Taiko (31 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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—Eso está muy bien, pero no enseñármelas, a tu padre..., ¡es inexcusable!

—Cada vez se lo he dicho a mi madre, y ella ha devuelto los regalos, excepto los de ocasiones especiales.

Mataemon miró a su hija y luego a Tokichiro.

—Como padre, siempre estoy preocupado, pero en realidad he sido un descuidado. No lo sabía. ¡Había oído decir que el Mono era un hombre astuto, pero jamás imaginé que se interesaría por mi hija!

Tokichiro se rascó la cabeza. Estaba muy azorado y el rubor le teñía la cara de un rojo intenso. Cuando Mataemon empezó a reírse, se sintió aliviado, pero seguía ruborizado. Aunque desconocía por completo lo que sentía Nene, lo cierto era que estaba enamorado de ella.

LIBRO DOS

SEGUNDO AÑO DE KOJI

1556

Personajes y lugares

Asano Mataemon
, servidor de Oda

Nene
, hija de Mataemon

Okoi
, esposa de Mataemon

Maeda Inuchiyo
, paje de Oda Nobunaga

Yamabuchi Ukon
, servidor de Oda

Tokugawa Ieyasu
, señor de Mikawa

Sessai
, monje Zen y asesor militar del clan Imagawa

Imagawa Yoshimoto
, señor de Suruga

Imagawa Ujizane
, hijo mayor de Yoshimoto

Yoshiteru
, decimotercer shogun Ashikaga

Señor Nagoya
, primo de Nobunaga

Ikeda Shonyu
, servidor de Oda y amigo de Tokichiro

Takigawa Kazumasu
, servidor de alto rango de Oda

Sumpu
, capital de Suruga

Okazaki
, capital de Mikawa

Kyoto
, capital imperial de Japón

Un hombre apuesto

—¡Okoi! —llamó Mataemon en cuanto llegó a casa. Su esposa salió apresuradamente a recibirle—. Prepara sake —le dijo bruscamente—. He traído a un invitado.

—Bueno, ¿quién es?

—Un amigo de nuestra hija.

Tokichiro entró tras él.

—¿El señor Kinoshita?

—Okoi, me has tenido en la oscuridad hasta hoy. Es una conducta inexcusable por parte de la esposa de un samurai. Parece ser que el señor Kinoshita y Nene se conocen desde hace algún tiempo. Tú lo sabías. Así pues, ¿por qué no me lo dijiste?

—Merezco ser reprendida. Lo siento muchísimo.

—Eso está muy bien, pero ahora ¿qué clase de padre cree Tokichiro que soy?

—La chica ha recibido cartas, pero nunca me las ha ocultado.

—Espero que así sea.

—Además, Nene es una chica inteligente. Soy su madre y creo que nunca ha hecho nada malo. Así pues, pensé que no valía la pena molestarte con cada carta que le enviaran los hombres de esta ciudad.

—Estás sobrestimando a nuestra hija. La verdad es que no entiendo a los jóvenes de hoy..., ¡chicos o chicas!

Se volvió hacia Tokichiro, el cual estaba en pie, azorado y rascándose la cabeza, reacio a entrar, y se echó a reír. Tokichiro se alegraba muchísimo de haber sido invitado por el padre de la mujer que amaba, y el corazón le latía con fuerza.

—¡Bueno, no te quedes ahí!

Mataemon le precedió a la sala de los invitados, la cual, aunque era la mejor habitación de la casa, tenía unas dimensiones bastante reducidas.

Las casas de los arqueros no eran más cómodas que el hogar de Tokichiro. Todos los servidores del clan Oda, al margen de su rango, vivían sencillamente. Y también en aquella casa lo único que llamaba la atención era una armadura.

—¿Adonde ha ido Nene?

—Está en su habitación.

La esposa ofreció agua a Tokichiro.

—¿Por qué no sale a saludar a nuestro invitado? Cuando estoy aquí, siempre echa a correr y se esconde.

—Probablemente se está cambiando y peinándose.

—Eso no será necesario. Dile que venga y ayude a servir el sake. Bastará con poner una sencilla comida casera ante Tokichiro.

—¡Cielos! No digas tales cosas.

Tokichiro se puso rígido, lleno de desconcierto. Con los irritables servidores del castillo era audaz y enérgico, pero allí no era más que un joven tímido.

Finalmente salió Nene para saludarle formalmente. Se había puesto un maquillaje ligero.

—Es muy poco lo que tenemos pero, por favor, sentíos como en vuestra casa.

Tras decir esto, fue en busca de una bandeja de comida y un recipiente de sake.

Tokichiro respondió a las preguntas de Mataemon como si estuviera en trance, mientras admiraba la conducta y el porte de Nene. Pensó que el perfil de la muchacha era delicioso. Le agradaba en especial su finura sin afectación, tan sencilla como un paño de algodón. Carecía por completo de la coquetería de otras mujeres, las cuales o bien mostraban una reserva desagradable o bien se daban aires. Algunos podrían haberla considerado demasiado delgada, pero su cuerpo encerraba la fragancia de las flores silvestres en una noche de luna. Los agudos sentidos de Tokichiro estaban abrumados, se sentía en éxtasis.

—¿Una taza más?

—Gracias.

—Dijiste que te gustaba el sake.

—Así es.

—¿Estás bien? No has bebido mucho que digamos.

—Lo tomaré poco a poco, gracias.

Sentado en el borde de su asiento, ante el recipiente laqueado de sake, Tokichiro miraba fijamente el rostro de Nene, tan blanco a la luz oscilante del farolillo. Cuando ella le miró de repente, el joven se pasó la mano por la cara y dijo, confuso:

—Bueno, esta tarde he bebido bastante.

Se ruborizó al darse cuenta de que era mucho más consciente de su conducta que Nene.

Una vez más pensó que, cuando llegara el momento, incluso él tendría que casarse. Y si había de tomar esposa, ésta debería ser bella. Se preguntó si Nene podría soportar la pobreza y las penalidades y le daría unos hijos sanos. En sus circunstancias actuales, era inevitable que tuviera problemas económicos al establecer un hogar, y sabía que en el futuro no le bastaría la riqueza para sentirse satisfecho y que le aguardaría una montaña de problemas.

Al considerar a una mujer como posible esposa, existían naturalmente consideraciones como las de su virtud y su aspecto, pero lo más importante era encontrar a una mujer que pudiera querer a su madre, una campesina casi iletrada, y que además estimulara alegremente el trabajo de su marido entre bastidores. Además de poseer esas dos cualidades, debía ser una mujer con la clase de espíritu que le permitiera soportar su pobreza. Si Nene fuese esa mujer... Pensaba en ello una y otra vez.

El interés de Tokichiro por Nene no había comenzado aquella tarde. Desde hacía largo tiempo consideraba a la hija de Mataemon como la mujer apropiada para él. Se había fijado en ella antes de saber quién era y le había enviado secretamente sus cartas y regalos, pero aquella noche estaba seguro por primera vez.

—Nene, tengo que hablar con Tokichiro de una cuestión privada, así que ¿te importaría dejarnos un rato a solas?

Al oír esto, Tokichiro imaginó que era ya el yerno de Mataemon y empezó a ruborizarse de nuevo.

Nene abandonó la estancia y Mataemon se irguió un poco más en su asiento.

—Quiero que sostengamos una conversación franca, Kinoshita. Sé que eres un hombre sincero.

—Te ruego que hables con toda libertad.

Tokichiro estaba satisfecho porque el padre de Nene le trataba con tal familiaridad, aun cuando aquélla no fuese la conversación que él había esperado. También él se enderezó, dispuesto a ser útil al margen de lo que le pidiera Mataemon.

—Lo que quiero decir es..., bueno, Nene tiene más o menos la edad apropiada para casarse.

—Sin duda.

Tokichiro tenía la garganta seca y extrañamente obstruida. Aun cuando habría bastado con un gesto de asentimiento, tuvo la sensación de que debía hacer alguna clase de comentario. A menudo hablaba cuando no había necesidad de hacerlo.

—La cuestión es que he recibido una serie de peticiones de la mano de Nene que están muy por encima de la categoría de nuestra familia —siguió diciendo Mataemon—. Y en mi condición de padre no sé cuál elegir.

—Debe de ser difícil.

—Y sin embargo...

—¿Qué?

—Alguien que le parezca bien a su padre puede no ser del gusto de la muchacha.

—Lo comprendo. Una mujer tiene una sola vida que vivir y su felicidad depende del hombre con quien se case.

—Hay un paje que está siempre al lado de nuestro señor, un joven que responde al nombre de Maeda Inuchiyo. Supongo que le conoces.

—¿El señor Maeda? —Tokichiro parpadeó. La conversación había tomado un giro inesperado.

—El mismo. El señor Inuchiyo es de buena familia y ha solicitado repetidamente la mano de Nene.

Tokichiro emitió algo que parecía más un suspiro que una réplica. De repente había aparecido en la escena un rival formidable. La guapura de Inuchiyo, su clara voz y los buenos modales que le habían enseñado como paje de Nobunaga suscitaban la envidia de Tokichiro, quien nunca había tenido demasiada confianza en su aspecto. Al fin y al cabo, no podía evitar que la gente le llamase Mono. Así pues, nada le resultaba más odioso que oír llamar a alguien «un hombre apuesto». E Inuchiyo era, desde luego, un hombre apuesto.

—¿Tenéis la intención de concederle la mano de Nene?

Sin proponérselo, de alguna manera habían llegado más allá de la simple conversación.

—¿Cómo? No —dijo Mataemon, sacudiendo la cabeza. Se llevó la taza a los labios como si hubiera despertado de una profunda ensoñación—. Como padre, me haría feliz tener por yerno a un caballero de tan buenos modales como Inuchiyo, y ya he aceptado. Recientemente, sin embargo, mi hija no obedece con tanta facilidad el juicio de sus padres, si bien sólo en esta cuestión.

—¿Queréis decir que estas conversaciones sobre su compromiso matrimonial no son de su agrado?

—No lo ha dicho claramente, pero tampoco ha dado su aprobación en ningún caso. En fin, supongo que la idea no le gusta.

—Comprendo.

—¿Sabes? Estas conversaciones sobre el matrimonio son una verdadera lata.

Mientras Mataemon hablaba, una expresión preocupada se extendía por su semblante.

Al final se trataba de una cuestión de honor. Mataemon admiraba a Inuchiyo, a quien consideraba un joven de brillante futuro. Y cuando Inuchiyo le pidió la mano de Nene, Mataemon accedió e incluso se regocijó antes de interrogar a su hija. Pero cuando le dijo a ésta orgullosamente: «Creo que sería un marido sin par», ella no pareció en absoluto feliz, sino al contrario, molesta. Aunque eran padre e hija, él comprendía ahora que existía una gran diferencia de opinión entre ellos en lo concerniente a elegir un marido para toda la vida. El resultado era que Mataemon no sabía qué hacer. Como padre y samurai le avergonzaba enfrentarse a Inuchiyo.

Inuchiyo, por su parte, proseguía abiertamente en su empeño. Dijo a sus amigos que iba a casarse con la hija del señor Asano y les pidió que intercedieran por él.

Mataemon explicó a Tokichiro su apurada situación. El día del compromiso se aproximaba. Hasta entonces él había podido tener a raya al pretendiente con excusas como: «Últimamente su madre está mal de salud» y «Mi esposa dice que éste es un año de mala suerte». Pero se le agotaban las excusas y estaba para volverse loco pensando qué hacer a continuación.

—La gente dice de ti que eres un hombre de gran habilidad. ¿Se te ocurre alguna idea?

Mataemon apuró su taza y la dejó sobre la mesita.

Si Tokichiro estaba bebido, su semblante no lo evidenciaba. Hasta entonces había gozado de sus propias fantasías ociosas, pero al escuchar el problema de Mataemon se puso repentinamente muy serio.

Pensó que tenía un rival difícil. Inuchiyo era el «hombre apuesto» que le desagradaba tanto, pero a él no se le podría considerar precisamente modélico. Criado en un país en guerra, era valiente pero tendía a la testarudez y la complacencia para consigo mismo.

Inuchiyo había realizado su primera campaña con el ejército de Nobunaga a los trece años de edad, y tenía la hombría suficiente para regresar con la cabeza de un enemigo. En una batalla reciente, cuando se rebeló un servidor del hermano de Nobunaga, Inuchiyo había peleado ferozmente en la vanguardia de Nobunaga. Un guerrero enemigo le disparó una flecha, alcanzándole en el ojo derecho. Sin arredrarse, Inuchiyo saltó del caballo, decapitó al hombre y presentó la cabeza a Nobunaga..., todo ello con la flecha clavada en el ojo.

Era un hombre atrevido y guapo, aunque ahora tenía el ojo derecho reducido a una estrecha abertura. Parecía como si hubieran depositado una sola aguja sobre su piel clara. Ni siquiera Nobunaga podía controlar la impetuosidad de Inuchiyo.

—Así pues, ¿qué podría hacer con respecto a Inuchiyo? —inquirió Mataemon.

Los dos permanecieron sentados, la desesperanza reflejada en sus semblantes. Ni siquiera Tokichiro, que normalmente tenía tantos recursos, sabía qué sugerirle.

—Bueno, no os preocupéis —le dijo finalmente—. Ya se me ocurrirá algo.

Tokichiro regresó al castillo. No había hecho nada para fomentar su propia causa y se había limitado a compartir los problemas de Mataemon, pero consideraba un honor que el padre de su amada confiara en él, aun cuando aquellas dificultades se convirtieran en una carga para él.

Tokichiro se dio cuenta de que estaba profundamente enamorado de Nene.

Trataba de comprender las misteriosas manifestaciones de su corazón y se preguntaba si el amor se reducía a aquello. Pronunciar la palabra «amor» le producía una sensación desagradable. Le disgustaba ese término que parecía estar en labios de todo el mundo. ¿Acaso no había renunciado al amor desde su juventud? Ciertamente su aspecto y su porte, las armas con las que luchaba contra el mundo, habían sido ridiculizados por las mujeres que había conocido. Pero también a él le conmovían la belleza y las aventuras sentimentales, y su provisión de paciencia era tan grande como jamás podrían imaginar las frívolas bellezas y los aristócratas.

Aunque sólo había recibido desprecio, no era la clase de hombre que abandonara, y juró que algún día les daría una lección. Las mujeres del mundo se pelearían por las atenciones de aquel feo hombrecillo. Este pensamiento era su acicate para seguir adelante. Era este sentimiento el que había conformado su punto de vista sobre las mujeres y el amor incluso antes de que él lo supiera. Tokichiro no sentía más que desprecio hacia los hombres que adoraban la belleza de las mujeres, desdeñaba a los que convertían el amor en una fantasía y un misterio, considerándolo lo mejor de la vida humana y divirtiéndose con su propia melancolía.

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