Authors: Eiji Yoshikawa
Tenzo había ido al castillo de Itami porque Hideyoshi también intentaba llevar a cabo el rescate de Kanbei. Primero Hideyoshi había enviado un mensajero para que rogara a Araki Murashige la liberación de Kanbei, y luego envió a un sacerdote budista en el que Murashige tenía fe para que solicitara lo mismo. Había empleado todos los medios a su disposición, pero Murashige se había negado testarudamente a liberar a Kanbei. Como último recurso, Hideyoshi ordenó a Tenzo que sacara a Kanbei de la cárcel.
Tenzo había penetrado en la fortaleza y le había presentado una oportunidad de rescatar a Hanbei. En el castillo tenía lugar alguna clase de celebración, y todos los familiares y servidores de Araki Murashige se encontraban en el salón principal, mientras que los soldados habían sido invitados a sake. Quiso la suerte que la noche fuese oscura, sin luna ni viento. Tenzo supo que era el momento de actuar decisivamente. Tras haber completado su reconocimiento del terreno, estaba examinando la zona bajo la torre del homenaje cuando vio que alguien espiaba el interior de la prisión, alguien que no parecía un guardián. Era evidente que aquel hombre había penetrado en el castillo de la misma manera que él. Fue a su encuentro y el otro se presentó como el servidor de Takenaka Hanbei, Kumataro.
—Soy un agente del señor Hideyoshi —replicó Tenzo.
Con este intercambio, los dos supieron que estaban allí con la misma misión. Actuando juntos, penetraron por la ventana de la prisión y ayudaron a Kanbei a escapar. Ocultos por la oscuridad, pasaron al otro lado de los muros del castillo, embarcaron en un bote que estaba junto a la compuerta del foso y huyeron.
Tras escuchar las circunstancias detalladas de las dificultades que habían tenido, Hanbei se volvió a Kumataro y le dijo:
—Me preocupaba haberte encargado una misión imposible, y comprendía que tus posibilidades de éxito sólo eran de una o dos entre diez. Esto tiene que ser sin duda obra del cielo. Pero ¿qué sucedió luego? ¿Y cómo pudisteis llegar hasta aquí?
Kumataro se arrodilló respetuosamente, al parecer sin el menor orgullo por haber hecho algo digno de alabanza.
—Salir del castillo no resultó difícil. Los verdaderos problemas empezaron después. Las fuerzas de Araki estaban apostadas en empalizadas aquí y allá, de modo que nos vimos rodeados varias veces, y en ocasiones nos vimos separados en medio de las espadas y lanzas del enemigo. Finalmente pudimos abrirnos paso, pero en uno de los encuentros el señor Kanbei sufrió una herida de espada en la rodilla izquierda, lo cual nos impidió ir muy lejos. Al final tuvimos que dormir en un granero. Viajamos de noche y dormimos en santuarios al lado de la carretera. Por fin pudimos llegar a Kyoto.
Kanbei reanudó el relato.
—Si hubiéramos podido refugiarnos entre las tropas de Oda que rodeaban el castillo, nuestra huida habría sido todavía más fácil. Pero, según lo que oí decir en el castillo, Araki Murashige hizo saber que el señor Nobunaga sospechaba mucho de mis acciones. Dijo a la gente que yo debería pasarme a su bando debido a la clase de persona que era Nobunaga, pero esa trapacería sólo me hizo sonreír.
Kanbei forzó una sonrisa triste y Hanbei asintió en silencio.
Cuando finalizaron el relato y las preguntas, el cielo nocturno había empezado a iluminarse con una pálida blancura. Oyu estaba preparando sopa en la cocina.
Los hombres estaban cansados tras haberse pasado toda la noche hablando, y después de terminar su desayuno, todos dormitaron un rato. Al despertarse, reanudaron la conversación.
—Por cierto —le dijo Hanbei a Kanbei—. Sé que es muy precipitado, pero he pensado en partir hoy hacia mi provincia natal de Mino y luego ir a Azuchi para ver al señor Nobunaga. Como le contaré lo que te ha sucedido a Su Señoría, te sugiero que vayas directamente a Harima.
—Por supuesto, no quiero permanecer ocioso un solo día —dijo Kanbei, pero entonces miró dubitativo el semblante de Hanbei—. Todavía estás enfermo... ¿Cómo afectará a tu salud un viaje repentino?
—De todos modos hoy tenía la intención de levantarme. Si permito que mi enfermedad me venza, nunca terminará. Además, desde hace algún tiempo me siento mucho mejor.
—Pero es importante que te cures del todo —replicó Kanbei—. No sé qué clase de asunto te apremia, pero ¿no podrías posponerlo un poco más y seguir aquí tu convalecencia?
—He rogado para mejorar rápidamente con la llegada del Año Nuevo, y me he cuidado bien. Ahora que estoy seguro de que estás sano y salvo, no tengo que preocuparme más por eso. Al mismo tiempo, he cometido una falta por la que debo ser castigado en Azuchi, y hoy es un buen día para levantarme de la cama y despedirme.
—¿Una falta por la que debes ser castigado en Azuchi?
Hanbei le contó a Kanbei por primera vez cómo había desobedecido las órdenes de Nobunaga durante más de un año.
Kanbei se quedó conmocionado. Una cosa era que Nobunaga abrigara dudas sobre él, pero que ordenara la decapitación de Shojumaru era algo que ni podía imaginar.
—¿A eso llegó? —dijo Kanbei en tono quejumbroso.
De repente sintió un frío rencor hacia Nobunaga. Era mucho lo que había arriesgado: fue solo al castillo de Itami, le encarcelaron y se había librado por poco de la muerte..., y al final, ¿para quién trabajaba? Al mismo tiempo, no podía retener las lágrimas por la desmesurada muestra de afecto de Hideyoshi y la amistad de Hanbei.
—Estoy muy agradecido, pero ¿por qué has de hacer esto por mi hijo? Si tal es la situación, yo debería ir a Azuchi y explicarme.
—No, yo he cometido el delito de desobediencia. Lo único que te pido es que te reúnas con el señor Hideyoshi en Harima. Dudo de que vaya a estar mucho más tiempo en el mundo, tanto si me declaran culpable como inocente. Quisiera que te dirijas a Harima lo antes posible.
Hanbei se postró ante su amigo como si le rogara. Tenía la determinación de un hombre enfermo. Más aún, era Hanbei, un hombre que no carecía de madura reflexión y, cuando había hablado, no se retractaba de sus decisiones.
Aquel día los dos amigos se separaron, uno de ellos hacia el este y el otro hacia el oeste. Kanbei, acompañado por Watanabe Tenzo, fue a incorporarse a la campaña en Harima. Hanbei se puso en marcha hacia Mino, sin más compañía que la de Kumataro.
Cuando Oyu despidió a su hermano en el portal del templo Nanzen, tenía lágrimas en los ojos, pues pensaba en la posibilidad de que no regresara jamás. Los sacerdotes intentaron consolarla diciéndole que su aflicción sería tan huidiza como todas las cosas, pero al final casi tuvieron que sostenerla para volver al interior del templo.
Probablemente Hanbei tenía los mismos pensamientos. No, era evidente que sentía una aflicción incluso más profunda. Su cuerpo oscilaba en la silla de montar, a medida que el caballo se aproximaba a una elevación.
De repente Hanbei tiró de las riendas como si acabara de recordar algo.
—Me he olvidado de decir una cosa, Kumataro. Voy a escribirla y quisiera que regreses corriendo y le des la nota a Oyu. —Sacó un trozo de papel, garabateó algo y lo entregó a Kumataro—. Yo seguiré adelante con lentitud para que puedas darme alcance.
Kumataro cogió la nota, hizo una respetuosa reverencia y regresó corriendo al templo.
Mientras contemplaba el templo Nanzen por última vez, Hanbei pensó que había cometido errores. No lamentaba en absoluto el camino que había seguido, pero sí la desdicha de su hermana. Dejó que el caballo caminara a su propio paso.
El camino de un samurai era recto, y desde que Hanbei bajó del monte Kurihara no se había desviado de él. Tampoco tendría ningún remordimiento aunque su vida terminara aquel mismo día. Lo que más le dolía era que Oyu se había convertido en la amante de Hideyoshi, y él, como su hermano, se sentía continuamente censurado por su conciencia. Se dijo que, al fin y al cabo, ella había estado a su lado en el momento crucial de elegir su propio camino. La falta era suya, no de su hermana. En el fondo le preocupaban los muchos años que Oyu tendría por delante después de que él muriese.
Era un infortunio que la felicidad de una mujer no durase siempre toda su vida. Lo que le resultaba a Hanbei especialmente doloroso era la sensación de que había manchado la pura blancura del Camino del Samurai, el camino que se basaba en la muerte. ¿Cuántas veces había refunfuñado para sus adentros sobre esa cuestión, pensando que debería pedir disculpas a Hideyoshi y rogarle que le despidiera, o que debería descargar su angustia hablando con su hermana y pidiéndole que viviera recluida? Pero nunca se le había presentado la línea de acción apropiada.
Había emprendido un viaje del que no regresaría y, naturalmente, le había parecido imprescindible decirle a Oyu algo al respecto. No había podido decírselo en el tierno momento de la despedida, pero ahora quizá podría escribir unos versos que su hermana apreciaría más fácilmente. Cuando Hanbei ya no estuviera en este mundo, ella, con el pretexto de llorarle, podría separarse de la multitud de mujeres que se arracimaban alrededor del dormitorio de Hideyoshi como enredaderas floridas en un portal.
Cuando llegó a su finca de Mino, Hanbei se pasó el día rezando ante la tumba de sus antepasados y luego hizo una breve visita al monte Bodai. No había estado allí en mucho tiempo, pero no cedería a su deseo de quedarse más.
A la mañana siguiente se levantó temprano, se arregló el cabello y preparó agua para un insólito baño.
—Llama a Ito Hanemon —ordenó.
El canto del ruiseñor se oía a menudo en las planicies alrededor del monte Bodai y en los árboles dentro del recinto del castillo.
—Estoy a vuestro servicio, mi señor.
Con las puertas correderas a sus espaldas, un samurai entrado en años y de aspecto robusto hizo una profunda reverencia. Ito era el guardián de Shojumaru.
—Entra, Hanemon. Eres el único con quien he hablado de esto en detalle, pero por fin ha llegado el día en que Shojumaru debe ir a Azuchi. Partiremos hoy. Sé que es muy repentino, pero te ruego que informes a los ayudantes y que hagas en seguida los preparativos de viaje.
Hanemon comprendía muy bien la aflicción de su señor, y palideció de improviso.
—Entonces la vida de Shojumaru está...
Hanbei se dio cuenta de que el hombre temblaba y le tranquilizó sonriéndole.
—No, no va a ser decapitado. Voy a apaciguar la cólera del señor Nobunaga aunque sea a costa de mi propia vida. En cuanto lo liberaron de Itami, el padre de Shojumaru fue a la campaña de Harima, una declaración sin palabras de su inocencia. Lo único que queda ahora es mi delito por haber hecho caso omiso de las órdenes de mi señor.
Hanemon se retiró en silencio y fue a la habitación de Shojumaru. Al acercarse oyó la alegre voz del niño que estaba tocando un tamboril. El clan Takenaka trataba tan bien a Shojumaru que nadie habría creído que lo habían puesto a su cuidado como un rehén.
Así pues, cuando sus guardianes, que sabían poco de la verdadera situación del niño, supieron que tenían que hacer preparativos de viaje, temieron por la vida de Shojumaru.
Hanemon hizo cuanto pudo por tranquilizarlos.
—No tenéis nada que temer. Si Shojumaru va a Azuchi, tengo fe en el sentido de la justicia del señor Hanbei. Creo que debemos dejarlo todo en sus manos.
Shojumaru no sabía nada de lo que estaba ocurriendo y siguió jugando alegremente, tocando el tambor y bailando. Aunque era un rehén, tenía la fortaleza de su padre y estaba recibiendo el intenso adiestramiento de un samurai. No era en modo alguno un niño tímido.
—¿Qué ha dicho Hanemon? —preguntó Shojumaru, dejando el tambor. Al ver el semblante de su guardián, el niño pareció percatarse de que había ocurrido algo y se inquietó.
—No es nada que deba preocuparte —le dijo uno de los guardianes—, pero tenemos que hacer rápidos preparativos para viajar a Azuchi.
—¿Quién va a ir?
—Tú, Shojumaru.
—¿Yo también voy? ¿A Azuchi?
Los guardianes se volvieron para que no pudiera ver sus lágrimas. En cuanto Shojumaru oyó sus palabras, se puso a brincar y aplaudir.
—¿De veras? ¡Es estupendo! —exclamó, y regresó corriendo a su habitación—. ¡Me voy a Azuchi! ¡Dicen que me voy de viaje con el señor Hanbei! El baile y los toques de tambor han terminado. ¡Que pare todo el mundo! —Entonces preguntó a voz en grito—: ¿Están bien estas ropas?
Ito entró y le dijo:
—Su Señoría te recuerda que debes bañarte y arreglarte el cabello como es debido.
Los guardianes condujeron a Shojumaru al baño, le introdujeron en la bañera y le arreglaron el cabello. Pero cuando empezaron a vestirle para el viaje, vieron que tanto la ropa interior como el kimono que le habían proporcionado para el viaje eran de la seda blanca más pura..., las ropas de la muerte.
Los ayudantes de Shojumaru pensaron de inmediato que Ito les había mentido para consolarlos y que la cabeza del niño sería cortada delante de Nobunaga. Se echaron a llorar de nuevo, pero Shojumaru no les prestó la menor atención y se puso la prenda superior blanca, un manto de brocado y una falda de seda china. Vestido con prendas tan lujosas y flanqueado por sus dos ayudantes, fue conducido a la habitación de Hanbei.
Shojumaru estaba tan animado que no se fijaba en los rostros llorosos de sus ayudantes.
—¡Bueno, vámonos ya! —instó a Hanbei de nuevo.
Hanbei se levantó por fin y dijo a sus servidores:
—Por favor, después cuidad de todo.
Más tarde, cuando pensó en lo que había dicho, le pareció que todo su propósito estaba resumido en una sola palabra, «después».
***
Después de la batalla del río Ane, Nobunaga concedió una audiencia a Hanbei. En aquella ocasión le dijo:
—Hideyoshi me ha dicho que te considera no sólo un servidor sino también un maestro. Puedes estar seguro de que también yo te tengo en gran consideración.
En lo sucesivo, tanto si Hanbei solicitaba una audiencia como si iba simplemente de visita a Azuchi, Nobunaga siempre le trataba como si fuese uno de sus servidores directos.
Esta vez Hanbei subió al castillo de Azuchi llevando consigo al hijo de Kanbei, Shojumaru. Debido a su enfermedad, tenía el rostro marcado por la fatiga, pero vestido con sus mejores prendas subió con porte digno cada uno de los escalones hasta la torre donde se hallaba Nobunaga. Su Señoría había recibido la noticia de su llegada la noche anterior, y le estaba esperando.