Authors: Eiji Yoshikawa
Con la posición firme que representaba el nuevo castillo de Sunomata, Nobunaga trató por dos veces de penetrar en la provincia, pero fracasó en las dos ocasiones. Tenía la sensación de que estaba golpeando contra una pared de hierro, pero eso no sorprendía a Hideyoshi y Hikoemon. Al fin y al cabo, esta vez el enemigo era el que luchaba por la supervivencia. Habría sido imposible que el pequeño ejército de Owari conquistara Mino con tácticas normales.
Y eso no era todo. Tras la construcción del castillo, el enemigo se dio cuenta de su negligencia anterior y cambió de parecer con respecto a Hideyoshi. Aquel Mono había salido de la oscuridad y, aunque los Oda no le habían encargado un cometido especialmente brillante, se había revelado como un guerrero capacitado y lleno de recursos que sabía cómo emplear bien a sus hombres. Su reputación entre el enemigo aumentó incluso más que en el clan Oda, y el resultado fue que el enemigo reforzó todavía más sus defensas, pues sabía que ya no era posible permitirse la negligencia.
Tras sus dos derrotas, Nobunaga se retiró al monte Komaki para esperar el final del año, pero Hideyoshi no esperó. Desde su castillo se dominaba el paisaje de la llanura de Mino hasta las montañas centrales. Mientras permanecía allí cruzado de brazos, se preguntaba qué podrían hacer para derrotar a los hombres de Mino. El gran ejército que se disponía a movilizar no estaba acuartelado en el monte Komaki ni en Sunomata, sino en su mente. Al bajar de la torre de vigilancia y regresar a sus aposentos, Hideyoshi llamó a Hikoemon.
Hikoemon se presentó de inmediato.
—¿En qué puedo serviros? —le preguntó.
Sin pensar para nada en su relación anterior, presentó sus respetos al hombre más joven que él y que ahora era su señor.
—Acércate un poco más, por favor.
—Con vuestro permiso.
—Los demás retiraos hasta que os llame —dijo Hideyoshi a los samurais que le rodeaban. Entonces se volvió a Hikoemon—. Quiero hablarte de cierto asunto.
—¿Qué es ello? Decidme.
—Pero primero... —bajó la voz antes de decir—: Creo que estás más familiarizado que yo con las condiciones internas de Mino. ¿Dónde crees que radica la fortaleza fundamental de Mino? ¿Qué nos impide dormir en paz en Sunomata?
—Creo que radica en sus hombres más capacitados.
—Sus hombres más capacitados... Eso, desde luego, no tiene nada que ver con Saito Tatsuoki.
—Los «tres hombres de Mino» hicieron un juramento de lealtad en tiempos del padre y el abuelo de Tatsuoki.
—¿Quiénes son los «tres hombres»?
—Creo que habéis oído hablar de ellos. Son Ando Noritoshi, el señor del castillo de Kagamijima. —Hideyoshi se puso una mano sobre la rodilla y extendió un dedo mientras asentía—. Iyo Michitomo, el señor del castillo de Soné...
—Aja. —Extendió un segundo dedo.
—Y Ujiie Hitachinosuke, el señor del castillo de Ogaki.
Hideyoshi había extendido tres dedos.
—¿Alguien más? —preguntó.
—Humm. —Hikoemon ladeó la cabeza—. Además de esos tres, está Takenaka Hanbei, pero hace varios años que dejó de servir a la rama principal del clan Saito y ahora vive recluido en algún lugar del monte Kurihara. No creo que sea necesario tenerle en cuenta.
—Bien, entonces lo primero que podemos decir es que los «tres hombres» apuntalan la fortaleza de Mino, ¿no es cierto?
—Así lo creo.
—De eso es de lo que quería hablar. ¿Crees que habría alguna manera de retirar ese apoyo?
—Lo dudo —respondió Hikoemon—. Un hombre verdadero es un hombre de palabra y no le mueve la riqueza ni la fama. Por ejemplo, si os pidieran arrancar tres dientes sanos seguramente no lo haríais, ¿verdad?
—No se trata de algo tan claro. Debe de haber alguna manera... —Hideyoshi se quedó un momento pensativo y siguió hablando en voz baja—. ¿Sabes? El enemigo nos atacó varias veces durante la construcción del castillo, pero siempre había un general enemigo que no participaba.
—¿Quién era?
—Osawa, el señor del castillo de Unuma.
—Ah, Osawa Jirozaemon, el Tigre de Unuma.
—Ese hombre..., el Tigre... ¿Podríamos abordarle a través de algún pariente?
—Osawa tiene un hermano menor, llamado Mondo —dijo Hikoemon—. Hace años que mi hermano, Matajuro, y yo tenemos relaciones amistosas con él.
—Eso es una buena noticia. —Hideyoshi estaba tan satisfecho que palmoteo—. ¿Dónde vive ese Mondo?
—Creo que está sirviendo en la ciudad fortificada de Inabayama.
—Envía a tu hermano en seguida. A ver si consigue localizar a Mondo.
—Si es necesario iré yo mismo —respondió Hikoemon—. ¿Cuál es el plan?
—Utilizar a Mondo a fin de enemistar a Osawa con el clan Saito, y entonces utilizar a Osawa para separar a los «tres hombres de Mino» uno tras otro, igual que si arrancara otros tantos dientes.
—Dudo de que vos mismo podáis hacerlo, pero afortunadamente Mondo no es como su hermano mayor y está muy atento a sus beneficios personales.
—No, Mondo no será suficiente para mover al Tigre de Unuma. Necesitaremos otro jugador para meter a ese tigre en nuestra jaula. Y creo que este caso podemos servirnos de Tenzo.
—¡Brillante! Pero ¿qué clase de plan tenéis con intervención de esos dos?
—Te lo voy a decir.
Hideyoshi se acercó más a Hachisuka Hikoemon y le susurró su plan al oído.
Hikoemon se quedó un momento mirándole fijamente. Una cabeza no es más que una cabeza, y por ello cabía preguntarse de dónde salían tales destellos de genialidad. Cuando comparaba la inventiva de Hideyoshi con la suya propia, Hikoemon se sentía asombrado.
—Bien, quisiera que Matajuro y Tenzo se pongan en marcha cuanto antes —dijo Hideyoshi.
—Entiendo. Van a entrar en territorio enemigo, así que les haré esperar hasta medianoche para cruzar el río.
—Quiero que les expliques el plan con detalle y les des sus órdenes.
—Desde luego, mi señor.
Sabedor de lo que debía hacer, Hikoemon se retiró de la habitación de Hideyoshi. En aquellos momentos, más de la mitad de los soldados del castillo habían sido anteriormente ronin de Hachisuka. Ahora se habían establecido convirtiéndose en samurais.
Matajuro, el hermano menor de Hikoemon, y su sobrino, Tenzo, recibieron sus órdenes, se disfrazaron de mercaderes y bien entrada la noche abandonaron el castillo dirigiéndose al corazón del territorio enemigo, la ciudad fortificada de Inabayama. Tanto Tenzo como Matajuro eran apropiados para aquella clase de misión. Al cabo de un mes, una vez finalizado su cometido, regresaron a Sunomata.
Al otro lado del río, en Mino, habían empezado a difundirse los rumores.
—Hay algo sospechoso en el Tigre de Unuma.
—Osawa Jirozaemon ha estado confabulado durante años con Owari.
—Por eso no obedeció la orden de Fuwa durante la construcción del castillo de Sunomata. Tenía que ser un esfuerzo combinado, pero no hizo el menor movimiento con sus tropas.
Los rumores se extendieron alrededor de Mino como si fuesen la verdad. El origen de aquellas habladurías que corrían como regueros de pólvora era Watanabe Tenzo, y detrás de él estaba Hideyoshi en su castillo de Sunomata.
—¿No crees que es el momento apropiado? —le dijo Hideyoshi a Hikoemon—. Vete ahora mismo a Unuma. He escrito una carta a Osawa y quisiera que se la entregaras.
—Sí, mi señor.
—Lo esencial es atraerle. Prepara la fecha y el lugar de la reunión.
Provisto de la carta de Hideyoshi, Hikoemon visitó secretamente Unuma.
Cuando Osawa tuvo noticia de que había llegado un enviado secreto desde Sunomata, se sintió muy intrigado. El fiero Tigre de Unuma había empezado a parecer abatido y desdichado. Fingía estar enfermo y evitaba a todo el mundo. Recientemente había recibido una citación para que acudiera a Inabayama, y tanto su familia como sus servidores estaban llenos de aprensión. El mismo Osawa hizo saber que estaba demasiado enfermo para viajar y no parecía con ánimos para ponerse en marcha. Los rumores también llegaron a Unuma, y Osawa era consciente del peligro que corría. Estaba irritado por esa estratagema que atribuía a servidores dedicados a la calumnia. Asimismo, lamentaba el desorden que reinaba en el clan Saito y la estupidez de Tatsuoki, pero no había nada que pudiera hacer y pensaba que un día se vería obligado a cometer el seppuku. En esa tesitura, Hikoemon llegó desde Sunomata para visitarle en secreto. Osawa decidió actuar.
—Me reuniré con él —respondió.
En cuanto Osawa leyó la carta enviada por Hideyoshi, la quemó. Entonces dio su respuesta oralmente.
—Os haré saber la fecha y el lugar dentro de unos días. Confío en que el señor Hideyoshi esté allí.
Transcurrieron unas dos semanas. Llegó a Sunomata un mensaje desde Unuma y Hideyoshi, acompañado sólo por diez hombres, entre ellos Hikoemon, se dirigió al lugar de la reunión, una sencilla casa particular que se encontraba exactamente a media distancia entre Unuma y Sunomata. Los servidores de ambos bandos permanecieron en las orillas, vigilando la zona, y Hideyoshi y Osawa subieron a bordo de un bote y navegaron hasta el centro del río Kiso. Mientras estaban allí sentados, sus rodillas tocándose, los demás se preguntaban qué conversación secreta podían estar teniendo. La pequeña embarcación era como una hoja abandonada a la corriente del gran río, y durante bastante rato se mantuvo lejos de los ojos y oídos del mundo, en un encantador escenario de viento y luz. La conversación finalizó sin ningún incidente.
Tras su regreso a Sunomata, Hideyoshi le dijo a Hikoemon que Osawa probablemente acudiría al cabo de una semana. Así pues, pocos días después y en un extremo secreto, Osawa se dirigió a Sunomata. Hideyoshi le recibió con mucha cortesía, y antes de que nadie en el castillo se percatara de su presencia, aquel mismo día le llevó al monte Komaki, donde Hideyoshi concedió una audiencia preliminar a solas con Nobunaga.
—He venido con Osawa Jirozaemon, el Tigre de Unuma —dijo Hideyoshi a su señor—. Tras escuchar mis argumentos, ha cambiado de idea y está decidido a abandonar a los Saito y unirse a los Oda. Si tenéis la amabilidad de hablar personalmente con él, habréis añadido un destacado y valiente general y el castillo de Unuma a las fuerzas de Oda sin haber levantado un dedo.
Con una expresión de sorpresa en el semblante, Nobunaga pareció reflexionar en lo que Hideyoshi acababa de decirle. Hideyoshi estaba un tanto insatisfecho y se preguntaba por qué motivos su señor no parecía complacido. No es que necesitara alabanzas por sus esfuerzos, pero haberse hecho con el Tigre de Unuma, como un diente arrancado de la boca del enemigo, y haberle traído a presencia de Nobunaga debería haber sido un gran regalo.
Había supuesto que Nobunaga estaría contento, pero cuando lo pensó detenidamente más tarde, reparó en que no había ideado aquella estratagema con el consentimiento de Nobunaga. Tal vez ése era el motivo, y así parecía indicarlo la expresión de su señor. Como dice el proverbio, el clavo que sobresale demasiado será clavado a martillazos. Eso era algo que Hideyoshi entendía muy bien, y constantemente se decía que su propia cabeza sobresalía como la de un clavo. No obstante, era incapaz de cruzarse de brazos y no hacer lo que consideraba conveniente para su propio bando.
Finalmente Nobunaga consintió aunque, al parecer, de mala gana. Hideyoshi le presentó a Osawa.
—Habéis crecido mucho, mi señor —le dijo Osawa en tono amistoso—. Tal vez creáis que ésta es la primera vez que nos vemos, pero en realidad hoy es el segundo día que tengo el placer de reunirme con vos. El primero fue hace quince años, en el templo Shotoku de Tonda, donde os reunisteis con mi antiguo patrono, el señor Saito Dosan.
—¿De veras? —se limitó a responder Nobunaga, quien parecía evaluar el carácter de su invitado.
Osawa no se atrevió a halagarle, pero tampoco le siguió la corriente con humildad.
—Aunque seáis mi enemigo, me ha impresionado lo que habéis hecho en los últimos años. Cuando os vi por primera vez en el templo Shotoku, parecíais un joven malicioso. Pero por lo que he visto hoy, comprendo que la administración de vuestros dominios desmiente a la opinión popular.
Osawa le hablaba como a un igual, con toda franqueza. Hideyoshi pensó que no era sólo un hombre valiente, sino también bastante afable.
—Reunámonos otro día para hablar sin prisas, pues hoy tengo varias cosas que hacer.
Tras decir esto, Nobunaga se levantó y puso fin bruscamente a la entrevista.
Más tarde convocó a Hideyoshi para una audiencia en privado. Lo que le dijo en esa reunión hizo que luego Hideyoshi pareciera absolutamente perplejo, pero no informó de nada a Osawa, representó el papel de anfitrión cordial y agasajó al general en el castillo del monte Komaki.
—Os informaré con detalle de lo que ha dicho Su Señoría cuando volvamos a Sunomata.
Una vez de regreso en el castillo de Hideyoshi y cuando los dos estaban a solas, Hideyoshi dijo:
—General Osawa, os he colocado en una situación insufrible, y creo que sólo podré expiar mi culpa con la muerte. Sin consultar al señor Nobunaga, he creído que el parecer de Su Señoría coincidiría con el mío y os recibiría satisfecho como un aliado. Pero su opinión de vos ha sido totalmente distinta de la mía.
Hideyoshi exhaló un suspiro. Entonces hizo una pausa y bajó la vista con el semblante entristecido.
Osawa se había percatado de que los sentimientos del señor Nobunaga no eran muy favorables.
—Parecéis terriblemente acongojado, pero en realidad no hay ningún motivo por el que debáis estarlo. No tengo necesidad de un estipendio del señor Nobunaga para seguir viviendo.
—Ojalá eso fuese todo. —Hideyoshi apenas podía hablar, pero se enderezó un poco en su asiento, como si de repente hubiera llegado a una resolución—. Será mejor que os lo diga todo. General Osawa, cuando estaba a punto de marcharme, el señor Nobunaga me convocó en secreto, me reconvino por no entender el arte militar del engaño y me planteó el siguiente interrogante: ¿Por qué Osawa Jirozaemon, un hombre de carácter con tan alta reputación en Mino, iba a dejarse embaucar por mi elocuencia y convertirse en su aliado? Él no preveía en absoluto ese resultado.
—Sí, me lo imagino.
—También me dijo que ese mismo Osawa del castillo de Unuma fue, como general en la frontera provincial, el tigre que protegía Mino y que causó tantas dificultades en Owari durante muchos años. Sugirió que tal vez era yo quien se estaba dejando engañar por vuestras ingeniosas palabras y era manipulado por vuestro atrevimiento. Como podéis ver, está lleno de dudas.