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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástica

Sueño del Fevre (57 page)

BOOK: Sueño del Fevre
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—Bien... —dijo.

Abner Marsh levantó su arma y disparó ambos cañones a quemarropa, al pecho de Billy. Marsh no se preocupó siquiera de escuchar aquel segundo «bien...». No, esta vez.

Abner Marsh disparó. El arma rugió y golpeó hacia atrás con fuerza, magullando el brazo de Marsh. El pecho de Sour Billy se volvió rojo por cien lugares y el impacto le empujó, la barandilla podrida de la cubierta superior cedió detrás de él y Billy fue a estrellarse contra la cubierta de abajo. Asiendo todavía el cuchillo, intentó ponerse en pie. Se tambaleó y cayó hacia adelante como un borracho. Marsh saltó tras él y volvió a cargar el arma. Sour Billy sacó una pistola que llevaba oculta al cinto. Marsh le propinó dos disparos más y lo barrió de la cubierta. La pistola de Billy cayó al suelo y Abner escuchó a Billy gritar y golpearse contra algo en la caída. Sacó la cabeza por el castillo de proa y contempló a Billy caído en el suelo, de cara al suelo, torcido, con una mancha de sangre bajo el cuerpo. Todavía tenía en la mano el maldito cuchillo, pero no parecía ya capaz de causar daño con él. Abner Marsh gruñó, sacó un par de proyectiles más del bolsillo y regresó hacia la cubierta superior.

La puerta del camarote del capitán estaba abierta de par en par y Damon Julian en el exterior, en plena cubierta, enfrentado cara a cara a Joshua, con una fría malevolencia en sus ojos negros y poderosos. Joshua York estaba inmóvil frente a él, como en pleno trance.

Marsh dirigió su mirada al fusil y a las balas que tenía en la mano. Se dijo a sí mismo que debía olvidarse de la presencia de Julian. Abner estaba a pleno sol, y el otro no podía ir a buscarlo allí. No debía mirarlo, sólo cargar, cargar el arma y meterle los dos condenados disparos en su maldito rostro mientras Joshua lo mantenía quieto. Le temblaba la mano. Consiguió dominarla y puso una bala en la cámara.

Y Damon Julian se echó a reír. Al escuchar aquella risa, Marsh alzó la vista a pesar de su intención de no hacerlo, con la segunda bala aún en las manos. Julian tenía en su risa tal musicalidad, tal cordialidad y buen humor, que resultaba difícil tenerle miedo y recordar quién era y las cosas que podía hacer.

Joshua había caído de rodillas.

Marsh soltó una maldición y dio tres impetuosos pasos adelante. Julian se volvió, todavía sonriente, y avanzó hacia él. O lo intentó. Julian decidió saltar a la otra cubierta por encima del destrozado porche, pero Joshua lo vio, se levantó y se lanzó tras él, saltando detrás. Por un momento, ambos rodaron por la cubierta. Después, Marsh escuchó a Joshua aullar de dolor, apartó la mirada, colocó la segunda bala en la recámara, cerró el arma y alzó de nuevo la vista para descubrir que Julian se le acercaba con su rostro blanquecino cerniéndose sobre él y los dientes brillantes y terribles. Abner cerró los dedos convulsivamente sobre el gatillo antes de tener bien dirigida el arma y el tiro se perdió en el aire. El retroceso envió a Marsh hacia atrás, y aquello fue probablemente lo que le salvó la vida. Julian falló su salto, se volvió... y se quedó dudando al ver alzarse a Joshua, con cuatro profundos regueros de sangre en la mejilla derecha.

—Mírame, Julian —dijo suavemente Joshua—. Mírame.

A Marsh le quedaba un tiro. Caído en la cubierta, alzó el cañón, pero no fue lo bastante rápido. Damon Julian apartó sus ojos de los de Joshua y vio que el cañón apuntaba hacia él. Dio un salto y el disparo se perdió de nuevo en el aire. Para cuando Joshua hubo ayudado a Marsh a ponerse en pie, Julian ya había desaparecido escaleras abajo.

—¡Vaya tras él! —dijo Joshua en tono urgente—. ¡Y esté alerta! Puede estar esperándolo.

—¿Y usted?

—Me ocuparé de que no abandone el barco —dijo Joshua. Se dio la vuelta y saltó sobre el borde de la cubierta superior, sobre el castillo de proa, con la rapidez y suavidad de un gato. Aterrizó a un metro de donde yacía Sour Billy, cayó pesadamente al suelo y rodó sobre la cubierta de las calderas. Un instante después se levantó y corrió rápidamente hacia la gran escalinata.

Marsh tomó dos balas más y cargó de nuevo el arma. Luego se acercó a la escalinata, observó con precaución y empezó a descender con pasos muy cuidadosos, con el arma perfectamente preparada para disparar. La madera crujió bajo su peso, pero no escuchó ningún otro sonido, aunque Marsh sabía que aquéllo no quería decir nada, pues todos los seres de la noche se movían en total silencio, todos ellos.

Tuvo un presentimiento y supo donde estaba escondido Julian. En el gran salón, o en uno de los camarotes de aquella zona. Marsh mantuvo tenso el dedo sobre el gatillo y entró en el salón, haciendo una pausa para permitir que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.

Cerca del otro extremo del salón, algo se movió. Marsh apuntó y aguardó, pero al instante se relajó otra vez. Era Joshua.

—No se ha escapado —dijo Joshua recorriendo con sus ojos, mucho más eficaces que los de Marsh, la oscuridad del salón.

Supongo que no —dijo Marsh. De repente, el gran salón parecía helado. Helado y tranquilo, como el aliento de una tumba cerrada durante mucho tiempo. La oscuridad era excesiva. Marsh no alcanzaba a distinguir más que sombras vagamente amenazadoras.

—Necesito un poco de luz —dijo. Dirigió el cañón del fusil hacia arriba y disparó contra la claraboya. El ruido fue ensordecedor en el salón cerrado, y el cristal cayó en pedazos. La lluvia de fragmentos dio paso a unos rayos de sol. Marsh extrajo otra bala y cargó de nuevo el arma.

—Sigo sin ver nada —dijo, dando un paso adelante con el fusil bajo el brazo.

El gran salón estaba extrañamente silencioso y vacío en toda la extensión que alcanzaba a ver. Marsh pensó que quizá Julian se ocultaba tras la barra. Con mucha cautela, se dirigió hacia allí.

Un vago tintineo sonó a sus espaldas. Era el golpear de unos cristales movidos por el viento. Abner Marsh frunció el ceño.

—¡Cuidado, Abner! ¡Encima de usted! —gritó en aquel instante Joshua.

Marsh alzó la vista en el mismo instante en que Damon Julian se soltaba de la gran lámpara oscilante y caía sobre él.

Marsh intentó alzar el fusil y apuntar, pero era demasiado tarde y además sus reflejos condenadamente lentos. Julian aterrizó justo sobre él y le arrancó el fusil de la mano. Ambos cayeron rodando. Marsh luchó por liberarse, pero algo le tomó por detrás y tiró de él. Marsh golpeó a ciegas con su enorme puño. La contestación le vino no supo de dónde y casi le arrancó la cabeza. Por un momento, se quedó tirado en el suelo, aturdido. Su adversario le asió el brazo y lo dobló a la espalda con fuerza. Marsh gritó, pero la presión no cedió. Intentó ponerse en pie, pero Julian le torció el brazo hacia arriba con una fuerza aún más terrible. Escuchó crujir las articulaciones y volvió a gritar, aún más fuerte, mientras el dolor le invadía todo el cuerpo. Fue empujado violentamente contra el suelo, de cara contra la musgosa alfombra.

—Siga luchando, querido capitán, y le romperé el otro brazo —escuchó decir a Julian con voz meliflua—. Quédese quieto.

—¡Apártate de él! —dijo Joshua. Marsh alzó los ojos y le vio en el salón, de pie, a unos siete metros de distancia.

—No pienso hacerlo —replicó Julian—. No te muevas querido Joshua. Si te acercas, le abriré la garganta al capitán Marsh antes de que hayas dado un paso. Quédate donde estás y no le haré nada, ¿entendido?

Marsh intentó moverse y se mordió los labios de angustia. Joshua siguió inmóvil con las manos abiertas como garras delante del cuerpo.

—Sí —le escuchó decir Marsh—. Comprendo.

Sus ojos parecían mortíferos, pero mostraban un asomo de indecisión. Marsh buscó con la mirada el fusil. Estaba a dos metros de él, totalmente fuera de su alcance.

—Bien —dijo Damon Julian—. Y ahora, ¿por qué no nos ponemos cómodos?

Marsh oyó cómo Julian acercaba una silla y se sentaba justo detrás de él.

—Yo me sentaré aquí, en la sombra. Tú, Joshua, siéntate bajo ese rayo de luz que el capitán ha tenido la amabilidad de introducir en el salón. Vamos, Joshua. Haz lo que digo, a menos que quieras ver cómo lo mato.

—Si lo haces, nada se interpondrá entre nosotros dos —dijo Joshua.

—Quizá esté dispuesto a correr ese riesgo —replicó Julian—. ¿Y tú?

Joshua miró pausadamente a su alrededor, asió una silla y se colocó debajo de la claraboya destrozada. Se sentó bajo el rayo de sol, a más de cinco metros de Julian y de Marsh.

—Quítate el sombrero, Joshua. Quiero verte la cara.

York hizo una mueca, se quitó el sombrero y lo hizo volar hacia las sombras.

—Bien —dijo Damon Julian—. Ahora podemos esperar juntos un buen rato, Joshua —se rió abiertamente—. Hasta que oscurezca...

CAPÍTULO TREINTA Y TRES
A bordo del vapor SUEÑO DEL FEVRE, mayo de 1870

Sour Billy abrió los ojos e intentó gritar, pero de sus labios no surgió sino un leve susurro. Inspiró y tragó sangre. Sour Billy había bebido la suficiente para reconocer el sabor. Sólo que en esta ocasión era la suya. Tosió y trató de conseguir un poco de aire. No se sentía nada bien. Todo el pecho le ardía y el lugar donde se encontraba caído estaba mojado de sangre, más sangre. «Ayuda», susurró débilmente. Nadie le hubiera podido oír a más de un metro. Se estremeció y cerró los ojos otra vez, como si pudiera dormirse para hacer desaparecer así el dolor.

Sin embargo, el terrible dolor no desapareció. Sour Billy se quedó allí tendido durante un tiempo interminable, con los ojos cerrados, respirando angustiosamente con movimientos que sacudían su pecho y le hacían exhalar gritos mudos. No podía pensar salvo en la sangre que se le escapaba en el duro suelo que había bajo su cara y en el olor. A su alrededor había un hedor terrible. Por fin, Sour Billy lo reconoció. Había perdido el control y había defecado. No podía notarlo, pero sí olerlo. Empezó a llorar.

Por último, Sour Billy Tipton no pudo ya seguir llorando. Las lágrimas se habían secado, y el dolor aumentaba. El dolor era terrible. Intentó concentrarse en alguna otra cosa, en algo que no fuera dolor, para ver si de esta forma lo sentía menos. Poco a poco, la escena volvió a su memoria. Marsh y Joshua York, y el disparo a quemarropa. Habían llegado para hacer daño a Julian, recordó, y él había intentado detenerles. Sólo que esta vez no había sido lo bastante rápido. Intentó llamar otra vez a su amo. «¿Julian?», dijo, un poco más alto que antes, pero todavía en voz demasiado queda.

No hubo respuesta. Sour Billy Tipton sollozó y abrió los ojos. Se había caído directamente desde la cubierta superior. Vio que estaba en el castillo de proa, y que era de día. Damon Julian no podría escucharle. Y aunque así fuera, hacía tanto sol y estaba tan alto en el cielo que Julian no vendría, no podría acercársele hasta que oscureciera. Y para entonces ya estaría muerto.

—Para la noche ya estaré muerto —dijo, aunque tan bajo que apenas pudo escucharse a sí mismo. Tosió y tragó más sangre—. Señor Julian... —insistió, débilmente.

Descansó un rato y pensó, o intentó hacerlo. Estaba lleno de agujeros. Su pecho debía ser carne abierta. Pensó que debería estar muerto. Marsh le había disparado desde muy cerca, y ahora debería estar muerto. Pero no lo estaba. Sour Billy se rió para sí. Sabía por qué no estaba muerto. Los tiros no podían acabar con él, pues ahora ya era casi uno de ellos. Era como Julian le había dicho. Sour Billy había notado que la transformación iba avanzando. Cada vez que se miraba al espejo creía verse un poco más pálido, con los ojos cada vez más parecidos a los de Julian. Se miraba y creía que quizá aquel año o el siguiente mejoraría su visión en la oscuridad. Y todo había sido obra de la sangre, estaba seguro. Si no fuera por la repugnancia que le producía, se habría atrevido a tomar aún más. A veces, la sangre le ponía realmente enfermo, le producía calambres abdominales y la vomitaba, pero él insistía, como Julian le había dicho, y cada día le hacía un poco más fuerte. A veces lo notaba y ahora todo aquello era la comprobación definitiva. Le habían disparado y se había caído desde una buena altura y no estaba muerto, no señor, no estaba muerto. Estaba curándose, igual que haría Damon Julian. Ya casi era uno de ellos. Sour Billy sonrió y pensó quedarse allí tendido hasta que estuviera curado. Después se levantaría y acabaría con aquel Abner Marsh. Se imaginaba lo asustado que se quedaría Marsh cuando le viera acercarse a él, después de las heridas que había recibido.

Si no le doliera tanto... Sour Billy se preguntó si a Julian también le había dolido así el día que aquel señorito de sobrecargo le había atravesado con su espada. El señor Julian le había dado una lección. Sour Billy también les dará una lección a varios. Pensó en ello un rato. Pensó en todo lo que iba a hacer. Recorrería Gallatin Street cuando le viniera en gana, y todos le tratarían con el mayor respeto, y conseguiría hermosas muchachas altas y rubias, damas criollas, en lugar de prostitutas de los salones de baile, y cuando terminara con ellas tomaría también su sangre para que nadie más pudiera poseerlas, y así no se reirían de él, no como las prostitutas que a veces se habían reído de él, durante los malos tiempos.

A Sour Billy le gustó mucho pensar en cómo iban a ir las cosas, pero al cabo de un rato —unos minutos, unas horas, ya no podía asegurarlo— le fue imposible continuar haciéndolo. En cambio, seguía pensando en el dolor, en lo mucho que le dolía cada vez que respiraba. Ya debería dolerle menos, pensaba, y sin embargo no era así. Y todavía seguía sangrando de mala manera, hasta el punto que empezaba a sentirse terriblemente mareado. Si estaba curándose, ¿cómo podía ser que aún sangrara? Sour Billy sintió miedo de repente. Quizá todavía no había llegado suficientemente lejos. Quizá después de todo no iba a curarse, a levantarse como nuevo y a acabar con Abner Marsh. Volvió a gritar «Julian». Gritó con todas sus fuerzas. Julian podía terminar la transformación, podía hacerle mejor y más fuerte. Si conseguía llegar hasta Julian todo iría bien. Julian le daría un poco de sangre para fortalecerle, Julian se cuidaría de él. Sour Billy estaba seguro. ¿Qué podía hacer Julian sin él? Volvió a llamarle, gritando tan fuerte que el dolor de su garganta se hizo insoportable.

Nada, silencio. Escuchó con atención para saber si se acercaba alguien, Julian o alguno de los otros acudiendo en su ayuda. Nada, salvo... Prestó más atención. Sour Billy creyó percibir voces. ¡Y una de ellas era la de Damon Julian! ¡Podía oírle! Sintió un ligero alivio.

Sólo que Julian no podía oírle a él. Y aunque hubiera podido no se atrevería a salir al sol. La idea llenó de pánico a Sour Billy. Julian sólo se acercaría cuando anocheciera. Entonces llegaría y terminaría la transformación. Pero entonces ya sería demasiado tarde.

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