Authors: Eiji Yoshikawa
Mataemon estaba malhumorado desde la noche anterior.
Había querido recordar a su yerno el deber que tenía con los invitados, así como la posición de Nene. Tokichiro había regresado sin un ápice de remordimiento, y Mataemon había resuelto no ceder, aun cuando su actitud fuese incorrecta ante los invitados. Pero Tokichiro parecía tan despreocupado que Mataemon olvidó sus motivos de queja. Además, las primeras palabras de Tokichiro habían sido para informarle de su estancia en el castillo y del estado de ánimo de su señor. Mataemon se enderezó y respondió sin pensarlo:
—Bueno, debes de haber tenido un día muy duro.
Así pues, dijo exactamente lo contrario de lo que se había propuesto y alabó a Tokichiro en vez de reprenderle.
Tokichiro se divirtió aquella noche con los invitados, bebiendo hasta altas horas con ellos. Incluso después de que se marcharan los invitados quedaron varios parientes que vivían demasiado lejos y tenían que pasar allí la noche. Nene no podía abandonar la cocina y los criados parecían fatigados.
Aunque Tokichiro había regresado por fin a casa, Nene y él apenas habían tenido tiempo para intercambiar sonrisas y mucho menos para estar juntos a solas. Ya muy entrada la noche, Nene guardó las tazas en la cocina, dio instrucciones sobre el desayuno, se cercioró de que cada uno de los aturdidos parientes estaba bien acomodado para dormir y finalmente se desató los cordones que le sujetaban las mangas. Libre de nuevo por primera vez aquella noche, buscó al hombre que se había convertido en su marido.
En la habitación dispuesta para los dos dormían familiares y niños, mientras que en la sala donde todos habían estado bebiendo ahora conversaban sus padres con los parientes más íntimos.
Intrigada por el paradero de su marido, salió a la terraza y entonces oyó que la llamaba una voz desde el oscuro aposento lateral de un criado.
—¿Nene?
Era la voz de su marido. Nene intentó responder, pero no podía. El corazón le golpeaba en el pecho. Aunque nunca se había sentido así hasta la ceremonia nupcial, no había podido ver a Tokichiro desde la noche anterior.
—Entra —le dijo él.
Nene oía aún las voces de sus padres. Mientras estaba allí en pie, preguntándose qué debía hacer, reparó de improviso en el incienso repelente de mosquitos que habían dejado allí para que ardiera poco a poco. Lo recogió y entró tímidamente en la habitación.
—¿Duermes aquí? Debe de haber muchos mosquitos.
Tokichiro, que se había tendido en el suelo para dormir, se miró los pies.
—Ah, los mosquitos...
—Debes de estar exhausto.
—Y tú también —replicó él, comprensivo—. Los parientes se negaron en redondo, pero no podía consentir que los viejos durmieran en los aposentos de la servidumbre mientras nosotros lo hacíamos en una habitación con un biombo dorado.
—Pero dormir en un sitio así, sin ropas de cama...
Nene empezó a levantarse, pero él la retuvo.
—No importa. He dormido en el suelo, incluso sobre tablas. La pobreza ha templado mi cuerpo. —Se enderezó—. Acércate un poco más, Nene.
—Sss... sí.
—Una esposa recién casada es como un nuevo recipiente de madera para el arroz. Si no lo usas durante largo tiempo, huele mal y no es utilizable. Cuando envejece los aros tienden a soltarse. Pero también es conveniente recordar de vez en cuando que un marido es un marido. Nos proponemos vivir juntos una larga vida y nos hemos comprometido a mantenernos mutuamente fieles hasta que seamos viejos y canosos, pero nuestra vida no va a ser fácil. Así pues, mientras todavía albergamos los sentimientos de ahora, creo que deberíamos hacernos una promesa el uno al otro. ¿Qué te parece?
—Por supuesto —respondió Nene sin vacilación—. Puedes estar seguro de que cumpliré esa promesa, sea cual fuere.
Tokichiro era la encarnación de la seriedad e incluso parecía un poco severo. Sin embargo Nene se sentía feliz al ver en él por primera vez una expresión tan solemne.
—En primer lugar, como marido, voy a decirte lo que deseo de ti como esposa.
—Sí, por favor.
—Mi madre es una campesina pobre y se negó a asistir a la boda. Pero la persona que ha sido más feliz que nadie en el mundo al saber que me casaba es mi madre.
—Comprendo.
—Un día mi madre vendrá a vivir con nosotros en la misma casa, y será correcto que el cuidado de tu marido quede relegado a un segundo lugar. Más que cualquier otra cosa, me gustaría que te dedicaras a mi madre y la hicieras feliz.
—Sí.
—Mi madre pertenece a una familia de samurais, pero era pobre mucho antes de que yo naciera. Crió a varios hijos a pesar de su gran pobreza, y ten en cuenta que criar a un solo niño en tales circunstancias suponía luchar con unas penalidades increíbles. No tenía nada que la hiciera feliz, ni siquiera un nuevo kimono de algodón para el invierno y otro para el verano. Es analfabeta, habla un dialecto local y desconoce por completo las buenas maneras. Como mi esposa que eres, ¿cuidarás de una madre así con verdadero afecto? ¿Podrás respetarla y apreciarla?
—Sí, la felicidad de tu madre es nuestra felicidad. Creo que eso es natural.
—Pero también tienes padres con buena salud y, de la misma manera, son muy importantes para mí. No voy a tener menos afecto filial hacia ellos del que tú tendrás hacia mi madre.
—Eso me alegra muchísimo.
—Queda una cosa más —siguió diciendo Tokichiro—. Tu padre te ha educado para que seas una mujer virtuosa y te ha disciplinado con una gran cantidad de reglas, pero yo no soy tan difícil de complacer. Sólo voy a confiar en que hagas una sola cosa.
—¿Cuál es?
—Quiero que el servicio que rinde tu marido, su trabajo y todas las cosas que debe hacer en general te hagan feliz, y eso es todo. Parece sencillo, ¿verdad?, pero no lo será en absoluto. Fíjate en los maridos y esposas que han pasado muchos años juntos. Hay mujeres que no tienen idea de lo que hacen sus maridos. Esos hombres se pierden un incentivo importante, e incluso un hombre que trabaja por el bien de la nación o la provincia es pequeño, lastimoso y débil cuando está en casa. Con solo que su esposa sea feliz y se interese por el trabajo que desempeña, por la mañana podrá partir al campo de batalla lleno de valor. Para mí, ésta es la mejor manera en que una esposa puede ayudar a su marido.
—Comprendo.
—De acuerdo. Ahora dime qué esperanzas depositas tú en mí. Habla francamente y tendrás mi promesa.
A pesar de su petición, Nene fue incapaz de decir nada.
—Lo que una esposa desea de su marido, sea lo que fuere... Ya que no me dices lo que deseas, ¿quieres que te lo diga yo?
Nene sonrió y asintió a las palabras de Tokichiro. Entonces desvió rápidamente la vista.
—¿El amor de un marido?
—No...
—Entonces un amor inalterable.
—Sí.
—¿Tener un hijo sano?
Nene se estremeció. Si hubiera ardido una lámpara en la estancia su rostro se habría revelado tan rojo como el cinabrio.
***
La mañana siguiente a los tres días de celebración nupcial, Tokichiro y su esposa se pusieron kimonos formales para asistir a una ceremonia más y visitaron la mansión de su mediador, el señor Nagoya. Luego visitaron dos o tres casas, y durante el recorrido tuvieron la sensación de que todos los ojos de Kiyosu estaban fijos en ellos. Pero Nene y su joven marido no tenían sino buenas intenciones hacia los transeúntes que se volvían a mirarles. Tokichiro propuso que hicieran una breve visita a Otowaka.
—¡Eh, Mono! —exclamó Otowaka, y entonces se corrigió, turbado—: Tokichiro.
—He venido para presentarte a mi esposa.
—¿Qué? ¡Claro! ¡La distinguida hija del arquero, el señor Asano! Eres un hombre afortunado, Tokichiro.
Hacía tan sólo siete años que Tokichiro se había acercado a aquella terraza para vender agujas, vestido con sucias ropas de viaje y le había dado la sensación de que llevaba varios días sin comer. Cuando le dieron alimento se lo comió ávidamente, produciendo ruido con los palillos.
—Tienes tanta suerte que da miedo —dijo Otowaka—. Bien, la casa no está limpia, pero entrad, por favor.
Un tanto aturullado, avisó a gritos a su mujer, que estaba en el interior de la vivienda, y les hizo pasar. En aquel instante oyeron voces en la calle. Era un heraldo que corría de una casa a otra.
—¡Incorporaos a vuestro regimiento! ¡Incorporaos a vuestro regimiento por orden de Su Señoría!
—¿Una orden oficial? —dijo Otowaka—. Es una llamada para empuñar las armas.
—Señor Otowaka —dijo Tokichiro de repente—. Tengo que llegar al lugar de la reunión lo antes posible.
Hasta aquella misma mañana no había habido ninguna indicación de que pudiera llegar a suceder algo semejante, y cuando Tokichiro visitó la residencia de Nagoya, todo parecía absolutamente apacible. ¿Adonde podían dirigirse? Incluso la intuición habitual de Tokichiro le había fallado esta vez. Cada vez que se hablaba de una batalla, su intuición solía acertar de lleno y sabía adonde se dirigían. Pero la mente del joven novio llevaba algún tiempo alejada de la situación actual. Tropezó con varios hombres que abandonaban la vecindad de los samurais con sus armaduras al hombro.
Varios jinetes, que procedían del castillo, llegaron al galope. Aunque no sabía qué estaba sucediendo, Tokichiro tuvo la premonición de que el campo de batalla estaría muy lejos.
Nene había regresado apresuradamente a su casa, por delante de su marido.
—¡Kinoshita! ¡Kinoshita!
Cuando se acercaba a las casas de vecindad de los arqueros, alguien le llamó a sus espaldas. Al volverse vio que era Inuchiyo, el cual montaba a caballo y vestía la misma armadura que en Okehazama. Atada a la espalda llevaba una delgada caña de bambú con su estandarte, el blasón de la flor de ciruelo.
—Sólo he venido a avisar al señor Mataemon. Prepárate y ve de inmediato al lugar de reunión.
—¿Entonces partimos? —inquirió Tokichiro.
Inuchiyo saltó del caballo.
—¿Cómo te fue... más tarde? —preguntó a su amigo.
—¿A qué te refieres?
—Sería mejor no decirlo. Te preguntaba si ya sois marido y mujer.
—No tienes por qué preguntarme eso.
Inuchiyo soltó una risotada.
—En cualquier caso, nos vamos al frente. Si te retrasas, en el lugar de reunión se reirán de ti porque acabas de casarte.
—Me tiene sin cuidado que se rían de mí.
—Cuando oscurezca, un ejército de dos mil infantes y caballería marchará hacia el río Kiso.
—Entonces vamos a Mino.
—Ha llegado una información secreta según la cual Saito Yoshitatsu de Inabayama enfermó de repente y murió. Esta llamada a empuñar las armas y el avance hacia el río Kiso es un sondeo para determinar si ese informe es cierto.
—Pero vamos a ver, Inuchiyo. También se excitaron mucho los ánimos cuando a principios de este verano oímos decir que Yoshitatsu había enfermado y muerto.
—Sí, pero esta vez parece que es cierto. Y a pesar de todo, desde el punto de vista del clan, Yoshitatsu asesinó al suegro del señor Nobunaga, el señor Dosan. Moralmente es el enemigo y no podemos vivir con él bajo el mismo cielo. Para que el clan pueda ocupar el centro del terreno, es preciso que logremos establecernos en Mino.
—Ese día llegará pronto, ¿verdad?
—¿Pronto? Esta noche partimos hacia el Kiso.
—No, todavía no. Dudo de que Su Señoría ataque ya.
—Los ejércitos están a las órdenes de los señores Katsuie y Nobumori. Su Señoría no irá personalmente.
—Pero aunque Yoshitatsu haya muerto y aunque su hijo, Tatsuoki, sea un necio, los «tres hombres de Mino», Ando, Inaba y Ujiie, siguen vivos. Además, mientras exista un hombre como Takenaka Hanbei, de quien se dice que vive recluido en el monte Kurihara, no cesarán las dificultades.
—¿Takenaka Hanbei? —Inuchiyo ladeó la cabeza—. Los nombres de los «tres hombres» resuenan desde hace tiempo incluso en las provincias vecinas, pero ¿tan formidable es ese Takenaka?
—La mayoría de la gente nunca ha oído hablar de él. Yo soy su único admirador aquí en Owari.
—¿Cómo estás enterado de tales cosas?
—Pasé una larga temporada en Mino y...
Tokichiro se interrumpió a media frase. Nunca le había contado a Inuchiyo sus experiencias como buhonero, el tiempo que pasó con Koroku en Hachisuka y su actividad de espionaje en Inabayama.
—Bueno, hemos perdido tiempo —dijo Inuchiyo, montando de nuevo.
—Nos veremos en el lugar de reunión.
—Sí, más tarde.
Los dos hombres se alejaron rápidamente, en direcciones contrarias.
—¡Hola! ¡Estoy en casa!
Cada vez que volvía gritaba en el portal antes de entrar. Así todos sabían que el yerno había regresado, desde el sirviente que trabajaba en el almacén hasta los confines de la cocina. Pero aquel día Tokichiro no esperó a que la gente saliera a recibirle.
Al entrar en la habitación se llevó una sorpresa. Habían extendido en el suelo una estera nueva, sobre la que estaba el arcón de su armadura. Naturalmente, allí estaban los guantes, las espinilleras, el peto y la faja, pero también medicamentos para las heridas, una abrazadera y una bolsa de munición... Todo lo que necesitaría llevarse consigo estaba dispuesto ordenadamente.
—Tu equipo —le dijo Nene.
—¡Magnífico! ¡Un trabajo estupendo!
La alabó sin pararse a pensar, pero de repente se dio cuenta de que aún no había juzgado a su mujer de una manera correcta. Estaba todavía más capacitada de lo que él había percibido antes de casarse.
Cuando terminó de colocarse la armadura, Nene le dijo que no se preocupara por ella. Había sacado la taza de loza de barro para verter el sake sagrado.
—Cuida de todo durante mi ausencia, te lo ruego.
—Descuida.
—No tengo tiempo para despedirme de tu padre. ¿Lo harás por mí?
—Mi madre se ha llevado a Oyaya al templo de Tsushima y todavía no han regresado. Mi padre está de servicio en el castillo, y hace poco ha enviado un mensaje diciendo que no volverá esta noche.
—¿No te sentirás sola?
Ella volvió la cabeza pero no lloró.
Con el pesado casco en el regazo, Nene parecía una flor atrapada por el viento. Tokichiro tomó el casco y, al ponérselo, la fragancia del áloe llenó de improviso la atmósfera. Sonrió agradecido a su esposa y anudó con firmeza los cordones perfumados.