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Authors: Eiji Yoshikawa

Taiko (11 page)

BOOK: Taiko
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El herrero, Kuniyoshi, un hombre de Sakai a quien Koroku había llamado en secreto, estaba trabajando con sus aprendices.

—¿Cómo va eso? —preguntó. Kuniyoshi y sus hombres estaban postrados en el sucio suelo—. Todavía no hay suerte, ¿eh? ¿Aún eres incapaz de hacerme una copia del arma de fuego que usas como modelo?

—Lo hemos intentado de una manera y de otra. Estamos sin dormir ni comer, pero...

Koroku asintió. En aquel momento un servidor de bajo rango se le acercó y le dijo:

—Mi señor, los dos hombres que habéis enviado a Mikuriya acaban de regresar.

—¿Ah, sí? ¿Ahora?

—Sí, mi señor.

—¿Han traído a Tenzo consigo?

—Sí, mi señor.

—¡Muy bien! —Koroku hizo un gesto de aprobación—. Hazles esperar.

—¿Dentro de la casa?

—Sí, pronto me reuniré con ellos.

Koroku era un hábil estratega —el clan confiaba en esa habilidad— pero su carácter tenía otra faceta, una tendencia a la compasión. Podía ser severo, pero también era capaz de conmoverse hasta las lágrimas, sobre todo cuando se trataba de algo que afectaba a sus familiares. Sin embargo, había tomado una decisión: debía librarse de su sobrino aquella misma mañana. Pero parecía titubear y pasó bastante tiempo examinando la obra de Kuniyoshi.

—Es muy natural —comentó—. Al fin y al cabo, las armas de fuego llegaron aquí hace sólo siete u ocho años. Desde entonces, los clanes samurais de todas las provincias han competido entre ellos para producir armas o comprar las que traen los barcos de los bárbaros europeos. Aquí, en Owari, tenemos una ventaja táctica, pues deben de ser muchos los samurais del norte y el este que jamás han visto armas de fuego. Tampoco tú habías fabricado ninguna hasta ahora, así que tómate tu tiempo y trabaja cuidadosamente según el método de la prueba y el error. Si puedes hacer una, podrás hacer cien, y las tendremos a mano para más adelante.

—¡Mi señor! —El servidor regresó y se arrodilló en el suelo cubierto de rocío—. Te están esperando.

Koroku se volvió hacia él.

—En seguida iré. Que esperen un poco más.

Si bien Koroku estaba decidido a efectuar el costoso sacrificio de castigar a su sobrino para hacer justicia, le desgarraba un conflicto entre su idea de lo correcto y sus sentimientos. Cuando estaba a punto de marcharse, volvió a dirigirse a Kuniyoshi.

—Antes de que termine el año podrás hacer diez o veinte armas de fuego útiles, ¿no es cierto?

—Sí —dijo el herrero, el cual, consciente de su responsabilidad, tenía una expresión seria en el rostro, negro de hollín—. Si puedo hacer una como es debido, podré hacer cuarenta o incluso cien.

—La primera es la difícil, ¿eh?

—Inviertes mucho dinero en esto.

—No te preocupes por eso.

—Gracias, mi señor.

—No creo que la lucha cese el próximo año ni el otro ni los posteriores... Cuando se agoste toda la hierba de esta tierra y los capullos empiecen a brotar de nuevo... Bien, haz cuanto puedas para terminar el arma rápidamente.

—Pondré en ello todo mi empeño.

—Y recuerda que esto debe permanecer en secreto.

—Sí, mi señor.

—Los martillazos son demasiado fuertes. ¿No podrías trabajar de manera que no se oyeran fuera del foso?

—También pondré cuidado en ello.

Cuando se disponía a salir de la herrería, Koroku vio un arma apoyada al lado de los fuelles.

—¿Y eso? —preguntó, señalándola—. ¿Es el modelo o uno de tus intentos?

—Está recién hecha.

—Bueno, déjame verla.

—Me temo que todavía no está preparada para pasar una inspección.

—No importa. Tengo un buen blanco para ella. ¿Disparará?

—La bola sale volando, pero por mucho que lo intente, no consigo que el mecanismo engrane como el del original. Pondré más empeño en conseguir algo que funcione.

—Probar también es una tarea importante. Déjamela.

Koroku cogió el arma de las manos de Kuniyoshi, apoyó el cañón en su codo doblado e hizo como si apuntara a un blanco. En aquel momento Inada Oinosuke apareció en la puerta de la herrería.

—Oh, todavía no has terminado.

Koroku se volvió hacia Oinosuke con la culata del arma apretada contra sus costillas.

—¿Y bien?

—Creo que deberías ir en seguida. Hemos podido convencer a Tenzo para que viniera con nosotros, pero parece notar algo raro y se muestra nervioso. Si las cosas van mal, puede convertirse en el tigre que rompe los barrotes de su jaula, como dice el proverbio.

—Muy bien, ya voy.

Koroku le dio el arma a Oinosuke y recorrió a largas zancadas el sendero a través del bosque.

Watanabe Tenzo estaba sentado ante el gabinete, preguntándose qué ocurría allí. ¿Qué clase de emergencia era la causa de que le hubieran llamado? Aoyama Shinshichi, Nagai Hannojo, Matsubara Takumi e Inada Oinosuke, los servidores de confianza del clan Hachisuka, estaban todos cerca de él, observando atentamente sus menores movimientos. Tenzo había empezado a sentirse intranquilo nada más llegar. Estaba pensando en dar alguna excusa y marcharse cuando vio a Koroku en el jardín.

—Ah, tío.

El saludo de Tenzo estuvo acompañado por una sonrisa forzada. Koroku miró a su sobrino con semblante impasible. Oinosuke apoyó la culata del arma en el suelo.

—Tenzo, sal al jardín, ¿quieres? —le dijo. El aspecto de Koroku no difería del normal, y Tenzo se sintió un poco tranquilizado.

—Me han dicho que me apresurase a venir, que es preciso ocuparse de algún asunto urgente.

—Así es.

—¿Qué clase de asunto?

—Bien, ven aquí.

Tenzo se calzó unas sandalias de paja y salió al jardín, acompañado de Hannojo y Takumi.

—Quédate ahí —le ordenó Koroku, sentándose en una gran piedra y alzando el arma.

En un instante Tenzo comprendió que su tío iba a apuntarle, pero en su posición no podía hacer nada. Los otros hombres le rodeaban, como piedras inertes en un tablero de
go
. Habían hecho jaque al jefe de los bandidos de Mikuriya. Su semblante se puso lívido. Invisibles llamas de cólera irradiaban de Koroku, y la expresión de su rostro indicó a Tenzo que las palabras serían inútiles.

—¡Tenzo!

—¿Sí?

—No habrás olvidado las cosas que te he dicho una y otra vez, ¿verdad?

—Las tengo grabadas con firmeza en mi mente.

—Naciste humano en un mundo de caos. Las cosas más vergonzosas son la vanidad en la indumentaria, la vanidad en la comida y oprimir a la gente ordinaria y pacífica. Los llamados grandes clanes provinciales hacen tales cosas, así como los
ronin
. La familia de Hachisuka Koroku no es como ellos, y creo que ya te he advertido al respecto.

—Lo has hecho, en efecto.

—Sólo nuestra familia ha prometido albergar grandes esperanzas y llevarlas a cabo. Hemos jurado no oprimir a los campesinos, no actuar como ladrones y, si llegamos a ser los dirigentes de una provincia, procurar que la prosperidad sea compartida por todos.

—Sí, es cierto.

—¿Quién ha roto esa promesa? —preguntó Koroku. Tenzo guardó silencio—. ¡Tenzo! Has abusado de la fuerza militar que te confié, la has usado mal, haciendo el trabajo de un ladrón nocturno. Fuiste tú quien allanó la tienda de cerámica de Shinkawa y robó la jarra akae, ¿no es cierto?

Tenzo parecía como si estuviera a punto de poner pies en polvorosa. Koroku se levantó y dijo en voz atronadora:

—¡Cerdo! ¿Quieres huir?

—Yo... no huiré.

Le temblaba la voz. Se dejó caer en la hierba y permaneció sentado allí como si estuviera clavado al suelo.

—¡Atadle! —gritó Koroku a sus servidores.

Al instante, Matsubara Takumi y Aoyama Shinshichi se abalanzaron sobre Tenzo, le retorcieron las manos a la espalda y se las ataron con la cuerda anudada de su espada. Cuando Tenzo comprendió claramente que la autoría de su delito se había difundido y que corría peligro, su pálido semblante pareció algo más resuelto y desafiante.

—T... t... tío..., ¿qué vas a hacer conmigo? Sé que eres mi tío, pero esto rebasa lo razonable.

—¡Calla!

—Te juro que no recuerdo haber hecho lo que acabas de decir.

—¡Calla!

—¿Por qué me tratas así?

—¿Vas a callarte o no?

—Tío..., eres mi tío, ¿no es cierto? Si corre por ahí semejante rumor, ¿no podrías haberme pedido explicaciones?

—Las excusas cobardes me tienen sin cuidado.

—Pero que el jefe de un gran clan actúe basándose en rumores sin investigarlos...

Ni que decir tiene, aquel gimoteo repugnaba a Koroku, el cual alzó el arma y la apoyó en el brazo doblado.

—Escucha, escoria, eres el blanco vivo que necesito para probar esta nueva arma que Kuniyoshi acaba de hacerme. Vosotros dos, llevadle a la valla y atadle a un árbol.

Shinshichi y Takumi empujaron a Tenzo y le agarraron del cogote, llevándole hasta el extremo del jardín, a tal distancia que un arquero inexperto sería incapaz de cubrirla con un flechazo.

—¡Tío! —gritó Tenzo—. Tengo algo que decirte. ¡Escúchame, una sola vez!

Todos oyeron su voz y la desesperación que vibraba en ella. Koroku no le hizo caso. Oinosuke había traído una mecha. Koroku la cogió y, tras introducir una bola en el mosquete, apuntó a su sobrino que gritaba frenéticamente.

—¡Hice mal, lo confieso! ¡Por favor, escúchame!

Tan poco impresionados como su señor, los hombres permanecían en silencio, preparados para encajar el estruendo del disparo sin inmutarse, esperando. Al cabo de varios minutos, Tenzo calló e inclinó la cabeza. Tal vez se había resignado a la muerte, o quizá su resistencia se había quebrantado.

—¡No hay manera! —murmuró Koroku, y desvió los ojos del blanco—. Aunque aprieto el gatillo, la bola no sale. Oinosuke, corre a la herrería y vuelve con Kuniyoshi.

Cuando llegó el herrero, Koroku le entregó el arma y dijo:

—He intentado dispararla, pero no funciona. Arréglala.

Kuniyoshi examinó el mosquete.

—No es posible repararlo fácilmente, mi señor —replicó.

—¿Cuánto tardarás?

—Quizá pueda haberlo logrado esta noche.

—¿No puede ser antes? El blanco vivo con el que intento probarla está esperando.

Sólo entonces el herrero se dio cuenta de que Tenzo estaba siendo utilizado como blanco.

—¿Vuestro..., vuestro sobrino? —tartamudeó.

Koroku ignoró la observación.

—Ahora eres un armero. Es conveniente que apliques toda tu energía a fabricar un arma. Si pudieras terminarla aunque sólo sea un día antes de lo planeado, tanto mejor. Tenzo es un malvado, pero es pariente mío, y en vez de morir como un perro habrá hecho una contribución útil si sirve de algo para probar un arma. Anda, sigue con tu trabajo.

—Sí, me señor.

—¿A qué estás esperando?

Los ojos de Koroku eran como fuegos de señalización. Incluso sin alzar la vista, Kuniyoshi sintió su calor. Cogió el arma y se apresuró a regresar a la herrería.

—Takumi, dale un poco de agua a nuestro blanco vivo —ordenó Koroku—. Haz que por lo menos tres hombres lo vigilen hasta que el arma haya sido reparada.

Dicho esto, el jefe de la casa regresó al edificio principal para desayunar.

Takumi, Oinosuke y Shinshichi también abandonaron el jardín. Aquel día Nagai Hannojo tenía que regresar a su propia casa, y pronto anunció su partida. Más o menos a la misma hora, Matsubara Takumi salió para hacer un recado, de modo que sólo Inada Oinosuke y Aoyama Shinshichi permanecieron en la residencia de la colina.

El sol ascendió más y el calor fue en aumento. Las cigarras entonaban su canto monótono, y las únicas criaturas vivas que se movían bajo el calor ardiente eran las hormigas sobre las piedras horneadas del pavimento del jardín. De la herrería surgía espasmódicamente el furioso sonido de los martillazos. ¿Cómo debía sonar en los oídos de Tenzo?

—¿Aún no está lista el arma?

Cada vez que llegaba la voz severa desde la habitación de Koroku, Aoyama Shinshichi iba corriendo a la herrería bajo el calor ardiente, y cada vez regresaba a la terraza para decir que faltaba un poco más e informar sobre los avances del trabajo.

Koroku sesteaba a ratos, con los brazos y las piernas extendidos. También Shinshichi, fatigado por la excitación del día anterior, acabó por adormilarse.

Les despertaron las voces de uno de los guardias.

—¡Ha escapado! —gritaba—. ¡Amo Shinshichi! ¡Ha escapado! ¡Ven en seguida!

Shinshichi corrió descalzo al jardín.

—¡El sobrino del señor ha matado a dos guardianes y ha huido!

El rostro del hombre tenía exactamente el color de la arcilla.

Shinshichi corrió con el guardián, gritando por encima del hombro:

—¡Tenzo ha matado a dos guardianes y ha huido!

—¿Cómo? —gritó Koroku, despertando bruscamente de su siesta.

El canto de las cigarras seguía sin interrupción. Casi con el mismo movimiento, se puso en pie y se ciñó la espada que siempre tenía a su lado cuando dormía. Saltó desde la terraza y pronto llegó al lado de Shinshichi y el guardián.

Cuando llegaron al árbol, no se veía a Tenzo por ninguna parte. Al pie del árbol había un trozo de cuerda de cáñamo sin desanudar. A unos diez metros de distancia, un cadáver yacía de bruces. Hallaron al otro guardián apoyado en el pie del muro, con la cabeza abierta como una granada madura. Los dos cuerpos estaban empapados en sangre, y parecía como si alguien los hubiera rociado con ella. El calor del día pronto secó la sangre sobre la hierba, ennegreciéndola hasta darle el color de la laca. Su olor había atraído enjambres de moscas.

—¡Guardia!

—Sí, mi señor.

El hombre se arrojó a los pies de Koroku.

—Tenzo tenía ambas manos atadas con el nudo de su espada y estaba atado al árbol con una cuerda de cáñamo. ¿Cómo ha podido librarse de la cuerda? Por lo que veo, no ha sido cortada.

—Sí, bueno..., nosotros le desatamos.

—¿Quién?

—Uno de los guardianes muertos.

—¿Por qué le desató? ¿Y con qué permiso?

—Al principio no le hacíamos caso, pero vuestro sobrino dijo que tenía que hacer sus necesidades. Dijo que no podía aguantar y...

—¡Estúpido! —le gritó Koroku, conteniendo apenas el deseo de dar patadas al suelo—. ¿Cómo has podido caer en un truco tan viejo como ése? ¡Mastuerzo!

—Perdonadme, señor, os lo ruego. Vuestro sobrino nos dijo que en el fondo sois amable y nos preguntó si realmente creíamos que ibais a matar a vuestro propio sobrino. Dijo que le castigabais sólo para causar impresión y que, como estabais llevando a cabo una investigación completa, cuando anocheciera ya le habríais perdonado. Entonces dijo que, si no le escuchábamos, sufriríamos por haberle hecho sufrir así. Finalmente, uno de ellos le desató y se fue con él y el otro guardia, a fin de que hiciera sus necesidades a la sombra de esos árboles.

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