Authors: Eiji Yoshikawa
QUINTO AÑO DE EIROKU
1562
Saito Tatsuoki
, señor de Mino
Oyaya
, hermana de Nene
Sakuma Nobumori
, servidor de alto rango de Oda
Ekei
, monje budista de las provincias occidentales
Osawa Jirozaemon
, señor del castillo de Unuma y servidor de alto rango de Saito
Hikoemon
, nombre dado a Hachisuka Koroku cuando quedó bajo la protección de Hideyoshi
Takenaka Hanbei
, señor del castillo del monte Bodai y servidor de alto rango de Saito
Oyu
, hermana de Hanbei
Kokuma
, sirviente de Hanbei
Horio Mosuke
, paje de Hideyoshi
Hosokawa Fujitaka
, servidor del shogun
Yoshiaki
, decimocuarto shogun Ashikaga
Asakura Kageyuki
, general del clan Asakura
Inabayama
, capital de Mino
Monte Kurihara
, retiro de montaña de Takenaka Hanbei
Sunomata
, castillo levantado por Hideyoshi
Gifu
, nombre que Nobunaga impuso a Inabayama
Ichijogadani
, castillo principal del clan Asakura
Por aquel entonces en las calles de la ciudad fortificada de Kiyosu vibraban las voces de los niños que cantaban un estribillo sobre los servidores de Nobunaga:
Algodón Tokichi
Arroz Goroza
Sigiloso Katsuie
Fuera, en el frío, Nobumori.
«Algodón Tokichi», como llamaban a Kinoshita Tokichiro, cabalgaba como general al frente de un pequeño ejército. Aunque los soldados deberían marchar en una formación impresionante, lo cierto era que tenían la moral baja y carecían de espíritu. Cuando Shibata Katsuie y Sakuma Nobumori partieron hacia Sunomata, el ejército marchaba al ritmo de los tambores y mostrando orgullosamente sus estandartes. En comparación, Tokichiro parecía el jefe de una gira de inspección de la provincia, o tal vez un destacamento de auxilio que se dirigía al frente.
A un par de leguas de Kiyosu, un jinete solitario procedente del castillo fue a su encuentro para decirles que esperasen.
El hombre que conducía la recua de caballos de carga miró atrás y, al ver que se trataba del señor Maeda Inuchiyo, envió a un soldado a la cabeza de la columna para informar a Tokichiro.
La orden de descanso fue transmitida a lo largo de la línea. Apenas habían caminado lo suficiente para empezar a sudar, pero tanto los oficiales como los soldados eran poco entusiastas con respecto a su misión. No creían en la posibilidad de la victoria, y si uno miraba los rostros de la tropa vería que estaban inquietos y no mostraban la menor voluntad de luchar.
Inuchiyo desmontó y caminó entre la tropa, escuchando la charla de los soldados.
—¡Eh! Podemos descansar.
—¿Ya?
—No digas eso. Un descanso está bien en cualquier momento.
—¿Inuchiyo?
En cuanto Tokichiro vio a su amigo, desmontó y corrió a su encuentro.
—La batalla hacia la que os dirigís será el momento crucial para el clan Oda —dijo Inuchiyo de repente—. Tengo una fe absoluta en ti, pero la expedición es impopular entre los servidores y la inquietud en la ciudad es extraordinaria. He corrido en pos de ti para despedirme. Pero escucha, Tokichiro, ser general y dirigir un ejército es muy diferente de tus cometidos anteriores. En serio, amigo mío, ¿estás realmente preparado?
—No te preocupes. —Tokichiro mostró su resolución con un firme gesto de asentimiento y añadió—: Tengo un plan.
Pero cuando Inuchiyo supo en qué consistía el plan frunció el ceño.
—He oído decir que enviaste a Gonzo con un mensaje para Hachisuka nada más recibir las órdenes de Su Señoría.
—¿Te has enterado de eso? Era absolutamente secreto.
—La verdad es que se lo he oído decir a Nene.
—Una mujer siempre habla más de la cuenta, ¿no es cierto? Es algo que infunde un poco de miedo.
—No, no es eso, estaba mirando a través del portal para felicitarte por tu nombramiento y acerté a oír a Nene que hablaba con Gonzo. Acababa de volver de una visita a un santuario de Atsuta para rezar por tu éxito.
—En tal caso, tienes alguna idea de lo que me propongo hacer.
—¿Crees que esos bandidos a los que pides que sean nuestros aliados son de confianza? ¿Qué ocurrirá si no lo consigues?
—Lo conseguiré.
—No sé lo que usas como cebo, pero ¿te ha dado su jefe alguna indicación de que estaba de acuerdo con tu propuesta?
—No quiero que los demás se enteren.
—Es un secreto, ¿eh?
—Mira esto.
Tokichiro sacó una carta que había guardado bajo la armadura y la tendió en silencio a Inuchiyo. Era la respuesta de Hachisuka Koroku que Gonzo había traído la noche anterior. Inuchiyo la leyó en silencio, pero al devolverla miró a Tokichiro con una expresión de sorpresa. Por un momento no supo qué decir.
—Supongo que lo comprendes.
—Pero Tokichiro, ¿no es ésta una carta de rechazo? Dice que el clan Hachisuka se ha relacionado con el clan Saito durante generaciones y que romper ahora con ellos y apoyar al clan Oda sería inmoral. Es una clara negativa. ¿Cómo la interpretas?
—Tal como está escrita. —Tokichiro alzó la cabeza de súbito—. Lamento hablar de un modo tan terminante cuando me has mostrado tu amistad viniendo hasta aquí, pero si tienes un poco de consideración, te ruego que cumplas con tu deber en el castillo mientras yo estoy ausente y no te preocupes.
—Si puedes hablar así es que debes tener fe en ti mismo. Bien, no hay más que hablar. Cuídate, amigo.
—Te lo agradezco.
Tokichiro ordenó al samurai que estaba a su lado que trajera el caballo de Inuchiyo.
—Dejemos las formalidades para otra ocasión y sigue adelante.
Tokichiro montó al tiempo que traían el caballo de Inuchiyo.
—Hasta que volvamos a vernos.
Tokichiro saludó de nuevo agitando un brazo desde lo alto de su caballo y se puso en marcha.
Varios estandartes rojos sin marcas desfilaron ante los ojos de Inuchiyo. Tokichiro se volvió y le sonrió. En el cielo azul revoloteaban apaciblemente unas libélulas rojas. Sin decir otra palabra, Inuchiyo hizo dar la vuelta a su caballo en la dirección del castillo de Kiyosu.
***
El espesor del musgo era sorprendente. Un visitante podría contemplar el espacioso jardín de la mansión del clan Hachisuka, tan similar a los jardines de los templos en los que está prohibida la entrada, y preguntarse cuántos siglos tenía realmente el verde musgo. A la sombra de las grandes rocas había bosquecillos de bambú. Era una tarde de otoño, absolutamente apacible.
«Ha sobrevivido, sin duda alguna», reflexionó Hachisuka Koroku cuando entró en el jardín que le recordaba el vínculo con sus antepasados, los cuales habían vivido en Hachisuka durante generaciones. «¿También mi generación desaparecerá sin haber establecido un nombre familiar respetable?» Por otro lado, se consolaba pensando en que sus antepasados apreciarían que se aferrase a lo que tenía, pero siempre una parte de su ser se negaba en redondo a dejarse persuadir.
En unos días tan apacibles, cuando uno miraba aquella vieja casa que era como un castillo, rodeada por un espeso y lujuriante jardín, era imposible creer que el señor del lugar era el jefe de una banda de ronin y estaba al frente de varios millares de guerreros que como lobos acosaban los caminos interiores de un territorio inestable. Trabajando en secreto con Owari y Mino, Koroku había logrado asegurarse una base de poder y suficiente influencia para oponerse a la voluntad de Nobunaga.
Koroku cruzó el jardín y de improviso se volvió hacia la casa principal y gritó:
—¡Kameichi! Prepárate y ven aquí.
El hijo mayor de Koroku, Kameichi, tenía once años. Al oír la voz de su padre, cogió dos lanzas de prácticas y salió al jardín.
—¿Qué estabas haciendo?
—Leía.
—Si te envicias leyendo libros, vas a descuidar las artes marciales, ¿no es cierto?
Kameichi desvió la mirada. El muchacho era diferente de su fornido padre y su carácter tendía hacia lo intelectual y lo refinado. Todo el mundo diría que Koroku tenía un digno heredero, pero en realidad estaba insatisfecho de su hijo. Los más de dos mil ronin bajo su mando eran en su mayoría analfabetos, rudos guerreros rurales. Si el jefe del clan era incapaz de controlarlos, los Hachisuka desaparecerían. Es un principio natural entre los animales salvajes que los débiles se conviertan en pasto de los fuertes.
Cada vez que Koroku miraba a su hijo, que se le parecía tan poco, temía que aquél fuese el final de su estirpe y deploraba la naturaleza refinada de Kameichi y sus inclinaciones culturales. Siempre que disponía de algún tiempo libre, llamaba al muchacho para que saliera al jardín e intentaba insuflarle algo de su feroz espíritu de lucha por medio de las artes marciales.
—Coge una lanza.
—Sí, señor.
—Adopta la postura habitual y ataca sin pensar en que soy tu padre.
Koroku apuntó con la lanza y se lanzó hacia su hijo como si fuese un adulto.
Los ojos de Kameichi, en los que se reflejaba la debilidad de su temple, se contrajeron ante la voz aterradora de su padre, y se retiró. La lanza inmisericorde de Koroku le golpeó con fuerza en el hombro. Kameichi gritó y cayó al suelo sin sentido.
Matsunami, la esposa de Koroku, salió de la casa y corrió por el jardín fuera de sí.
—¿Dónde te ha golpeado? ¡Kameichi! ¡Kameichi!
Claramente irritada por el rudo tratamiento que el padre dispensaba a su hijo, llamó bruscamente a los criados para que trajesen agua y medicinas.
—¡Idiota! —le gritó Koroku—. ¿Por qué lloras y le consuelas? Kameichi es debilucho porque le has criado para que sea así. No va a morirse. ¡Apártate de él!
Los criados que habían traído el agua y las medicinas se quedaron mirando sin expresión el severo semblante de Koroku, manteniéndose a distancia.
Matsunami se enjugó las lágrimas y con el mismo pañuelo restañó la sangre que fluía del labio de Kameichi mientras lo mecía en sus brazos. El pequeño o bien se había mordido el labio cuando su padre le golpeó o bien se había cortado con una piedra del suelo al caer.
—Debe de dolerle. ¿Te ha golpeado en alguna otra parte?
La mujer nunca reñía con su marido, por muy disgustada o excitada que estuviera. Como cualquier otra mujer de la época, sus únicas armas eran las lágrimas.
Por fin Kameichi recobró el conocimiento.
—Estoy bien, madre, no ha sido nada. Vete.
Recogió la lanza, apretando los dientes a causa del dolor, y se incorporó, demostrando por primera vez una virilidad que debió de haber encantado a su padre.
—¡Listo! —gritó.
Una sonrisa suavizó las facciones de Koroku.
—Vamos, atácame con ese brío —le azuzó.
En aquel momento un servidor cruzó corriendo el portal. Se volvió hacia Koroku y le anunció que un hombre que decía ser un mensajero de Oda Nobunaga acababa de atar su caballo junto al portal principal y afirmaba tener una urgente necesidad de hablar con Koroku en privado. El servidor quería saber qué deberían hacer con él.
—Y es un poco raro —añadió—. Ha cruzado el portal con despreocupación, a solas y sin ninguna ceremonia, mirando a su alrededor como si estuviera familiarizado con el lugar y diciendo cosas como éstas: «Ah, es como estar en casa», «Las tórtolas se arrullan como siempre» y «Ese caqui ha crecido mucho». Resulta difícil creer que sea un mensajero de Oda.
Koroku ladeó la cabeza y se quedó pensativo. Al cabo de unos momentos preguntó:
—¿Y cómo se llama?
—Kinoshita Tokichiro.
—¡Ah! —De repente pareció como si sus dudas se hubieran esfumado—. ¿De modo que es él? Ahora lo comprendo. Debe de ser el hombre que envió antes ese mensaje. No tengo ninguna necesidad de verle. ¡Despídele!
El servidor echó a correr para echar a Tokichiro de la finca.
—Debo pedirte algo —dijo Matsunami—. Por favor, excusa a Kameichi de la práctica por un solo día. Está un poco pálido y tiene el labio hinchado.
—Hummm. Bueno, llévatelo. —Koroku dejó la lanza y su hijo con la mujer—. No le mimes demasiado y no le des un montón de libros creyendo que le haces un favor. Koroku se encaminó a la casa, y estaba a punto de desatarse las sandalias en la piedra pasadera cuando el servidor llegó corriendo de nuevo.
—Señor, ese hombre se muestra cada vez más extraño. No quiere marcharse, y no sólo eso, sino que ha entrado por una puerta lateral, ha ido a los establos y está hablando con un caballerizo y un barrendero del jardín como si los conociera desde hace largo tiempo.
—Échale. ¿Por qué tratas con tanta lenidad a un hombre del clan Oda?
—No, incluso he ido más allá de lo que me habéis dicho, pero cuando los hombres han salido del barracón y le han amenazado con arrojarlo por encima del muro, me ha pedido que os hable una vez más. Ha dicho que si os decía que es el Hiyoshi a quien encontrasteis hace diez años en el río Yahagi, sin duda le recordaréis. Y se ha quedado ahí plantado, dando la impresión de que no se le podría mover ni con una palanca.
—¿El río Yahagi? —Koroku no se acordaba en absoluto.
—¿No lo recordáis?
—No.
—Entonces ese individuo debe ser realmente extraño. No hace más que divagar desesperadamente. ¿Le doy una buena paliza, azuzo su caballo y le envío de regreso a Kiyosu?
Era evidente que el hombre estaba exasperado por hacer de mensajero una y otra vez. Con una mirada que decía «espera y verás», se volvió y había corrido hasta el portal de madera cuando Koroku, que estaba en los escalones de la casa, le llamó.
—¡Espera!
—Sí, ¿alguna otra cosa?
—Espera un momento. ¿No crees que podría ser el Mono?
—¿Conocéis ese nombre? Me pidió que os dijera que es el Mono si no recordabais a Hiyoshi.
—Entonces es el Mono —dijo Koroku.
—¿Le conocéis? —inquirió el servidor.
—Era un muchacho muy agudo que tuvimos aquí durante cierto tiempo. Barría el jardín y cuidaba de Kameichi.
—Pero ¿no es raro que se presente aquí como un mensajero de Oda Nobunaga?
—Eso carece de sentido para mí, pero ¿qué aspecto tiene?