Authors: Eiji Yoshikawa
—Pobrecita novia.
Los parientes se compadecían de Nene, a la que habían dejado atrás. Pero cuando miraron a su alrededor en busca de la joven, que sólo unos momentos antes había estado bailando, no la vieron por ninguna parte. Había salido al exterior por una puerta lateral. Fue en busca de su marido, a quien rodeaban sus amigos bebidos.
—¡Que te diviertas! —le dijo, y deslizó su monedero en el interior del kimono de Tokichiro.
El lugar que frecuentaban los jóvenes del castillo era un local de bebidas llamado Nunokawa. Situada en el viejo barrio de Sugaguchi, se decía que aquella casa de té fue antaño una tienda de comerciantes de sake, los cuales vivían allí mucho antes de que los Oda o sus predecesores, los Shiba, se hicieran los dueños de Owari. Así pues, el local era bien conocido por el tamaño del antiguo edificio.
Tokichiro lo visitaba con mucha frecuencia. De hecho, si no le veían la cara cuando la gente se reunía allí, tanto el personal que servía como sus amigos le echaban en falta... Era como una sonrisa que revela la falta de un diente. El matrimonio de Tokichiro era causa más que suficiente para alzar las tazas en su local favorito. Cuando los amigos se abrieron paso a través de las cortinas de la entrada, alguien anunció la noticia en el enorme vestíbulo.
—¡Damas y caballeros, gentes de la Nunokawa! ¿No vendréis todos a recibir a un invitado? ¡Hemos traído a un novio sin paralelo en el mundo entero! Y adivinad quién es. Un hombre llamado Kinoshita Tokichiro. ¡Alegraos, alegraos! Ésta es su ceremonia de verter el agua.
Sus pies parecían reacios a sostenerlos, pero entraron tambaleándose y arrastrando a Tokichiro entre ellos.
Los miembros del personal de la casa de té les miraban sorprendidos, pero se echaron a reír al comprender lo que ocurría, y escucharon asombrados el relato de cómo se habían apoderado del novio para llevárselo de la casa durante la fiesta.
—Esto no es una ceremonia de verter el agua —dijeron—, sino más bien un rapto del novio.
Todos se rieron a mandíbula batiente. Tokichiro entró corriendo en el edificio, dando la impresión de que intentaba huir, pero sus amigos tan amantes de la broma se sentaron a su alrededor y le hicieron saber que era un prisionero hasta el amanecer. Entonces pidieron sake con impaciencia.
¿Quién sabe cuánto bebieron? Casi ninguno de ellos era capaz de distinguir las canciones que entonaron ni las danzas que ejecutaron.
Finalmente cada uno se quedó dormido donde estaban usando los brazos como almohada, o con brazos y piernas extendidos. A medida que avanzaba la noche, los olores del otoño penetraban silenciosamente.
***
De repente Inuchiyo alzó la cabeza y miró a su alrededor sobresaltado. Tokichiro le imitó. Ikeda Shonyu había abierto los ojos. Intercambiaron miradas y aguzaron el oído. El ruido de cascos de caballos que rompía el silencio les había despertado.
—¿Qué ocurre?
—Es un número considerable de hombres. —Inuchiyo se dio una palmada en la rodilla, como si se le acabara de ocurrir algo—. ¡Eso es! Casi seguro que se trata de Takigawa Kazumasu, que regresa de Mikawa, adonde le enviaron hace algún tiempo para entrevistarse con Tokugawa Ieyasu.
—Naturalmente. ¿Se alinearán con los Oda o confiarán en los Imagawa? El mensajero debe de traer la respuesta de Mikawa.
Uno tras otro abrieron los ojos, pero tres de los hombres salieron corriendo de la Nunokawa sin esperar a los demás. Siguiendo el sonido de las bridas y la multitud de hombres y caballos que habían pasado por delante del local, corrieron en dirección al portal del castillo.
Desde la batalla de Okehazama, el año anterior, Kazumasu había ido a Mikawa como enviado en varias ocasiones. No era un secreto en Kiyosu que le habían encargado de la importante misión diplomática de obtener la cooperación de Ieyasu con el clan Oda.
Hasta fecha reciente, Mikawa había sido una provincia débil, dependiente de los Imagawa, y aunque también se decía de Owari que era una provincia pequeña, había asestado un golpe fatal a los poderosos Imagawa, enviando un enérgico mensaje a los principales contendientes por el liderazgo nacional, el mensaje de que en la actualidad existía un hombre llamado Oda Nobunaga. La fuerza y la moral de los Oda estaban en ascenso. La alianza buscada se llamaba sencillamente una federación cooperativa, y el difícil truco diplomático consistiría en hacer de los Oda los asociados de más categoría en esa alianza.
En la medida en que la provincia era pequeña y débil, resultaba esencial que actuara sin vacilación. Una provincia como Mikawa podía ser engullida en una sola campaña militar. Y lo cierto era que, tras la muerte de Yoshimoto, la provincia de Mikawa se encontraba en una coyuntura crítica, con su supervivencia en juego. ¿Deberían seguir dependiendo los Tokugawa de los Imagawa al mando de Ujizane? ¿O debían aliarse con los Oda?
Los Tokugawa estaban perplejos y las deliberaciones, intercambios de enviados, discusiones y recomendaciones habían sido innumerables. Entretanto se libraban pequeñas batallas entre Suruga y Mikawa. Por supuesto, las escaramuzas entre los castillos de la rama Oda y sus contrarios en Mikawa no habían cesado, y nadie era capaz de calcular ni por aproximación el riesgo que corrían las dos provincias ni cuándo podría empezar la lucha. Por otro lado, además de los Oda y los Tokugawa, existía un gran número de clanes que aguardaban el inicio de la guerra: los Saito de Mino, los Kitabatake de Ise, los Takeda de Kai y los Imagawa de Suruga. El conflicto no ofrecía ninguna ventaja. Tokugawa Ieyasu no estaba deseoso de luchar y Oda Nobunaga sabía muy bien que prepararse y combatir por una victoria final sobre los Tokugawa sería ridículo, lo cual es tanto como decir que tampoco Nobunaga quería luchar, pero era preciso no demostrarlo. Nobunaga conocía el carácter testarudo y paciente de los Tokugawa y consideraba importante tener en cuenta su reputación.
Mizuno Nobutomo era gobernador del castillo de Ogawa. Aunque servidor de los Oda, también era tío de Ieyasu, y Nobunaga le pidió que intercediera por él a su sobrino. Nobutomo se reunió con Ieyasu y sus principales servidores e intentó atraerles a su lado mediante esfuerzos diplomáticos. Abordados tanto de frente como lateralmente, los Tokugawa parecieron tomar por fin una decisión, e Ieyasu envió una respuesta a tal efecto. Así pues, Takigawa Kazumasu había sido enviado a Mikawa a fin de obtener la respuesta definitiva acerca del ofrecimiento de una alianza por parte de Nobunaga. Y al regresar aquella noche se dirigió al castillo a pesar de lo tardío de la hora. Kazumasu era un general de Oda, entendido en armas de fuego y buen tirador.
Sin embargo, Nobunaga valoraba su inteligencia mucho más que su puntería. No era precisamente un orador, pero se expresaba con una vehemencia que tenía la virtud de resultar racional en extremo. Serio y lleno de sentido común, era también un hombre muy perspicaz. Por todo ello, Nobunaga le consideraba el hombre apropiado para aquella fase importante del proceso diplomático.
Era noche cerrada, pero Nobunaga ya se había levantado y esperaba a Kazumasu en la sala de audiencias. El enviado se postró, todavía vestido con la indumentaria de viaje. En una ocasión como aquélla, preocuparse demasiado por la impresión que causaría al presentarse vestido todavía con sucias prendas de viaje y, en consecuencia, arreglarse el cabello y las ropas, eliminando el sudor y el mal olor antes de acudir a presencia del señor, probablemente provocaría en éste una observación como: «¿Has ido a contemplar las flores?». Kazumasu había sido testigo de esa clase de crítica malhumorada, y por ello estaba allí con ambas manos en el suelo, respirando todavía con dificultad, vestido con unas prendas que olían a caballo. Por otro lado, eran contadas las ocasiones en las que Nobunaga había hecho esperar largo tiempo a sus servidores mientras él se acomodaba con calma.
Nobunaga le interrogó, ansioso de noticias.
El enviado fue al grano. Había servidores que, al regresar y dar su informe oficial, hablaban largo rato de esto y aquello, parloteaban sobre lo sucedido en el camino y comentaban todos los detalles secundarios del problema. En consecuencia, era difícil llegar a la cuestión esencial: ¿había salido la misión tal como se había planeado o no? Nobunaga detestaba ese proceder, y cuando los mensajeros respondían sólo con digresiones, una expresión irritada, que incluso una persona ajena al asunto habría comprendido, oscurecía su semblante y advertía: «¡Ve al grano!».
Kazumasu había sido puesto sobre aviso al respecto. Tras haber sido seleccionado para realizar una misión diplomática tan importante, al presentarse ante Nobunaga hizo una sola reverencia y abordó directamente la cuestión.
—Tengo buenas noticias, mi señor. El acuerdo con el señor Ieyasu de Mikawa está por fin en regla, y no sólo eso, sino casi todas las estipulaciones que deseabais.
—¿Has tenido éxito?
—Sí, mi señor, está arreglado. —La expresión de Nobunaga era flemática, pero en realidad se sentía profundamente aliviado—. Además, he prometido concluir los artículos que cubren los detalles en una fecha posterior, mediante una discusión con Ishikawa Kazumasa, del clan Tokugawa, que tendrá lugar en el castillo de Narumi.
—Así pues, ¿el señor de Mikawa ha prometido cooperar con nosotros?
—A vuestras órdenes.
—Buen trabajo —dijo Nobunaga por primera vez, y sólo entonces Kazumasa le dio un informe detallado.
Cuando Kazumasu se retiró de la presencia de Nobunaga, estaba a punto de amanecer. Cuando las primeras luces de la mañana iluminaron el recinto del castillo, el rumor de que los Oda y el señor de Mikawa habían sellado una alianza ya se había extendido por doquier, susurrado de un oído a otro.
Incluso una información tan secreta como la que concernía a la reunión inminente de los representantes de ambos clanes en Narumi para firmar el acuerdo, y la propuesta visita a finales del año siguiente de Tokugawa Ieyasu al castillo de Kiyosu para reunirse con Nobunaga por primera vez, se extendió rápida y sigilosamente entre los servidores.
Inuchiyo, Shonyu, Tokichiro y los demás samurais jóvenes habían reconocido desde un lugar tan alejado como Sugaguchi la identidad del mensajero que regresaba al castillo y habían salido de inmediato tras él. Hacinados en una habitación del castillo, aguardaban en vilo la noticia de si habría guerra o paz con Mikawa.
—¡Alegraos! —oyeron decir.
El paje, Tohachiro, había oído la noticia y llegó corriendo desde la la sala de reunión del consejo interno, diciéndoles lo que sabía.
—¿Se ha acordado?
En general habían esperado ese resultado, pero cuando supieron que se había llegado a un acuerdo, la alegría se reflejó en sus semblantes y contemplaron el futuro con esperanza.
—Ahora podemos luchar —dijo un samurai.
Los servidores de Nobunaga no habían alabado la alianza con Mikawa como un medio para evitar la guerra. Recibían entusiasmados el tratado con Mikawa, la provincia que estaba detrás de la suya, a fin de poder enfrentarse con toda su fuerza a un enemigo mayor.
—Es la buena suerte de Su Señoría como guerrero.
—Y también ventajoso para Mikawa.
—Ahora que conozco el resultado, no puedo mantener los ojos abiertos. La verdad es que no hemos dormido desde anoche.
Quien así había hablado era uno de los juerguistas de la noche anterior, a quien Tokichiro gritó:
—¡Yo no! Siento todo lo contrario. Anoche hubo un acontecimiento feliz, y también lo es el de esta mañana. Con una cosa feliz tras otra, me entran ganas de volver a Sugaguchi y beber un poco más.
—Estás mintiendo —bromeó Shonyu—. El lugar al que deseas regresar es a casa de Nene. Bien, bien, ¿cómo habrá pasado la novia la primera noche? ¡Señor Tokichiro! Este dominio sobre ti mismo es vano. ¿Por qué no pides hoy un día libre y regresas a casa? Ahora alguien te está esperando.
—¡Bah!
Tokichiro plantó cara a la hilaridad de sus amigos. Las carcajadas resonaron en el silencio que reinaba en los corredores al amanecer. Finalmente, desde lo alto del castillo sonaron los redobles de un enorme tambor, y cada uno de ellos se apresuró a encaminarse a su puesto.
***
—¡Estoy en casa!
La entrada de la vivienda de Asano Mataemon no era grande, pero cuando Tokichiro se detuvo allí parecía enorme. Su voz era clara, y su presencia animaba el entorno.
—¡Oh!
Oyaya, la hermana menor de Nene, estaba jugando con una pelota en el escalón y alzó la vista para mirarle con los ojos muy abiertos. Había creído que quizá se trataba de un visitante, pero cuando vio que era el marido de su hermana, soltó una risita y entró corriendo en la casa.
Tokichiro también se rió, extrañamente divertido, pensando en lo que había hecho: abandonó la fiesta y se fue a beber con sus amigos, y luego se encaminó directamente al castillo. Por fin volvía a casa cuando oscurecía, a la misma hora en que tuvo lugar la ceremonia nupcial la noche anterior. Aquella noche no ardían fogatas en el portal, pero las celebraciones familiares se prolongaban desde hacía tres días y los invitados iban y venían. Las voces de los invitados volvían a llenar la casa, y habían dejado en la entrada varios pares de sandalias.
—¡Estoy en casa! —repitió el novio alegremente.
Nadie salió a recibirle, y pensó que debían de estar atareados en la cocina y la sala de invitados. Al fin y al cabo, él era el yerno desde la noche anterior, la persona más importante de la casa después de sus suegros. Tal vez no debería entrar antes de que todos salieran a recibirle.
—¡Nene! ¡Estoy en casa!
Una voz sorprendida le llegó desde la cocina, al otro lado de una valla baja. Mataemon, su esposa, Oyaya, varios parientes y algunos sirvientes salieron y le miraron con expresiones exasperadas, como si se preguntaran qué estaba haciendo allí. Cuando llegó Nene, se quitó en seguida el delantal, se arrodilló y le saludó inclinándose y apoyando ambas manos en el suelo.
—Bienvenido a casa.
—Bienvenido —se apresuraron a decir los demás, alineándose e inclinando las cabezas, con las excepciones, naturalmente, de Mataemon y su esposa.
Parecía como si hubieran salido sólo para ver qué ocurría.
Tokichiro miró a Nene y seguidamente a todos los demás, e hizo una sola inclinación. Avanzó hasta la casa y entonces hizo una cortés reverencia a su suegro antes de informarle sobre los acontecimientos de la jornada en el castillo.