Authors: Eiji Yoshikawa
—A Hachisuka. Quédate en mi casa. Te daremos de comer y te cuidaremos hasta que estés curado.
—Gracias. —Hiyoshi hizo una ligera y sumisa reverencia. Mirándose los pies, pareció pensar en lo que haría a continuación—. ¿Significa eso que me dejarás vivir allí y trabajar para ti? —preguntó.
—Me gusta tu manera de ser. Tienes mi promesa. Si quieres servirme, te emplearé.
—No quiero —dijo el muchacho muy claramente y con la cabeza alta—. Como me propongo servir a un samurai, he ido por ahí comparando a los samurais y los señores provinciales de varias provincias. He decidido que lo más importante para servir a un samurai es elegir al apropiado. Uno no elige a su patrono a la ligera.
—¡Ja, ja! Esto se está poniendo cada vez más interesante. ¿Acaso yo, Koroku, no soy bastante bueno para ser tu patrono?
—No podría saberlo hasta que me emplearas, pero en mi pueblo no hablan bien del clan Hachisuka. A mi madre le apenaría que trabajara para un ladrón, así que no puedo ir a la casa de semejante persona y servirle.
—Vaya, supongo que has trabajado para el mercader de cerámica Sutejiro.
—¿Cómo lo has sabido?
—Watanabe Tenzo era miembro del clan Hachisuka, pero yo mismo he repudiado a ese sinvergüenza. Ha huido, pero hemos derrotado a su banda y ahora regresamos a casa. ¿Ha llegado incluso hasta tus oídos la difamación del nombre de los Hachisuka?
—Humm. No pareces como él —dijo Hiyoshi con mucha franqueza, mirando a Koroku. Entonces, como si hubiera recordado algo de repente, añadió—: Bien, señor, sin ninguna clase de obligación, ¿me llevarás hasta Hachisuka? Quisiera ir a la casa de mi pariente en Futatsudera.
—Futatsudera está al lado mismo de Hachisuka. ¿A quién conoces allí?
—El tonelero Shinzaemon está emparentado con mi familia por el lado materno.
—Shinzaemon es de casta samurai. Entonces, también tu madre debe ser descendiente de samurais.
—Puede que ahora sea un buhonero, pero mi padre fue samurai.
Los hombres habían subido a la embarcación y fijado la pértiga en su lugar, y estaban esperando a que Koroku subiera a bordo. Koroku rodeó los hombros de Hiyoshi con su brazo y los dos subieron al bote.
—Hiyoshi, si quieres ir a Futatsudera, ve allá, y si quieres quedarte en Hachisuka, también puedes hacerlo.
Como era menudo, Hiyoshi estaba oculto entre los hombres y sus lanzas, que sobresalían como una arboleda. La embarcación avanzó a través del ancho río, pero la corriente era rápida y el cruce requirió bastante tiempo. Hiyoshi se aburría. De súbito vio una luciérnaga posada en la espalda de uno de los soldados de Koroku. Ahuecando las manos, la capturó y estuvo observando cómo se encendía y apagaba su luz.
Aunque hubiera regresado a Hachisuka, Koroku no estaba dispuesto a permitir que Tenzo se quedara sin castigo. Había enviado hombres en su persecución con la consigna de asesinarle y escrito a clanes de provincias distantes preguntándoles por su paradero. Llegó el otoño y sus esfuerzos aún no habían sido recompensados. Corrían rumores de que Tenzo había hallado refugio en el clan Takeda de Kai. Les había ofrecido el arma de fuego robada y había entrado a su servicio como miembro del ejército de espías y agitadores que trabajaba para la provincia.
Si ha llegado a Kai... —musitó amargamente Koroku, pero por el momento no podía hacer más que resignarse a esperar.
Poco después le visitó un mensajero del servidor del clan Oda que le había invitado a la ceremonia del té. El hombre le traía la jarra de agua akae.
—Sabemos que esto ha sido la causa de considerables trastornos para tu familia. Aunque compramos esta famosa pieza de buena fe, nos parece que ya no podemos quedárnosla. Creemos que si la devuelves a la tienda de cerámica, restaurarás el honor de tu nombre.
Koroku aceptó la jarra y prometió que devolvería la visita. Al final no fue a devolverla en persona, sino que envió a un mensajero con regalos: una espléndida silla de montar y oro por dos veces el valor de la jarra. Ese mismo día llamó a Matsubara Takumi y le dijo que se preparase para hacer un corto viaje. Entonces salió a la terraza.
—¡Mono!
Hiyoshi salió brincando de entre los árboles y se arrodilló ante Koroku. Primero había ido a Futatsudera, pero regresó directamente a Hachisuka y emprendió su nueva vida. Era rápido de ingenio y podía hacer cualquier cosa. La gente bromeaba a costa suya, pero él se abstenía de hacer lo mismo. Era hablador, pero nunca insincero. Koroku le puso a trabajar en el jardín y le cobró mucho afecto. Aunque Hiyoshi era un sirviente, no se limitaba a barrer los suelos. Su trabajo le hacía estar cerca de Koroku, por lo que su patrono le veía día y noche. Cuando se ponía el sol, actuaba como guardián. Por supuesto, ese cometido sólo se encargaba a los hombres que merecían más confianza.
—Tienes que ir con Takumi y mostrarle el camino hasta la tienda de cerámica de Shinkawa.
—¿A Shinkawa?
—¿Por qué pones una cara tan larga?
—Pero...
—Veo que no quieres ir, pero Takumi debe devolver la jarra de agua a su legítimo propietario. Me ha parecido una buena idea que le acompañes.
Hiyoshi se postró y tocó el suelo con la frente.
Como el muchacho era un mero ayudante, cuando llegaron a casa de Sutejiro se quedó esperando fuera. Sus antiguos compañeros de trabajo, que no comprendían el motivo de su presencia allí, se asomaron y le miraron. Hiyoshi parecía haberse olvidado por completo de que algunos de ellos se habían reído de él y le habían pegado antes de enviarle a casa. Sonriendo a todo el mundo, el muchacho se acuclilló al sol y esperó a Takumi. Al cabo de un rato, éste salió de la casa.
La inesperada recuperación de la jarra robada hizo tan felices a Sutejiro y su esposa que no tenían la seguridad de que no estaban soñando. Se apresuraron a colocar las sandalias de su visitante de modo que pudiera calzarse con facilidad y avanzaron a paso vivo por delante de él hasta la puerta, junto a la que hicieron repetidas reverencias. Ofuku también estaba allí, y se sobresaltó al ver a Hiyoshi.
—Procuraremos encontrar el momento para ir a Hachisuka y presentar personalmente nuestros respetos —dijo Sutejiro—. Por favor, transmite a su señoría nuestros mejores deseos. Gracias de nuevo por haberte tomado la molestia de recorrer tan largo camino.
Marido, esposa, Ofuku y todos los empleados hicieron reverencias. Hiyoshi siguió a Takumi al exterior y saludó agitando la mano al marcharse.
Cuando pasaban junto a las colinas Komyo, Hiyoshi se preguntó entristecido cómo estarían sus familiares de Yabuyama, su tía y su pobre tío enfermo, el cual quizá ya habría muerto. Estaban cerca de Nakamura y, naturalmente, pensó en su madre y su hermana. Nada le habría gustado más que echar una carrera y verlos aunque sólo fuese un momento, pero el juramento que hiciera aquella noche helada se lo impedía. Aún no había hecho nada de lo que su madre pudiera sentirse feliz. Al desviar a regañadientes la vista de Nakamura, se encontró con un hombre que vestía uniforme de soldado de infantería.
—Oye, ¿no eres el hijo de Yaemon?
—¿Y tú quién eres, si puedo preguntarlo?
—Eres Hiyoshi, ¿no es cierto?
—Sí.
—¡Cómo has crecido! Me llamo Otowaka y fui amigo de tu padre. Servimos en el mismo regimiento a las órdenes del señor Oda Nobuhide.
—¡Ahora te recuerdo! ¿De veras he crecido tanto?
—Ah, ojalá tu pobre padre pudiera verte ahora.
Las lágrimas acudieron a los ojos de Hiyoshi.
—¿Has visto a mi madre últimamente? —preguntó al hombre.
—No he visitado tu casa, pero voy a Nakamura de vez en cuando y oigo las noticias. Parece ser que trabaja con tanto ahínco como de costumbre.
—¿No está enferma, verdad?
—¿Por qué no vas a verlo tú mismo?
—No puedo volver a casa hasta que me convierta en un gran hombre.
—Ve y muéstrale que estás bien. Al fin y al cabo, es tu madre.
Hiyoshi quería llorar. Desvió la vista y, cuando se repuso, Otowaka ya se alejaba en la dirección contraria. Takumi había reanudado su camino y tuvo que apresurarse para darle alcance.
***
Por fin había cesado el persistente calor veraniego. Las mañanas y los atardeceres eran como de otoño, y las hojas de las plantas taro eran lozanas y estaban totalmente desarrolladas.
—Este foso no ha sido drenado por lo menos en cinco años —musitó Hiyoshi—. ¡Siempre estamos practicando equitación y aprendiendo técnicas de lanza, y dejamos que el barro se amontone a nuestros pies! Eso no está bien. —Tras haber regresado de la casa del cortador de bambú, estaba inspeccionando el foso de la vieja mansión—. Al fin y al cabo, ¿para qué sirve un foso? Tendré que someter esto a la atención del patrono.
Hiyoshi comprobó la profundidad del agua con una vara de bambú. La superficie del agua estaba cubierta de plantas acuáticas, por lo que nadie se fijaba demasiado, pero como en el transcurso de los años se habían acumulado hojas caídas y barro, el foso ya no era realmente profundo. Tras comprobar la profundidad en dos o tres lugares, arrojó la vara. Estaba a punto de cruzar el puente hacia la puerta lateral cuando alguien le llamó «señor Media pinta». Esto no era una alusión a su estatura, sino la forma acostumbrada de dirigirse a un servidor de un clan provincial.
—¿Quién eres? —preguntó Hiyoshi a un hombre de aspecto hambriento que estaba sentado bajo un roble, abrazándose las rodillas. Vestía un sucio kimono gris con una flauta de bambú sujeta a la faja.
El hombre le hizo una seña para que se acercara.
—Ven aquí un momento.
Era un
komuso
, uno de los monjes mendicantes que tocaban la flauta y que acudían al pueblo de vez en cuando. Al igual que los demás, aquél estaba sucio y sin afeitar, y llevaba una flauta de bambú en una esterilla de juncos echada sobre un hombro. Algunos iban de pueblo en pueblo como monjes Zen, atrayendo la atención de la gente mediante una campanilla.
—¿Pides limosna o estás demasiado ocupado pensando en tu próxima comida?
—No.
Hiyoshi estaba a punto de burlarse de él, pero como sabía lo dura que podía ser la vida de un viajero, se ofreció a darle comida si tenía hambre y medicina si estaba enfermo.
El hombre sacudió la cabeza, miró a Hiyoshi y se echó a reír.
—Bueno, ¿por qué no te sientas?
—Prefiero estar de pie, gracias. ¿Qué te propones?
—¿Estás al servicio de esta casa?
—En realidad no. Me dan de comer, pero no soy miembro de la familia.
—Humm... ¿Trabajas en la parte trasera o en la casa principal?
—Barro el jardín.
—Un guardián del jardín interior, ¿eh? ¿Eres acaso uno de los favoritos del señor Koroku?
—No sabría decírtelo.
—¿Está en casa ahora?
—Ha salido.
—Es una pena —musitó el monje, al parecer decepcionado—. ¿Volverá hoy?
Hiyoshi pensó que había algo sospechoso en el hombre y titubeó. Se dijo que sería mejor que eligiera sus respuestas cuidadosamente.
—¿Volverá hoy? —repitió el hombre.
—Apuesto a que eres un samurai —le dijo Hiyoshi—. Si no eres más que un monje, debes de ser un auténtico novicio.
Sobresaltado, el hombre miró fijamente a Hiyoshi. Tras una larga pausa, le preguntó:
—¿Por qué crees que soy o bien un samurai o bien un novicio?
—Está claro —respondió Hiyoshi con aire de naturalidad—. Aunque tu piel está bronceada, la parte inferior de tus dedos es blanca y tienes las orejas bastante limpias. Como prueba de que eres un samurai, estás sentado con las piernas cruzadas en la esterilla, al estilo de los guerreros, como si aún llevaras armadura. Un mendigo o un monje doblarían la espalda y se inclinarían adelante. Sencillo, ¿no?
—Humm..., tienes razón. —El hombre se levantó de la esterilla sin apartar los ojos de Hiyoshi ni un momento—. Tienes muy buena vista. He pasado por muchos puestos fronterizos y puntos de control en territorio enemigo y todavía no me ha descubierto nadie.
—En el mundo hay tantos idiotas como hombres discretos, ¿no te parece? En fin, ¿qué quieres de mi señor?
El hombre bajó la voz.
—La verdad es que vengo de Mino.
—¿De Mino?
—Si mencionaras a Namba Naiki, servidor de Saito Dosan, el señor Koroku lo entendería. Quería verle y marcharme rápidamente sin que nadie se enterase, pero si no está aquí, no hay nada que hacer. Será mejor que pase el día en el pueblo y vuelva esta noche. Si regresa, ¿le dirás lo que acabo de decirte en privado?
Naiki empezó a alejarse, pero Hiyoshi le llamó.
—Era mentira —le dijo.
—¿Cómo?
—Que esté ausente. He dicho eso porque no sabía quién eras. Ahora se encuentra en el terreno de equitación.
—Ah, entonces está aquí.
—Sí. Te llevaré a su lado.
—Eres muy agudo, ¿eh?
—En una casa militar, ser cautos es lo más natural. ¿Debería suponer que a los hombres de Mino les impresionan estas cosas?
—¡No, no debes suponerlo! —replicó Naiki, irritado.
Siguiendo el foso, cruzaron la huerta y tomaron el sendero que pasaba por detrás del bosque, hasta llegar al terreno de equitación. La tierra estaba seca y se alzaban de ella nubes de polvo. Los hombres de Hachisuka se estaban adiestrando con ahínco. No sólo practicaban la equitación. En una sola maniobra, se acercaban hasta que los estribos casi se tocaban e intercambiaban golpes con estacas como si pelearan en una batalla verdadera.
—Espera aquí —dijo Hiyoshi a Naiki.
Tras haber observado la sesión de adiestramiento, Koroku se enjugó el sudor de la frente y fue a la cabaña de descanso para beber.
—¿Agua caliente, señor? —Hiyoshi cogió un cucharón de agua caliente y la agitó un poco para enfriarla. Tomó la taza y, arrodillándose, la depositó ante el escabel de campaña de Koroku. Entonces se aproximó a éste y le susurró—: Ha venido en secreto un mensajero de Mino. ¿Le traigo aquí? ¿O iréis vos a su encuentro?
—¿De Mino? —Koroku se levantó de inmediato—. Llévame a él, Mono. ¿Dónde le has dejado?
—Al otro lado del bosque.
No existía ningún tratado oficial entre los Saito de Mino y los Hachisuka, pero durante muchos años habían estado estrechamente vinculados por una alianza secreta para ayudarse unos a otros en caso de emergencia. A cambio, los Hachisuka recibían un sustancioso estipendio anual de Mino.