Taiko (175 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Ya se habían hecho los preparativos en el pabellón. La esposa de Inuchiyo entró rápidamente y sirvió a Hideyoshi un cuenco de té.

—Bien, mi señora —dijo Hideyoshi mientras bebía, mirándola como si estuviera a punto de pedirle consejo—. Os he causado muchas molestias, pero ahora, además, quisiera que me prestarais a vuestro marido algún tiempo.

La esposa de Inuchiyo se rió alegremente.

—¿Prestaros a mi marido? Hace largo tiempo que no usabais esa frase.

Hideyoshi e Inuchiyo se echaron a reír.

—¿Oyes eso, Inuchiyo? —dijo Hideyoshi—. Parece que las mujeres no olvidan fácilmente los viejos motivos de rencor. Todavía recuerda cómo te tomaba «prestado» para ir a beber. —Devolvió el cuenco de té y se rió de nuevo—. Pero hoy es un poco distinto del pasado, y si mi señora no se muestra en desacuerdo, estoy seguro de que vuestro marido tampoco. Me gustaría mucho que viniera conmigo a Kitanosho. Vuestro hijo podría quedarse aquí para cuidar de vos.

Al ver que, entre la charla y las risas, la cuestión ya estaba resuelta, Hideyoshi se apresuró a tomar personalmente la decisión.

—Así pues, quisiera que vuestro hijo se quede aquí y vuestro marido cabalgue conmigo. La habilidad de Inuchiyo en el combate no tiene igual. Entonces, el día feliz en que regresemos de la campaña, quisiera detenerme de nuevo aquí y abusar de vuestra amabilidad durante unos pocos días. Partiremos mañana por la mañana. Hoy ya voy a retirarme.

La familia entera le acompañó a la salida de la cocina. Por el camino, la esposa de Inuchiyo le dijo:

—Señor Hideyoshi, habéis dicho que Toshinaga debe quedarse aquí para cuidar de su madre, pero no creo que todavía sea tan vieja o que esté tan sola. Habrá suficientes guerreros para proteger el castillo y no hay que inquietarse por su defensa.

Inuchiyo era de la misma opinión. Mientras avanzaban apresuradamente hacia la entrada, Hideyoshi y la familia Maeda determinaron la hora de la salida al día siguiente y resolvieron otros detalles.

—Aguardaré la próxima vez que vengáis aquí —le dijo la esposa de Inuchiyo al despedirse a la entrada de la cocina.

Su marido e hijo acompañaron a Hideyoshi hasta el portal principal del castillo.

La misma noche en que Hideyoshi se despidió de la familia Maeda y regresó a su campamento, trajeron a dos prisioneros, hombres muy importantes del bando de Shibata. Uno de ellos era Sakuma Genba y el otro el hijo adoptivo de Katsuie, Katsutoshi. Ambos habían sido capturados cuando huían a través de las montañas hacia Kitanosho. Genba estaba herido. Con el calor del verano, la herida se había infectado y pronto empezó a enconarse. El tratamiento de emergencia utilizado con frecuencia por los guerreros era la combustión con moxa, y Genba había hecho un alto en una granja de las montañas para pedir el remedio y aplicarlo alrededor de los labios de la herida.

Mientras Genba estaba atareado aplicando la moxa, los granjeros celebraron un cónclave secreto en el que decidieron que probablemente recibirían una buena recompensa si entregaban aquellos dos hombres a Hideyoshi. Aquella noche rodearon la choza donde dormían Katsutoshi y Genba, los ataron como cerdos y los llevaron al campamento de Hideyoshi.

Cuando Hideyoshi se enteró de lo que habían hecho, no pareció muy contento. Contrariamente a las expectativas de los granjeros, los castigó con severidad.

Al día siguiente, acompañado por Inuchiyo y su hijo, espoleó a su caballo hacia el castillo de Katsuie en Kitanosho. Por la tarde, las tropas de Hideyoshi llenaban la capital de Echizen.

A lo largo del camino, los clanes de Tokuyama y Fuwa habían visto ya lo que flotaba en el aire, y muchos hombres se habían rendido a la entrada del campamento de Hideyoshi.

Hideyoshi acampó en el monte Ashiba y rodeó de tal manera el castillo de Kitanosho que no podría haberse filtrado una sola gota de agua a través de sus muros. Completado este cerco, la unidad de Kyutaro recibió la orden de atravesar una sección de la empalizada. Entonces acercaron a Genba y Katsutoshi a los muros del castillo.

Tocando el tambor de ataque, los soldados se dirigieron a gritos a Katsuie, el cual estaba dentro del castillo.

—¡Si queréis hablar por última vez a vuestro hijo adoptivo y Genba, será mejor que salgáis para hablarles ahora!

Repitieron el mensaje dos o tres veces, pero el castillo permaneció en silencio. Katsuie no apareció, y quizá pensaba que le resultaría insoportable ver a los dos hombres. Naturalmente, la estrategia de Hideyoshi consistía en destruir la moral de los habitantes del castillo.

Durante la noche habían llegado rezagados del ejército de Katsuie, y ahora el castillo albergaba unas tres mil almas, incluidos los no combatientes.

Además, el enemigo había prendido vivos a Genba y Katsutoshi, y ni siquiera Katsuie podía dejar de pensar que había llegado su fin. Los redobles de los tambores enemigos no cesaban. Al anochecer, todas las empalizadas circundantes habían sido abiertas y las fuerzas de Hideyoshi ocupaban la zona a treinta o cuarenta varas de los muros del castillo.

Sin embargo, en el interior del castillo la situación seguía siendo apacible. Al cabo de algún tiempo cesaron los redobles de tambor. Se aproximaba la noche, y unos generales que parecían enviados entraban y salían del castillo. Tal vez se estaba preparando un intento de salvar la vida de Katsuie, o quizá los generales eran enviados que acudían a pedir la capitulación. Tales rumores se extendían, pero la atmósfera en el interior del castillo no parecía corroborar esas teorías.

La ciudadela principal, que desde el comienzo de la noche había estado envuelta en una oscuridad total, se iluminó alegremente con las luces de múltiples faroles. También se iluminaron el recinto norte y la ciudadela occidental. Incluso a intervalos brillaban las lámparas en el torreón, donde vigilaban los soldados desesperados, en espera de la lucha.

Las tropas atacantes se preguntaban que ocurría, pero el misterio no tardó en resolverse. Ahora podían oír el redoble de los tambores junto con el sonido fluido de las flautas, y les llegaban las canciones populares con el acento de las provincias del norte.

—Los habitantes del castillo saben que ésta es su última noche y probablemente están celebrando un banquete de despedida. Qué triste.

Las tropas atacantes que estaban fuera del castillo simpatizaban con sus moradores. Tanto éstos como los que estaban fuera habían sido soldados bajo el mando de los Oda, y no había uno solo de ellos que no conociera el pasado de Katsuie. Tan sólo por ese motivo la situación era profundamente emotiva.

Un último banquete tenía lugar en el castillo de Kitanosho. Asistían más de ochenta personas, es decir, todo el clan y sus servidores de alto rango. La esposa de Katsuie y sus hijas se sentaban bajo las brillantes lámparas en medio del grupo mientras el ejército enemigo esperaba en el exterior, a corta distancia.

—¡Ni siquiera nos reunimos así para celebrar el primer día del nuevo año! —comentó alguien, y toda la familia se echó a reír—. Al amanecer comenzará el primer día de nuestra vida en el otro mundo. Esta noche será nuestra víspera de Año Nuevo en este mundo.

Los numerosos farolillos y la multitud de voces risueñas daban la impresión de que la fiesta no se diferenciaba de un banquete ordinario. Solamente la presencia de guerreros armados hacía que flotara una nube sombría en el salón.

El maquillaje y el atuendo de Oichi y sus tres hijas prestaba un aire increíblemente fresco e incluso elegante a la reunión. La hermana más pequeña sólo tenía diez años, y cuando vieron a la niña que se divertía entre las bandejas de comida y la gente ruidosa, engullendo la comida y bromeando con sus hermanas mayores, incluso los viejos guerreros a quienes no impresionaba su propia muerte inminente tenían que mirar en otra dirección.

Katsuie había bebido demasiado. Una y otra vez, cuando ofrecía una taza a alguien, revelaba su soledad al expresar el deseo de que Genba estuviera allí. Cuando oyó que alguien expresaba disgusto por el fracaso de Genba, Katsuie protestó:

—Dejad de culpar a Genba. Este desastre se debe únicamente a mis errores. Cuando os oigo culpar a Genba, me siento peor que si me atacaran.

Se ocupaba personalmente de servir a todos y distribuyó el mejor sake del almacén entre los guerreros de servicio en las torres. Con el sake les transmitió este mensaje: «Despedíos a vuestra satisfacción. Recitar poemas sería muy oportuno».

Se oían canciones procedentes de las torres, y voces rientes llenaban la estancia. Los tambores tocaban delante de Katsuie y los abanicos plateados de los danzarines trazaban líneas elegantes en el aire.

—Hace mucho tiempo, el señor Nobunaga se levantaba para bailar a la menor provocación e intentaba obligarme a hacer lo mismo, pero siempre me avergonzaba mi torpeza —recordó Katsuie—. ¡Qué penoso! Debería haber aprendido por lo menos una danza para esta noche.

En el fondo de su corazón debía de haber añorado realmente a su antiguo señor. Y había algo más. Aunque un simple soldado con cara de mono le había llevado a aquella situación desesperada, era cierto que confiaba secretamente en que por lo menos su muerte sería gloriosa.

Sólo tenía cincuenta y tres años. Como general, debería tener su futuro por delante, pero ahora su única esperanza era una muerte noble.

El sake circulaba, los hombres consumían taza tras taza y en el transcurso de la noche se vaciaron numerosos barriles. Entonaban canciones con el acompañamiento de tambores y se sucedían las danzas con abanicos plateados, los gritos alegres y las voces rientes, pero nada de lo que hacían podía disipar por completo la atmósfera de pesar.

De vez en cuando, un silencio glacial y el humo negro que vertían en la noche las lámparas de llama vacilante exponían en las caras de los ochenta hombres bebidos un color pálido que no tenía nada que ver con el sake. Las lámparas mostraban que era medianoche, pero el banquete continuaba. Las hijas de Oichi se apoyaron en su regazo y empezaron a dormir. Al parecer, el banquete se había vuelto demasiado aburrido para ellas.

En algún momento la hija más pequeña había utilizado el regazo materno como almohada y ahora dormía apaciblemente. Mientras Oichi acariciaba el cabello de su hija, se esforzaba por contener las lágrimas. La hija mediana también empezó a amodorrarse. Sólo la mayor, Chacha, parecía comprender lo que pensaba su madre. Sabía cuál era el motivo del banquete nocturno y, no obstante, se las arreglaba para parecer serena.

Las niñas eran hermosas y las tres se parecían a su madre, pero Chacha estaba especialmente dotada con el porte aristocrático propio de los Oda. La combinación de su juventud y su belleza natural sólo podía entristecer al espectador.

—Es tan inocente —dijo Katsuie de repente, mirando el rostro dormido de la niña más pequeña. Entonces habló con la señora Oichi sobre el destino de las niñas—. Tu categoría es la de hermana del señor Nobunaga y todavía no ha transcurrido un año desde que te convertiste en mi esposa. Sería mejor que cogieras a las niñas y salieras del castillo antes del amanecer. Haré que Tominaga os acompañe al campamento de Hideyoshi. —Oichi le respondió con lágrimas en los ojos.

—¡No! —exclamó en voz trémula—. Cuando una mujer entra a formar parte de la familia de un guerrero, está resuelta a aceptar su propio karma. Decirme que abandone ahora el castillo es demasiado frío, y es impensable que vaya a implorar al campamento de Hideyoshi, pidiéndole que me perdone la vida.

Miraba a Katsuie, sacudiendo la cabeza detrás de la manga alzada, pero él lo intentó de nuevo.

—No, no. Es un placer pensar que me eres tan fiel cuando nuestra relación es aún tan reciente, pero las tres niñas son hijas del señor Asai. Más aun, Hideyoshi no será cruel con la hermana del señor Nobunaga y sus hijas. Así pues, debes marcharte, y hacerlo en seguida. Ve a prepararte.

Katsuie llamó a uno de sus servidores y le dio instrucciones. Pero Oichi sacudía la cabeza y se negaba a moverse.

—Pero aunque estéis tan decidida —le dijo finalmente el servidor—, ¿pueden abandonar el castillo estas niñas inocentes por lo menos, como desea mi señor?

Oichi pareció estar de acuerdo. Despertó a la menor, que dormía en su regazo, y dijo a las tres que iban a enviarlas fuera del castillo.

Chacha se aferró a su madre.

—No quiero ir, no quiero ir. ¡Quiero quedarme contigo, madre!

Katsuie le habló y su madre intentó persuadirla, pero no podían detener sus lágrimas de desesperación. Finalmente se la llevaron y la obligaron a salir del castillo contra su voluntad. Los sollozos de las tres niñas eran audibles mientras se alejaban. Ya estaba cerca la cuarta guardia de la noche y la triste fiesta había terminado. Los guerreros se apresuraron a atarse de nuevo las correas de cuero de sus armaduras, empuñaron sus armas y empezaron a dispersarse hacia sus puestos finales, aquellos que serían los lugares de su muerte.

Katsuie, su esposa y los demás miembros del clan pasaron juntos al interior de la ciudadela principal.

Oichi pidió que le trajeran un pequeño escritorio y empezó a moler la tinta para escribir su poema de muerte. Katsuie también dejó un poema.

Mientras que la noche era la misma en todas partes, no era igual para todo el mundo. El alba era totalmente distinta para los vencedores y los vencidos.

—Aseguraos de que hemos tomado las murallas circundantes cuando el cielo se vuelva blanco —ordenó Hideyoshi, y entonces esperó pacientemente a que amaneciera.

La ciudad también estaba relativamente en calma. Dos o tres lugares eran pasto de las llamas, incendios que no se debían a los soldados de Hideyoshi, sino que con toda probabilidad habían sido causados accidentalmente por los confusos habitantes del pueblo, y, puesto que servían como hogueras que iluminarían los ataques por sorpresa de los soldados del castillo, se les dejó arder toda la noche.

Varios generales habían entrado y salido del aposento de Hideyoshi desde el crepúsculo hasta medianoche, y por ello se comentaba que, o bien estaban preparando un movimiento para salvar la vida de Katsuie, o bien el castillo no tardaría en capitular. Sin embargo, incluso después de medianoche, no se produjo cambio alguno en la estrategia original de la batalla.

La rápida actividad en todos los campamentos significaba que el amanecer estaba próximo y pronto sonaría la caracola. Los redobles de tambor empezaron a hendir la niebla y reverberaron con estrépito en todo el campamento.

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