Taiko (110 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Mientras Hanbei hablaba, se puso a toser de un modo incontenible. Su aplicó un pañuelo de papel a la boca, pero parecía que no iba a poder detenerse.

Un ayudante que estaba cerca se le acercó por detrás y empezó a restregarle la espalda. Nobumori no pudo hacer más que callarse y aguardar hasta que Hanbei se calmara. Pero permanecer allí sentado ante un hombre que trataba de dominar su violento acceso de tos y al que masajeaban su cuerpo enfermo empezó a resultar penoso de por sí.

—¿Por qué no descansáis en vuestra habitación? —Por primera vez Nobumori musitó algo amable, pero en la expresión de su rostro no había el menor atisbo de simpatía—. En cualquier caso, en los próximos días tiene que llevarse a cabo alguna acción como resultado de la orden de Su Señoría. Vuestra negligencia me sorprende, pero no puedo hacer nada más después de lo que os he dicho. Enviaré una carta a Azuchi explicando la situación tal como es. Por muy enfermo que os encontréis, cualquier otro retraso sólo provocará la cólera de Su Señoría. ¡Resulta tedioso, pero tendré que informarle categóricamente de esto!

Haciendo caso omiso de la condición de Hanbei, que seguía atormentado por la tos, Nobumori dijo lo que quería, se despidió y partió. En la terraza se cruzó con una mujer que llevaba una bandeja de la que surgía el fuerte olor de alguna cocción medicinal.

La mujer se apresuró a dejar la bandeja en el suelo e hizo una reverencia al visitante. Nobumori la miró de arriba abajo, desde las manos blancas que tocaban el suelo de madera de la terraza hasta la nuca, y finalmente le dijo:

—Creo que te he visto antes. Ah, sí, es cierto. Fue cuando el señor Hideyoshi me invitó a Nagahama. Recuerdo que estabas esperándole en aquella ocasión.

—Sí. Me han dado permiso para cuidar de mi hermano.

—Así pues, ¿eres la hermana menor de Hanbei?

—Sí, me llamo Oyu.

—Eres Oyu —murmuró con rudeza—. Muy bonita.

Musitando para sus adentros, bajó a la piedra pasadera.

Oyu se limitó a inclinar la cabeza mientras él se marchaba. Oía la tos de su hermano que no cesaba, y parecía más preocupada porque la medicina se enfriaba que por los sentimientos del visitante. Sin embargo, cuando ella creía que se había marchado, Nobumori se volvió y le preguntó:

—¿Ha habido alguna noticia reciente del señor Hideyoshi desde Harima?

—No.

—Vuestro hermano ha sido negligente a propósito con las órdenes del señor Nobunaga, pero estoy seguro de que eso no puede haber sido el resultado de las instrucciones de Hideyoshi, ¿no es cierto? Me temo que nuestro señor podría abrigar alguna duda al respecto. Si Hideyoshi encoleriza al señor Nobunaga, puede encontrarse en serias dificultades. Voy a decir esto una vez más: considero muy conveniente que el hijo de Kuroda Kanbei sea ejecutado de inmediato.

Nobumori echó un vistazo al cielo y se apresuró a marcharse. Los copos de nieve caían oblicuamente, blanqueándolo todo y oscureciendo su figura que se alejaba y el tejado enorme del templo Nanzen.

—¡Mi señora!

La tos había cesado de repente detrás de las puertas correderas, y la agitada voz del servidor se oía ahora en su lugar. Con el corazón golpeándole en el pecho, Oyu abrió las puertas y miró dentro. Hanbei yacía de bruces en el suelo y el pañuelo de papel sobre su boca estaba cubierto de sangre roja y brillante.

LIBRO SEIS

SÉPTIMO AÑO DE TENSHO

1579

Personajes y lugares

Shojumaru
, hijo de Kuroda Kanbei

Kumataro
, servidor de Takenaka Hanbei

Bessho Nagaharu
, señor del castillo de Miki

Goto Motokuni
, servidor de alto rango de Bessho

Ikeda Shonyu
, servidor de alto rango de Oda

Anayama Baisetsu
, servidor de alto rango de Takeda

Nishina Nobumori
, hermano de Takeda Katsuyori

Saito Toshimitsu
, servidor de alto rango de Akechi

Yusho
, pintor

Miki
, castillo de Bessho Nagaharu

Nirasaki
, nueva capital de Kai

Takato
, castillo de Nishina Nobumori

El deber de un servidor

La campaña de Hideyoshi en las provincias occidentales, la de Mitsuhide en Tamba y el largo asedio del castillo de Itami constituyeron la auténtica obra de Nobunaga. La campaña en las provincias occidentales y el asedio de Itami seguían estancados, y sólo en Tamba se llevaban a cabo algunas pequeñas acciones. A diario llegaba gran número de cartas e informes procedentes de esas tres zonas. Los documentos eran seleccionados por oficiales del estado mayor y secretarios privados, de manera que Nobunaga sólo veía los más importantes.

Uno de tales documentos era una misiva de Sakuma Nobumori. Nobunaga la leyó y la arrojó a un lado con una expresión de disgusto extremo. La persona encargada de recoger las cartas rechazadas era el leal paje de Nobunaga, Ranmaru, el cual, pensando que las órdenes de su señor habían sido desobedecidas, leyó a hurtadillas la misiva. No contenía nada que debiera haber irritado a Nobunaga. Decía así:

He descubierto con sorpresa que Hanbei aún no ha emprendido ninguna acción para cumplir vuestras órdenes. Como mensajero vuestro, le he subrayado el error de su actitud, informándole de que si desobedecía la orden sería acusado de negligencia. Creo que vuestra orden será pronto cumplida. Esto ha sido en extremo molesto para mí, y solicito humildemente vuestra magnanimidad al respecto.

Detrás de las palabras de Nobumori se notaba que, por encima de todo, intentaba justificar sus propias faltas. De hecho, su intención no era realmente más que ésa. Ranmaru no pudo interpretar ningún otro significado de la carta.

La cólera de Nobunaga al leer la misiva y su percepción de que Nobumori había cambiado no se manifestarían hasta más adelante. De momento, cualquiera salvo el mismo Nobunaga habría tenido grandes dificultades para comprender sus verdaderos sentimientos. Los únicos indicios que presagiaban el futuro eran que Nobunaga no parecía irritado por la desobediencia y negligencia de Hanbei, incluso tras haber recibido la carta de Nobumori, y que tras este hecho hizo caso omiso del asunto. Desde luego, el mismo Nobunaga no insistió. No fue Hanbei, sin embargo, sino Oyu y los servidores que cuidaban de él, quienes creyeron que Hanbei debería hacer algo. Al parecer, éste no había decidido aún cómo iba a resolver el problema.

Transcurrió un mes. Los ciruelos florecían junto al portal principal del templo Nanzen y alrededor del refugio de Hanbei. A medida que pasaban los días el sol calentaba más, pero el estado de Hanbei no mejoraba.

No soportaba la suciedad, por lo que cada día barrían su habitación de enfermo, y él se sentaba en la terraza para tomar el sol de las brillantes mañanas.

Su hermana le preparaba té, y el único placer del enfermo era contemplar el vapor que se alzaba del cuenco de té bajo la brillante luz de la mañana.

—Hoy tienes mejor color, hermano —le dijo Oyu jovialmente.

Hanbei se restregó la mejilla con una mano delgada.

—Parece que la primavera también ha llegado para mí —respondió sonriente—. Ah, qué agradable es esto. Durante los dos o tres últimos días me he sentido bastante bien.

Tanto su estado de ánimo como su color habían mejorado notablemente en los últimos días, y Oyu experimentó un intenso placer al mirarle aquella hermosa mañana, pero de pronto se sintió afligida al recordar las palabras del médico: «Hay pocas esperanzas de recuperación». De todos modos, ella no se abandonaría a ese sentimiento. ¿Cuántos pacientes se habían restablecido después de que sus médicos los hubieran dado por muertos? Se prometió que cuidaría de Hanbei hasta que recobrase la salud. Verle sano era un objetivo que compartía con Hideyoshi, el cual le había escrito el día anterior desde Harima para darle ánimos.

—Si sigues mejorando a este ritmo, podrás levantarte de la cama cuando florezcan los cerezos.

—No he causado más que molestias, Oyu, ¿no es cierto?

—¿Qué tonterías dices ahora?

Hanbei se rió levemente.

—No te he dado antes las gracias porque somos hermanos, pero esta mañana, por alguna razón, siento que debería decir algo. No sé si será porque me siento mucho mejor.

—Me alegra pensar que pueda ser así.

—Ya han pasado diez años desde que abandonamos el monte Bodai.

—El tiempo pasa con rapidez. Cuando miras atrás, te das cuenta de que la vida pasa como un sueño.

—Has estado a mi lado desde entonces..., y yo que sólo soy un ermitaño de montaña... haciéndome la comida por la mañana y la noche, cuidándome, incluso preparándome la medicina.

—No sólo ha sido un corto tiempo. Cuando estábamos allí decías que nunca mejorarías, pero en cuanto tu salud mejoró, te uniste al señor Hideyoshi, luchaste en el río Ane, Nagashino y Echizen... Entonces gozabas de muy buena salud, ¿no es cierto?

—Supongo que tienes razón. Este cuerpo enfermo se ha defendido muy bien.

—Por eso mismo, si te cuidas como es debido, también esta vez mejorarás. Nada deseo tanto como que vuelvas a estar en condiciones.

—No es que quiera morirme.

—¡No vas a morirte!

—Quiero seguir viviendo, quiero vivir para asegurarme de que este mundo violento encuentra de nuevo la paz. Ah, si estuviera sano podría ayudar a mi señor con la plenitud de mis capacidades. —De repente Hanbei bajó la voz—. Pero el hombre no puede controlar la duración de su vida. ¿Qué puedo hacer en estas circunstancias?

Oyu le miró a los ojos y se sintió embargada de dolor. ¿Había algo que su hermano le ocultaba?

La campana del templo Nanzen anunció el mediodía. Aunque el país seguía en un estado de guerra civil, había personas que contemplaban los ciruelos florecidos, y entre las flores caídas se oía la canción de los ruiseñores.

Aquella primavera se consideraba agradable, pero aún era sólo el segundo mes del año. Cuando anocheció y las llamas de las lámparas empezaron a parpadear difundiendo una luz fría, Hanbei fue presa nuevamente de un ataque de tos. Oyu tuvo que levantarse varias veces durante la noche para restregarle la espalda. Había otros servidores en las inmediaciones, pero Hanbei era reacio a que le prodigaran tales cuidados.

—Todos ellos son hombres que cabalgarán conmigo al combate —explicó a su hermana—. No sería correcto pedirles que restrieguen la espalda de un enfermo.

Aquella noche también se levantó para masajear la espalda de su hermano. Al entrar en la cocina para prepararle la medicina, oyó de repente un ruido al otro lado de la puerta. Parecía como si alguien pasara rozando los viejos bambúes del seto. Oyu aguzó el oído y oyó susurros en el exterior.

—Veo una luz. Espera un momento, debe de haberse levantado alguien.

Las voces se acercaron gradualmente a la casa. Entonces alguien golpeó ligeramente la contraventana.

—¿Quién es? —preguntó Oyu.

—¿Sois vos, señora Oyu? Soy Kumataro de Kurihara. Acabo de volver de Itami.

—¡Es Kumataro! —gritó ella excitada en dirección a Hanbei.

Abrió la puerta corredera de la cocina y vio a tres hombres a la luz de las estrellas.

Kumataro cogió el cubo que Oyu le ofrecía y se dirigió al pozo con sus dos acompañantes.

Oyu se preguntó quiénes serían los otros dos. Kumataro era el servidor que estuvo con ellos cuando era niño en el monte Kurihara. En aquel entonces se llamaba Kokuma, pero ahora era un joven y apuesto samurai. Después de que Kumataro sacara el cubo del pozo y vertiera el agua en el que le había dado Oyu, los otros dos hombres se lavaron las manos y pies cubiertos de barro y limpiaron la sangre de sus mangas.

Hanbei pidió a su hermana que encendiera la lámpara en la pequeña habitación de invitados, a pesar de que era noche cerrada.

Cuando Hanbei le dijo que uno de los hombres que estaban con Kumataro debía de ser Kuroda Kanbei, ella no pudo ocultar su sorpresa. Kuroda era el hombre sobre el que habían corrido tantos rumores: o bien que había estado prisionero en el castillo de Itami desde el año anterior, o que había cambiado de bando y se alojaba en el castillo por su propia voluntad. De ordinario, Hanbei no hablaba en absoluto con sus servidores de asuntos oficiales, y mucho menos de secretos como aquél, por lo que ni siquiera Oyu tenía la menor idea de dónde había ido Kumataro antes del Año Nuevo, o por qué había permanecido ausente tanto tiempo.

—Oyu, por favor, tráeme el manto —dijo Hanbei.

Aunque estaba preocupada por él, Oyu sabía que su hermano insistiría en levantarse de la cama y recibir a los visitantes, por muy enfermo que estuviera. Le puso el manto alrededor de los hombros.

Tras peinarse y enjuagarse la boca, Hanbei fue a la sala de recepción donde Kumataro y los otros dos hombres ya estaban sentados y le esperaban en silencio.

Hanbei respondió al saludo de los recién llegados con honda emoción.

—¡Ah, estás a salvo! —Se sentó y cogió las manos de Kanbei—. Estaba preocupado.

—No te preocupes por mí —respondió Kanbei—. Como ves, estoy muy bien.

—Me alegro de que lo lograras.

—Creo que te he causado inquietud. Te pido disculpas.

—En cualquier caso, el cielo nos ha bendecido reuniéndonos de nuevo. Esto me llena de júbilo.

Pero ¿quién era el otro, el hombre mayor que les había estado observando en silencio, reacio a perturbar la emotiva reunión de los dos amigos? Finalmente Kanbei le pidió que se presentara.

—Creo que no es ésta la primera vez que nos vemos, mi señor. También estoy al servicio del señor Hideyoshi y os he visto desde lejos muchas veces. Son miembro de la unidad de ninja, que no se mezcla mucho con los demás samurais, por lo que quizá no me recordéis. Soy Watanabe Tenzo, sobrino de Hachisuka Hikoemon. Me alegro de conoceros.

Hanbei se dio una palmada en la rodilla.

—¡Sois Watanabe Tenzo! He oído hablar mucho de vos. Y ahora que lo decís, creo que os he visto antes una o dos veces.

—Encontré a Tenzo por accidente en la prisión del castillo de Itami —dijo Kumataro—. Había penetrado allí con el mismo propósito que yo.

—No sé si ha ocurrido completamente por azar o si ha intervenido la divina providencia —dijo Tenzo sonriente—, pero si hemos conseguido la evasión del señor Kanbei ha sido porque nos encontramos los dos allí. Si cada uno hubiera actuado por su cuenta, probablemente habríamos muerto en el intento.

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