Taiko (34 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Los capataces y subordinados de Ukon le miraron sobresaltados. Incluso Ukon le miró severamente desde su asiento y le gritó:

—¿De qué te ríes?

La risa de Tokichiro fue en aumento.

—Me río porque eres ridículo.

—Será impertinente... —Ukon se levantó de su asiento, encolerizado—. Mi perdón sólo ha servido para que este desgraciado se llene de engreimiento. ¡Esto es escandaloso! Las reglas militares se aplican en el lugar de trabajo igual que el campo de batalla. ¡Desgraciado! Voy a acabar contigo. ¡Ven aquí!

Llevó la mano a la empuñadura de su espada larga, pero su adversario permaneció tan inmóvil como si se hubiera tragado un palo.

Ukon se encolerizó todavía más.

—¡Cogedle! ¡Voy a castigarle! ¡Sujetadle para que no huya!

Los servidores de Ukon se apresuraron a acercarse a Tokichiro, pero éste guardaba silencio y miró a los hombres que se aproximaban como si los desdeñara. Antes del incidente todos consideraban que había algo raro en él, pero ahora era algo casi misterioso, y aunque le rodearon ninguno de ellos le puso la mano encima.

—Señor Ukon, sois hábil soltando vuestras pomposas palabras, pero no lo sois tanto para hacer otras cosas.

—¡Cómo! ¿Qué has dicho?

—¿Por qué creéis que los trabajos de construcción en el castillo están sometidos a las regulaciones del campo de batalla? Vos mismo lo habéis dicho, pero apuesto a que no entendéis en absoluto lo que eso significa. No sois un supervisor muy capacitado, y creéis que hago mal al reírme de vos.

—¡Este es un lenguaje imperdonablemente insultante! ¡Granuja despreciable! Hablar así a un hombre de mi rango...

—¡Escuchad! —Tokichiro sacó el pecho y, mirando a la cara a quienes le rodeaban, dijo—: ¿Estamos en tiempo de paz o de guerra? El hombre que no comprende esto es un necio. El castillo de Kiyosu está rodeado de enemigos: Imagawa Yoshimoto y Takeda Shingen al este, Asakura Yoshikage y Saito Yoshitatsu al norte, los Sasaki y los Asai al oeste y los Tokugawa de Mikawa al sur. —Sus oyentes estaban estupefactos. Su tono reflejaba confianza en sí mismo y, como no se limitaba a hablar de sus sentimientos personales, todos le escuchaban arrobados, entusiasmados por su voz—. Los servidores creen que estos muros son inexpugnables, pero si hubiera una tormenta se derrumbarían. Sólo una escandalosa negligencia explica que este trozo de construcción se prolongue desde hace veinte días y siga requiriendo cansinamente un día tras otro. ¿Qué ocurriría si un enemigo se aprovechara de este punto flaco y atacara el castillo una noche?

»Son tres las reglas que gobiernan la construcción en un castillo. La primera es construir con rapidez y discreción. La segunda construir con fuerza y sin adornos. Esto significa que los adornos y la belleza están bien, pero sólo en tiempo de paz. La tercera es la preparación constante, lo cual significa estar preparados para hacer frente a un ataque a pesar de la confusión creada por la construcción. Lo más temible de la construcción es la posibilidad de crear una brecha. La provincia entera podría caer a causa de una pequeña brecha en un muro de barro.

Su vehemencia era arrolladora. Ukon estuvo a punto de decir algo en dos o tres ocasiones, pero se lo impidió la elocuencia de Tokichiro y guardó silencio, los labios temblorosos. También los capaces estaban boquiabiertos, pasmados por el discurso de Tokichiro. Conscientes de la sensatez de sus palabras, ninguno podía interrumpirle con un lenguaje insultante o usando la fuerza. Ahora no estaba claro quién era el supervisor. Cuando Tokichiro consideró que sus afirmaciones habían surtido efecto, prosiguió:

—Así pues, aunque sea descortés preguntarlo, ¿con qué precisión está dirigiendo esta empresa el señor Ukon? ¿Dónde está la celeridad y la discreción? ¿Dónde la preparación? Al cabo de casi veinte días, ¿se ha reconstruido una sola vara del muro? Hace falta tiempo para sustituir las piedras que han caído bajo los muros de barro, pero afirmar que la construcción del castillo está sometida a las mismas regulaciones militares que un campo de batalla..., eso no es más que la jactancia de alguien que desconoce su verdadera posición. Si yo fuese un espía de una provincia enemiga, vería que es posible atacar por donde el muro es más débil. ¡Es una locura pensar que eso no va a suceder y actuar pausadamente, como si fuerais un caballero retirado construyendo una casa de té!

»Es en extremo inconveniente para quienes trabajamos en el recinto del castillo. En vez de culpar a quienes pasan por aquí, ¿por qué no discutís el asunto y aceleráis la construcción? ¿Me comprendéis? No sólo el supervisor, sino también vosotros, sus subordinados y los capataces.

Cuando hubo terminado se echó a reír alegremente.

—En fin, perdonadme. He sido rudo al decir lo que pensaba, pero todos creemos que se trata de un importante asunto oficial, tanto de noche como de día. Bueno, está oscureciendo. Ahora, si me disculpáis, me voy a casa.

Dejando sin habla a Ukon y sus hombres, Tokichiro abandonó rápidamente el recinto del castillo.

Al día siguiente Tokichiro estaba en los establos. En su nuevo puesto nadie le superaba en diligencia.

—A nadie le gustan los caballos tanto como a él —decían sus colegas.

Se entregaba por completo a la inspección de los establos y el cuidado de los caballos, hasta un extremo que sorprendía a los demás trabajadores, y su vida cotidiana estaba volcada totalmente en aquellos animales.

El jefe del grupo llegó a los establos y le llamó.

—Kinoshita, te han convocado.

Tokichiro alzó la vista desde donde estaba, bajo el vientre de Sangetsu, el caballo favorito de Nobunaga, y preguntó:

—¿Quién?

A Sangetsu le había salido un absceso en una pata y Tokichiro le estaba lavando con agua los espolones.

—Si es una convocatoria, se trata del señor Nobunaga. Date prisa.

El jefe del grupo se volvió y gritó en dirección a la sala de los samurais:

—¡Eh! Que alguien ocupe el lugar de Kinoshita y lleve a Sangetsu al establo.

—No, no, yo mismo lo haré.

Tokichiro no salió hasta que hubo terminado de lavar la pata de Sangetsu. Aplicó un ungüento, vendó la herida, acarició el cuello del animal y lo llevó él mismo a su casilla.

—¿Dónde está el señor Nobunaga?

—En el jardín. Si no te das prisa, vas a poner de mal humor a Su Señoría.

Tokichiro fue al gabinete y sacó su casaca azul con la paulonia estampada. En el jardín estaba Nobunaga con cuatro o cinco servidores, entre ellos Shibata Katsuie y Maeda Inuchiyo.

Tokichiro, vestido con su casaca azul, echó a correr, se detuvo a más de veinte pasos de Nobunaga y se postró.

—Ven aquí, Mono —le ordenó Nobunaga. Inuchiyo colocó al instante un taburete para él—. Acércate.

—Sí, mi señor.

—Escucha, Mono, tengo entendido que anoche dijiste unas palabras bastante jactanciosas en el solar de construcción que hay en los muros externos.

—¿Ya os habéis enterado, mi señor?

Nobunaga forzó una sonrisa. Tokichiro no parecía una persona capaz de decir tales palabras jactanciosas. Ahora se inclinaba ante él, con expresión avergonzada.

—En lo sucesivo, modérate —le reprendió Nobunaga—. Esta mañana ha venido a verme Yamabuchi Ukon con grandes quejas sobre tus malos modales. Le he tranquilizado porque, según otros, tus palabras parecían juiciosas en extremo.

—Lo siento muchísimo.

—Ve al solar de construcción y pide disculpas a Ukon.

—¿Yo, mi señor?

—Naturalmente.

—Si es una orden, iré a pedirle disculpas.

—¿No estás de acuerdo?

—No digo esto sin vacilación, pero ¿no será eso un estímulo de sus defectos? Lo que le dije era correcto, y su trabajo, desde el punto de vista del servicio que os rinde, difícilmente podría considerarse concienzudo. Incluso esa pequeña reparación se prolonga desde hace más de veinte días, y además...

—¿Es que incluso vas a soltarme a mí esas palabras jactanciosas, Mono? Ya he oído tu sermón.

—Creía que estaba diciendo cosas evidentes y no sólo, ciertamente, palabras jactanciosas.

—En ese caso, ¿cuántos días serían necesarios para terminar el trabajo?

—Bueno... —Tokichiro se volvió un poco más cauto y reflexivo, pero no tardó en responder—. Bien, puesto que el trabajo ya ha comenzado, creo que podría terminarse sin dificultad en tres días.

—¡Tres días! —exclamó sin querer Nobunaga.

Shibata Katsuie parecía exasperado y en su fuero interno se mofaba de la credulidad de Nobunaga, pero Inuchiyo no tenía la menor duda de que Tokichiro podía hacer exactamente lo que afirmaba.

Nobunaga nombró allí mismo a Tokichiro como supervisor de obras de construcción. Sustituiría a Yamabuchi Ukon, y se esperaba de él que en sólo tres días reparase doscientas varas de muro del castillo.

Tokichiro aceptó el cargo y se dispuso a retirarse, pero Nobunaga le preguntó de nuevo.

—Espera. ¿Estás seguro de que puedes hacerlo?

Por el tono benévolo de Nobunaga, era evidente que no deseaba que Tokichiro se viese obligado a cometer el seppuku si fracasaba. Tokichiro se irguió un poco más en su asiento y respondió con seguridad:

—Lo haré sin falta.

Sin embargo, Nobunaga insistió en que lo pensara un poco más.

—La boca es la causa de la mayor parte de los desastres, Mono. No te obstines por una cuestión tan trivial.

—Los muros estarán listos para vuestro examen dentro de tres días —repitió Tokichiro, y se retiró.

Aquel día regresó a casa antes de lo habitual.

—¡Gonzo! ¡Gonzo! —gritó.

Cuando el joven criado, respondiendo a la llamada de su señor, se asomó al jardín posterior, vio a Tokichiro completamente desnudo y sentado con las piernas cruzadas.

—¿Tenéis un recado para mí?

—¡Sí, en efecto! —respondió enérgicamente—. Dispones de algún dinero, ¿verdad?

—¿Dinero?

—Eso es lo que he dicho.

—Pues...

—¿Qué me dices de lo que te di hace algún tiempo para los diversos gastos domésticos?

—De eso hace mucho que no queda nada.

—Bueno, ¿y el dinero para los gastos de cocina?

—Tampoco hay dinero para la cocina desde hace mucho tiempo. Cuando os lo dije, debe de hacer un par de meses, dijisteis que nos arregláramos lo mejor que pudiéramos, y eso es lo que hemos hecho.

—¿Así que no hay nada de dinero?

—Y ningún motivo para que lo haya.

—¿Qué voy a hacer entonces?

—¿Necesitáis algo?

—Me gustaría invitar a unos hombres esta noche.

—Si sólo se trata de sake y comida, iré a las tiendas y compraré a crédito.

Tokichiro se dio una palmada en el muslo.

—Confío en ti, Gonzo.

Entonces cogió un abanico y empezó a abanicarse con amplios movimientos. Soplaba una brisa otoñal y las hojas de paulonia caían con profusión. También había muchos mosquitos.

—¿Quienes son los personajes?

—Los capataces de la construcción. Probablemente vendrán en grupo.

Tokichiro tomó un baño en la bañera del jardín. En aquel momento alguien llamó desde la entrada.

—¿Quién es? —preguntó la doncella.

El recién llegado se quitó el sombrero y se presentó.

—Maeda Inuchiyo.

El inquilino de la pequeña residencia salió de la bañera, se puso un kimono de verano en la terraza y miró hacia la parte delantera.

—Vaya, vaya, el señor Inuchiyo —dijo Tokichiro con toda naturalidad—. Me estaba preguntando quién podría ser. Entra y siéntate.

—Vengo de una manera bastante inesperada.

—¿Se trata de algo urgente?

—No, no se trata de mí, sino de ti.

—¿Ah, sí?

—Actúas como si no tuvieras problema alguno. Te has comprometido a una tarea imposible, y estoy preocupado por ti sin que pueda evitarlo. Tú lo has elegido, por lo que debes de tener confianza en el éxito.

—Ah, te refieres al muro del castillo.

—¡Naturalmente! Has hablado sin pensar. Incluso el señor Nobunaga ha actuado como si no quisiera que cometas el seppuku por esto.

—He dicho tres días, ¿verdad?

—¿Tienes alguna posibilidad de éxito?

—Ninguna en absoluto.

—¿Ninguna?

—Claro que no. No sé nada de construcción de muros.

—¿Entonces que vas a hacer?

—Si logro que los trabajadores del solar de construcción trabajen con ahínco, creo que podría conseguirlo tan sólo utilizando su fuerza al máximo.

—Bueno, ésa es la cuestión —dijo Inuchiyo bajando la voz.

Eran extraños rivales en el amor. Aun cuando los dos hombres amaban a la misma mujer, se habían hecho amigos. No demostraban su amistad verbalmente ni con hechos, sino más bien con una relación un tanto incómoda. Cada uno conocía bien al otro y se profesaban una camaradería respetuosa. Aquel día, en particular, parecía que la naturaleza de la visita de Inuchiyo era de verdadera preocupación por Tokichiro.

—¿Has pensado en los sentimientos de Yamabuchi Ukon? —le preguntó Inuchiyo.

—Probablemente me guarda rencor.

—Bien, ¿sabes lo que Ukon está pensando y haciendo?

—Lo sé.

—¿De veras? —Inuchiyo comprendió que no era necesario extenderse en el asunto—. Si puedes discernir eso, entonces me quedaré tranquilo.

Tokichiro miró fijamente al visitante. Luego inclinó la cabeza en un gesto que parecía indicar asentimiento.

—Eres extraordinario, Inuchiyo. Cuando te fijas en algo, te fijas bien, ¿eh?

—No, eres tú el agudo. Has sido inteligente al reparar en lo de Yamabuchi Ukon, y hay...

—No, no digas más.

Tokichiro hizo ademán de cubrirse la boca con la mano, e Inuchiyo palmoteo alegremente y se echó a reír.

—Dejémoslo a la imaginación. Es mejor no decirlo.

Naturalmente, estaba a punto de mencionar a Nene.

Regresó Gonzo con el sake y la comida. Inuchiyo se dispuso a marcharse, pero Tokichiro le detuvo.

—El sake acaba de llegar. Toma una taza conmigo antes de irte.

—Bueno, si insistes.

Inuchiyo bebió copiosamente. Sin embargo, ninguno de los invitados a los que estaban destinados el sake y la comida se presentó.

—Bueno, no viene nadie —dijo finalmente Tokichiro—. ¿Qué crees que ha ocurrido, Gonzo?

Cuando Tokichiro se volvió hacia Gonzo, Inuchiyo dijo:

—Pero Tokichiro, no me digas que has invitado esta noche a los capataces de la construcción.

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