Authors: Eiji Yoshikawa
—Perdonadme.
—Siento haberte causado esta molestia. Pero ¿no dijo Genba nada más?
—Le pregunté por qué no había preferido morir en el campo de batalla, en vez de huir a las montañas y ser capturado por unos campesinos. También le pregunté por qué permanece en cautividad, esperando ser decapitado, en vez de suicidarse.
—¿Y qué te respondió?
—Me preguntó si creía que el seppuku o morir en combate son los actos de valor más grandes de un samurai, y entonces me dijo que él tenía una opinión diferente: creía que un guerrero debe hacer cuanto pueda por sobrevivir.
—¿Y qué más?
—Cuando huyó de la batalla en Yanagase, no sabía si Katsuie estaba vivo o muerto, por lo que trataba de regresar a Kitanosho para participar en la planificación de un contraataque. Sin embargo, por el camino el dolor de sus heridas se hizo insoportable y se detuvo en una granja para pedir moxa.
—Es triste..., muy triste.
—También dijo con mucha calma que había soportado la vergüenza de ser capturado vivo y encarcelado, de modo que si los guardianes se descuidaban, podría haber escapado, acecharos y quitaros la vida. De esa manera habría mitigado la cólera de Katsuie y pedirle perdón por el error que cometió al penetrar en las líneas enemigas en Shizugatake.
—Ah, qué vergüenza... —Lágrimas de compasión afloraron a los ojos de Hideyoshi—. Haber utilizado mal a un hombre, enviándole a la muerte..., ése fue el error de Katsuie. Bien, aceptaremos sus deseos y le permitiremos morir con dignidad. Ocúpate de ello, Hikoemon.
—Comprendo, mi señor. ¿Mañana, entonces?
—Cuanto antes mejor.
—¿Y el lugar?
—Uji.
—¿Habrá que exhibirlo primero?
Hideyoshi reflexionó un momento.
—Supongo que tal sería el deseo de Genba. Ejecutadlo en un campo de Uji tras haberle exhibido por la capital.
Al día siguiente Hideyoshi dio dos kimonos de seda a Hikoemon, poco antes de que éste partiera hacia Uji.
—Supongo que las ropas de Genba estarán sucias. Dale estas ropas como prendas para la muerte.
Aquel día Hikoemon cabalgó de nuevo a Uji para entrevistarse con Genba, quien estaba ahora en confinamiento solitario.
—El señor Hideyoshi ha ordenado que seáis paseado por Kyoto y luego decapitado en un campo de Uji, tal como habéis deseado —le dijo.
Genba no pareció afligido en modo alguno.
—Se lo agradezco —replicó cortésmente.
—El señor Hideyoshi también os proporciona estas ropas.
Genba miró los kimonos y dijo:
—Agradezco sinceramente la amabilidad del señor Hideyoshi, pero no creo que el blasón y el corte me convengan. Devolvédselos, por favor.
—¿No os convienen?
—Éstas son prendas que se pondría un soldado de a pie.
Para mí, el sobrino del señor Katsuie, que la gente de la capital me viera vestido así sólo deshonraría a mi difunto tío. Las ropas que llevo puede que sean harapos, pero aunque estén todavía sucias del combate, preferiría que me exhibierais vestido con ellas. No obstante, si el señor Hideyoshi me permite llevar un nuevo kimono, quisiera algo un poco más adecuado.
—Se lo pediré. ¿Cuál es vuestro deseo?
—Una chaqueta roja de amplias mangas con un diseño atrevido. Debajo un kimono de seda roja con bordado de plata. —Genba no se mordía la lengua—. No es ningún secreto que me capturaron unos campesinos, los cuales me ataron y enviaron aquí. Sufro la vergüenza de haber sido capturado vivo. Mi propósito era el de cortarle la cabeza al señor Hideyoshi, para tampoco pude conseguir eso. Cuando me lleven al lugar de la ejecución, supongo que causaré cierta excitación en la capital. Lamento llevar un mísero atuendo de seda como éste, pero si he de llevar uno mejor, quiero que sea como las vistosas ropas que llevaba en el campo de batalla, con un estandarte a la espalda. Además, y como prueba de que no siento rencor porque me aten, quisiera que me ataran delante de todo el mundo cuando suba a la carreta.
La franqueza de Genba era realmente uno de sus rasgos más simpáticos. Cuando Hikoemon contó cuáles eran los deseos de Genba a Hideyoshi, éste ordenó que le enviaran las prendas de inmediato.
Llegó el día de la ejecución de Genba. El prisionero se bañó y ató la cabellera. Entonces se puso el kimono rojo y, encima, el manto de anchas mangas con un diseño de grandes trazos. Tendió las manos para que se las ataran y subió a la carreta. Aquel año había cumplido los treinta, y era un hombre tan apuesto que todo el mundo lamentaba su muerte.
La carreta recorrió las calles de Kyoto y luego regresó a Uji, donde extendieron una piel de animal en el suelo.
—Vos mismo podéis abriros el vientre —le ofreció a Genba el verdugo.
Le tendieron una espada corta, pero Genba sólo se rió.
—No es necesario que me hagáis concesiones.
No le desataron las manos y fue decapitado.
***
El sexto mes estaba próximo a su fin.
—La construcción del castillo de Osaka debe de estar avanzada —dijo Hideyoshi—. Vamos a echar un vistazo.
Cuando llegó, los hombres encargados del proyecto le explicaron lo que habían hecho hasta entonces. Estaban llenando la marisma en Naniwa, y ya habían excavado canales a lo largo y ancho de aquella extensión. En el lugar que ocuparía la ciudad fortificada empezaban a aparecer las tiendas improvisadas de los mercaderes. Mirando en la dirección del mar, en el puerto de Sakai y la desembocadura del río Yasuji, se veían centenares de barcos que transportaban piedras, y sus velas hinchadas casi se tocaban. Hideyoshi se detuvo en el lugar donde se construiría la ciudadela principal y, mirando hacia tierra, vio los millares de peones y artesanos de todos los oficios. Aquellos hombres trabajaban día y noche por turno, de modo que la construcción no cesara nunca.
Habían reclutado peones de todos los clanes. Cuando un señor se mostraba negligente en el envío de la cuota asignada, era severamente castigado al margen de su categoría. Había una línea de mando de subcontratistas, capataces y subcapataces para cada oficio en cada puesto de trabajo. Los encargados tenían claramente definidas sus responsabilidades. Si alguien fallaba, era decapitado de inmediato. Los samurais de cada clan que servían como inspectores no aguardaban el castigo sino que cometían el seppuku sobre la marcha.
Pero la mayor preocupación que Hideyoshi tenía ahora era Ieyasu. Durante toda su vida había pensado en secreto que el hombre más formidable de la época, aparte del señor Nobunaga, era Ieyasu. Y dada su ostentosa ascensión al poder, imaginaba que sería casi imposible evitar un enfrentamiento con él.
Durante el octavo mes, ordenó a Tsuda Nobukatsu que llevara a Ieyasu el regalo de una famosa espada obra de Fudo Kuniyuki.
—Dile al señor Ieyasu que me satisfizo enormemente la famosa e incomparable pieza de cerámica que me ofreció cuando le envié a Ishikawa Kazumasa.
Hacia comienzos de mes, Nobukatsu partió hacia Hamamatsu y regresó alrededor del día diez.
—La hospitalidad del clan Tokugawa ha sido tal que casi me sentía incómodo —informó—. Me han colmado de atenciones.
—¿Parecía el señor Ieyasu gozar de buena salud?
—Sí, parecía estar perfectamente.
—¿Y qué me dices de la disciplina de sus servidores?
—Tenían una cualidad que no se ve en otros clanes... Daban la impresión de ser indomables.
—Tengo entendido que emplea también a gran número de recién llegados.
—Muchos de ellos parecen ser antiguos servidores de los Takeda.
Durante esta conversación con Nobukatsu, Hideyoshi reparó de repente en el contraste entre su propia edad y la de Ieyasu. Ciertamente era mayor que este último. Ieyasu tenía cuarenta y un años y él cuarenta y seis..., una diferencia de cinco años. Pero Ieyasu, que era más joven, le hacía reflexionar mucho más de lo que le hiciera Shibata Katsuie, varios años mayor que él.
No obstante, todo esto permanecía oculto en su corazón. Exteriormente no había la menor señal de que, poco después de las hostilidades con los Shibata, previese una batalla más. Y esto es tanto como decir que la relación entre los dos hombres parecía ser totalmente satisfactoria. El décimo mes Hideyoshi solicitó al emperador que concediera a Ieyasu un grado cortesano superior.
***
El señor Samboshi, que vivía en Azuchi, sólo tenía cuatro años. Varios señores provinciales acudieron a felicitarle en el Año Nuevo, presentarle sus respetos y rogar por el mantenimiento de su salud.
—Perdonadme, señor Shonyu...
—Vaya, señor Gamo, qué casualidad.
Los dos hombres se habían encontrado imprevistamente ante el gran salón de la ciudadela principal. Uno de ellos era Ikeda Shonyu, el cual había sido trasladado desde Osaka al castillo de Ogaki a fin de hacer sitio para Hideyoshi. El otro era Gamo Ujisato.
—Cada vez que os veo parecéis más saludable —comentó Gamo—. Eso es lo mejor que uno puede desear.
—No creáis, mi salud corre pareja con los años, pero en fin, hemos estado ocupados. Llevo varias noches sin poder dormir, ni siquiera en Ogaki.
—Tenéis la carga adicional de hallaros al frente de la construcción del castillo de Osaka, señor Shonyu.
—Esa clase de trabajo es apropiada para hombres como Matsuda e Ishida, pero no para los militares como nosotros.
—No estoy de acuerdo. El señor Hideyoshi no le encargaría a un hombre una tarea para la que no está capacitado. Podéis estar seguro de que tiene necesidad de vos en alguna parte entre los oficiales.
—Me irrita de veras que veáis en mí esa clase de recurso —replicó Shonyu, riendo—. Por cierto, ¿qué tal vuestra salutación de Año Nuevo al joven señor?
—Acabo de salir.
—También yo me iba, por lo que es un buen momento, y hay un asunto particular del que me gustaría mucho hablaros.
—A decir verdad, nada más veros supe que también hay un asunto sobre el que me gustaría consultaros.
—Debemos de haber tenido los mismos pensamientos. ¿Dónde hablamos?
Shonyu le indicó una pequeña habitación a un lado del gran corredor.
Los dos hombres tomaron asiento en la habitación vacía. No había brasero, pero el sol de Año Nuevo que se filtraba a través de las puertas de papel correderas era cálido.
—¿Habéis oído los rumores? —preguntó Shonyu.
—Así es. Dicen que han matado al señor Nobuo, y parece ser verdad.
Shonyu frunció el ceño y suspiró. Parecía muy inquieto.
—Estamos viendo ya los signos de que este año habrá alguna clase de disturbio, cuya importancia dependerá de quiénes sean los antagonistas, pero los recientes presagios son turbadores. Sois más joven que yo, señor Gamo, pero me parece que tenéis mejor juicio. ¿No se os ocurrirá una buena idea antes de que suceda algo lamentable?
Gamo le respondió con otra pregunta.
—¿De dónde pueden proceder esos rumores?
—Eso no os lo puedo decir, pero donde hay humo hay fuego.
—¿Creéis que hay algo que desconocemos?
—No, en absoluto, pero el orden de los hechos es erróneo.
Para empezar, el señor Nobuo fue al castillo de Takaradera para visitar al señor Hideyoshi el mes undécimo del año pasado. Dicen que el señor Hideyoshi en persona se hizo cargo de la recepción y dio las gracias al señor Nobuo por haber sojuzgado a Ise. Su hospitalidad fue tan grande que el señor Nobuo se quedó allí cuatro días.
—¿Tanto?
—Los servidores del señor Nobuo habían esperado que abandonara el castillo al día siguiente, pero al segundo día no había noticias de él, ni tampoco el tercero, ni siquiera el cuarto. En fin, parece ser que imaginaron lo peor e incluso los sirvientes que estaban en el exterior del castillo empezaron a farfullar una serie de suposiciones temerarias.
—De modo que es eso —le interrumpió Gamo, riendo—. Cuando uno pone al descubierto las raíces de esas historias, resulta que en su mayor parte son invenciones, ¿no es cierto?
Pero el aspecto de preocupación de Shonyu no desaparecía, y se apresuró a añadir:
—Entonces hubo más comentarios públicos sobre el asunto y varios rumores competían entre ellos e iban y venían entre Ise, Nagashima, Osaka y la capital. Según el primero de esos rumores, el origen del falso informe de la muerte de Nobuo no procedía de los ayudantes del señor Nobuo sino de los servidores de Hideyoshi, cosa que niegan los hombres del castillo de Takaradera y aseguran que el rumor surgió de las sospechas y el espíritu oscuro de los servidores del señor Nobuo. Mientras que cada lado denuncia ruidosamente al otro, el rumor del asesinato del señor Nobuo se extiende como el viento.
—¿Lo cree la gente?
—Es difícil sondear la mente del hombre corriente, pero tras haber sido testigo del fin del señor Nobutaka inmediatamente después de la caída de los Shibata, es verdad que cierto número de parientes y servidores del señor Nobuo pueden haber tenido pesadillas y se han preguntado a quién le tocaría el turno.
Entonces Gamo habló francamente de sus propios temores. Se aproximó más al lugar donde Shonyu estaba arrodillado y le dijo:
—Debería existir un firme entendimiento entre Hideyoshi y Nobuo al margen de la clase de rumores que corran por ahí. Pero también es posible que haya entre ellos una considerable discordia.
Gamo miró con fijeza a Shonyu, el cual asintió vigorosamente.
—Fijaos en la situación desde la muerte del señor Nobunaga —dijo Gamo—. La mayoría de la gente cree que cuando volvió la paz el señor Hideyoshi debió de entregar toda la autoridad al heredero de su antiguo señor. Pero al margen de cualquier razonamiento, está claro que el señor Samboshi es demasiado joven y que el sucesor debería ser el señor Nobuo. Si Hideyoshi no se somete al señor Nobuo, será acusado de deslealtad y de olvidar los muchos favores que le concedió el clan Oda.
—Todo esto es un poco desagradable, ¿verdad? Las intenciones de Nobuo son transparentes y, sin embargo, no parece comprender que lo que está a punto de suceder es precisamente lo contrario de lo que a él le gustaría.
—Pero ¿creéis realmente posible que tenga unos pensamientos tan optimistas?
—Es posible. Al fin y al cabo, ¿qué clase de cálculos puede realizar la mente de un necio mimado?
—Es cierto que tales rumores se extienden por Osaka y que van a aumentar los malentendidos.
—Es una situación violenta, desde luego —dijo Shonyu, suspirando.
Como generales de Hideyoshi, Shonyu y Gamo estaban unidos a él con el vínculo absoluto que existía entre señor y servidor. Pero también estaban unidos por una serie de condiciones que ahora tal vez no se podrían resolver con tanta facilidad.