Taiko (102 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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—Qué refrescante es el octavo mes —dijo Hideyoshi mientras contemplaba la luna en el cielo crepuscular—. ¡Ichimatsu! ¡Eh, Ichimatsu!

Los pajes salieron corriendo del campamento, cada uno maniobrando para llegar el primero. Ichimatsu no estaba entre ellos. Mientras los demás pajes se colocaban en posición para eclipsarse mutuamente, Hideyoshi les dio sus instrucciones.

—Preparad una estera y un lugar en el monte Hirai que tenga una vista imponente. Esta noche vamos a celebrar una fiesta de contemplación de la luna. Ahora no es peleéis entre vosotros. Esto es una fiesta, no una batalla.

—Sí, mi señor.

—Toranosuke.

—¿Mi señor?

—Dile a Hanbei que venga aquí si se encuentra lo bastante bien para contemplar la luna.

Dos de los pajes regresaron en seguida y anunciaron que habían preparado la estera. Habían elegido un lugar cerca de la cima del monte Hirai, a corta distancia del campamento.

—Una vista realmente soberbia —comentó Hideyoshi. Entonces se volvió de nuevo a los pajes y les dijo—: Preguntadle también a Kanbei. Sería una lástima que no viese esta luna.

Un paje fue corriendo a la tienda de Kanbei.

***

La plataforma para la contemplación de la luna había sido instalada bajo un pino enorme. Había sake frío en un recipiente con cuello de grulla y comida en una bandeja cuadrada de madera de ciprés. Aunque el marco no era precisamente lujoso, bastaba para un breve respiro durante una campaña militar, sobre todo con la brillante luna en lo alto. Los tres hombres se sentaron en línea sobre la estera, Hideyoshi en el centro, flanqueado por Hanbei y Kanbei.

Los tres contemplaban la misma luna, pero ésta evocaba en cada uno de ellos unos pensamientos del todo diferentes. Hideyoshi pensaba en los campos de Nakamura, Hanbei recordaba la luna mágica sobre el monte Bodai. Solamente Kanbei pensaba en el futuro.

—¿Tienes frío, Hanbei? —preguntó Kanbei a su amigo, y Hideyoshi, tal vez motivado por una preocupación repentina, también miró a Hanbei.

—No, estoy bien.

Hanbei sacudió la cabeza, pero en aquel momento su rostro parecía más pálido que la luna.

Hideyoshi suspiró, diciéndose que aquel hombre de talento tenía una salud frágil, y a él le preocupaba mucho más que al mismo Hanbei.

Cierta vez, en Nagahama, Hanbei vomitó sangre mientras cabalgaba, y durante la campaña del norte había caído enfermo con frecuencia. Antes de partir hacia el oeste, Hideyoshi trató de convencerle de que se quedara en casa, aduciendo que se estaba esforzando en exceso.

—¿De qué estáis hablando? —le replicó Hanbei jovialmente, y se unió a la campaña.

A Hideyoshi le tranquilizaba tener a Hanbei a su lado. Aquel hombre era una fuerza visible e invisible al mismo tiempo. Su relación era de señor y servidor, pero en su corazón Hideyoshi consideraba a Hanbei como un maestro, sobre todo ahora, cuando se enfrentaba a la difícil tarea de la campaña occidental, la guerra se prolongaba y muchos de sus colegas generales le tenían envidia. Se estaba aproximando a la cuesta más empinada de la vida, y su confianza en Hanbei era tanto más decisiva.

Pero Hanbei ya había enfermado dos veces desde que entraron en las provincias occidentales. Tan grande era la preocupación de Hideyoshi que ordenó a Hanbei que fuese a Kyoto y se hiciera examinar por un médico. Sin embargo, Hanbei regresó en seguida.

—He tenido una mala salud desde mi nacimiento, por lo que estoy acostumbrado a las enfermedades. El tratamiento médico sería inútil en mi caso. La vida de un guerrero está en el campo de batalla.

Entonces se puso a trabajar en su puesto del estado mayor con la misma diligencia que antes, sin el menor signo de fatiga. De todos modos, su débil constitución era un hecho inexorable, y no había manera de derrotar a la enfermedad, por muy fuerte que fuese el espíritu de Hanbei.

Cuando el ejército partió de Tajima había llovido intensamente. Tal vez debido a los excesos del viaje, Hanbei alegó encontrarse mal y no se presentó ante Hideyoshi durante dos días después de que hubieran acampado en el monte Hirai. Cuando Hanbei estaba muy enfermo era normal que no se presentase ante Hideyoshi durante varios días, pues no quería dar a su señor causa de preocupación. Pero como últimamente Hanbei parecía en buenas condiciones, Hideyoshi había pensado que podrían sentarse juntos bajo la luna y charlar como no lo hacían en mucho tiempo. Pero no era sólo la luz de la luna: como Hideyoshi temía, había algo anormal en el aspecto de Hanbei.

Al percibir la preocupación de Hideyoshi y Kanbei, Hanbei cambió a propósito el rumbo de la conversación.

—Kanbei, según las noticias que me dio ayer un servidor de mi provincia natal, tu hijo, Shojumaru, está perfectamente y por fin se ha acostumbrado a su nuevo entorno.

—Como Shojumaru se encuentra en tu provincia natal, Hanbei, no tengo ninguna preocupación. Casi nunca pienso en ello.

Los dos hablaron durante un rato sobre el hijo de Kanbei. Hideyoshi, que aún no tenía hijos propios, no podía evitar una ligera envidia al escuchar la charla entre padres. Shojumaru era el heredero de Kanbei, pero cuando éste comprendió lo que traería el futuro, confió su hijo a Nobunaga como una garantía de buena fe.

El joven rehén había sido puesto al cuidado de Hanbei, el cual le envió a su castillo de Fuwa y lo educaba como si fuese su propio hijo. Así pues, con Hideyoshi como el eje de su relación, Kanbei y Hanbei también estaban unidos por lazos de amistad, y aunque rivalizaban como generales, no existía el menor atisbo de celos entre ellos. El refrán que asegura que «dos grandes hombres no pueden permanecer uno al lado del otro» era difícilmente aplicable en el estado mayor de Hideyoshi.

Mientras contemplaba la luna, tomaba sake y hablaba de los grandes hombres del pasado y el presente, del ascenso y la caída de provincias y clanes, parecía que Hanbei lograba olvidar su enfermedad.

Sin embargo, Kanbei abordó de nuevo el tema.

—Aunque un hombre dirija un gran ejército por la mañana, no sabe si estará vivo por la noche. Pero si tienes una gran ambición, al margen de lo grande que seas como hombre, debes vivir largamente para que fructifique. Ha habido muchos héroes gloriosos y servidores leales que dejaron sus nombres a la posteridad y cuyas vidas fueron breves, pero ¿y si hubieran vivido largo tiempo? Es natural que uno se sienta apesadumbrado por la brevedad de la vida. La destrucción inevitable al apartar a un lado lo viejo y atacar el mal no es la única obra de un gran hombre. Su tarea no se habrá completado hasta que haya reconstruido la nación.

Hideyoshi asintió vigorosamente. Entonces dijo al silencioso Hanbei:

—Por eso debemos proteger nuestra vida. Quisiera," Hanbei, que también cuides de tu salud por estas razones.

—Lo mismo siento yo —añadió Kanbei—. En vez de cometer excesos, ¿por qué no te retiras a un templo de Kyoto, buscas un buen médico y te cuidas? Te lo sugiero como amigo, y creo que tranquilizar a nuestro señor podría considerarse como un acto de lealtad.

Hanbei escuchaba, abrumado de gratitud hacia sus dos amigos.

—Seguiré vuestro consejo e iré una temporada a Kyoto. Pero en estos momentos estamos preparando nuestros planes, por lo que me gustaría partir después de verlos completados.

Hideyoshi asintió. Hasta entonces había basado su estrategia en las sugerencias de Hanbei, pero estaba por ver el éxito de la misma.

—¿Te preocupa Akashi Kagechika? —le preguntó Hideyoshi.

—En efecto —respondió Hanbei, asintiendo—. Si me concedéis cinco o seis días antes de mi permiso de convalecencia, iré al monte Hachiman y me entrevistaré con Akashi Kagechika. Intentaré persuadirle de que se una a nosotros. ¿Me dais vuestro permiso?

—Eso sería un gran logro, por supuesto. Pero ¿y si sucede algo? Sabes que las probabilidades de verte en apuros son de ocho o nueve entre diez. ¿Qué harás entonces?

—Entonces moriré —respondió Hanbei sin parpadear. Su manera de hablar dejaba claro que no era el farol de un fanfarrón.

Tras la caída del castillo de Miki, el siguiente enemigo de Hideyoshi sería Akashi Kagechika. Pero de momento Hideyoshi era incapaz de conquistar el castillo de Miki. Sin embargo, el asedio no le obsesionaba. Aquel castillo sólo era una parte de la campaña para someter a todo el oeste. Así pues, no tenía más alternativa que aceptar el plan de Hanbei para subvertir a Akashi.

—¿Irás entonces? —le preguntó Hideyoshi.

—Así es.

Hideyoshi seguía dudando, pese a la animosa resolución de Hanbei. Suponiendo que éste sorteara los numerosos peligros del camino y se entrevistara con Akashi, si las negociaciones terminaban en desacuerdo no existía la seguridad de que el enemigo le permitiera regresar vivo. Tampoco podía estar seguro Hideyoshi de que Hanbei quisiera volver con las manos vacías. ¿Sería morir el verdadero motivo de Hanbei? Tanto si moría de enfermedad como si lo mataba el enemigo, sólo podía morir una vez.

Entonces Kanbei propuso otro plan. Tenía varios conocidos entre los servidores de Ukita Naoie. Mientras Hanbei abordaba al clan Akashi, él mismo podía entrevistarse con los servidores de alto rango del clan Ukita.

Al oír esta idea, Hideyoshi se sintió intuitivamente más tranquilo. Tal vez sería posible subvertir al clan Ukita. Desde que comenzara la invasión de las provincias occidentales, los Ukita parecían algo tibios, como si esperasen ver cuál de los bandos tenía la ventaja. Ukita Naoie había pedido ayuda a los Mori, pero si se le pudiera persuadir de que el futuro estaba en manos de Nobunaga... Y aún más, la alianza de Ukita con los Mori podría revelarse inútil si no recibían ningún apoyo militar. Podría significar la defunción del clan Ukita. Eso era algo que habían aprendido los Ukita tras la retirada del ejército de Mori una vez capturado de nuevo el castillo de Kozuki.

—Si los Ukita llegan a un acuerdo con nosotros, Akashi Kagechika no tendrá más remedio que hacerlo también —observó Hideyoshi—. Y si Kagechika se nos sometiera, los Ukita pedirían la paz de inmediato. Llevar a cabo ambas negociaciones al mismo tiempo es una excelente idea.

Al día siguiente, Hanbei solicitó públicamente permiso por enfermedad y anunció que pasaría su convalecencia en Kyoto. Bajo este pretexto, abandonó el campamento en el monte Hirai acompañado solamente por dos ayudantes. Al cabo de unos días, Kanbei también salió del campamento.

Hanbei visitó primero al hermano menor de Kagechika, Akashi Kanjiro. No era amigo suyo, pero le había visto un par de veces en el templo Nanzen de Kyoto, donde ambos habían practicado la meditación Zen. Kanjiro se sentía atraído por esa disciplina, y Hanbei razonó que, si apelaba a él desde el punto de vista del Camino, llegarían a un rápido entendimiento. Entonces podría ir a entrevistarse con su hermano mayor, Kagechika.

Hasta que se conocieron, tanto Akashi Kanjiro como su hermano mayor se habían mantenido a la espera, preguntándose qué clase de política defendería Hanbei y lo elocuente que sería. A fin y al cabo, era el maestro de Hideyoshi y un renombrado táctico militar. Pero cuando habló con él, y contrariamente a sus expectativas, descubrieron que era un hombre llano y parecía totalmente desprovisto de teatralidad y astucia.

La convicción y la sinceridad de Hanbei eran tan diferentes de las estratagemas que generalmente se empleaban en las negociaciones entre los clanes samurais que los Akashi quedaron convencidos y cortaron sus vínculos con el clan Ukita. Sólo cuando hubo cumplido con su misión Hanbei pidió por fin un breve periodo de permiso. Esta vez dejó realmente de lado sus responsabilidades militares y fue a Kyoto para recuperarse.

Hideyoshi habló con él antes de su partida y le pidió que visitara a Nobunaga, a quien informaría de que habían logrado persuadir a Akashi Kagechika para que se uniera a la alianza de los Oda.

Al enterarse de esta noticia, Nobunaga se alegró muchísimo.

—¿Cómo? ¿Habéis tomado el monte Hachiman sin derramar una sola gota de sangre? ¡Muy bien hecho!

Las fuerzas de Oda que habían ocupado la totalidad de Harima habían entrado ahora en Bizen por primera vez. Era un primer paso de gran importancia.

—Pareces haber adelgazado —le dijo Nobunaga, al ver el aspecto enfermizo de Hanbei—. Cuídate bien y que tengas una pronta recuperación.

Y, como muestra de aprecio por su meritoria hazaña, le recompensó con veinte piezas de plata.

En cuanto a Hideyoshi, le escribió:

Has hecho gala de una sagacidad fuera de lo común en esta situación. Ya me contarás los detalles cuando nos veamos, pero de momento aquí tienes una muestra de mi gratitud.

Y le envió cien piezas de oro. Cuando Nobunaga estaba contento, lo estaba en exceso. Cogió su sello bermejo y nombró a Hideyoshi gobernador militar de Harima.

***

La larga campaña en el monte Hirai, con el prolongado asedio del castillo de Miki, había llegado a un punto muerto. Pero con la deserción de los Akashi a su bando, las maniobras de los Oda triunfaban gradualmente. No obstante, como podía esperarse de un clan tan distinguido, los Ukita no se dejaban influir fácilmente por las negociaciones, aun cuando Kanbei puso en juego toda su perspicacia al tratar con ellos. Los Ukita, que poseían las provincias de Bizen y Mimasaka, estaban atrapados entre los Oda y los Mori. Así pues, no era exagerado decir que el futuro de las provincias occidentales dependía por entero de su actitud.

Ukita Naoie siguió el consejo de cuatro servidores de alto rango, Osafune Kii, Togawa Higo, Oka Echizen y Hanabusa Sukebei. Este último tenía una ligera relación con Kuroda Kanbei, el cual se dirigió a él en primer lugar. Kanbei habló durante toda la noche del presente y el futuro del país. Habló de las aspiraciones de Nobunaga y el carácter de Hideyoshi, y logró convencer a Hanabusa.

Entonces Hanabusa persuadió a Togawa Higo para que se uniera a ellos, y habiendo convencido a esos dos hombres, Kanbei pudo entrevistarse con Ukita Naoie.

Tras escuchar sus argumentos, Naoie dijo:

—Debemos considerar el hecho de que una gran fuerza nacional está surgiendo en el este. Si nos atacan los señores Nobunaga y Hideyoshi, todo el clan Ukita perecerá para defender a los Mori. A fin de salvar las vidas de millares de soldados y beneficiar a la nación, mis tres hijos morirían de buen grado como rehenes en territorio enemigo. Si puedo proteger este dominio y salvar millares de vidas, mis plegarias habrán sido escuchadas.

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