Authors: Eiji Yoshikawa
El asalto dio comienzo precisamente a la hora del tigre, tal como se había planeado, con una andanada disparada por las tropas que estaban frente al castillo.
La reverberación de los estampidos en la niebla producía una sensación de misterio, pero de repente cesaron tanto los disparos como los gritos de guerra de la vanguardia.
En aquel momento, un jinete solitario se abrió paso entre la niebla, fustigando a su caballo desde la posición de Kyutaro hacia el escabel de campaña de Hideyoshi. Detrás de él corría un solo samurai enemigo y tres muchachas.
—¡No disparéis! ¡Detened el ataque! —gritaba el jinete.
Las fugitivas eran, por supuesto, las sobrinas de Nobunaga. Los soldados, que ignoraban quiénes eran, contemplaron las seis anchas y elegantes mangas que se deslizaban entre la niebla. La hermana mayor sujetaba la mano de la mediana y ésta, a su vez, cogía la de la pequeña. Avanzaban de puntillas por el camino pedregoso. Se consideraba como la etiqueta apropiada de los fugitivos que se protegieran muy poco los pies, y las princesitas no eran ninguna excepción y caminaban sin más que unos gruesos calcetines de seda.
La más pequeña se detuvo y dijo que quería regresar al castillo. El samurai que las había acompañado desde el castillo la tranquilizó cargándosela a la espalda.
—¿Adonde vamos? —preguntó la chiquilla, estremecida.
—Vamos a reunimos con un hombre simpático —respondió Shinroku.
—¡No! ¡No quiero ir! —gritó ella.
Sus hermanas mayores hicieron lo posible por tranquilizarla.
—Nuestra madre vendrá más tarde. ¿No es cierto, Shinroku?
—Sí, claro que sí.
Charlando de esta guisa, por fin llegaron al pinar donde Hideyoshi había instalado su campamento.
Hideyoshi salió del cercado con cortinas y se quedó bajo un pino, viéndolas acercarse. Entonces fue a su encuentro.
—Todas tienen el parecido familiar —dijo cuando estuvo cerca.
¿Evocaba la figura de Nobunaga o la de Oichi? Fuera cual fuese, estaba del todo encantado y sólo podía musitar que eran buenas niñas. Una elegante borla colgaba de la manga color ciruela de Chacha. Una faja roja resaltaba contra la manga de la hermana mediana, bordada con un audaz diseño. La niña más pequeña iba vestida con no menos elegancia que sus hermanas. Cada una tenía una pequeña bolsa perfumada con palo de áloe y una campanilla dorada.
—¿Qué edad tenéis? —les preguntó Hideyoshi.
Ninguna de las tres le respondió, y sus labios se volvieron tan blancos que parecía como si estuvieran a punto de echarse a llorar.
Hideyoshi, tras reírse un poco, se dirigió a ellas sonriendo.
—No tenéis nada que temer, mis pequeñas princesas. A partir de ahora podéis jugar conmigo.
Al decir esto último se señaló la nariz. La hermana mediana se rió un poco, quizá porque era la única a quien Hideyoshi le recordaba un mono.
Pero de repente los disparos y los gritos de guerra estremecieron la zona incluso con más fuerza que antes y abarcaron todo el perímetro del castillo. Había empezado a salir el sol.
Las princesitas vieron el humo que se alzaba de las murallas del castillo y empezaron a gritar y llorar llenas de confusión.
Los dos fosos a lo largo de los muros exteriores, que recibían las aguas del río Kuzuryu, no permitían a las tropas atacantes una fácil aproximación.
Sin embargo, cuando por fin pudieron cruzar el foso exterior, los soldados del castillo habían prendido fuego al puente en el portal principal. Las llamas saltaron a la torre por encima del portal y se extendieron a la zona de los cuarteles. La resistencia de los defensores era más denodada de lo que habían previsto los atacantes.
A mediodía cayó la parte externa del castillo. Los atacantes fluían a la ciudadela principal desde todos los portales.
Katsuie y sus vasallos de alto rango habían ido al torreón, donde resistirían hasta el final. El imponente torreón era un edificio de nueve plantas con puertas de hierro y columnas de piedra.
Al cabo de dos horas de lucha en el torreón, los soldados atacantes habían sufrido muchas más bajas que durante toda la mañana. El patio y la torre eran un mar de llamas. Hideyoshi ordenó una retirada temporal. Tal vez porque veía que su avance era escaso, retiró a todos los cuerpos de ejército.
Durante ese tiempo seleccionó a varios centenares de valientes guerreros. Ninguno llevaría armas de fuego, sino sólo espadas y lanzas.
—¡Ahora vamos a conseguirlo! ¡Abríos camino en la torre!
El cuerpo de lanceros especialmente seleccionado envolvió de inmediato la torre como un enjambre de avispas y pronto lograron penetrar.
Humo negro como el azabache surgió de la tercera planta, luego de la cuarta y a continuación de la quinta.
—¡Bien! —exclamó Hideyoshi cuando un enorme paraguas de llamas brotó de los aleros multifacetados de la torre.
Ese instante señaló el final de Katsuie. Éste y los ochenta miembros de su casa resistieron a los atacantes en las plantas tercera y cuarta del torreón y lucharon hasta el mismo final, resbalando en la sangre derramada. Pero entonces le llamaron tres miembros de su familia.
—¡Preparaos en seguida, mi señor!
Katsuie subió corriendo a la quinta planta, donde se reunió con la señora Oichi. Tras ser testigo de la muerte de ésta, Shibata Katsuie puso fin a su vida abriéndose el abdomen.
Era la hora del mono, El torreón ardió durante toda la noche. Los magníficos edificios que se habían alzado en las orillas del río Kuzuryu desde los tiempos de Nobunaga ardieron como una pira fúnebre de innumerable sueños pasados y un millar de almas. Sin embargo, no se encontraron entre las cenizas restos que pudieran atribuirse a Katsuie.
Dijeron que había colocado hierba seca en el torreón con un cuidado minucioso, de modo que su cuerpo ardiera completamente, y por esa razón no fue posible ofrecer la cabeza de Katsuie como prueba de su muerte. Durante cierto tiempo algunos sostuvieron que Katsuie había escapado, pero Hideyoshi reaccionó con una indiferencia casi completa a tales rumores. Al día siguiente ya se había puesto camino de Kaga.
***
El castillo de Oyama en Kaga había sido hasta el día anterior el cuartel general de Sakuma Genba. Cuando llegó la noticia de la caída de Kitanosho, los habitantes de la zona comprendieron el cariz que habían tomado las cosas y se rindieron a Hideyoshi. Éste entró en el castillo de Oyama sin lucha. Pero cuantas más batallas ganaban sus ejércitos, tanto más les advertía él sobre la gravedad de la situación y les prevenía contra la relajación de la disciplina militar. Su propósito era el de intimidar de una vez por todas a los excelentes guerreros de Shibata y sus aliados.
Sassa Narimasa, perteneciente al castillo de Toyama, era uno de esos guerreros. Era un firme defensor de los Shibata y despreciaba por completo a Hideyoshi. Desde el punto de vista del linaje, Sassa estaba muy por encima de Hideyoshi. Durante la campaña del norte, había sido el segundo en el mando después de Katsuie, y en la campaña contra Hideyoshi su señor le pidió que no interviniera, no sólo con el fin de contener al clan Uesugi, sino también para ocuparse de los asuntos internos en el norte.
«Sassa está aquí.» Ésa era la postura que adoptaba al mirar furibunda desde el castillo, firme en su custodia de las provincias del norte. Aun cuando Katsuie ya hubiera perecido y Kitanosho caído, existía una posibilidad de que, dada su ferocidad natural y el manifiesto desagrado que sentía por Hideyoshi, Sassa hiciera un esfuerzo desesperado para sustituir a Katsuie y prolongar la guerra por todos los medios posibles. Y ciertamente pensaba hacer tal cosa, combinando sus tropas frescas con las restantes de Shibata.
Hideyoshi no se le enfrentó expresamente. El mismo volumen de su ejército era una demostración de su poder, y decidió dejar que la presencia de sus soldados persuadiera a Sassa de que debía reconsiderar su posición. Entretanto abordó al clan Uesugi con una invitación para formar una alianza. Uesugi Kagekatsu envió a un servidor para que felicitara a Hideyoshi por su victoria y respondiera afirmativamente a su oferta.
Habida cuenta de la relación en apariencia amistosa entre Hideyoshi y el clan Uesugi, a Sassa Narimasa le resultaba imposible planear una batalla de resistencia. Así pues, disimuló sus intenciones y finalmente declaró su sumisión a Hideyoshi. Entonces casó a su hija con el segundo hijo de Inuchiyo, Toshimasa, y se instaló aliviado en su propia provincia. De esta manera la zona al norte de Kitanosho quedó pacificada sin que apenas hubiera sido necesario luchar.
Tras haber asegurado el norte, el ejército victorioso de Hideyoshi regresó al castillo de Nagahama el día del Festival de los Muchachos, el cinco del quinto mes.
En Nagahama Hideyoshi escuchó los informes de la situación en Gifu. Después de Kitanosho, el castillo de Gifu era el principal origen de los ataques contra Hideyoshi, pero tras la gran derrota de los Shibata el espíritu marcial de Nobutaka y sus soldados se había achicado notablemente. Para empeorar las cosas, el castillo de Nagahama cobijaba a muchos servidores de Gifu que habían abandonado a Nobutaka para pasarse al bando de Hideyoshi. Al final la situación había llegado a ser tan extrema que sólo veintisiete hombres permanecían con Nobutaka.
Debido a que Nobutaka había confiado especialmente en los Shibata, para él su destrucción era afín a cortar las raíces de una planta. Todos sus hombres, excepto sus favoritos, le abandonaron. Nobuo reunió a sus fuerzas y rodeó el castillo de Nobutaka. Envió un mensaje diciendo que su hermano debería ir a Owari.
Nobutaka abandonó el castillo de Gifu, abordó un barco y desembarcó en Utsumi, localidad de Owari. Uno de los ayudantes de Nobuo se presentó ante Nobutaka con la orden de que se hiciera el seppuku, y, pensando que había llegado su hora, escribió serenamente sus últimas palabras y se quitó la vida. Así fue su propio hermano el causante de la muerte de Nobutaka, pero el hombre que estaba detrás de su muerte era Hideyoshi. Ni que decir tiene, Hideyoshi era reacio a atacar con su propio ejército a Nobutaka, tan íntimamente relacionado con Nobunaga, y por eso recurrió a Nobuo.
En cualquier caso, no podemos dudar de la mediocridad de Nobuo y Nobutaka. Si se hubieran entendido como hermanos, o si cualquiera de ellos se hubiera distinguido por su valentía y hubiese sido capaz de percibir la corriente de los tiempos, no habrían experimentado al final semejante derrumbe. Comparado con Nobuo, que mostraba una estupidez bonachona, Nobutaka era un poco más valeroso. Pero en el fondo no era mucho más que un farolero incompetente.
Aquel séptimo día Hideyoshi partió hacia Azuchi, y el día once se detuvo en el castillo de Sakamoto. Takigawa Kazumasu también se rindió en Ise. Hideyoshi le concedió una provincia en Omi que rentaba cinco mil fanegas. No osó interrogar a Kazumasu acerca de sus pasados delitos.
ONCEAVO AÑO DE TENSHO
1583
Gamo Ujisato
, servidor de alto rango de Oda
Nakagawa Kanemon
, comandante del castillo de Inuyama
Ikeda Yukisuke
, hijo de Shonyu
Bito Jinemon
, servidor de Hideyoshi
Mori Nagayoshi
, cuñado de Ikeda Shonyu
Sakai Tadatsugu
, servidor de alto rango de Tokugawa
Honda Heihachiro
, servidor de alto rango de Tokugawa
Ii Hyobu
, servidor de alto rango de Tokugawa
Miyoshi Hidetsugu
, sobrino de Hideyoshi
Oda Nobuteru
, tío de Nobuo
Ise
, provincia de Oda Nobuo
Nagashima
, castillo principal de Oda Nobuo
Ogaki
, castillo de Ikeda Shonyu
Monte Komaki
, posición fortificada mantenida por Ieyasu
Gakuden
, campamento principal de Hideyoshi
Okazaki
, castillo de Tokugawa Ieyasu
Osaka
, nuevo castillo de Hideyoshi
Tan sólo en un año Hideyoshi había llegado con tal rapidez a una posición tan elevada que incluso él estaba sorprendido. Había derrotado a los Akechi y los Shibata, Takigawa y Sassa se arrodillaban ante él, gozaba de la confianza de Niwa e Inuchiyo había demostrado que era leal a su antigua amistad.
Ahora Hideyoshi controlaba casi todas las provincias que Nobunaga había conquistado. Incluso su relación con provincias situadas fuera de la esfera de influencia de Nobunaga había sufrido un cambio completo. Los Mori, que durante dos años se resistieron obstinadamente a los planes de hegemonía de Nobunaga, habían firmado un tratado de alianza y enviado rehenes.
Sin embargo, había un hombre que seguía siendo una incógnita: Tokugawa Ieyasu. No se producía ninguna comunicación entre ellos desde hacía algún tiempo. Permanecían en silencio, como malos jugadores de ajedrez cada uno de los cuales esperase que su adversario hiciera una buena jugada.
Finalmente una iniciativa diplomática de Ieyasu rompió el silencio, poco después del regreso de Hideyoshi a Kyoto el día veintiuno del quinto mes. El general más veterano de Ieyasu, Ishikawa Kazumasa, visitó a Hideyoshi en el castillo de Takaradera.
—He venido para transmitiros las felicitaciones del señor Ieyasu. Vuestra gran victoria ha traído la paz a la nación.
Con este anuncio solemne, Kazumasa ofreció a Hideyoshi un valioso recipiente antiguo de té llamado
hatsuhana
.
Hideyoshi se había convertido en un incondicional de la ceremonia del té, y le encantó recibir el precioso regalo, pero también era evidente que le satisfacía incluso más haber recibido semejante muestra de cortesía de Ieyasu. Kazumasa tenía la intención de regresar a Hamamatsu aquel mismo día, pero Hideyoshi le retuvo.
—No tenéis que apresuraros —le dijo—. Quedaos dos o tres días. Le diré al señor Ieyasu que he insistido, en especial porque mañana tenemos una pequeña celebración familiar.
Lo que Hideyoshi llamaba «una pequeña celebración familiar» era el banquete para celebrar su investidura con un nuevo título cortesano, que era el sello de la aprobación imperial de su política doméstica y sus éxitos militares. También anunciaría la construcción de un nuevo y gran castillo en Osaka.