Taiko (32 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Sin embargo, se decía, en el caso de Nene era distinto..., incluso podía afirmar que estaba enamorado. El amor y el odio son sentimientos que dependen por completo del individuo, y cuando se acostumbró a la idea, también Tokichiro llegó a un compromiso. Poco antes de dormirse cerró los ojos e imaginó el perfil de Nene.

Tokichiro también tuvo libre el día siguiente. Su nueva casa en el bosquecillo de paulonias, que había visitado el día anterior, necesitaba algunas reparaciones, y tenía que ocuparse de la disposición del mobiliario, pero se quedó en el castillo a fin de visitar a Inuchiyo, el cual estaba siempre al lado de Nobunaga. Inuchiyo miraba despectivamente a los servidores de Nobunaga desde la plataforma de madera elevada, con una mirada más arrogante que la de su señor. Cuando alguien como Tokichiro acudía para solicitar algo a Nobunaga, Inuchiyo escuchaba sonriente, mostrando los hoyuelos a los lados de la boca.

«¿Otra vez, Mono?» Inuchiyo ni siquiera tenía que decirlo en voz alta. De alguna manera la mirada de su único ojo penetraba a su interlocutor. Tokichiro le consideraba arrogante y no se relacionaba mucho con él.

Estaba hablando con el centinela en el portal principal cuando alguien pasó por su lado y se dirigió a él:

—¿Habéis librado hoy, señor Tokichiro?

Tokichiro miró a su alrededor con despreocupación y vio que era Inuchiyo. Corrió tras él y le dijo:

—Quisiera hablar con vos de un asunto delicado, señor Inuchiyo.

Inuchiyo fijó en él su habitual mirada de superioridad.

—¿Tiene que ver con el servicio o es algo personal?

—Como he dicho, es un asunto delicado, por lo que es personal.

—En tal caso, éste no es un momento oportuno. Acabo de regresar de un recado para su señoría, y no tengo tiempo para charlar. Más tarde.

Tras esta negativa categórica, se alejó bruscamente. Era un tipo desagradable, pero Tokichiro tenía que admitir que no carecía de aspectos positivos. Una vez solo, se quedó mirando inexpresivamente el lugar por donde había desaparecido Inuchiyo. Entonces se marchó también, caminando a grandes zancadas, en dirección a la ciudad fortificada. Al llegar a su nueva casa, encontró a un hombre que estaba lavando el portal y otro que entraba equipaje.

Tokichiro se preguntó si se habría equivocado de casa.

Estaba mirando a su alrededor cuando oyó que le llamaban desde la cocina.

—¡Eh! Señor Kinoshita. Aquí.

—Ah, eres tú.

—¿Qué significa eso? «Eres tú.» ¿Dónde os habíais metido? ¡Dejar que la gente os amueble y limpie vuestra casa! —El hombre era uno de sus antiguos colegas en la cocina—. Bien, bien. Habéis progresado espléndidamente a toda prisa.

Tokichiro entró como si fuese un invitado en su propia casa. Había una nueva cómoda lacada y una estantería, regalos de amigos que se habían enterado de su promoción pero que, al descubrir que el despreocupado dueño de la casa estaba ausente, se habían dedicado a limpiarla, entrar el mobiliario y, finalmente, estaban lavando el portal.

—Gracias. Sois muy amables.

Azorado, Tokichiro se dispuso a ayudarles en lo que pudiera. Lo único que quedaba por hacer era llenar los recipientes de sake y colocarlos en las bandejas.

—Señor Kinoshita —le dijo uno de los proveedores del castillo, el cual se sentía en deuda con él desde la época en que Tokichiro trabajaba como supervisor de carbón y leña. Tokichiro se asomó a la cocina y descubrió a una sirvienta rolliza que estaba lavando y restregando—. Es una muchacha de nuestro pueblo. Estos días debéis de estar muy atareado. Así pues, ¿por qué no la tomáis a vuestro servicio de ahora en adelante?

Tokichiro aprovechó el ofrecimiento y dijo:

—También quisiera tener un criado y un factótum. Si conocéis a alguien, os estaría muy agradecido.

Entonces se sentaron en círculo y dio comienzo la fiesta de estreno de la casa.

Tokichiro estaba avergonzado de sí mismo, y se decía: «Menos mal que hoy he venido aquí. Qué mal habría quedado si yo, el inquilino, no me presento». No se consideraba descuidado, pero ahora se daba cuenta de que debía serlo por lo menos un poco.

Mientras bebían, las esposas de sus nuevos colegas en la vecindad pasaban por la casa para felicitar a Tokichiro por su promoción.

—¡Eh, señor Kinoshita! —gritó una de las visitantes—. ¡Señor de la casa!

—¿Qué ocurre?

—¿Cómo que qué ocurre? ¿Habéis recorrido las demás casas de la vecindad para presentar vuestros respetos?

—No, todavía no.

—¡Cómo! ¿Todavía no? ¿Sois la clase de persona que baila y canta, esperando que la gente venga y os presente sus respetos? Bien, será mejor que os pongáis vuestras mejores ropas y hagáis una ronda de visitas en seguida. Podéis solucionar dos problemas a la vez, saludando a cada vecino y diciéndole que os habéis mudado aquí y habéis sido destinado a los establos.

Pocos días después le llegó la ayuda que necesitaba. Un hombre del mismo pueblo de la sirvienta se presentó en la casa pidiendo trabajo, y empleó además a otro hombre. De un modo u otro había adquirido una pequeña residencia y tres criados, y era el dueño de su propia casa, a pesar de su modesto estipendio. Ahora, cuando Tokichiro salía de casa —vestido, desde luego, con la casaca de algodón azul de segunda mano que tenía la paulonia blanca estampada en la espalda— la doncella y los criados le despedían.

Aquella mañana, pensando que todo sería perfecto con sólo que Nene llegara a ser su esposa, rodeó el foso exterior del castillo. Mientras caminaba por el borde, Tokichiro no vio al hombre sonriente que venía por la otra dirección, y aunque uno podría haber imaginado que aún estaba pensando en Nene, lo cierto es que su cabeza estaba llena de pensamientos sobre el asedio y la defensa del castillo. Aquello no tenía de foso más que el nombre. Era tan somero que si transcurrían diez días sin lluvia podía verse el fondo. En tiempo de guerra, bastaría arrojar mil sacos de arena al agua para abrir una vía de ataque. Por otro lado, el castillo tampoco disponía de mucha agua potable, y su punto flaco era, pues, el suministro de agua. No había suficiente para una buena defensa en caso de asedio... Tokichiro iba diciéndose estas cosas cuando un hombre muy alto se le acercó y le dio unos golpecitos en el hombro.

—Señor Mono. ¿Estáis de servicio ahora?

Tokichiro alzó la vista para mirar la cara de su interlocutor, y en aquel instante dio con una solución a su problema.

—No, éste es un buen momento —respondió sinceramente.

El hombre era, por supuesto, Maeda Inuchiyo. El hecho de que no hubiera habido ninguna oportunidad de hablar desde su encuentro anterior y de que ahora se encontraran casualmente allí, fuera del castillo, era un buen augurio. Pero antes de que pudiera seguir hablando, Inuchiyo le interrumpió.

—Señor Mono, en el castillo me dijisteis algo acerca de un asunto delicado del que queríais hablarme. Puesto que no estoy de servicio, os escucharé.

—Está bien, lo que quiero decir es... —Tokichiro miró a su alrededor y sacudió el polvo de una piedra en el borde del foso—. Es un asunto demasiado serio para que hablemos de pie. ¿Por qué no os sentáis?

—¿A qué viene todo esto?

Tokichiro habló francamente. Su ansiedad y la importancia que daba al asunto se reflejaban en su semblante.

—Decidme, señor Inuchiyo. ¿Amáis a Nene?

—¿Nene?

—La hija del señor Asano.

—Ah, ella.

—Supongo que la amáis.

—¿Y eso que os importa?

—Es que de ser así me veo en la obligación de advertiros. Parece ser que, ignorante de la situación, habéis recurrido a un intermediario y pedido al padre de la muchacha permiso para casaros.

—¿Hay algo malo en ello?

—Lo hay.

—¿Qué es?

—Veréis, el hecho es que Nene y yo estamos enamorados desde hace muchos años.

Inuchiyo miró fijamente a Tokichiro y, de improviso, la risa estremeció todo su cuerpo. Tokichiro vio por la expresión del hombre que no iba a tomarle en serio, y adoptó una actitud todavía más grave.

—No, esto no es cosa de risa. Nene no es la clase de mujer que me traicionaría y se entregaría a otro hombre, sea cual fuere la causa.

—¿De veras?

—Nos hemos hecho mutuamente firmes promesas.

—Bueno, si eso es todo lo que hay entre vosotros, no es cosa que me preocupe.

—Sin embargo, hay otra persona a quien sí le preocupa, y es al padre de Nene. Si no retiráis vuestra solicitud, el señor Mataemon va a verse atrapado entre los dos lados y se verá obligado a cometer el suicidio ritual.

—¿El seppuku?

—Parece ser que el señor Mataemon no tenía idea del acuerdo entre nosotros, por lo que accedió a vuestra propuesta, pero debido a la situación que acabo de explicaros, Nene se niega a aceptarla.

—Entonces, ¿de quién será esposa?

Así desafiado, Tokichiro se señaló a sí mismo.

—Mía.

Inuchiyo volvió a reírse, pero no tan fuerte como antes.

—Poned un límite a vuestras bromas, señor Mono. ¿Os habéis mirado en un espejo?

—¿Me estáis llamando embustero?

—¿Por qué habría Nene de comprometerse con alguien como vos?

—Si es cierto, ¿qué vais a hacer?

—Si lo es, os felicitaré.

—¿Queréis decir que no pondréis objeciones si Nene y yo nos casamos?

—Señor Mono...

—¿Qué?

—La gente se reirá.

—No se puede hacer nada contra una relación basada en el amor, aunque se rían de nosotros.

—Lo decís realmente en serio, ¿verdad?

—Así es. Cuando a una mujer le desagrada el hombre que la corteja, le esquiva hábilmente, como un sauce bajo el viento. Cuando sucede tal cosa, es mejor que uno no se considere un necio ni piense que ha sido engañado. Dejando eso aparte, os ruego que no estéis resentido con el señor Mataemon si Nene y yo nos casamos, pues eso sería injusto.

—¿De esto es de lo que queríais hablarme?

—Sí, y os estoy muy agradecido por lo que habéis dicho. Os ruego que no olvidéis la promesa que acabáis de hacerme.

Tokichiro hizo una reverencia, pero cuando alzó la cabeza, Inuchiyo ya se había ido.

***

Pocos días después, Tokichiro visitó la casa de Mataemon.

—Con respecto a nuestra conversación del otro día —le dijo Tokichiro en tono formal—, me he reunido con el señor Inuchiyo y le he explicado minuciosamente vuestro apuro. Ha dicho que si vuestra hija no tiene intención de convertirse en su esposa y si ya existía una promesa entre nosotros dos, no había realmente nada que hacer. Parecía resignado a la situación.

Mientras Tokichiro le daba estas explicaciones en actitud flemática, el semblante de Mataemon reflejaba que no sabía bien cómo interpretar aquello. Tokichiro siguió hablando:

—Esto quiere decir que el señor Inuchiyo lo lamenta mucho, por lo que sería inaceptable para él que dierais a vuestra hija en matrimonio a cualquier otro. Si ella y yo estuviéramos prometidos, él estaría decepcionado pero se resignaría. Lo tomaría como un hombre y me felicitaría. Pero se ofendería mucho si dierais a otro la mano de Nene.

—Espera un momento, Kinoshita. Si te he oído bien, ¿el señor Inuchiyo dice que está bien que Nene se case contigo, pero con ningún otro?

—En efecto.

—¡Increíble! ¿Quién te ha dicho que podías casarte con Nene? ¿Y cuándo?

—Me avergüenza decir que nadie.

—¿Qué significa esto? ¿Creíste acaso que te pedí que mintieras al señor Inuchiyo?

—Bueno...

—Pero ¿qué clase de tontería le has dicho al señor Inuchiyo? Y decir que tú y Nene estáis prometidos no es más que una broma. ¡Esto es escandaloso! —Mataemon, que era de ordinario un nombre apacible, estaba montando en cólera—. Como eres tú quien ha salido con esto la gente pensará que probablemente es una broma. Pero incluso como una broma es terriblemente embarazoso para una joven soltera. ¿Te parece divertido?

—Claro que no. —Tokichiro inclinó la cabeza—. Soy yo quien ha cometido este error. No tenía intención de llegar a esto. Lo siento.

Mataemon parecía disgustado.

—No quiero que digas cuánto lo sientes. El error ha sido mío por sincerarme con alguien a quien creía con más sentido común.

—De veras, yo...

—Bien, vete a casa. ¿A qué estás esperando? Después de haber dicho eso, ya no eres bienvenido en esta casa.

—De acuerdo, seré discreto hasta el día en que se anuncie la boda.

Las reservas de afabilidad de Mataemon se habían agotado por completo.

—¿Crees que alguien entregará a Nene a un hombre como tú? —le gritó—. Ella no daría su consentimiento aunque se lo ordenara.

—Bueno, ésa es la cuestión, ¿no?

—¿Qué quieres decir?

—No hay nada tan misterioso como el amor. Probablemente Nene oculta en su corazón que sólo me querrá a mí por marido. Es descortés decirlo, pero no os he hecho una proposición a vos sino a vuestra hija. Nene es quien confía en que la pida por esposa.

Mataemon le miró estupefacto. ¡Aquél debía de ser el hombre más ambicioso que había conocido en su vida! Al margen de la clase de hombre que fuese, quizá Tokichiro se iría a casa si adoptaba una expresión agria y hosca. Pero Tokichiro siguió sentado sin hacer el menor ademán de marcharse.

Para empeorar las cosas, Tokichiro le dijo fríamente:

—No estoy mintiendo. Quisiera que preguntarais una sola vez a Nene cuáles son sus verdaderos sentimientos.

Mataemon estaba más que harto. Se volvió como si fuese incapaz de seguir soportando aquello y llamó a gritos a su esposa que estaba en la habitación contigua.

—¡Okoi! ¡Okoi!

La mujer miró inquieta a su marido a través de la puerta abierta, pero no se levantó.

—¿Por qué no llamas a Nene? —le preguntó su marido.

—Pero...

Intentó serenarle, pero Mataemon le hizo caso omiso y gritó:

—¡Nene! ¡Nene!

La joven, temiendo que hubiera sucedido algo, llegó y se arrodilló detrás de su madre.

—¡Ven aquí! —le dijo severamente Mataemon—. Sin duda no habrás hecho ninguna promesa al señor Kinoshita aquí presente sin el consentimiento de tus padres.

Estas palabras conmocionaron visiblemente a Nene, la cual abrió mucho los ojos y deslizó su mirada entre su padre y Tokichiro, que estaba sentado con la cabeza gacha.

—¿Y bien, Nene? Está en juego el honor de nuestra familia. Es también por tu propio honor cuando te cases. Será mejor que hables claramente. Sin duda no ha ocurrido semejante cosa.

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