Authors: Eiji Yoshikawa
Nobunaga cogió un pincel y escribió «Templo Seishu». A partir de entonces, con frecuencia partía de improviso hacia el templo, aunque casi nunca celebraba servicios fúnebres ni se sentaba con los sacerdotes a leer los sutras.
—¡Anciano! ¡Anciano! —murmuraba para sí mientras paseaba alrededor del templo.
Entonces regresaba al castillo con la misma brusquedad. Esas excursiones parecían ser el capricho de un loco. Cierta vez, cuando estaba cazando con halcón, arrancó un trozo de carne de una pequeña ave y la arrojó hacia el cielo, diciendo:
—¡Anciano! ¡Toma lo que he capturado!
En otra ocasión, cuando pescaba, chapoteó en el agua y dijo:
—¡Anciano! ¡Transfórmate en un Buda!
La violencia en su voz y sus ojos alarmó a sus ayudantes.
***
Nobunaga cumplió veintiún años el primer año de Koji. En mayo encontró un pretexto para declarar la guerra a Oda Hikogoro, el jefe nominal del clan Oda. Atacó su castillo en Kiyosu y, tras apoderarse de él, se trasladó allí desde Nagoya.
Tokichiro observaba con satisfacción el progreso de su señor. Nobunaga estaba aislado y rodeado de parientes hostiles, entre ellos tíos y hermanos, y la tarea de apartarlos de su camino era más apremiante que ocuparse de otros enemigos.
Hikogoro había advertido que debían vigilarle, y presionándole siempre que podía, planeaba la destrucción de Nobunaga. El gobernador del castillo de Kiyosu, Shiba Yoshimune, y su hijo, Yoshikane, eran partidarios de Nobunaga. Cuando Hikogoro lo descubrió, exclamó airado: «¡Qué lección de ingratitud!», y ordenó la ejecución del gobernador. Yoshikane huyó al territorio de Nobunaga, el cual le ocultó en el castillo de Nagoya. Aquel mismo día Nobunaga se puso al frente de sus tropas y atacó el castillo de Kiyosu, animando a sus hombres con el grito de combate: «¡Venguemos al gobernador provincial!».
Para atacar al jefe del clan, Nobunaga debía tener la razón de su parte, pero también era una oportunidad para eliminar algunos de los obstáculos en su camino. Puso a su tío, Nobumitsu, al frente del castillo de Nagoya, pero el hombre pronto cayó víctima de un asesino.
—Ve tú, Sado. Eres el único que puede gobernar el castillo de Nagoya en mi lugar.
Cuando Hayashi Sado tomó posesión de su cargo, algunos de los servidores de Nobunaga suspiraron:
—Al fin y al cabo, es un necio. ¡Precisamente cuando crees que ha mostrado una chispa de talento, va y comete una estupidez, como confiar en Hayashi!
Había buenos motivos para desconfiar de Hayashi Sado. Cuando vivía el padre de Nobunaga, no hubo servidor más leal que él, y por esa razón Nobuhide le nombró, junto con Hirate Nakatsukasa, como tutor de su hijo cuando muriese. Pero debido al carácter caprichoso e ingobernable del muchacho, Hayashi le dio por perdido. Así conspiró con el hermano menor de Nobunaga, Nobuyuki, y su madre, en el castillo de Suemori, para derribar a Nobunaga.
En más de una ocasión, Tokichiro había oído susurrar a los preocupados servidores: «El señor Nobunaga no debe haberse enterado de la traición de Hayashi. De lo contrario, no le habría nombrado gobernador de Nagoya». Pero el mismo Tokichiro no estaba inquieto por su señor y se preguntaba de qué manera éste solucionaría el problema. Parecía que los únicos con semblante alegre en Kiyosu eran Nobunaga y uno de sus jóvenes porteadores de sandalias.
Entre los servidores de alto rango de Nobunaga había un grupo, en el que figuraban Hiyashi Sado, su hermano menor Mimasaka y Shibata Katsuie, que seguían considerando a su señor como un idiota sin remedio.
—Admito que la manera en que el señor Nobunaga condujo su primera reunión con su suegro fue diferente de su habitual conducta boba, pero eso es lo que yo llamo la suerte del necio. Y durante la entrevista formal, se comportó de una manera tan escandalosa y desvergonzada que incluso su suegro se quedó consternado. Como dice el proverbio: «No hay remedio alguno para curar a los idiotas». Y su conducta posterior no tiene excusa, la mires como la mires.
Shibata Katsuie y los demás se habían convencido de que no había ninguna esperanza para el futuro, y gradualmente sus opiniones fueron de conocimiento público. Cuando Hayashi Sado se convirtió en gobernador de Nagoya, recibía a menudo la visita de Shibata Katsuie, y el castillo pronto se convirtió en el semillero de una conspiración traidora.
***
—La lluvia es agradable, ¿verdad?
—Sí, a mi modo de ver aumenta el encanto del té.
Sado y Katsuie estaban sentados frente a frente en una pequeña casa de té, resguardada por una arboleda, en los terrenos del castillo. La estación de las lluvias había pasado, pero el cielo estaba nublado, seguía lloviendo y caían al suelo las ciruelas verdes arrancadas de las ramas.
El hermano de Sado, Mimasaka, que se había refugiado bajo las ramas de los ciruelos, se dijo que probablemente aclararía al día siguiente. Había salido para encender el farol del jardín. Una vez lo hubo encendido, se quedó allí un rato y miró a su alrededor. Cuando por fin regresó a la casa de té, dijo en voz baja:
—No hay ninguna novedad. Estamos completamente solos, así que podemos hablar libremente.
Katsuie hizo un gesto de asentimiento.
—Bueno, vayamos al grano. Ayer fui secretamente al castillo de Suemori. Me recibieron la madre del señor Nobunaga y el señor Nobuyuki, y hablé de nuestros planes con ellos. Ahora la decisión es vuestra.
—¿Qué dijo su madre?
—Es de la misma opinión y no puso objeciones. Se inclina totalmente en favor de Nobuyuki y es contraria a Nobunaga.
—Estupendo. ¿Qué me dices de Nobuyuki?
—Ha dicho que si Hayashi Sado y Shibata Katsuie se levantaran contra Nobunaga, naturalmente se les uniría por el bien del clan.
—Supongo que les has persuadido.
—Bueno, su madre está comprometida, y Nobuyuki es un hombre de voluntad débil. Si no les hubiera incitado, no habría habido ningún motivo para que se unieran a nosotros.
—Estamos más que justificados para derribar a Nobunaga, siempre que ellos estén de acuerdo. No somos los únicos servidores preocupados por la necedad de Nobunaga e inquietos por la seguridad del clan.
—«¡Por Owari y para que el clan Oda dure cien años más!» Éste será nuestro grito de ánimo a las tropas. Pero ¿cómo están los preparativos militares?
—Ahora tenemos una buena oportunidad, pues puedo desplazarme rápidamente desde Nagoya. Cuando suene el tambor de guerra, estaré preparado.
—Magnífico. Bien, entonces... —Katsuie se inclinó adelante en ademán conspirador.
En aquel momento algo cayó ruidosamente al suelo del jardín. No eran más que unas pocas ciruelas sin madurar. La lluvia había cesado momentáneamente, pero las gotas de agua acarreadas por las ráfagas de viento golpeaban los aleros. Un hombre, a gatas como si fuese un perro, salió del espacio entre el piso de la casa de té y el suelo. Las ciruelas no habían caído por sí solas unos momentos antes. El hombre, vestido de negro, que había asomado la cabeza por debajo de la casa, las había arrojado. Cuando se volvieron las cabezas de los reunidos en la estancia, el hombre se aprovechó de la distracción y desapareció al amparo del viento y la oscuridad.
Los ninja eran los ojos y oídos del señor del castillo. Cualquiera que gobernase un castillo, viviera entre sus muros y estuviera rodeado constantemente de servidores, tenía que confiar en los espías. Nobunaga había empleado a un experto ninja, pero ni siquiera sus servidores más íntimos conocían la identidad del hombre.
***
Nobunaga contaba con tres porteadores de sandalias: Matasuke, Ganmaku y Tokichiro. Aunque eran sirvientes, tenían sus aposentos independientes y se turnaban para prestar servicio cerca del jardín.
—¿Qué te ocurre, Ganmaku?
Tokichiro y Ganmaku eran amigos íntimos. El segundo estaba tendido bajo el futón. Nada le gustaba tanto como dormir, y lo hacía siempre que tenía oportunidad.
—Me duele el estómago —dijo Ganmaku desde debajo del futón.
Tokichiro tiró del borde del cobertor.
—Estás mintiendo. Levántate. Acabo de volver de la ciudad y por el camino he comprado algo sabroso.
—¿Qué?
Ganmaku asomó la cabeza, pero, al darse cuenta de que el otro le había engañado, volvió a cubrirse con la ropa de cama.
—¡Idiota! No te burles de un enfermo. Fuera de aquí, me estás molestando.
—Levántate, por favor. Matasuke no está aquí y quiero preguntarte una cosa.
Ganmaku apartó a regañadientes el cobertor.
—Precisamente cuando uno está durmiendo...
Soltando una maldición, se levantó y fue a enjuagarse la boca con el agua de un manantial en el jardín. Tokichiro le siguió al exterior.
La choza era lóbrega, pero estaba oculta en la parte más interior de los terrenos del castillo, y desde ella se abarcaba una vista imponente de la ciudad fortificada que le hacía a uno sentir como si su corazón se expandiera.
—¿De qué se trata? ¿Qué quieres preguntarme?
—Es sobre anoche.
—¿Anoche?
—Puedes fingir que no me comprendes, pero lo sé. Creo que fuiste a Nagoya.
—¿Ah, sí?
—Creo que fuiste a espiar en el castillo y escuchaste una conversación secreta entre el gobernador y Shibata Katsuie.
—¡Chitón, Mono! ¡Cuidado con lo que dices!
—Bien, entonces dime la verdad, no se la niegues a un amigo. Lo sé desde hace largo tiempo, pero no he dicho nada y te he observado. Eres un ninja del señor Nobunaga, ¿no es cierto?
—No soy digno rival de tus ojos, Tokichiro. ¿Cómo lo has descubierto?
—Bueno, compartimos el mismo aposento, ¿no? El señor Nobunaga también es para mí un patrono muy importante. La gente como yo se preocupa por el señor Nobunaga, aunque no lo exterioricemos.
—¿Es eso lo que querías preguntarme?
—Ganmaku, te juro por los dioses que no se lo diré a nadie.
Ganmaku miró fijamente a Tokichiro.
—Muy bien, te lo diré. Pero es de día y nos verán. Espera al momento adecuado.
Más tarde, Ganmaku le contó lo que sucedía en el clan y, como ambos comprendían la apurada situación de su señor y estaban de su parte, Tokichiro podía servirle todavía mejor. Sin embargo, no sentía ningún temor por el futuro de su joven y aislado señor que estaba rodeado de tan intrigantes servidores. Los servidores de Nobuhide estaban a punto de abandonar a Nobunaga, y sólo Tokichiro, que llevaba poco tiempo a su servicio, tenía confianza en él.
Tokichiro se preguntaba cómo saldría su señor de aquella situación. Todavía no era más que un sirviente y sólo podía observar desde lejos con lealtad.
Finalizaba el mes. Nobunaga, que normalmente sólo salía con algunos servidores, de improviso pidió un caballo y abandonó el castillo. Había unas tres leguas entre Kiyosu y Moriyama, y siempre galopaba hasta allí y regresaba antes del desayuno. Pero aquel día, cuando llegó al cruce, Nobunaga dirigió su caballo hacia el este y se alejó de Moriyama.
—¡Mi señor!
—¿Adonde va ahora?
Sorprendidos y confusos, sus cinco o seis asistentes montados fueron tras él. Los soldados de infantería y los porteadores de sandalias se quedaron naturalmente rezagados, dispersos a lo largo del camino. Sólo dos de los sirvientes, Ganmaku y Tokichiro, aunque se habían quedado atrás, corrieron desesperadamente, decididos a no perder de vista el caballo de su señor.
—¡Por los dioses! —exclamó Tokichiro—. ¡Estamos en un buen lío!
Los dos jóvenes intercambiaron miradas, sabiendo que debían conservar su presencia de ánimo, pues Nobunaga cabalgaba en línea recta hacia el castillo de Nagoya..., que, como Ganmaku había dicho a Tokichiro, ¡era el centro de la conspiración para sustituir a Nobunaga por su hermano menor!
Impredecible como siempre, Nobunaga espoleó a su caballo hacia un lugar cargado de peligro, donde nadie sabía lo que podría suceder. No existía un curso de acción más peligroso, y Ganmaku y Tokichiro estaban asustados, temiendo que pudiera sucederle algo a su señor.
Pero fueron Hayashi Sado, gobernador del castillo de Nagoya, y su hermano menor los más sorprendidos por la inesperada visita. Un aterrado servidor entró en la sala del torreón.
—¡Mi señor! ¡Mi señor! ¡Venid en seguida! ¡El señor Nobunaga está aquí!
—¿Qué? ¿De qué me estás hablando?
Incapaz de dar crédito a sus oídos, no hizo ademán de levantarse. Aquello era sencillamente imposible.
—Ha venido aquí con sólo cuatro o cinco acompañantes a caballo. Han entrado de repente por el portal principal. Él se reía de algo a carcajadas con sus ayudantes.
—¿Es eso cierto?
—¡Sí, lo juro!
—¿El señor Nobunaga aquí? ¿Qué significa eso? —Sado estaba perdiendo la cabeza innecesariamente; su rostro había palidecido por completo—. Mimasaka, ¿qué crees que quiere?
—Sea lo que fuere, será mejor que vayamos a saludarle.
—¡Sí, démonos prisa!
Cuando se apresuraban por el corredor principal, podían oír ya el sonido de las vigorosas pisadas de Nobunaga que procedían de la entrada. Los hermanos se hicieron a un lado y se arrojaron al suelo.
—¡Ah! Sado y Mimasaka. ¿Estáis los dos bien? Había pensado en cabalgar hasta Moriyama, pero he decidido venir primero a Nagoya y tomar un té. Todas estas reverencias son demasiado serias. Olvidemos la formalidad. Rápido, traedme té.
Tras decir esto mientras pasaba por su lado, se sentó en la plataforma de la sala principal del castillo que conocía tan bien. Entonces se volvió hacia los servidores que iban tras él, tratando de recobrar el aliento.
—Hace calor, ¿eh?, un calor espantoso —les dijo, abanicándose a través del cuello abierto de su blusa.
Trajeron el té, luego los pastelillos y finalmente los cojines, de una manera desordenada porque la inesperada visita les había sumido a todos en la confusión. Los hermanos se apresuraron a presentarse y tributaron su homenaje al visitante, incapaces de ignorar la confusión de doncellas y servidores, tras lo cual abandonaron la sala que ocupaba su señor.
—Es mediodía. Debe de estar hambriento tras el viaje y probablemente pedirá pronto el almuerzo. Ve a las cocinas y ordena que preparen la comida.
Mientras Sado daba las órdenes, Mimasaka le tiró de la manga y susurró:
—Katsuie quiere verte.
Hayashi asintió y replicó en voz baja:
—Iré en seguida. Ve tú primero.
Shibata Katsuie había llegado al castillo de Nagoya aquel mismo día. Se disponía a marcharse después de haber celebrado una reunión secreta, pero la confusión causada por la súbita llegada de Nobunaga dificultaba su partida. Atrapado y tembloroso, se había ocultado en una habitación secreta. Ambos hombres se reunieron con él allí y exhalaron un suspiro de alivio.