Authors: Eiji Yoshikawa
Mitsuhide recitó en silencio estas palabras mientras desenrollaba el pergamino y revelaba la ilustración de un gran nabo, al lado del cual decía: Tener un invitado es algo que da gusto.
El nabo había sido dibujado en tinta china aparentemente sin esfuerzo, y si uno lo miraba con atención, podía percibir la fragancia de la tierra. Aquel nabo era la raíz de una sola hoja, y parecía lleno de vida. Su naturaleza campestre parecía reírse del racionalismo de Mitsuhide con una maravillosa naturalidad y despreocupación.
Siguió desenrollando el pergamino, pero no había nada más. En su mayor parte sólo era papel en blanco.
—Parece que se ha pasado toda la noche para hacer estas dos ilustraciones.
Toshimitsu también estaba impresionado por el pergamino, y se inclinó con Mitsuhide para apreciarlo. Titubeó, no quiso seguir mirándolo y le pidió a su servidor que lo enrollara.
En aquel momento, el sonido de la concha se oyó a lo lejos. Era una llamada desde el cuartel general en el templo Hoyo, y avisaba a los soldados alojados en el pueblo para que se preparasen. Cuando se oía en el terreno donde se libraba una guerra sangrienta, el sonido de la concha producía un temor indescriptible, con sus potentes y pesarosas reverberaciones. Pero oído en una mañana como aquella, el sonido era suave y casi serenamente consolador.
Mitsuhide no tardó en montar a caballo. Aquella mañana su frente, al igual que las montañas de Kai, no estaba en absoluto cubierta por nubes y no tenía ni un atisbo de sombra.
DÉCIMO AÑO DE TENSHO
1582
PRIMAVERA
Shimizu Muneharu
, gobernador del castillo de Takamatsu
Akechi Mitsuharu
, primo de Mitsuhide
Akechi Mitsutada
, primo de Mitsuhide
Fujita Dengo
, servidor de alto rango de Akechi
Amano Genemon
, servidor de alto rango de Akechi
Yomoda Masataka
, servidor de alto rango de Akechi
Manase
, médico de Kyoto
Shoha y Soshitsu
, poetas
Oda Nobutada
, hijo mayor de Nobunaga
Sotan y Soshitsu
, mercaderes de Kyushu
Murai Nagato
, gobernador de Kyoto
Takamatsu
, castillo de Shimizu Muneharu
Sakamoto
, castillo de Akechi Mitsuharu
Tamba
, provincia del clan Akechi
Kameyama
, castillo de Akechi Mitsuhide
Templo Honno
, residencia temporal de Nobunaga en Kyoto
Templo Myokaku
, residencia temporal de Nobutada en Kyoto
Dos samurais entraron al galope por el portal en la muralla de Okayama y sus caballos alzaron una nube de polvo mientras avanzaban hacia el castillo. Nadie prestó mucha atención a los jinetes, los cuales, cuando llegaron a la entrada, anunciaron que venían de Kai con un despacho urgente del señor Nobunaga.
Hideyoshi se encontraba en la ciudadela cuando entró un servidor para anunciarle la llegada de los mensajeros.
—Que esperen en la sala de las garzas —ordenó.
Esa habitación estaba reservada para celebrar conversaciones de la naturaleza más secreta. Poco después de que hubieran entrado los dos mensajeros, apareció Hideyoshi y tomó asiento. Uñó de los hombres sacó la carta de entre los pliegues de su kimono y la depositó con ademán respetuoso ante Hideyoshi. Estaba envuelta en dos o tres hojas de papel aceitado. Hideyoshi quitó la envoltura externa y rompió el sello.
—¡Ah, hacía mucho tiempo que no veía la caligrafía de Su Señoría! —comentó.
Antes de abrir la carta se la llevó con gesto reverente a la frente, pues, al fin y al cabo, estaba escrita de puño y letra de su señor.
Cuando terminó de leer, Hideyoshi se guardó la misiva dentro del kimono y preguntó:
—¿Han logrado brillantes victorias nuestras tropas en Kai?
—El ejército de Su Señoría fue irresistible. Cuando nosotros salimos de Kai, el ejército del señor Nobunaga ya había llegado a Suwa.
—Eso es lo que cabría esperar del señor Nobunaga. Debe de haber ido en persona al combate. ¿Estaba animado?
—He oído decir a uno de los hombres que participaron en la campaña que el recorrido por las montañas fue como una salida para contemplar las flores en primavera. Parece ser que el señor Nobunaga regresará por la carretera de la costa y contemplará el monte Fuji por el camino.
Los mensajeros se retiraron. Hideyoshi se quedó donde estaba, mirando la pintura de las garzas blancas en las puertas corredizas. El pintor había aplicado pigmento amarillo a los ojos de las aves y parecía como si devolvieran la mirada al espectador.
Hideyoshi pensó que debería recurrir a Kanbei, el único a quien podía enviar en aquella misión. Llamó a un paje y le dijo:
—Kuroda Kanbei debe de encontrarse en la ciudadela exterior. Dile que venga aquí junto con Hachisuka Hikoemon.
Hideyoshi sacó la carta y volvió a leerla. En realidad no se trataba de una carta, sino de la garantía que había solicitado a Nobunaga. Hideyoshi podría haber movilizado fácilmente a sesenta mil soldados allí mismo, en Okayama. Sin embargo, no había cruzado la frontera de la provincia enemiga de Bitchu, la cual tenía que conquistar primero si quería derrotar al clan Mori. Quedaba un solo obstáculo en el camino de Hideyoshi hacia Bitchu y estaba decidido a eliminarlo, sin derramamiento de sangre si fuese posible. Ese obstáculo era el castillo principal de las siete fortalezas que formaban la línea defensiva enemiga en los límites de la provincia, el castillo de Takamatsu.
Kanbei y Hikoemon entraron en la pequeña habitación, y Hideyoshi se sintió en seguida más a gusto.
—Acaba de llegar la garantía de Su Señoría —les dijo—. Lo siento, pero voy a tener que pediros que soportéis más penalidades. Quisiera que fueseis al castillo de Takamatsu.
—¿Os importaría que lea la garantía? —le preguntó Kanbei.
Kanbei la leyó con el mismo respeto que habría mostrado si hubiera estado ante al mismo Nobunaga.
La garantía estaba dirigida al gobernador del castillo de Takamatsu, Shimizu Muneharu. Nobunaga le prometía que, si capitulaba, sería recompensado con un dominio consistente en las provincias de Bitchu y Bingo. Nobunaga seguía diciendo que había hecho un juramento ante los dioses y nada podría inducirle a retractarse de su palabra.
—Deseo que vayas con Hikoemon al castillo de Takamatsu lo antes posible —le dijo a Kanbei—. Dudo de que haya ningún problema cuando veas al general Muneharu y hables con él, pero en caso de haberlo, no creo que permanezca impasible cuando vea este sello.
Hideyoshi parecía optimista, pero los otros dos hombres eran incapaces de compartir su confianza. ¿Creía en serio que Shimizu Muneharu traicionaría a sus señores, los Mori, sólo por aquella promesa, o acaso Hideyoshi planeaba otra cosa?
***
El viaje desde Okayama hasta el castillo de Takamatsu duraba menos de un día, y los mensajeros, que iban a caballo, lo realizaron incluso antes. Al cruzar sus propias líneas del frente, miraron en dirección a las montañas Kibi y el rojo sol poniente. A partir de aquel punto, quienquiera que encontrasen sería enemigo. No había allí el ambiente primaveral que habían dejado en Okayama. Los campos y los pueblos estaban desiertos.
Un jinete galopó desde la línea del frente hasta la empalizada alrededor del castillo de Takamatsu y aguardó instrucciones. Finalmente, franquearon el paso a Kanbei y Hikoemon a través de la empalizada y los condujeron al portal del castillo. Takamatsu era un ejemplo típico de castillo construido en una llanura. El camino que conducía al portal principal discurría entre arrozales y campos. Los terraplenes y los muros exteriores se alzaban en medio de arrozales. A medida que uno subía las escaleras de piedra, las almenas y los angulosos muros de la ciudadela principal aparecían cada vez más cerca.
Una vez dentro de la ciudadela principal, los enviados vieron con claridad que aquella era la más recia de las siete fortalezas que se alzaban en la línea fronteriza. El espacio dentro del castillo era amplio, y aunque había allí estacionados más de dos mil soldados, reinaba el silencio. Muneharu había decidido resistir las oleadas del ejército enemigo tan sólo en aquel castillo.
Acompañaron a Kanbei y Hikoemon a una habitación vacía. Kanbei, sin la ayuda de su bastón, cojeaba penosamente.
—El señor Muneharu vendrá dentro de un momento —dijo el paje, el cual no parecía tener más de veinte años y, al retirarse, su actitud no fue distinta de lo que habría sido en tiempo de paz.
Entró el general y tomó asiento sin la menor presunción en su porte.
—Soy Shimizu Muneharu y tengo entendido que sois enviados del señor Hideyoshi. Bienvenidos.
Parecía tener unos cincuenta años, era modesto y vestía con sencillez. No le acompañaban servidores, y sólo un paje de once o doce años se arrodillaba detrás de él. Hasta tal punto carecía de ostentación, que de no haber sido por la espada y el paje, habría parecido un simple cacique de aldea.
Kanbei, por su parte, se mostró cortés en extremo con aquel general sin pretensiones.
—Es un placer conoceros. Soy Kuroda Kanbei.
Mientras los dos hombres se presentaban, Muneharu hizo una afable reverencia. Los enviados se regocijaron, pensando que no les sería difícil convencerle.
—Hikoemon —dijo Kanbei—, ¿quieres decirle al general Muneharu el tenor del mensaje que le envía Su Señoría?
Aunque habría sido más adecuado que el hombre de categoría superior entre los dos enviados hiciera las observaciones iniciales, Kanbei pensó que Hikoemon, mayor que él y de carácter más maduro y tranquilo, sería más eficaz en la presentación de su propuesta.
—Permitidme que os explique nuestra misión, general. El señor Hideyoshi nos ha ordenado que os hablemos con franqueza, y así es como debo hacerlo. El señor Hideyoshi quisiera evitar una batalla inútil si fuese posible. Creo que sabéis perfectamente cómo están las cosas en el oeste. Desde el punto de vista numérico, podemos movilizar fácilmente ciento cincuenta mil hombres, mientras que los Mori sólo tienen cuarenta y cinco mil, tal vez cincuenta mil como máximo. Además, los aliados de Mori, los Uesugi de Echigo, los Takeda de Kai, los monjes guerreros del monte Hiei y los Honganji, así como el shogun..., todos han sido derrotados. ¿Qué clase de justicia moral puede aducir hoy el clan Mori para luchar y convertir el occidente en tierra calcinada?
»Por otro lado —siguió diciendo Hikoemon—, el señor Nobunaga ha obtenido el favor del emperador y el amor y respeto del pueblo. La nación emerge por fin de la oscuridad de la guerra civil y saluda un nuevo amanecer. Al señor Hideyoshi le duele la idea de que muráis, vos y los buenos soldados que os sirven, quiere saber si no hay algún medio de evitar ese sacrificio y os pide que reflexionéis en vuestra postura por última vez.
Kanbei sacó la garantía de Nobunaga y una carta de Hideyoshi y habló a continuación.
—No os hablaré de las ventajas y desventajas. En cambio, quisiera mostraros algo que demuestra las intenciones de los señores Hideyoshi y Nobunaga. Ambos valoran a los buenos guerreros. Ésta es, pues, una garantía firmada que os promete las provincias de Bitchu y Bingo.
Muneharu se inclinó respetuosamente ante el documento, pero no lo cogió.
—Vuestras palabras son excesivas y este documento me concede una recompensa inmerecida —le dijo a Kanbei—. No sé qué deciros ni cuál podría ser la etiqueta apropiada. El estipendio que he recibido del clan Mori es sólo de siete mil fanegas, y sin duda no soy más que un samurai rural que se acerca a la vejez.
Muneharu no había dicho nada de su posible acuerdo. Entonces se hizo el silencio y los dos enviados permanecieron sentados, en suspenso. Al margen de lo que le dijeran, aquel hombre sólo repetiría, afablemente y con gran respeto: «Esto es más que equitativo».
Ni la experiencia de Hikoemon ni el genio de Kanbei parecían servir de nada frente a Muneharu. Sin embargo, como enviados, estaban decididos a romper el muro, e hicieron un último esfuerzo.
—Ya hemos dicho todo lo que podemos decir —añadió Kanbei—, pero si tenéis unos deseos o condiciones particulares que quisierais añadir, nos gustaría escucharlos y transmitirlos a Sus Señorías. Hablad francamente, por favor.
—¿Me pedís que os sea franco? —replicó Muneharu, casi como si estuviera hablando consigo mismo. Entonces miró a los dos hombres—: En fin, no sé si me escucharéis. Tengo la esperanza de que, llegado ya al final de mi vida, no voy a desviarme del camino recto. Ése es mi principio esencial. El clan Mori no es ni mejor ni peor que vuestro señor desde el punto de vista de la lealtad al emperador. A pesar de mi indignidad, soy un servidor del clan Mori, y aunque he llevado una vida ociosa, he recibido un estipendio del clan Mori durante muchos años. Mi clan entero ha sido favorecido por ellos, y ahora, en estos tiempos de cambio, me han ordenado que proteja la frontera. Aunque quisiera conseguir un pequeño beneficio, aceptara la amable oferta del señor Hideyoshi y me convirtiera en señor de dos provincias, no sería tan feliz como ahora. Si diera la espalda al clan de mi señor, ¿con qué cara podría enfrentarme al mundo? Como mínimo, a mi familia y a mis servidores les parecería un hipócrita redomado, y yo mismo violaría todos los preceptos que les he enseñado. —Se echó a reír y añadió—: Así pues, aunque aprecio la amabilidad que me habéis mostrado, os ruego que le digáis al señor Hideyoshi que se olvide de todo esto.
Kanbei sacudió la cabeza, como si lo lamentara profundamente, y habló rápida y claramente.
—No voy a poder persuadiros. Tenemos que irnos, Hikoemon.
Hikoemon lamentaba que hubieran fracasado, pero había temido desde el principio que sucediera aquello. Ambos habían predicho que Muneharu no se dejaría sobornar.
—El camino será peligroso durante la noche. ¿Por qué no os quedáis en el castillo y partís mañana temprano?
Muneharu insistió en que se quedaran. No era una simple formalidad por su parte, y los enviados sabían que era un ser humano realmente afable. Aunque fuese su enemigo, era un hombre honesto.
—No, el señor Hideyoshi estará esperando ansiosamente vuestra respuesta —dijo Hikoemon.