somos socios en este barco. Las cosas están demasiado desequilibradas. Usted puede matarme en cuanto se le ocurra. Yo tengo que portarme bien o soy hombre muerto. Según lo veo, no soy un socio sino un esclavo. Además, estoy solo. Usted tiene a bordo a todos esos amigos suyos chupasangres para que le ayuden si hay problemas. Dios sabe qué planes tendrá en la cabeza, pero seguro que no me hace participe de ellos. Yo no puedo hablar con nadie, ¿se da cuenta? Diablos, Joshua, quizá deberia matarme ahora mismo. No creo que este sea modo de continuar una sociedad.

Joshua York permaneció en silencio un largo rato. Después dijo:

—Muy bien, le comprendo. ¿Qué quiere que haga para demostrarle mi confianza?

—Por ejemplo —contestó Marsh—, suponiendo que quisiera matarle, ¿cómo deberia hacerlo?

—¡No! —gritó Valerie alarmada. Marsh escuchó sus pasos dirigirse hacia Joshua—. No puedes decírselo. No sabes que está pensando, Joshua. ¿Por qué iba a preguntarlo si no tuviera la intención de...?

—Para equilibrarnos —replicó Joshua en voz baja—. Lo comprendo, Valerie, y es un riesgo que debemos correr.—La muchacha empezó a suplicar de nuevo, pero Joshua la hizo callar y continuó—: Con el fuego. Ahogándonos. Con una pistola dirigida a la cabeza. Nuestros cerebros son vulnerables. Un tiro en la cabeza me mataria, mientras que un disparo en el corazón sólo me dejaría fuera de combate hasta que sanara. En este punto, las leyendas son veraces. Si me corta la cabeza y me clava una estaca en el corazón, moriré —añadió con un ligero tono de burla—. Con uno de los suyos sucederia lo mismo, supongo. El sol también puede ser mortifero, como ya ha visto. El resto, la plata y el ajo, son tonterias.

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