Authors: Eiji Yoshikawa
Pensó que el hombre digno de lástima era Murashige. ¿Qué creía que iba a lograr encarcelándole? Se sentó con las piernas cruzadas en lo que era con toda evidencia el centro de la celda. Sentía frío en las nalgas, pero allí no parecía haber nada donde sentarse. De repente se dio cuenta de que no había entregado su espada corta, y pensó: «Esto es algo de lo que debo estar agradecido. Si tengo esta arma..., en cualquier momento podría...».
Se dijo en silencio que por muy ateridas que estuvieran sus nalgas, su espíritu no lo estaría. La meditación Zen que había practicado tan a fondo en su juventud tal vez le serviría ahora. Tales cosas cruzaban por su mente mientras el tiempo transcurría. Entonces pensó que se alegraba de haber sido el enviado, pues si hubiera sido Hideyoshi aquel pequeño desastre habría sido sustituido por uno grande. Estaba agradecido porque las cosas habían salido de aquella manera.
Pronto una delgada franja de luz brilló en su rostro. Kanbei miró serenamente hacia la luz. Se había abierto una ventana. La cara de un hombre apareció al otro lado del enrejado. Era Araki Murashige.
—¿Hace frío ahí dentro, Kanbei? —le preguntó Murashige.
Kanbei miró en su dirección y finalmente le respondió con una calma absoluta:
—No, todavía estoy caliente gracias al sake, pero podría sentirme incómodo alrededor de medianoche. Si el señor Hideyoshi se entera de que Kuroda Kanbei ha muerto congelado, probablemente llegará antes del alba y expondrá tu cabeza en el portal, bajo la escarcha. Eres un hombre inteligente, Murashige. ¿Qué esperas conseguir reteniéndome aquí?
Murashige no supo qué responder. Era consciente de que el otro le estaba avergonzando por sus acciones, pero al final soltó una risa desdeñosa.
—Deja de gruñir, Kanbei. Dices que no tengo cerebro, pero ¿no eres tú el que ha caído estúpidamente en esta trampa?
—El lenguaje insultante no te va a servir de nada. ¿Es que no puedes hablar de una manera lógica?
Murashige no respondió, y Kanbei siguió diciendo:
—Eres propenso a reprenderme como si fuera una especie de estratega o demonio de la táctica, pero lo que me interesa es la política básica, no las estratagemas mezquinas. Nunca se me ha ocurrido maquinar contra un amigo y considerarlo un mérito. Sencillamente, pensaba en ti y en la aflicción del señor Hideyoshi. Por eso he venido aquí solo. ¿No puedes entenderlo? ¿Qué me dices de la amistad del señor Hideyoshi? ¿Y de tu lealtad?
Murashige no sabía qué responder. Guardó silencio durante un rato, pero finalmente encontró la manera de refutar las palabras de Kanbei.
—Hablas de amistad y principios morales, pero esas palabras sólo brillan en tiempo de paz. Ahora es diferente. El país está en guerra consigo mismo y el mundo sumido en el caos. Si no conspiras, conspiran contra ti; si no perjudicas, alguien te perjudicará. Este mundo es tan horrible que puedes verte obligado a matar o caer muerto en el tiempo que tardas en coger unos palillos. El aliado de ayer es el enemigo de hoy, y si un hombre es tu enemigo, aunque sea amigo tuyo, no puedes hacer más que encerrarlo en una mazmorra. Todo es cuestión de táctica. Podríamos decir que no te he matado todavía por piedad.
—Ya veo. Ahora comprendo tu visión del mundo, tus pensamientos cotidianos sobre la guerra y el alcance de tu moralidad. Sufres la penosa ceguera de los tiempos, y ya no deseo seguir discutiendo contigo. ¡Adelante, destrúyete!
—¿Cómo? ¿Dices que estoy ciego?
—Así es. No, aunque hayamos llegado a esto, parece ser que no puedo prescindir del todo de mi amistad hacia ti. Tengo una cosa más que enseñarte.
—¿Qué? ¿Acaso el clan Oda tiene alguna estrategia secreta?
—No es una cuestión de ventajas y desventajas. Eres un individuo lamentable. A pesar de la fama que tienes por tu valor, no sabes cómo vivir en este país caótico, y no sólo eso, sino que no tienes el menor deseo de salvar al mundo de ese caos. Eres inhumano, más bajo que un villano o un campesino. ¿Cómo puedes llamarte samurai?
—¡Cómo! ¿Estás diciendo que no soy humano?
—Exactamente. Eres una bestia.
—¿Qué has dicho?
—¡Adelante! Enfádate cuanto quieras, todo lo diriges contra ti mismo. Escucha, Murashige. Si los hombres pierden moralidad y lealtad, el mundo se convierte en un mundo de bestias. Luchamos una y otra vez, y el fuego infernal de la rivalidad humana nunca se extingue. Si sólo tienes en cuenta la batalla, la intriga y el poder, y te olvidas de la moralidad y los sentimientos humanos, no serás sólo enemigo del señor Nobunaga sino de toda la humanidad y una peste para la tierra entera. Por lo que a mí respecta, si eres esa clase de persona, te arrancaría con gusto la cabeza.
Cuando guardó silencio tras decir lo que pensaba, Kanbei oyó un clamoreo creciente. Al otro lado de la ventana, Murashige estaba rodeado por sus servidores y ayudantes personales, y todos gritaban.
—¡Acabad con él!
—No, no podemos matarle.
—Es insoportable.
—¡Calmaos!
Probablemente Murashige vacilaba entre seguir a los que querían sacar a Kanbei y ejecutarlo en el acto y quienes afirmaban que matarlo tendría resultados adversos, y parecía incapaz de tomar una decisión.
Al final llegaron a la conclusión de que, aunque llegaran a matarle, no corría prisa. Entonces parecieron calmarse y las pisadas de Murashige y su séquito se alejaron.
Esta escena hizo comprender en seguida a Kanbei cuál era el estado de ánimo en todo el castillo.
Aunque la bandera de la rebelión había sido desplegada claramente, incluso ahora había quienes, llenos de indignación, querían luchar contra los Oda y otros que se inclinaban por cooperar con sus antiguos aliados. Aunque estaban bajo el mismo techo, se querellaban por casi todos los asuntos puntuales, y la situación podía interpretarse con facilidad.
Atrapado en medio de esa disputa, Murashige había despedido a los enviados de Nobunaga e incrementado los preparativos militares. Su último exceso había sido encarcelar a Kanbei.
Kanbei pensó entristecido que aquel hombre había llegado a su perdición. Sin que su propio destino le apesadumbrara, lamentaba la ignorancia de Murashige. Cuando las voces se perdieron a lo lejos, la abertura de la ventana fue cerrada de nuevo, pero Kanbei reparó de improviso en un papel que había caído por ella. Lo recogió, pero no pudo leerlo aquella noche. La celda estaba tan oscura que apenas podía ver sus propios dedos.
Al día siguiente, cuando se filtró la pálida luz de la mañana, recordó en seguida el papel y lo leyó. Era una carta de Odera Masamoto, de Harima, dirigida a Araki Murashige.
Este mismo personaje molesto del que hablamos ha estado aquí, aconsejándome que cambiara de idea. Le he engañado para que primero averigüe lo que vos pensáis, de modo que probablemente llegará al castillo al mismo tiempo que esta carta. Es un hombre de amplios recursos, y será una carga mientras viva. Os sugiero que, cuando llegue al castillo de Itami, aprovechéis la oportunidad y no volváis a dejarle libre en el mundo.
Kanbei se sintió conmocionado. Examinó la fecha de la carta y vio que era en efecto el mismo día que presentó sus objeciones a Masamoto y abandonó el castillo de Gochaku.
—Entonces ha debido de enviar esta carta inmediatamente después —musitó con asombro.
Se le ocurrió que hay gran número de personas inteligentes en el mundo y sin embargo éste le había puesto, a él, que se había esforzado tanto por abstenerse del pensamiento superficial y los ardides mezquinos, la etiqueta de táctico.
—Estar en el mundo es interesante, ¿verdad?
Habló sin darse cuenta, mirando el techo. El sonido de su voz resonó como si estuviera en una cueva. Qué interesante era estar en el mundo.
Como cabía esperar, había mentiras y verdades, había forma y vacío, había cólera y alegría, había fe y confusión. Eso era estar en el mundo. Pero durante unas semanas, por lo menos, Kanbei estaría muy lejos del mundo.
***
Las fuerzas atacantes dispuestas alrededor de los castillos de Itami, Takatsuki e Ibaragi estaban dispuestas a atacar de un momento a otro. Sin embargo, la orden de atacar aún no había partido del cuartel general de Nobunaga en el monte Amano. En los diversos campamentos, los días transcurrían con tal lentitud que la paciencia de los soldados empezaba a agotarse.
—¿Todavía no hay noticias?
Aquel día Nobunaga ya había hecho esa pregunta dos veces. Sin embargo, lo que a él le impacientaba era exactamente lo contrario que a los soldados. En aquellos momentos, la posición de los Oda era compleja hasta un punto extraordinario y peligroso, no con respecto a las provincias occidentales u orientales, sino alrededor mismo de la capital. Por poco que pudiera, Nobunaga no quería librar una guerra en aquella zona y en las condiciones actuales. Y a medida que transcurrían los días, le preocupaba esa actitud de evitar la acción en su territorio doméstico a toda costa.
Siempre que estaba inquieto, Hideyoshi ocupaba sus pensamientos. Le quería constantemente a su lado. No hacía mucho que le había llegado un informe de ese general en el que tanto confiaba, diciéndole que Kanbei había expuesto su punto de vista a su antiguo señor, Odera Masamoto, y luego había ido inmediatamente al castillo de Itami, donde se proponía persuadir a Murashige para que negociara. Hideyoshi había dicho que Kanbei estaba incluso dispuesto a morir en esa misión y pedía a Nobunaga que esperase.
—Esto revela mucha confianza en sí mismo —dijo Nobunaga—, y Hideyoshi no es proclive a la negligencia.
Pero aunque Nobunaga se persuadió así de que debía ser paciente, la atmósfera en su cuartel general se estaba enrareciendo a causa de la irritación extrema de sus generales. Cada vez que Hideyoshi cometía algún error trivial, su resentimiento brotaba como si hubiera estado ardiendo a fuego lento bajo las cenizas durante largo tiempo.
—¡No comprendo por qué Hideyoshi envió a ese hombre! ¿Quién es Kanbei, al fin y al cabo? Si examinas sus antecedentes, resulta que es un servidor de Odera Masamoto, de quien también es su padre un servidor de alto rango. Masamoto, por su parte, conspira con Araki Murashige comunicándose con los Mori y traicionándonos. Está actuando de común acuerdo con Murashige mientras que ha alzado la bandera de la rebelión en las provincias occidentales. ¿Cómo ha podido Hideyoshi elegir a Kanbei para una misión tan importante?
Criticaban a Hideyoshi por su falta de previsión, y algunos llegaban incluso a sospechar que había negociado con los Mori.
Los informes que empezaron a llegar contenían todos la misma información: lejos de someterse a la argumentación de Kanbei, Odera Masamoto se había expresado claramente en contra del señor Nobunaga, difundiendo patrañas sobre la debilidad de las fuerzas de Oda en la zona. Además, sus comunicaciones con los Mori se habían hecho cada vez más frecuentes.
Nobunaga tenía que admitir que eso era cierto.
—La acción de Kanbei no ha sido más que un engaño. Mientras esperamos buenas noticias de un hombre tan poco digno de confianza, el enemigo refuerza sus conexiones y perfecciona sus defensas, por lo que al final nuestras fuerzas no conseguirán nada, al margen de lo furioso que sea el ataque.
Entonces llegaron por fin noticias de Hideyoshi, pero no eran buenas. Kanbei aún no había regresado y no se disponía de una información clara. Además, el tono de la misiva era desesperanzado. Nobunaga chascó la lengua y arrojó a un lado el estuche que había contenido la carta.
—¡Es demasiado tarde! —Finalmente provocado, Nobunaga rugió de repente, lleno de ira—. ¡Secretario! Escribe de inmediato a Hideyoshi. Dile que venga aquí sin la menor tardanza. —Entonces miró a Sakuma Nobumori y le dijo—: Tengo entendido que Takenaka Hanbei está pasando su convalecencia en el templo Nanzen de Kyoto. ¿Sigue ahí?
—Creo que sí.
La respuesta de Nobunaga a la réplica de Nobumori fue rápida como un eco.
—Entonces ve allí y dile esto a Hanbei: hace algún tiempo Hideyoshi envió al hijo de Kuroda Kanbei, Shojumaru, como rehén a este castillo... Va a ser decapitado de inmediato y su cabeza será enviada a Itami, donde está su padre.
Nobumori hizo una reverencia. Todos cuantos rodeaban a Nobunaga se encogieron de temor ante su cólera repentina. Todos callaban y Nobunaga no se levantó. El estado de ánimo de Nobunaga podía cambiar en un instante, y su ira estalla sin mucha dificultad. La paciencia que había mostrado hasta entonces no formaba parte de su verdadera naturaleza, sino que había sido estrictamente la consecuencia de un razonamiento que le había costado un gran esfuerzo. Así pues, cuando prescindió el dominio de su mismo que tanto le desagradaba y alzó la voz, los lóbulos de sus orejas empezaron a enrojecer y su semblante adquirió de súbito un aspecto feroz.
—Mi señor, os lo ruego, esperad un momento.
—¿Qué ocurre, Kazumasu? ¿Me estás amonestando?
—Sería presuntuoso que un hombre como yo os amonestara, mi señor, pero ¿por qué habéis dado tan de improviso la orden de matar al hijo de Kuroda Kanbei? ¿No deberíais reflexionar en esto un poco más?
—No necesito reflexionar más para ver la traición de Kanbei. Ha fingido hablar con Odera Masamoto y luego ha vuelto a engañarme haciéndome creer que negociaba con Araki Murashige. Si me he abstenido de emprender una acción en los últimos diez días se ha debido exclusivamente a esas condenadas intrigas de Kanbei. Hideyoshi acaba de informarme del asunto. Kanbei le ha tomado el pelo hasta ahora, y ya está bien.
—Pero ¿por qué no llamáis al señor Hideyoshi para que os facilite un informe completo de la situación y comentáis con él vuestro propósito de castigar al hijo de Kanbei?
—En estos momentos no puedo tomar una decisión de tiempo de paz, y no ordeno a Hideyoshi que venga aquí para escuchar su opinión. Quiero que me explique cómo fomentó este desastre. Date prisa y lleva el mensaje, Nobumori.
—Sí, mi señor. Se lo transmitiré a Hanbei, como deseáis.
El talante de Nobunaga era cada vez más sombrío. Se volvió al escribano y le preguntó:
—¿Has redactado la citación de Hideyoshi, secretario?
—¿Queréis leerla, mi señor?
Entregó la carta a Nobunaga y éste la pasó de inmediato al jefe de los mensajeros, con la orden de llevarla a Harima.
Pero antes de que el mensajero se hubiera ido, un servidor anunció:
—El señor Hideyoshi acaba de llegar.