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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástica

Sueño del Fevre (58 page)

BOOK: Sueño del Fevre
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Tendría que ir él hasta Damon Julian, decidió Sour Billy, tendido en el suelo, envuelto en su propia sangre y su dolor. Tendría que moverse hasta donde estuviera Julian, para que éste le ayudara.

Sour Billy se mordió los labios y reunió todas sus fuerzas para intentar ponerse en pie. Un alarido se escapó de su boca. El dolor que le atravesó al intentar moverse fue como un cuchillo ardiente, como una repentina y punzante agonía que le traspasaba todo el cuerpo y se llevaba de él todo pensamiento, toda esperanza y todo temor. Su cuerpo se estremeció y permaneció inmóvil, entre involuntarios quejidos. Notó que el corazón le latía salvajemente y que el dolor remitía poco a poco. Fue entonces cuando Sour Billy se dio cuenta de que no notaba las piernas. Intentó mover los dedos de los pies, pero no podía sentir ni mover nada de cintura para abajo.

Se estaba muriendo. Pensó que no era justo ahora que estaba tan cerca. Durante trece años había estado bebiendo sangre y fortaleciéndose, transformándose. Estaba a punto de conseguir la vida eterna, y ahora se la arrebataban, se la robaban, como siempre le había despojado de todo. Era una estafa. El mundo le había estafado una vez más, como los negros y las criollas y los señoritos elegantes, que siempre le mentían y se burlaban de él. Y ahora le estaban quitando la vida, la venganza, todo...

Tenía que llegar hasta Julian. Si él conseguía completar su transformación, las cosas se arreglarían. De lo contrario, él moriría allí y todos se reirían de él y dirían que era un estúpido, una basura, todo lo que siempre les había oído decir y se orinarían en su tumba y se burlarían de él. Tenía que llegar hasta el señor Julian. Y después sería él quién se reiría, vaya si se reiría.

Sour Billy respiró profundamente. Notaba el cuchillo, aún en su mano. Movió el brazo y tomó el filo entre los dientes, temblando. ¡Ahora! Pensó que ya no le dolía tanto. Todavía le era posible mover los brazos. Extendió los dedos y trató de agarrarse a la húmeda cubierta, llena de sangre y de moho. Después, tiró de sí todo cuanto pudo con las manos y los brazos, y se esforzó en avanzar. Le ardía el pecho y la sensación lacerante le volvió a invadir la espalda. Se estremeció y sujetó el acero con fuerza entre los dientes. Se derrumbó exhausto y agónico. Sin embargo, cuando el dolor remitió un poco, Sour Billy abrió los ojos y sonrió sin dejar caer la hoja de la navaja. ¡Se había movido! Había avanzado todo un palmo. Otros cinco o seis intentos más y estaría al pie de la gran escalinata. Entonces podría asirse a los lujosos barrotes de la barandilla y los utilizaría para subirla. Pensaba que las voces provenían de allá arriba. Podría llegar hasta ellos. Sabía que podía... ¡y tenía que hacerlo!

Sour Billy Tipton alargó los brazos, clavó sus largas y duras uñas en la madera, y mordió con fuerza la navaja.

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
A bordo del vapor
SUEÑO DEL FEVRE
, mayo de 1870

Las horas pasaron en silencio, un silencio preñado de miedo.

Abner Marsh estaba sentado junto a Damon Julian, con la espalda contra el mármol negro del bar, sosteniéndose el brazo roto y sudando. Al fin Julian le había permitido incorporarse cuando el dolor del brazo se había hecho insoportable para Marsh, y éste empezó a gemir. En la posición actual parecía sentir menos dolor, pero sabía que la agonía volvería a comenzar en el momento en que intentara moverse. Por esta razón permanecía quieto, se sostenía el brazo, y pensaba.

Marsh no había sido nunca un gran jugador de ajedrez, como se lo había demostrado Jonathon Jeffers media docena de veces. En sesiones, incluso olvidaba de una partida a otra cómo se movían las condenadas piezas. Pero sabía lo suficiente para reconocer una posición de tablas cuando la tenía presente.

Joshua estaba sentado muy rígido en su silla. Sus ojos parecían oscuros e insondables a aquella distancia. Su cuerpo estaba tenso. El sol le caía encima y le arrancaba la vida poco a poco, absorbiéndola con su fuerza como absorbía la niebla matutina en el río. Y seguía sin moverse, por Marsh. Porque Joshua sabía que si atacaba, Abner Marsh estaría ahogándose en su propia sangre antes de que él consiguiera acercarse siquiera a Julian. Quizá entonces consiguiera acabar con Julian, o quizá no, pero ninguna de estas posibilidades tendría importancia para Marsh.

Julian no estaba en mejores condiciones. Si mataba a Marsh, perdería su protección. Entonces Joshua quedaría libre para atacarle, y era evidente que Damon Julian sentía temor ante aquella posibilidad. Abner Marsh se daba cuenta de la magnitud de aquello. Sabía lo que representaba una derrota para un hombre, incluso para alguien como Damon Julian. Este había vencido a Joshua docenas de veces, y había bebido su sangre para sellar la sumisión. York, en cambio, sólo había triunfado una vez, pero era suficiente, Julian ya no tenía la total certeza de vencer. El temor se había instalado en su ser como los gusanos en un cadáver.

Marsh se sentía débil y sin esperanzas. El brazo le dolía tremendamente y no podía hacer nada para evitarlo. Cuando estaba observando a York o a Julian, su mirada se volvía hacia el fusil. Está demasiado lejos, se decía sabiendo que no podría llegar hasta él con vida. Al recostarse contra la barra, su distancia respecto al arma se había incrementado. Había ahora más de dos metros. Era imposible. Marsh se daba cuenta de que no podría hacerlo, ni aun estando en la plenitud de sus facultades. Y con un brazo roto... Apretó los labios e intentó encontrar otra solución. Si fuera Jonathon Jeffers quien estuviera sentado allí, y no él, quizá hubiera sido capaz de pensar en algún plan, algo inteligente, sorprendente y astuto. Pero Jeffers estaba muerto y Marsh sólo podía contar consigo mismo, y lo único que se le ocurría era lo más simple, directo y estúpido: lanzarse a por el fusil. Y si lo hacía, sabía Marsh, moriría sin remisión.

—¿Te molesta la luz, Joshua? —preguntó en un momento dado Julian, cuando ya llevaban un largo rato sentados—. Tendrás que acostumbrarte a ella. Si pretendes convertirte en un humano. Todo el buen ganado adora el sol —añadió con una sonrisa. Después, tan rápida como había llegado, la sonrisa se fue. Joshua York no contestó, y Julian no volvió a abrir la boca.

Al observarle, Marsh pensó en la decadencia del propio Julian. El vapor y Sour Billy estaban totalmente en ruinas, lo de Julian, sin embargo, era distinto y mucho más temible. Tras aquella única y breve pregunta, no hubo más bromas. No hubo, de hecho, más palabras. Julian no miraba a Joshua ni a Marsh, ni a ningún lugar en especial. Sus ojos se hundían en la nada, fríos, negros y muertos como carbones. En las sombras donde estaba sentado, a veces parecían arder con una mortecina luz en su rostro pálido y preocupado. Sin embargo, no tenían nada de humanos. Nada en Julian parecía ahora humano. Marsh recordó la noche en que Julian había subido a bordo del
Sueño del Fevre
por primera vez. En aquella ocasión, cuando le había mirado a los ojos, fue como si viera caer una máscara tras otra, en una sucesión interminable hasta que en el fondo, debajo de todo, emergió la bestia. Ahora era diferente. Era casi como si las máscaras hubieran dejado de existir. Damon Julian había sido el hombre más malvado que Marsh había conocido, pero sólo parte de su maldad era humana: su malevolencia, sus mentiras, su terrible risa musical, su cruel deleite en el tormento, su amor por la belleza, y su ruindad. Ahora, todo aquello parecía haberse esfumado. Ahora sólo se veía a la bestia, agazapada en la oscuridad con sus ojos de fiera, arrinconada y temerosa, irrazonable. Ahora Julian no ridiculizaba a Joshua, ni divagaba acerca del bien y del mal, de la fuerza y la debilidad, ni llenaba a Marsh de suaves y podridas promesas. Ahora sólo permanecía allí sentado, envuelto en la oscuridad, con su rostro sin edad carente de toda expresión, con sus ojos viejos y vacíos.

Abner Marsh advirtió entonces que Joshua había tenido razón. Julian estaba loco, o peor que loco. Julian era ahora un fantasma, y el ser que vivía dentro de su cuerpo era cualquier cosa menos estúpido.

Y con todo, pensó Marsh con amargura, era aquel ser quien iba a vencer. Damon Julian podía morir, como las demás máscaras habían ido muriendo una tras otra a través de los largos siglos. En cambio, la bestia seguiría viva. Julian soñaba con descansar en las sombras, pero la bestia negra nunca moriría. Era lista, y paciente y fuerte.

Abner Marsh miró de nuevo hacia el fusil. Si pudiera alcanzarlo... Si todavía tuviera la fuerza y la rapidez que había gozado cuarenta años antes... Si Joshua pudiera atraer la atención de la bestia durante el tiempo suficiente... Pero la bestia no cedería. Marsh ya no era rápido ni fuerte y tenía un brazo roto que le dolía terriblemente. Nunca llegaría a ponerse en pie ni a agarrar el fusil a tiempo. Además, el cañón apuntaba en otra dirección, casi directamente a Joshua. Si hubiera apuntado al otro lado, quizá hubiera merecido la pena el riesgo. En tal caso, sólo habría tenido que lanzarse hacia el arma, alzarla rápidamente y tirar del gatillo. Pero tal como estaba, habría tenido que asir el arma y darle toda la vuelta para dispararle a aquella cosa que se hacía llamar Julian. No. Marsh sabía que sería inútil. La bestia era demasiado rápida.

Un gemido escapó de los labios de Joshua, un grito de dolor reprimido. Se llevó una mano a la frente, se inclinó hacia adelante y hundió el rostro entre las manos. Tenía la piel ya bastante castigada. No pasaría mucho tiempo antes de que la tuviera roja. Después, se tostaría, se pondría negra y quedaría quemada definitivamente. Abner Marsh notó cómo su socio perdía vitalidad. Marsh no podía imaginarse por que continuaba bajo aquel círculo de luz. Joshua tenía valor, no había duda de que lo tenía. De repente, Marsh no se pudo contener.

—Mátele —dijo en voz alta—. Joshua, salga de ahí y vaya a por él, maldita sea. No piense en mí.

Joshua York alzó la mirada y sonrió débilmente.

—No —fue su única palabra.

—Maldita sea, estúpido cabezota. ¡Haga lo que le digo! Yo soy un condenado viejo y mi vida ya no importa nada. ¡Joshua, haga lo que le digo!

Joshua negó con la cabeza y volvió a cubrirse el rostro con las manos.

La bestia estaba mirando a Marsh de modo extraño, como si no pudiera comprender sus palabras, como si hubiera olvidado todas las lenguas que había conocido en su larga vida. Marsh observó sus ojos y le produjeron un escalofrío. Le dolía el brazo y las lágrimas estaban a punto de salir de sus ojos. Renegó y maldijo. Era mejor que llorar como una maldita mujer.

—Ha sido usted un condenado socio, Joshua. No voy a olvidarle mientras viva—. Volvió a gritar.

York sonrió. Hasta su sonrisa era una mueca de dolor. Joshua estaba debilitándose a ojos vista. La luz iba a matarle, y después Marsh se quedaría solo allí.

Quedaban horas y horas de sol, pero las horas pasarían. Caería la noche y Abner Marsh no podría hacer más para impedirlo de lo que podía hacer para alcanzar el fusil. El sol se pondría y las sombras se cernerían sobre el
Sueño del Fevre
, y la bestia sonreiría y se levantaría de su silla. Y por todo el salón se abrirían las puertas cuando los demás se despertaran y salieran, todos aquellos hijos de la noche, aquellos vampiros, aquellos hijos e hijas y esclavos de la bestia. Saldrían de detrás de los espejos rotos y de los óleos descoloridos, silenciosos, con sus frías sonrisas y sus blancos rostros y sus terribles ojos. Algunos eran amigos de Joshua y una incluso llevaba en su seno un hijo suyo, pero Marsh sabía con mortal certeza que aquello daría igual. Todos pertenecían a la bestia. Joshua poseía las palabras y la justicia y los sueños, pero la bestia tenía el poder y apelaría a las bestias que vivían en el fondo de cada uno de ellas, y provocaría la sed roja y doblegaría sus voluntades. La bestia no tenía sed ella misma, pero la recordaba.

Y cuando aquellas puertas se abrieran, Abner Marsh moriría. Damon Julian había hablado de conservarle con vida, pero la bestia no se sentiría obligada por las promesas estúpidas de Julian pues sabía lo peligroso que era Marsh. Hermoso o feo, Marsh sería su alimento aquella noche. Y Joshua moriría también o, aún peor, se convertiría en uno de ellos. Y su hijo al crecer sería otra bestia, y la matanza continuaría. La sed roja proseguiría implacable siglo tras siglo, y los ardientes sueños se convertirían en enfermedad y ruina.

¿Cómo podía acabar aquello de otra manera? La bestia era mayor que ellos, era una fuerza de la naturaleza. La bestia era como el río, eterna. No tenía dudas, ni pensamientos, ni sueños, ni proyectos. Joshua York quizá podía derrotar a Damon Julian, pero cuando cayera Julian aparecería la bestia, que yacía en él, altiva, implacable, poderosa. Joshua había drogado a su bestia, la había domesticado a su voluntad, así que sólo le quedaba su rostro humano para enfrentarse a la bestia que vivía en Julian. Y la humanidad no bastaba. No tenía ninguna esperanza de vencer.

Algo implícito en sus propios pensamientos inquietaba a Abner Marsh. Intentó determinar de qué se trataba, pero se le escapaba la idea. El brazo le dolía cada vez más. Deseó tener un poco de la pócima de Joshua. Sabía a diablos, pero Joshua le había dicho una vez que llevaba un poco de láudano, que le ayudaría a aliviar el dolor. Y el alcohol tampoco le iría mal.

El ángulo de la luz que caía por la claraboya destrozada había cambiado. Marsh pensó que ya había llegado la tarde, y que cada vez le quedaba menos tiempo. Ya sólo algunas horas más. Después, las puertas empezarían a abrirse. Observó a Julian y también miró el fusil. Se apretó el brazo como si así pudiera aminorar en algo su dolor. ¿ En qué diablos estaba pensando? ¿En que quería un poco de la maldita pócima de Joshua para el brazo roto...? No. Pensaba en la bestia, en cómo Julian no podría nunca vencerla, en que...

Volvió a mirar a Joshua, con los ojos semicerrados. Él había derrotado a la bestia. Una vez, al menos una vez, la había vencido. ¿Por qué no iba a poder volver a hacerlo? ¿Por qué no? Marsh se sujetó el brazo, se movió ligeramente adelante y atrás e intentó olvidarse del dolor para pensar con más claridad. ¿Por qué no, por qué no?

Y entonces le llegó la inspiración, como siempre ocurre en estos casos. Quizá era un tipo lento de comprensión, pero con muy buena memoria. Empezó a ver claro. La pócima, pensó. Ahora recordaba cómo habían sucedido los hechos. Él le había dado a beber hasta la última gota a Joshua cuando se desmayó bajo el sol, en la yola. La última gota le cayó en la bota y luego lanzó la botella al río. Joshua había abandonado la plantación Gray horas después y había tardado... ¿cuánto?... Días. Exacto, le había costado días regresar al
Sueño del Fevre
. Había estado corriendo, corriendo hacia aquellas malditas botellas, corriendo ante la sed roja. Entonces había encontrado el barco y todos aquellos muertos, y había empezado a liberar a los prisioneros encerrados en los camarotes y se había presentado Julian... Marsh recordaba las palabras del propio Joshua: «Yo le gritaba, le gritaba incoherentemente. Quería venganza. Quería matarle como nunca había deseado hacerlo con nadie, quería abrirle esa pálida garganta suya y probar su condenada sangre. Mi furia...». No, pensó Marsh. No había sido sólo la furia, Joshua había sentido la sed. Joshua se había alterado tanto que nunca llegó a comprenderlo, pero estaba en el primer estadio de la sed roja. Seguramente, debió tomarse un vaso abundante de la pócima después de haber derrotado a Julian, de modo que nunca llegó a darse cuenta de lo que había sucedido, de por qué aquella vez había sido distinto.

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