Authors: Eiji Yoshikawa
—Tomad asiento, por favor, honorable novio.
Los mediadores le invitaron a entrar en una pequeña habitación en la que apenas cabían todos y, acompañado hasta el asiento que le ofrecían, el novio se sentó en medio de ellos.
Era una noche de otoño, pero aún hacía un calor sofocante en el interior de las casas. Los postigos de rota colgaban de los aleros igual que lo habían hecho durante todo el verano, y a través de las cañas se filtraban los chirridos de los insectos y la brisa otoñal que hacía oscilar los pabilos de las lámparas de aceite. La habitación, impecablemente limpia, estaba oscura y no era lujosa ni mucho menos.
La sala destinada a la ceremonia era pequeña, y la ausencia absoluta de decorados la dotaba de una cualidad extrañamente refrescante. El suelo estaba cubierto con esteras de tablillas de junco, y en la pared del fondo había un altar dedicado a los dioses de la creación, Izanagi e Izanami, ante el cual habían depositado ofrendas de pastelillos de arroz y sake, una sola vela y una rama de un árbol sagrado.
Tokichiro se sentó allí y notó que se ponía rígido.
A partir de aquella noche...
La ceremonia sería el pórtico de acceso a las responsabilidades conyugales, a una nueva vida y a su vinculación con los parientes, todo lo cual hizo que Tokichiro se examinara desde un nuevo ángulo. Por encima de todo, no podía evitar estar enamorado de Nene. De no haber insistido, ella se habría casado rápidamente con otro, pero a partir de aquella noche sus destinos estarían unidos.
Pensó que debía hacerla feliz. Eso fue lo primero que se le ocurrió mientras permanecía sentado en el sitial de novio. Se apenaba un poco por ella porque, como mujer, carecía del dominio que tenía un hombre sobre su destino.
Pronto dio comienzo la sencilla ceremonia. Después de que el novio se hubiera sentado, una anciana hizo entrar a Nene y ésta ocupó su lugar al lado del novio.
Su larga cabellera estaba recogida holgadamente con unos cordoncillos rojos y blancos. El kimono externo, de seda blanca virgen con un brocado de forma romboidal, le envolvía la cintura a modo de falda. Debajo llevaba una prenda de la misma seda blanca, y debajo de ésta una última prenda de lustrosa seda roja que sobresalía por el borde de las mangas. Aparte de un amuleto de la buena suerte alrededor del cuello, no llevaba adornos de oro o plata, como tampoco una espesa capa de colorete ni polvos. Su aspecto armonizaba por completo con la sencillez del entorno. La belleza de la ceremonia no dependía de la vistosidad de las ropas, sino más bien de la sobriedad de la ornamentación. La única nota ornamental de la sala eran sendos recipientes de cerámica que sostenían un niño y una niña.
—Que esta relación sea feliz y perdurable —dijo la anciana a los novios—. Que cada uno le sea fiel al otro durante cien mil otoños.
Tokichiro tendió su taza, recibió un poco de sake y lo bebió. El acólito se volvió hacia Nene, la cual selló su promesa tomando un sorbo de la taza.
Tokichiro tuvo la sensación de que la sangre le subía a la cabeza y el corazón le golpeaba dentro del pecho, pero Nene parecía notablemente serena. Esto era algo que la joven había decidido de antemano. Había tomado la determinación de no reprochar nada a sus padres ni a los dioses, fueran cuales fuesen los percances que pudiera sufrir a partir de aquel día. Y por ello su estampa cuando se llevó la taza a los labios era conmovedora y adorable.
En cuanto los novios hubieron compartido la taza nupcial, Niwa Hyozo entonó un cántico de felicitación en una voz curtida por los muchos años pasados en el campo de batalla. Hyozo acababa de cantar la primera estrofa, cuando alguien desde el exterior inició el estribillo.
Se había hecho el silencio durante la canción de Hyozo, por lo que el canto repentino y descortés en el exterior resultaba tanto más sorprendente. Hyozo se sorprendió y titubeó un momento. Tokichiro miró maquinalmente hacia el jardín.
—¿Quién es? —preguntó un sirviente al bromista.
Entonces un hombre que estaba al otro lado del portal empezó a cantar en voz profunda, imitando a un actor de teatro Noh, y se encaminó a la terraza. Olvidándose por completo de sí mismo, Tokichiro se levantó de su asiento y, prescindiendo de toda ceremonia, salió a la terraza.
—¿Eres tú, Inuchiyo?
—¡Honorable novio! —Maeda Inuchiyo se echó atrás la caperuza que le ocultaba el rostro—. Venimos a efectuar la ceremonia de verter el agua. ¿Podemos entrar?
Tokichiro palmoteo.
—Cuánto me alegra tu llegada. ¡Pasa, pasa!
—He venido con unos amigos. ¿Pueden entrar?
—Pues claro. Acabamos de celebrar la ceremonia nupcial y a partir de esta noche soy el yerno de esta casa.
—Y una buena casa, por cierto. Tal vez el señor Mataemon me dará una taza.
Inuchiyo se volvió e hizo una seña hacia la oscuridad.
—¡Eh, vosotros! ¡Nos dejan celebrar la ceremonia de verter el agua!
Varios hombres respondieron en seguida a la llamada de Inuchiyo y se abrieron paso, llenando el jardín con sus voces. Entre ellos estaban Ikeda Shonyu, Maeda Tohachiro, Kato Yasaburo y Ganmaku, el viejo amigo de Tokichiro. Estaba incluso el maestro carpintero de rostro picado de viruelas.
La ceremonia de verter el agua era una antigua costumbre en la que los amigos íntimos del novio se presentaban sin que les hubieran invitado en la casa del suegro. La familia de la novia estaba obligada a recibirlos cordialmente, y entonces los intrusos arrastraban al novio al jardín y le mojaban con agua.
Aquella noche la ceremonia de verter el agua era un poco prematura. Por regla general, se llevaba a cabo de seis meses a un año después de la boda.
Todos los familiares de Mataemon y Niwa Hyozo estaban consternados. Pero el novio parecía regocijado y les dio una cordial bienvenida.
—¡Vaya! ¿También vosotros? —Saludó a los hombres a quienes llevaba algún tiempo sin ver, y entonces se dirigió a su esposa vestida de blanco—: Nene, trae en seguida comida y sake, mucho sake.
—Ahora mismo.
Parecía como si Nene hubiera estado esperando aquella visita. Era la esposa de Tokichiro y sabía que tales cosas no debían sorprenderla. Aceptó la situación sin la menor queja, se quitó el kimono blanco como la nieve y se puso una gruesa falda de diario, se ató las largas mangas con un cordón y se puso a trabajar.
—¿Qué clase de boda es ésta? —se quejó un invitado lleno de indignación.
Mataemon y su esposa sosegaron a los invitados y se abrieron paso entre la multitud ruidosa y confusa. Al enterarse de que quien dirigía a los intrusos era Inuchiyo, Mataemon se había sentido alarmado, pero cuando vio cómo el recién llegado se reía y charlaba con Tokichiro se tranquilizó.
—¡Nene! ¡Nene! —exclamó Mataemon—. Si no hay bastante sake, envía a alguien a comprar más. Estos hombres deben beber todo lo que quieran. —Entonces se dirigió a su esposa—: ¡Okoi! ¡Okoi! ¿Qué haces ahí de pie? El sake está aquí, pero nadie tiene una taza. Aunque no sea un gran festín, trae lo que tenemos. Cuánto me alegra que Inuchiyo haya venido con todas estas personas.
Cuando Okoi regresó con las tazas, Mataemon sirvió personalmente a Inuchiyo. Tenía en gran estima a aquel hombre que podría haberse convertido en su yerno. Pero no había sido ése su destino y, por extraño que resultara, su amistad había sobrevivido; era la franca camaradería de dos samurais. Mataemon se sentía muy emocionado, pero no dejó que se reflejara en su semblante ni en sus palabras: eran dos samurais y estaban juntos.
—También yo me alegro, Mataemon —le dijo Inuchiyo—. Tienes un buen yerno y te felicito de todo corazón. Oye, sé que esta noche me he entrometido. No estarás enojado, ¿verdad?
—¡En absoluto! —respondió Mataemon, acuciado por estas palabras—. ¡Vamos a pasarnos toda la noche bebiendo!
Inuchiyo se echó a reír estrepitosamente.
—Si nos pasamos toda la noche bebiendo y cantando, ¿no se enfadará la novia?
—¿Por qué? —replicó Tokichiro—. No la han educado para que se enfade. Es una mujer muy virtuosa.
Inuchiyo se acercó más a Tokichiro y empezó a importunarle.
—Vamos, hombre, ¿por qué no hablas un poco más de esas cosas tan vergonzosas?
—No, perdona pero ya ha dicho más de la cuenta.
—No vas a escaparte tan fácilmente. Toma, aquí tienes una taza grande de sake.
—No necesito una grande, con la pequeña será suficiente.
—Pero ¿qué clase de novio eres? ¿Es que no tienes orgullo?
Se tomaron el pelo mutuamente como si fuesen niños, pero a pesar de la abundancia de sake Tokichiro no bebió en exceso... ni aquella noche ni nunca. Tenía grabado en la mente desde su infancia el vivo recuerdo de los efectos de beber en exceso, y ahora, al mirar la gran taza de sake que su amigo intentaba hacerle beber, veía el rostro de su padrastro borracho y luego el de su madre, que tanto había padecido a causa de las borracheras de aquel hombre. Tokichiro conocía bien sus propios límites. Se había criado en medio de una gran pobreza, y su cuerpo no era fuerte comparado con otros. Aunque todavía era joven, tenía mucho cuidado.
—Una taza grande es demasiado para mí. Dame una pequeña, por favor. A cambio, te cantaré algo.
—¿Cómo? ¿Vas a cantar?
En vez de responderle, Tokichiro ya había empezado a golpearse el regazo como si fuese un tambor, y empezó a cantar.
Pensar que un hombre
no tiene más que cincuenta años para vivir bajo el cielo...
—No, espera. —Inuchiyo interrumpió a su amigo poniéndole una mano en la boca—. No deberías cantar eso. Es de Atsumori, la danza que Su Señoría interpreta tan bien.
—Es que he aprendido sus danzas y canciones siguiendo su ejemplo. No es una canción prohibida, ¿por qué no habría de cantarla?
—Hazme caso y no lo hagas. No es nada bueno cantar eso.
—¿Qué tiene de malo?
—Es inapropiada en una boda.
—Su señoría danzó el Atsumori la mañana en que el ejército partió hacia Okehazama. A partir de esta noche nosotros dos, un marido de baja posición y su esposa, iniciaremos nuestra incursión en la sociedad. Así pues, no me parece que sea una canción inadecuada.
—Una cosa es la resolución de ir al campo de batalla y otra la celebración de una boda. Los auténticos guerreros se proponen vivir una larga vida con sus esposas, hasta que sean ancianos de pelo blanco.
Tokichiro se dio una palmada en la rodilla.
—Eso es cierto. A decir verdad, es exactamente lo que espero. Si hay una guerra, no puede evitarse, pero no quiero morir en vano. Cincuenta años no basta. Quisiera vivir feliz y fiel a Nene durante cien años.
—Tú y tus fanfarronadas. Sería mejor que bailaras. Vamos, baila.
A instancias de Inuchiyo, muchos invitados animaron a Tokichiro.
—Esperad. Esperad un momento. Bailaré. —Persuadió a sus amigos que le dieran un respiro, se volvió hacia la cocina, batió palmas y gritó—: ¡Nene! Estamos sin sake.
—En seguida —respondió Nene.
La presencia de tantos invitados no parecía intimidarla lo más mínimo. Entró briosamente con la bandeja de recipientes y sirvió a todos como Tokichiro le había pedido. Las únicas personas sorprendidas eran sus padres, que siempre la habían considerado una chiquilla. Pero el corazón de Nene ya latía al unísono con el de su marido y, al contrario de lo que solía suceder con los recién casados, Tokichiro no mostraba el menor embarazo en el trato de su flamante esposa. Como era de esperar, Inuchiyo, que estaba un poco bebido, no pudo evitar el rubor de sus mejillas cuando ella le sirvió.
—Bueno, Nene, a partir de esta noche eres la esposa del señor Tokichiro. Debo felicitarte de nuevo. —Inuchiyo movió la mesita baja del sake delante de ella—. Hay algo que todos mis amigos conocen y no les he ocultado. En vez de avergonzarme y guardármelo para mí, voy a confesarlo. ¿Qué te parece, Tokichiro?
—¿De qué se trata?
—Me gustaría que me prestaras a tu esposa un momento.
—Adelante —replicó Tokichiro, riendo.
—Bien, Nene. Hubo una época en que mi amor por ti estaba en labios de todo el mundo, y ese sentimiento no ha variado en absoluto. Eres la mujer a la que amo.
Inuchiyo se puso más serio, y aunque no hubiera sido así, el pecho de Nene rebosaba ya de las emociones de su boda. Aquella noche había terminado su vida de soltera, pero no podía suprimir sus sentimientos hacia Inuchiyo.
—Nene, la gente dice que el corazón de una joven no es digno de confianza, pero hiciste bien al elegir a Tokichiro. He renunciado a la persona a quien no podría dejar de amar. Podrías decir que te he cedido a él como un regalo de afecto de un hombre a otro. Eso significa que te he tratado como un objeto, pero así somos los hombres, ¿no es cierto, Tokichiro?
—En general, la he recibido sin reserva, pensando en que tal podría ser tu motivo.
—Si hubieras mostrado alguna reserva acerca de esta buena mujer, me habría equivocado al juzgarte y no te habría tenido en mucha estima. Te casas con una mujer que está muy por encima de ti.
—Estás diciendo tonterías.
—¡Ja, ja, ja! En cualquier caso, soy feliz. Eh, Tokichiro, somos compañeros para toda la vida, pero ¿se te había ocurrido pensar que llegaría una noche tan feliz como ésta?
—No, probablemente no.
—Nene, ¿está por ahí el tamboril? Lo tocaré y que alguien se levante y baile. Como este Kinoshita no es un hombre juicioso, apuesto a que tampoco baila muy bien.
—Está bien, para diversión de todos, os dejaré ver una ejecución bastante incompetente.
La persona que había hablado era Nene. Inuchiyo, Ikeda Shonyu y los demás invitados abrieron mucho los ojos, sorprendidos. Nene, acompañada por los sones del tamboril que tocaba Inuchiyo, abrió su abanico y se puso a bailar.
—¡Muy bien, muy bien!
Tokichiro palmoteo como si él mismo hubiera bailado. Quizá debido a su embriaguez, la energía de su excitación no mostraba señales de remitir. Alguien debía de haber propuesto que se trasladaran a Sugaguchi, el barrio más animado de Kiyosu, y no había una sola persona sobria entre ellos para negarse.
—¡Estupendo! ¡Vamos allá!
El recién casado Tokichiro se levantó y les precedió al exterior. Haciendo caso omiso de los escandalizados parientes, el grupo que había acudido para la ceremonia de verter el agua se olvidó incluso de eso y, dando el brazo al novio, salieron tambaleándose, apoyándose unos en otros y agitando los brazos.