Taiko (55 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Ahora Koroku guardaba silencio, casi como si estuviera pasmado, casi como si le hubiera embaucado la elocuencia de Tokichiro. Pero aunque la sinceridad del joven se reflejaba en su rostro mientras hablaba, ni una sola vez había mirado con iracundia a su contrario ni se había mostrado arrogante. Y la sinceridad, aunque se exprese con un tartamudeo, resultará elocuente cuando esté inspirada.

—Os pido una vez más que lo reconsideréis. No hay una sola persona inteligente bajo el sol que no mire con recelo la inmoralidad y el desgobierno de Mino. Al aliaros con una provincia sin fe y sin ley, os estáis buscando vuestra propia destrucción. Una vez hayáis conseguido eso, ¿creéis que os alabarán como alguien que sufrió una muerte de mártir siguiendo el verdadero Camino del Samurai? Sería mejor poner fin a esta inútil alianza y reuniros una sola vez con mi patrono, el señor Nobunaga. Aunque se dice que en estos tiempos el país entero está lleno de guerreros, no hay uno solo con el genio del señor Nobunaga. ¿Creéis que las cosas van a seguir tal como están? Aunque hablar así sea irrespetuoso, lo cierto es que el shogunado se encuentra en el final del camino. Nadie obedece al shogun y sus funcionarios son incapaces de gobernar. Cada provincia se ha replegado en sí misma, cada una refuerza su propio territorio, manteniendo a sus propios guerreros, afilando sus aceros y almacenando armas de fuego. La única manera de sobrevivir hoy es saber quién entre tantos señores de la guerra rivales está tratando de establecer un nuevo orden.

Por primera vez, Koroku hizo un solo y renuente gesto de asentimiento. Tokichiro se acercó más a él.

—Ese hombre está ahora entre nosotros, y es un hombre de amplia visión. Sólo el vulgo es incapaz de verlo así. Habéis adoptado una postura leal con el clan Saito, pero os preocupa tanto la lealtad de segundo orden que pasáis por alto la lealtad más importante, y eso es lamentable tanto para vos como para el señor Nobunaga. Borrad de vuestra mente las pequeñeces y pensad en el proyecto mayor. Es el momento apropiado. A pesar de lo indigno que soy, he recibido la orden de construir el castillo de Sunomata, que servirá de asidero para el ataque contra Mino de la vanguardia a mi mando. Al clan Oda no le faltan comandantes inteligentes y valerosos, y el hecho de que el señor Nobunaga cuente entre ellos a un subordinado como yo es un acto atrevido e indica que no se trata de un señor ordinario como los demás. Las órdenes del señor Nobunaga implican que el castillo de Sunomata estará al mando del hombre que lo construya. Decidme, pues: para la gente como nosotros, ¿habrá otra oportunidad como ésta de elevarnos? Digo esto consciente de que nada podrá hacerse con la fuerza de un solo individuo. No, no voy a embellecer mis palabras. He pensado que podría aprovechar esta oportunidad, y he arriesgado mi vida al venir aquí para persuadiros. Si me he equivocado, estoy resuelto a morir, pero no he venido aquí con las manos vacías. Aunque no sea mucho, de momento he traído tres caballos cargados de oro y plata como compensación y para los gastos militares de vuestros hombres. Os agradecería que aceptarais esa recompensa.

Cuando Tokichiro terminó de hablar, alguien se dirigió a Koroku desde el jardín.

—Tío.

Un samurai se postró ante él.

—¿Quién me llama tío?

Pensando en lo extraño de la situación, Koroku miraba precavidamente al guerrero.

—No nos veíamos desde hacía mucho tiempo —dijo el hombre, alzando la vista.

No había ninguna duda de que Koroku se había sobresaltado.

—¿Tenzo? —dijo sin proponérselo.

—Me avergüenza decir que soy yo.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—No creía que volvería a veros, pero gracias a la comprensión del señor Tokichiro recibí la orden de acompañarle hoy en su misión.

—¿Qué? ¿Habéis venido juntos?

—Después de volverme contra vos y huir de Hachisuka, pasé muchos años con el clan Takeda en la provincia de Kai, trabajando como ninja. Luego, hace unos tres años, me ordenaron que espiara a los Oda, y fui a la ciudad fortificada de Kiyosu. Allí me descubrieron los agentes del señor Nobunaga y me encarcelaron. Fui puesto en libertad gracias a los buenos oficios del señor Tokichiro.

—Entonces ¿ahora eres el ayudante del señor Tokichiro?

—No, una vez salí de prisión, y con la ayuda del señor Tokichiro trabajé con los ninja de Oda. Pero cuando el señor Tokichiro partió hacia Sunomata, solicité acompañarle.

—¿Ah, sí?

Koroku miró absorto a su sobrino. Lo que había cambiado todavía más que el aspecto de Tenzo era su carácter. Aquel sobrino indomeñable, que era tan brutal y bárbaro incluso según los criterios de los Hachisuka, ya no era reconocible. Ahora era cortés, de mirada apacible, y lamentaba sus delitos de antaño, por los que estaba dispuesto a pedir disculpas. ¡Diez años atrás —diez años ya— Koroku le habría arrancado un miembro tras otro!

Encolerizado por las maldades de su sobrino, había perseguido a Tenzo hasta la frontera de Kai para castigarle. Pero ahora, al mirar los ojos de Tenzo, en los que brillaba la resolución, apenas podía recordar su cólera. No se debía a la simpatía natural hacia un familiar, sino a que la personalidad de Tenzo había cambiado claramente.

—Veréis, no os he dicho nada de esto porque me proponía mencionarlo más tarde —dijo Tokichiro—, pero en consideración a mí, quisiera que perdonéis a vuestro sobrino. Tenzo es ahora un servidor irreprochable de los Oda. Él mismo ha pedido perdón por sus pasados delitos. A menudo me ha dicho que quería pediros personalmente disculpas, pero se avergonzaba demasiado de sus acciones de antaño para venir aquí. Y puesto que había otros asuntos de los que ocuparnos en Hachisuka, pensé que ésta podría ser la ocasión perfecta. Dejad, por favor, que la relación entre tío y sobrino sea tan armoniosa como lo era antes y confiad en un futuro próspero.

Mientras Tokichiro mediaba por su parte, ni siquiera Koroku se sentía con ánimo de echar en cara a Tenzo sus delitos de diez años antes. Y cuando Koroku empezó a abrir su corazón, Tokichiro no dejó que el momento se perdiera.

—Tenzo, ¿has traído el oro y la plata? —preguntó con naturalidad y en tono de mando.

—Sí, señor.

—Bien, echemos un vistazo junto con el inventario. Haz que un criado lo traiga aquí, Tenzo.

—Sí, señor.

Cuando Tenzo empezaba a marcharse, Koroku le llamó apresuradamente. El rubor de sus mejillas reflejaba la angustia que sentía.

—Espera, Tenzo. No puedo aceptar esto. Si lo hiciera, significaría que prometo servir al clan Oda. Aguarda un poco hasta que haya pensado a fondo en el asunto.

Tras decir estas palabras, se levantó y salió de la estancia.

Al regresar a su habitación, Ekei se puso a escribir en su diario de viaje. De repente dejó de escribir, se incorporó y fue a la habitación del dueño de la casa.

—¿Señor Koroku? —preguntó, asomándose al interior, pero el hombre no estaba allí.

El sacerdote se dirigió a la capilla y allí vio a Koroku sentado ante la tablilla mortuoria de sus antepasados y cruzado de brazos.

—¿Habéis dado una respuesta al enviado del señor Nobunaga?

—Aún no se ha ido, pero cuanto más hablaba con él, tanto más molesto se volvía, así que voy a dejarle donde está.

—No es probable que se dé por vencido y se marche. —Ekei esperó una réplica, pero Koroku permaneció en silencio—. Señor Koroku —le dijo finalmente Ekei.

—¿Qué?

—Tengo entendido que ese mensajero estuvo empleado aquí como sirviente.

—Sólo le conocía por el apodo de Mono y desconocía su procedencia. Le recogí a orillas del río Yahagi y le di trabajo.

—Eso es un inconveniente.

—¿Un inconveniente?

—El recuerdo de la época en que os sirvió se ha convertido en un obstáculo, y no podéis ver cómo es realmente ahora ese hombre.

—¿Lo creéis así?

—Jamás me he sorprendido tanto como hoy.

—¿Por qué?

—Basta con mirar el rostro de ese enviado. Tiene unos rasgos que cualquiera consideraría fuera de lo corriente. Estudiar la fisonomía de la gente no es más que una diversión, y cuando juzgo el carácter de un hombre tan sólo mirándole, suelo guardarme mis conclusiones. Pero en este caso me he quedado asombrado. Algún día este hombre hará algo extraordinario.

—¿Ese cara de mono?

—Sí, él. Algún día este hombre será capaz de poner en movimiento al país entero. Si no estuviera en este Imperio del Sol Naciente, quizá podría llegar a ser un soberano.

—¿Qué estáis diciendo?

—He pensado que no os tomaríais en serio su petición, y por eso os hablo así antes de que decidáis. Dejad de lado vuestras ideas preconcebidas. Cuando miréis a un hombre, miradlo con el corazón, no con los ojos. Si ese hombre se marcha hoy con vuestra negativa, lo lamentaréis durante los próximos cien años.

—¿Cómo podéis decir tal cosa de un hombre a quien nunca habíais visto hasta ahora?

—No digo esto sólo por haberle mirado a la cara. Me he llevado una sorpresa al oír su explicación sobre la justicia y la honradez. Y su negativa a ceder bajo vuestras mofas y amenazas, al tiempo que refutaba vuestra postura con sinceridad y buena fe, demuestra que es un hombre apasionado y recto. No tengo la menor duda de que un día será un hombre de gran distinción.

Koroku se postró de inmediato ante Ekei.

—Me someto humildemente a vuestras palabras —dijo con firmeza—. A fuer de sincero, si comparo mi carácter con el suyo, el mío es claramente inferior. Renuncio a mi mezquino egoísmo y voy a darle en seguida una respuesta positiva. Os estoy agradecido en extremo por vuestro consejo.

Salió de la estancia con los ojos brillantes, como si él mismo hubiera sido testigo del nacimiento de una nueva era.

Unas horas después de la llegada de Tokichiro a Hachisuka, dos jinetes galoparon en plena noche en dirección a Kiyosu. En aquellos momentos nadie sabía que los dos hombres eran Koroku y Tokichiro. Más tarde, aquella misma noche, Nobunaga habló con los dos hombres en una pequeña habitación del castillo. Su conversación secreta se prolongó durante varias horas. Sólo unos pocos hombres seleccionados, entre ellos Tenzo, conocían la razón de su visita.

Al día siguiente Koroku convocó un consejo de guerra. Todos cuantos respondieron a la llamada eran ronin. Habían estado a las órdenes de Koroku durante muchos años y reconocían su autoridad de la misma manera que los grandes señores provinciales obedecían los decretos del shogun. Cada jefe estaba al frente de un grupo de guerreros en su propia fortaleza de pueblo o montaña, y aguardaba el día en que le necesitarían. A todos ellos les sorprendió la presencia de Watanabe Tenzo de Mikuriya, el cual, diez años antes, se había rebelado contra su dirigente.

Cuando los hombres ocuparon sus asientos, Koroku les informó de su decisión de abandonar su alianza con el clan Saito y jurar fidelidad a los Oda. Al mismo tiempo explicó las circunstancias del regreso de su sobrino. Al final de su parlamento les dijo:

—Supongo que algunos de vosotros no estaréis de acuerdo y que otros tenéis estrechos vínculos con los Saito. No voy a obligaros. Podéis marcharos sin vacilación y no guardaré rencor a nadie que permanezca leal a Mino.

Pero nadie se levantó para marcharse. De hecho, ninguno mostró lo que sentía realmente. Entonces Tokichiro pidió permiso a Koroku y se dirigió a los hombres.

—He recibido instrucciones del señor Nobunaga para levantar un castillo en Sunomata. Supongo que hasta ahora cada uno ha vivido como mejor le ha parecido, pero ¿habéis ocupado alguna vez un castillo? El mundo está cambiando. Las montañas y los valles en los que podéis vivir libremente están desapareciendo. De no ser así, no habría ningún progreso. Habéis podido vivir como ronin porque el shogun carece de poder, pero ¿creéis que el shogunado podrá sobrevivir mucho más tiempo? La nación está cambiando y amanece una nueva era. Ya no viviremos para nosotros mismos, sino más bien para nuestros hijos y nietos. Tenéis una oportunidad de establecer vuestras moradas, de convertiros en verdaderos guerreros seguidores del Camino del Samurai. No desperdiciéis esta ocasión.

Cuando terminó, todos los reunidos en la sala guardaban silencio, pero ninguno daba señales de descontento. Aquellos hombres, que de ordinario vivían sin pensar mucho en el futuro, estaban reflexionando en sus palabras.

Un hombre rompió el silencio:

—No tengo ninguna objeción.

Le siguieron otros que dieron la misma respuesta, y todos los presentes expresaron su acuerdo. Sabían que estaban arriesgando sus vidas al comprometerse con los Oda, y una ardiente resolución brillaba en sus ojos.

***

El sonido de un hacha al cortar un tronco..., luego el chapoteo cuando el árbol se desploma en las aguas del río Kiso. Se atan los troncos de una balsa y ésta es impulsada al centro del río, donde avanza corriente abajo para encontrarse con las aguas de los afluentes Ibi y Yabu, procedentes del norte y el oeste, tras lo cual llega a un ancho banco de arena entrecruzado por canales: Sunomata, el límite entre Mino y Owari, el solar para el castillo, donde Sakuma Nobumori, Shibata Katsuie y Oda Kageyu se habían encontrado con idéntico fracaso.

—Qué estúpida pérdida de tiempo. ¡Para esto podrían estar hundidos en un barco de piedra bajo el mar!

Desde la otra orilla, los soldados del clan Saito observaban la escena, poniéndose las manos sobre los ojos a modo de visera y bromeando.

—Ésta es la cuarta vez.

—Aún no han aprendido.

—¿Quién es esta vez el general de los Muertos? Resulta penoso, aunque se trate del enemigo. Por lo menos recordaré su nombre.

—Creo que se llama Kinoshita Tokichiro. Nunca he oído hablar de él.

—Kinoshita... es ése al que llaman Mono. No es más que un oficial de baja graduación. No puede valer más de cincuenta o sesenta kan.

—¿Un idiota de baja graduación como ése es su general? Entonces el enemigo no puede ser realmente serio.

—Quizá sea alguna estratagema.

—Es posible. Podrían tener un plan para atraer nuestra atención aquí y entonces dirigirse a alguna otra parte.

Cuanto más observaban los soldados de Mino la construcción en la orilla opuesta, menos seria les parecía. Transcurrió alrededor de un mes. Tokichiro dirigía a los animosos ronin de Hachisuka, los cuales se habían puesto a trabajar en cuanto llegaron. Había llovido intensamente dos o tres veces, pero eso les facilitó la navegación de las balsas de troncos. Incluso cuando una noche el río inundó el banco de arena, los hombres se reunieron para trabajar como si no ocurriera nada. ¿Llegarían las nubes de lluvia antes de que pudieran terminar el cercado de tierra? ¿Vencería la naturaleza o el hombre?

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