Taiko (54 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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—Respetable.

—¿De veras?

—Lleva una capa corta sobre la armadura y parece haber recorrido una larga distancia. Tanto la silla de montar como los estribos de su caballo están cubiertos de barro, y de la silla le cuelga un cesto de mimbre para transportar víveres y artículos de viaje.

—Está bien, hazle pasar y veremos.

—¿Qué le haga pasar?

—Sólo para estar seguro... quiero verle la cara.

Koroku se sentó en la terraza y esperó.

La distancia desde el castillo de Nobunaga hasta Hachisuka era de unas pocas leguas. Legalmente, el pueblo debería formar parte del dominio de los Oda, pero Koroku no reconocía a Nobunaga ni recibía un estipendio del clan Oda. Su padre y los Saito de Mino se habían apoyado mutuamente, y el sentimiento de lealtad entre los ronin era fuerte. En realidad, en aquellos tiempos turbulentos apreciaban la lealtad y la caballerosidad, junto con el honor, incluso más que en las casas de los samurais. Aunque el destino les obligaba a vivir como saqueadores salvajes, aquellos ronin estaban unidos como padres e hijos, por lo que no toleraban la deslealtad y la falta de honradez. Koroku era como el cabeza de una gran familia y la misma fuente de aquellas férreas reglas de conducta.

El asesinato de Dosan y la muerte de Yoshitatsu el año anterior habían causado un problema tras otro en Mino y también habían tenido repercusiones para Koroku. El estipendio pagado a los Hachisuka mientras Dosan vivía había sido interrumpido después de que los Oda bloquearan todos los caminos que llevaban de Owari a Mino, pero aun así Koroku no iba a olvidar su sentido de la lealtad. Por el contrario, su enemistad hacia los Oda fue en aumento, y en años recientes había ayudado indirectamente a las defecciones en el campo de Nobunaga y había sido uno de los principales causantes de la agitación en los dominios de los Oda.

—Le he traído —dijo el servidor desde el portal de madera.

Por si acaso, cinco o seis hombres de Koroku rodeaban a Tokichiro cuando entró.

Koroku le miró con ceño.

—Ven aquí —le dijo, haciendo un gesto imperioso con la cabeza.

Un hombre de aspecto ordinario estaba ante Koroku. Su saludo también fue ordinario.

—Bueno, hacía largo tiempo que no nos veíamos.

Koroku le miraba fijamente.

—Eres el Mono, desde luego. Tu cara no ha cambiado mucho.

En contraste con el rostro de Tokichiro, Koroku no pudo evitar que le sorprendiera la transformación operada en su indumentaria. Ahora Koroku recordaba claramente aquella noche de diez años atrás cerca del río Yahagi, cuando Tokichiro, vestido con una sucia túnica de algodón, el cuello, las manos y los pies llenos de mugre, estaba durmiendo en la orilla del río. Cuando un soldado le sacudió para despertarle, reaccionó con una vehemencia y un espíritu de lucha que dejó a todos sorprendidos, preguntándose quién podría ser. A la luz de los faroles que sostenían los soldados, resultó no ser más que un joven de extraño aspecto.

Tokichiro habló humildemente, como si no hiciera ninguna distinción entre su categoría de antaño y la actual.

—La verdad es que he sido muy descuidado y no os he visitado en tanto tiempo, pero me alegro al ver que gozáis de vuestra buena salud acostumbrada. El señor Kameichi ya debe de estar muy crecido. ¿Y vuestra esposa? ¿Está bien? ¿Sabéis?, al regresar para visitaros diez años parecen un instante.

Entonces, deslizando su mirada por los árboles del jardín con auténtica emoción y contemplando los tejados de los edificios, habló por los codos de sus recuerdos, de la época en que cada día recogía agua de aquel pozo, de cuando el señor le regañó, tal vez al lado de aquella piedra, de cuando llevaba a Kameichi a la espalda y atrapaba cigarras para él.

A Koroku, sin embargo, tales recuerdos no parecían conmoverle lo más mínimo. En cambio se concentraba en los menores movimientos de Tokichiro, y por fin habló bruscamente.

—Mono —le dijo, dirigiéndose a él tal como lo hacía en el pasado—. ¿Te has convertido en un samurai?

Por el aspecto de Tokichiro, resultaba evidente que así era, pero el joven no se mostró en modo alguno desconcertado.

—Sí. Como podéis ver, todavía recibo un estipendio insignificante, pero estoy a punto de llegar a ser un auténtico samurai. Confío en que eso os satisfaga. De hecho, hoy he venido hasta aquí desde mi puesto en el campamento de Sunomata en parte porque he pensado que podría complaceros conocer mi ascenso.

Los labios de Koroku esbozaron una sonrisa forzada.

—Éstos son buenos tiempos, ¿verdad? Incluso hay quienes están dispuestos a contratar a hombres como tú entre sus samurais. ¿A quién sirves?

—Al señor Oda Nobunaga.

—¿Ese matón?

—Por cierto... —Tokichiro alteró un poco su tono de voz—. He hecho cierta digresión sobre mis asuntos personales, pero hoy he venido aquí como Kinoshita Tokichiro, a las órdenes del señor Nobunaga.

—¿Ah, sí? ¿Eres un enviado?

—Voy a entrar. Disculpadme.

Tras decir esto, Tokichiro se quitó las sandalias, subió los escalones de la terraza en la que Koroku estaba sentado y ocupó el asiento de honor en la estancia.

—¡Eh! —gruñó Koroku y siguió sentado donde estaba. No le había invitado a entrar y, no obstante, Tokichiro había subido sin vacilar y se había sentado. Koroku se volvió hacia él y le dijo—: ¿Mono?

Aunque Tokichiro había respondido antes a ese apodo, ahora se negó a hacerlo y miró fijamente a Koroku, el cual se tomaba a broma lo que consideraba un comportamiento infantil.

—Vamos, vamos, Mono. Has cambiado repentinamente de actitud, pero hasta ahora me estabas hablando como una persona ordinaria. ¿Quieres que en adelante me atenga a la formalidad de dirigirme a ti como enviado de Nobunaga?

—Exactamente.

—Entonces vete a casa de inmediato. ¡Vete de aquí, Mono! —Koroku se puso en pie y bajó al jardín. Su voz se había vuelto áspera y su mirada era amenazante—. Tal vez tu señor Nobunaga crea que Hachisuka se encuentra dentro de su territorio, pero lo cierto es que gobierno casi todo Kaito. No recuerdo que yo o alguno de mis antepasados haya recibido jamás de Nobunaga un solo grano de mijo. Que se dé conmigo los aires de un señor provincial es el colmo del absurdo. Vete a casa, Mono. ¡Y si dices algo ofensivo, te mataré! —Le miró furibundo y añadió—: Cuando regreses dile a Nobunaga que él y yo somos iguales. Si quiere algo de mí, puede venir personalmente. ¿Lo has entendido, Mono?

—No.

—¡Cómo!

—Es una lástima. ¿No sois realmente nada más que el jefe de una partida de bandidos ignorantes?

—¿Qq... qué? ¡Cómo te atreves! —Koroku volvió de un salto a la estancia y se enfrentó a Tokichiro con una mano en la guarda de su espada—. Repite eso, Mono.

—Sentaos.

—¡Calla!

—No, hacedme caso y sentaos. Tengo algo que deciros,

—¡Refrena la lengua!

—No, voy a demostraros vuestra propia ignorancia. He de enseñaros algo. ¡Sentaos!

—Tú...

—Esperad, Koroku. Si vais a matarme, éste es el lugar y vos la persona que lo hará, por lo que no creo que haya ningún motivo para apresuraros. Pero si me matáis, ¿quién va a enseñaros nada?

—¡Estás..., estás loco!

—En cualquier caso, sentaos. Vamos, hacedme caso. Dejad de lado vuestro mezquino egoísmo. No quiero hablaros sólo del señor Nobunaga y su relación con el clan Hachisuka. Lo que importa en primer lugar es que los dos habéis nacido en este país de Japón. Según vos, Nobunaga no es el señor de esta provincia. Pues mirad, ésas son unas palabras muy razonables y estoy de acuerdo con vos. Pero lo que me parece impertinente es esa afirmación de que Hachisuka es vuestro propio dominio. En eso estáis equivocado.

—¿Ah, sí? ¿En qué sentido?

—Toda tierra considerada como propiedad personal, tanto si es de Hachisuka como de Owari, o cualquier bahía o cala, o incluso un simple terrón, ya no forma parte del imperio. ¿No es así, Koroku?

—Humm.

—Con el debido respeto, hablar de esa manera sobre Su Majestad Imperial, el verdadero propietario de toda la tierra, qué digo, estar ahí ante mí con la mano en la espada mientras os hablo, es una falta total de respeto, ¿no os parece? Ni siquiera un aldeano se comportaría de esa manera, y sois el dirigente de tres mil ronin, ¿no es cierto? ¡Sentaos y escuchad!

Más que motivadas por su valor, esas últimas palabras vehementes parecían un grito de todo su ser. En aquel momento, alguien gritó desde el interior de la casa.

—¡Sentaos, señor Koroku! ¡No podéis hacer otra cosa!

Koroku se volvió, preguntándose quién podría ser. El sorprendido Tokichiro también miró hacia el lugar de donde había procedido la voz. A la luz verdosa que llegaba desde el centro del jardín se veía a una persona inmóvil en la entrada del corredor. La mitad de su cuerpo estaba oculta por la sombra de la pared. No podían ver quién era, pero parecía llevar el hábito de un sacerdote.

—Ah, sois el reverendo Ekei, ¿no es cierto? —dijo Koroku.

—Así es. He cometido la grosería de gritar desde el exterior, pero me preocupaba el motivo de vuestra discusión a voces.

Ekei seguía sin moverse y con una vaga sonrisa en los labios.

—Sin duda os he causado una terrible molestia —dijo Koroku con calma—. Os ruego que me perdonéis, Vuestra Reverencia. Ahora mismo echaré de aquí a este insolente.

—Esperad, señor Koroku. —Ekei entró en la estancia—. Estáis siendo ofensivo.

Ekei era un monje itinerante de unos cuarenta años de edad que había sido invitado a alojarse allí. Tenía el físico de un guerrero de anchos hombros. Entre sus facciones resaltaba especialmente su ancha boca. Ante la posibilidad de que aquel monje que estaba gozando de su hospitalidad se alineara con Tokichiro, Koroku le miró fijamente.

—¿Ofensivo para quién?

—Vamos a ver. Existe una razón para no hacer caso omiso de las palabras de este enviado. El señor Tokichiro ha afirmado que ni esta zona ni la provincia de Owari pertenece a Nobunaga o a los Hachisuka, sino más bien a Su Majestad el emperador. ¿Podéis declarar rotundamente que eso no es cierto? No, no podéis hacerlo. Expresar insatisfacción con la política nacional es lo mismo que acariciar la traición contra Su Majestad, y esto es lo que dice el enviado. Así pues, sentaos un momento, inclinaos ante la verdad y escuchad atentamente lo que este mensajero tiene que decir. Luego podréis decidir si es correcto echarle o acceder a lo que solicita. Ésta es mi humilde opinión.

Koroku no era precisamente un bandido analfabeto e ignorante. Tenía los rudimentos de una educación en literatura japonesa y conocía las tradiciones del país, así como los orígenes y ramificaciones de su propio linaje.

—Os pido perdón. Lo de menos es quién habla. Es una necedad por mi parte oponerme al principio de la obligación moral. Escucharé lo que el enviado tiene que decir.

Al ver que Koroku se había tranquilizado y tomaba asiento, Ekei se sintió satisfecho.

—Bueno, sería descortés por mi parte que me quedara aquí, de modo que me retiraré. Pero antes de que deis una respuesta al mensajero, señor Koroku, quisiera que vinierais un momento a mi habitación. Hay algo que me gustaría deciros.

Tras estas palabras, el sacerdote se marchó.

Koroku hizo un gesto de asentimiento y entonces se volvió de nuevo hacia el enviado, Tokichiro. Le nombró por su antiguo apodo, pero se corrigió en seguida.

—Mono..., no, quiero decir honorable enviado del señor Oda. ¿Qué clase de asunto quieres plantearme? Oigámoslo brevemente.

Tokichiro se humedeció los labios sin darse cuenta y consideró que había llegado el momento decisivo. ¿Sería capaz de persuadir a aquel hombre con un verbo elocuente y la cabeza fría? La construcción del castillo de Sunomata, el resto de su vida y, a su vez, el auge o la caída del clan de su señor... Todo dependía de la aceptación o el rechazo de Koroku. Tokichiro estaba tenso.

—En realidad no se trata de un asunto distinto, sino que está relacionado con mi petición anterior, enviada por medio de mi sirviente Gonzo, sobre vuestras intenciones.

—Con respecto a ese asunto, me niego en redondo, tal como escribí en mi réplica —respondió Koroku bruscamente—. ¿Has leído esa réplica o no?

—La he leído. —Al comprobar la inflexibilidad de su contrario, Tokichiro inclinó la cabeza sumisamente—. Pero Gonzo os entregó una carta mía, y lo que hoy os presento es la petición del señor Nobunaga.

—Al margen de quien lo solicite, no tengo ninguna intención de apoyar al clan Oda. No necesito escribir dos respuestas.

—¿Os proponéis entonces llevar el legado de vuestros antepasados a su lamentable destrucción en vuestra propia generación y en esta misma tierra?

—¿Qué?

—No os enfadéis, os lo ruego. Yo mismo fui favorecido aquí con alojamiento y comida hace diez años. En un sentido más amplio, es una verdadera pena que las personas como vos estén ocultas entre la espesura y no se utilice su valía. Pensando tanto en el interés público como en el mío propio, creo que sería una lástima que los Hachisuka declinaran en su aislamiento hasta destruirse a sí mismos. Por eso he venido aquí como un último recurso, a fin de devolveros el favor que os debo desde hace tanto tiempo.

—Tokichiro.

—¿Sí?

—Todavía eres joven. No tienes la capacidad de realizar misiones para tu señor con elocuencia. Lo único que consigues es encolerizar a tu contrario, y la verdad es que no quiero enfadarme con un joven como tú. ¿Por qué no te marchas antes de que lleguemos demasiado lejos?

—No voy a marcharme hasta que haya dicho lo que debo decir.

—Aprecio tu entusiasmo, pero se trata de la energía de un necio.

—Gracias, pero no olvidéis que grandes logros más allá de las fuerzas humanas suelen parecer producto de la energía de unos necios. No obstante, hay hombres juiciosos que no siguen la senda de la sabiduría. Por ejemplo, supongo que os consideráis más juicioso que yo. Pero si se mira objetivamente, resulta que sois el necio que se sienta en el tejado y contempla cómo se quema su propia casa. Seguís siendo testarudo, aunque el fuego se extiende por los cuatro lados. ¡Y sólo tenéis tres mil ronin!

—¡Mono! ¡Tu delgado cuello está cada vez más cerca de mi espada!

—¿Qué? ¿Mi delgado cuello es el que corre peligro? Aun cuando sigáis siendo leal a los Saito, ¿qué clase de gente son? Han cometido todas las traiciones y todas las atrocidades imaginables. ¿Creéis acaso que existe en cualquier otra provincia una moral tan degenerada? ¿No tenéis un hijo? ¿No tenéis familia? Entonces mirad a Mikawa. El señor Ieyasu ya se ha comprometido con el clan Oda en una alianza inquebrantable. Cuando el clan Saito se derrumbe, si confiáis en los Imagawa seréis interceptado por los Tokugawa. Si pedís ayuda a Ise, seréis rodeado por los Oda. No importa el clan con el que decidáis aliaros... ¿Cómo protegeréis a vuestra familia? Lo único que queda es aislamiento y autodestrucción, ¿no es cierto?

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