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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástica

Sueño del Fevre (55 page)

BOOK: Sueño del Fevre
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York soltó una risotada ruda y desesperada.

—¿Y le derrotó? —preguntó Marsh.

—Fácilmente —asintió Joshua—. Como siempre había sucedido, a excepción de aquella noche. Reuní toda la fuerza, la voluntad y la ira que había en mí, pero no hubo réplica posible. Creo que ni el propio Julian lo esperaba —añadió, moviendo la cabeza—. Joshua York, rey de los vampiros... Volví a fallarles. Mi reino duró apenas un par de meses. Durante los últimos trece años, Julian ha sido nuestro amo.

—¿Y los prisioneros? —preguntó Abner, seguro de la contestación pero deseando equivocarse.

—Muertos. Los tomaron uno a uno, durante los meses que siguieron.

Marsh hizo un gesto de desagrado.

—Trece años es mucho tiempo, Joshua. ¿Por qué no escapó? Debió tener alguna oportunidad.

—Muchas —reconoció York—. Creo que Julian hubiera preferido que me esfumara. El había sido maestro de sangre durante mil años o más, el más fuerte y terrible depredador que ha caminado sobre la tierra, y yo le tuve dominado durante dos meses. Ni él ni yo podíamos ufanarnos de mi breve y amargo triunfo, pero tampoco podíamos olvidarlo. Durante esos años nos enfrentamos una y otra vez y, en cada ocasión, antes de que Julian sacara a la luz todo su poder, vi en él la sombra de la duda, el temor a que quizá en esa ocasión fuera vencido otra vez. Sin embargo, nunca sucedió eso. Y yo me quedé. ¿Dónde hubiera podido ir, Abner? ¿Y de qué me hubiera servido? Mi lugar está con mi gente. En todo momento seguí esperando que algún día pudiera arrebatársela a Julian. Incluso estando derrotado, mi presencia era un reto para Julian. Siempre era yo quien iniciaba nuestros duelos sobre el mando, nunca él. Nunca intentó hacerme matar. Cuando se agotaban los suministros de mi pócima, instalaba el equipo para preparar más y Julian no interfería. Incluso dejó que algunos otros se sumaran a mí. Simon, Cynthia, Michel y algunos más. Seguimos consumiendo mi licor y con él apaciguamos la sed.

»Por su parte, Julian siguió en el camarote. Casi podría decirse que estaba en estado de hibernación. En ocasiones, nadie salvo Sour Billy le veía en semanas. Así pasaron los años, con Julian perdido en sus sueños, aunque su presencia aleteaba sobre nosotros. Y también tenía su sangre, por supuesto. Al menos una vez al mes, Sour Billy se encaminaba a Nueva Orleans y regresaba con una víctima. Antes de la guerra fueron esclavos. Después, fueron chicas de salones de baile, prostitutas, borrachos y demás carroña, cualquiera que pudiera atraer. La guerra fue difícil. Julian despertó durante la guerra y dirigió grupos en la ciudad en varias ocasiones. Después envió a los demás. Las guerras suelen ofrecer víctimas abundantes para mi pueblo, pero también pueden ser peligrosas, y ésta se cobró sus víctimas. Cara fue atacada una noche por un soldado de la Unión en Nueva Orleans. Ella le mató, naturalmente, pero el soldado tenía compañeros... Ella fue la primera víctima de la guerra. Philip y Alain fueron detenidos por sospechosos y hechos prisioneros. Así, les encerraron en una empalizada situada al aire libre, para esperar el interrogatorio. El sol salió, ascendió en el cielo, y ambos murieron. Una noche, las tropas incendiaron la plantación. Armand murió en el incendio y Jorge y Michel sufrieron terribles quemaduras, aunque se repusieron. El resto de nosotros se dispersó y regresó al
Sueño del Fevre
cuando los merodeadores hubieron desaparecido. Desde entonces, el barco fue nuestro hogar.

»Los años han transcurrido en una especie de tregua entre Julian y yo. Cada vez somos menos, apenas una docena, y estamos divididos. Mis seguidores toman mi pócima y los de Julian su sangre. Simon, Cynthia y Michel están conmigo, y los demás con él, algunos porque beben como él y otros porque es su maestro de sangre. Kurt y Raymond son sus más poderosos aliados. Y Billy —su expresión era de desagrado—. Billy es ahora caníbal. Durante trece años, Julian le ha estado convirtiendo en uno de los nuestros, o al menos eso dice. Después de todo este tiempo, la sangre aún hace vomitar a Billy. Le he visto revolverse de asco una docena de veces, pero ahora come con ansia la carne humana, aunque primero la cuece. Julian lo encuentra divertido.

—Debió permitirme matarle.

—Quizá, aunque sin Sour Billy hubiéramos muerto todos en el vapor el primer día. Tiene una mente rápida, pero Julian le ha destrozado las ideas terriblemente, como hace con todo aquel que le escucha. Sin Billy el sistema de vida que Julian ha construido se derrumbaría. Es Billy quien acude a la ciudad y regresa con las víctimas para Julian. Es Billy quien vende la plata del barco o parcelas de terreno o lo que se necesite para tener un poco de dinero a mano. Y, en cierto sentido, se debe a Billy que ahora estemos juntos usted y yo.

—Suponía que tarde o temprano iba a llegar a este punto —dijo Marsh—. Ha estado usted mucho tiempo con Julian sin escapar ni hacer nada. Pero ahora está aquí, mientras Julian y Sour Billy le siguen los pasos, y precisamente ahora se le ocurre escribirme esa maldita carta. ¿Por qué ahora? ¿Qué ha cambiado?

Joshua tenía las manos firmemente apretadas contra los brazos del sillón.

—La tregua de que le he hablado ha terminado. Julian vuelve a estar despierto.

—¿Cómo?

—Billy —contestó Joshua—. Billy es nuestro nexo de unión con el mundo exterior. Cuando va a Nueva Orleans, suele llevar periódicos y libros para mí, además de comida, bebida y víctimas. Billy escucha también todas las historias y chismes de la ciudad del río.

—¿Y? —inquirió Abner.

—En los últimos tiempos, la mayor parte de las conversaciones han girado sobre un mismo tema. Los periódicos también han escrito mucho sobre el mismo. Es un tema que tiene usted en el corazón y en la mente, Abner. Los vapores de río. Dos de ellos, en particular.

Abner le miró ceñudo.

—El
Natchez
y el
Wild Bob Lee
—dijo. No comprendía a dónde quería ir a parar Joshua.

—Precisamente —dijo York—. Por lo que he podido leer en los periódicos y lo que contaba Billy, creo que es inevitable una carrera entre ellos.

—Vaya que sí —asintió Marsh—. Y pronto. Leathers ha estado ufanándose río arriba y corriente abajo. Y, últimamente ha empezado a pisarle el negocio al Lee de mala manera, por lo que he oído. El capitán Cannon no va a soportarlo mucho tiempo. Tiene que ser una maravilla de carrera —murmuró mientras se mesaba la barba—. Sólo que no comprendo qué tiene eso que ver con Julian, con Billy o con su maldita gente de la noche.

Joshua volvió a mostrar una sonrisa triste.

—Billy habló demasiado. Julian se interesó por el tema, y tiene buena memoria. Recuerda aquella promesa que le hizo a usted cierta vez. He logrado detenerle en una ocasión pero ahora, maldita sea, tiene la intención de intentarlo otra vez.

—¿Intentarlo otra vez?

—Quiere recrear la matanza que yo encontré en el
Sueño del Fevre
—dijo Joshua—. Abner, este asunto entre el
Natchez
y el
Robert E. Lee
ha prendido el interés de la nación entera. Según los periódicos, se hacen grandes apuestas incluso en Europa. Si corren desde Nueva Orleans a San Luis, cubrir la distancia les llevará tres o cuatro días. Y tres o cuatro noches, Abner. Tres o cuatro noches.

Y de repente Abner Marsh comprendió dónde quería ir a parar Joshua, y le invadió un frío interior como nunca había conocido.

—El
Sueño del Fevre
—murmuró.

—Lo están poniendo a flote de nuevo —continuó Joshua—, llenando otra vez el canal que desecamos. Sour Billy está reuniendo dinero. Este mismo mes vendrá a la ciudad y contratará una tripulación para poner a punto el barco y para manejarlo cuando llegue el momento. Julian opina que será muy divertido. Intenta llevar el barco a Nueva Orleans y atracar allí hasta el día de la carrera. Dejará que el
Natchez
y el
Robert E. Lee
partan primero y él llevará el
Sueño del Fevre
río arriba a continuación. Cuando caiga la oscuridad, aproximará el barco al que esté ganando la carrera, lo abordará y bueno, ya comprende sus intenciones. Ambos vapores llevarán una tripulación ligera y ningún pasajero, para evitar el exceso de peso. Una ventaja más para Julian. Y él nos obligará a tomar parte a todos. Yo soy su piloto —rió amargamente—. O lo era. Cuando supe de la locura que se proponía, luché con él y perdí una vez más. Al llegar el amanecer siguiente, le robé el caballo a Billy y huí. Pensé que frustraría sus planes con mi escapatoria pues, sin piloto, no podría llevar a cabo sus intenciones. Sin embargo, cuando me recuperé de las quemaduras comprendí que me había equivocado. Billy simplemente contratará un piloto.

Abner Marsh notó una gran aprensión en el estómago. Una parte de él se sentía enfermo y furioso ante los planes de Julian para convertir el
Sueño del Fevre
en una especie de vapor demoníaco. En cambio, otra parte de su ser se sentía arrebatada por la audacia del proyecto, por la visión del
Sueño del Fevre
adelantando a los otros vapores, a Cannon y a Leathers y a todos los demás, por añadidura.

—Un piloto, diablos —comentó Marsh—. Esos dos vapores son los más rápidos del condenado río, Joshua. Si deja que zarpen antes, ni va alcanzarlos ni matará a nadie.

Sin embargo, incluso cuando lo estaba diciendo, Marsh se daba cuenta de que en el fondo no creía en sus propias palabras.

—Julian piensa que eso lo hace todo más divertido —le contestó Joshua—. Si consiguen mantenerse delante, viven. Si no... —hizo un gesto con la cabeza—. Y también dice que tiene la mayor confianza en su barco, Abner. Pretende hacerlo famoso. Después de la acción, dice que ambos barcos serán hundidos y, según Julian, todos escaparemos a tierra firme y nos encaminaremos al este, a Filadelfia o quizá Nueva York. Julian afirma estar harto del río. Yo creo que son sólo palabras vacías. Julian está harto de la vida. Si lleva a cabo sus planes, sé que será el fin de mi raza.

Abner Marsh se levantó de la cama donde había estado sentado y golpeó furioso con el bastón en el suelo.

—¡Por todos los diablos! —rugió—. Mi barco los alcanzará, lo sé, como hubiera podido alcanzar al
Eclipse
si hubiera tenido la oportunidad, lo juro. No tendrá ningún problema en superar los tiempos del
Natchez
y del
Bad Bob
. Diablos, ninguno de ellos hubiera podido batir siquiera al
Eclipse
. Maldita sea, Joshua, no dejaré que Julian haga eso con mi barco, juro que no.

Joshua York sonrió de manera leve y peligrosa, y cuando Abner Marsh le miró a los ojos, vio en ellos la determinación que una vez viera en el «Albergue de los Plantadores», y la fría cólera que había contemplado el día que irrumpiera de improviso en su camarote durante el día.

—No —dijo Joshua—. Claro que no. Por eso le escribí, Abner, y rogué que estuviera aún con vida. He meditado en todo esto mucho tiempo, y estoy decidido. Lo mataremos. No hay otro camino.

—Diablos —contestó Marsh—. Le ha costado bastante comprenderlo. Yo ya se lo hubiera podido decir hace trece años. Bueno, estoy con usted. Sólo que... —apuntó con el bastón de caña al pecho de Joshua—. No debemos dañar el vapor, ¿me oye? La única parte mala de todo el maldito plan de Julian es esa donde todo el mundo resulta muerto. El resto del asunto me complace bastante —sonrió—. Cannon y Leathers van a llevarse una sorpresa tal que no podrán creerlo.

Joshua se levantó, sonriendo.

—Abner, haremos cuanto podamos, se lo prometo, para lograr que el
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siga intacto. Sin embargo, asegúrese de prevenir bien a sus hombres.

—¿Qué hombres? —preguntó Marsh, sorprendido.

La sonrisa del rostro de Joshua se difuminó.

—Su tripulación —dijo—. Creía que había bajado usted a Nueva Orleans en uno de sus barcos, con una partida de hombres .

Marsh recordó de repente que Joshua había dirigido la carta a la Compañía de Paquebotes del río Fevre, en San Luis.

—Diablos —dijo entonces—. Joshua, ya no tengo barcos, ni tampoco hombres. Vine aquí en barco, eso sí, con un buen pasaje en camarote.

—¿Y Karl Framm? —inquirió Joshua—. ¿Y Toby? ¿Y los demás, todos esos hombres que llevaba usted en el
Eli
Reynolds
...?

—Muertos, o lejos de aquí. Todos ellos. Yo mismo estaba a punto de morir.

El rostro de Joshua se oscureció.

—Había pensado en atacar con bastantes fuerzas, y de día. Esto cambia las cosas, Abner.

Marsh parecía una tormenta a punto de estallar.

—No cambia nada. No cambia absolutamente nada, en lo que a mí respecta. Quizá usted calculó caer sobre Julian con un ejército entero, pero ya ve que no puede ser así. Yo ya soy un anciano, Joshua, y probablemente voy a morir pronto. Damon Julian ya no me asusta. Ha tenido mi barco desde hace mucho tiempo y no me gusta lo que ha hecho con él. Ahora, me propongo recuperarlo o morir en el intento. Usted me escribió que había hecho una elección, diablos. ¿De qué se trata? ¿Va a venir conmigo, sí o no?

Joshua York escuchó con atención el acceso de furia de Marsh y lentamente una sonrisa forzada apareció en sus pálidas facciones.

—Muy bien —dijo al fin—. Lo haremos nosotros solos.

CAPÍTULO TREINTA Y DOS
Plantación Julian, Louisiana, mayo de 1870

Abandonaron Nueva Orleans a mitad de la noche, rodando y martilleando en la oscuridad al recorrer los caminos en la galera que había comprado Joshua. Vestido de marrón oscuro y con una capa ondeando tras él, Joshua tenía un aspecto tan elegante como en los viejos tiempos mientras sacudía las bridas y azuzaba a los caballos. Abner Marsh estaba sentado junto a él y parecía preocupado, rebotando y tambaleándose a cada salto sobre piedras o baches, y sosteniendo con fuerza el fusil de doble cañón sobre las rodillas. El bolsillo de su tabardo iba repleto de proyectiles.

Joshua dejó el camino principal tan pronto como estuvieron fuera de la vista de la ciudad, y poco más tarde también se apartó del camino secundario, para avanzar rápidamente por atajos poco transitados, y desiertos a aquella hora de la noche. Los caminos se estrecharon, formando retorcidas veredas entre tupidos bosques de pinos amarillos y pinos piñoneros, magnolias y cipreses, robles y encinas. A veces, las ramas de los árboles se entremezclaban sobre sus cabezas haciéndoles avanzar por lo que parecía un túnel negro e interminable. Marsh observó que en algunos momentos no veía nada, cuando los árboles se espesaban y ocultaban la luz de la luna, pero Joshua no dejaba que la velocidad disminuyera en ningún momento. Tenía ojos hechos para la oscuridad.

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