Taiko (179 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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En primer lugar, en la época en que Gamo recibía los favores de Nobunaga, se casó con la hija menor de éste. Además, Shonyu y Nobunaga habían tenido la, misma nodriza, y la relación de Shonyu con su antiguo señor como hermanastro había sido especialmente íntima. En consecuencia, incluso en la conferencia de Kiyosu, los dos hombres habían tenido la categoría de parientes. Era, pues, natural, que no pudieran ser indiferentes a los problemas que el clan Oda tenía enfrente, y, con excepción del pequeño Samboshi, la única persona que descendía directamente de Nobunaga era Nobuo.

Los dos hombres no habrían estado tan perplejos de haber podido descubrir algo meritorio en el carácter de Nobuo, pero estaba claro que no era más que una mediocridad. Antes y después de la conferencia de Kiyosu nadie dudaba de que no era el hombre adecuado para coger las riendas que habían caído de las manos de Nobunaga.

Pero por desgracia nadie le decía la verdad a Nobuo. El afable y joven aristócrata, que siempre se había apoyado en la fortaleza de sus vasallos, que se había inclinado continuamente ante los aduladores, dándoles su aprobación, y que había sido engañado por otros que le habían manipulado en su beneficio, había dejado pasar un gran momento de la historia sin percatarse siquiera.

Nobuo se había reunido secretamente con Ieyasu antes y después de la batalla de Yanagase y había forzado a su hermano a suicidarse, siguiendo el consejo de Hideyoshi. En fecha más reciente había sido recompensado con las provincias de Ise, Iga y Owari por su victoria en Ise y, creyendo tal vez que no tardaría en llegar su día de gloria, esperaba que a continuación Hideyoshi le transfiriese la autoridad del gobierno central.

—Pero no podemos permitir que la situación siga así y contemplarla como espectadores. ¿No tenéis alguna buena idea, señor Shonyu?

—No, esperaba que vos la tuvierais. Tenéis que pensar en algo, señor Gamo.

—Creo que lo mejor sería preparar una entrevista del señor Nobuo con el señor Hideyoshi. Así podría hablar francamente.

—Es una excelente idea. Pero desde hace algún tiempo ha adoptado un aire de importancia... ¿Cómo se lo plantearemos?

—Inventaré algún pretexto.

Para Nobuo, algo que ayer podía haber sido interesante hoy no lo era. En el fondo de su corazón siempre estaba descontento. Además, no tenía ninguna disposición a reflexionar en los motivos. El verano anterior se había trasladado al castillo de Nagashima en su nueva provincia de Ise y le había sido concedido un nuevo rango cortesano. Cuando salía las multitudes se inclinaban ante él, y cuando regresaba le saludaban con flautas e instrumentos de cuerda. Podía satisfacer todos sus deseos, y aquella primavera sólo contaba todavía veintiséis años. La tragedia de Nobuo consistía en que vivir en unas condiciones tan envidiables no hacía más que aumentar su insatisfacción.

—Ise es demasiado provinciana —se quejaba—. ¿Por qué construye Hideyoshi ese castillo absurdamente grande en Osaka? ¿Tiene la intención de vivir allí o se propone invitar a hacerlo al legítimo heredero?

Cuando hablaba así, era Nobunaga quien hablaba en su cabeza. Era como si hubiera recibido la forma de su padre pero no su sustancia.

—Ese Hideyoshi es un descarado. Ha olvidado que fue vasallo de mi padre, y ahora no sólo cobra impuestos a los servidores que quedan y se apresura a levantar un castillo gigantesco, sino que me amenaza como si fuese un estorbo. Últimamente no me consulta sobre nada.

El silencio entre los dos hombres se remontaba al mes undécimo del año anterior. Los recientes rumores de que Hideyoshi estaba haciendo planes en los que le postergaban bastaban para provocar sus sospechas.

Al mismo tiempo, Nobuo hizo ciertas afirmaciones imprudentes entre sus servidores, las cuales llegaron al conocimiento público, de manera que sus pensamientos más íntimos aumentaron la irritación de Hideyoshi. La consecuencia fue que transcurrió el Año Nuevo sin que inercambiaran saludos.

En Año Nuevo, cuando Nobuo jugaba a pelota en el jardín trasero con sus damas de honor y pajes, un samurai anunció la llegada de un visitante. Era Gamo. Tenía dos años más que Nobuo y estaba casado con la hermana de éste.

—¿Gamo? Acaba de llegar en el momento adecuado —dijo Nobuo, dando un airoso puntapié a la pelota—. Es un buen contrincante. Traedlo en seguida al jardín.

El mensajero salió, pero volvió en seguida.

—El señor Gamo tiene prisa y os está esperando en la habitación de invitados.

—¿No quiere jugar a pelota?

—Me ha encargado deciros que no tiene habilidad en este juego.

—¡Qué campesino! —exclamó Nobuo, y se rió, mostrando una hilera de dientes elegantemente ennegrecidos.

***

Varios días después de la visita de Gamo, llegó una carta de Gamo y Shonyu. Nobuo había estado de muy buen humor, y se apresuró a convocar a sus servidores de alto rango para comunicarles la información.

—Mañana nos vamos a Otsu. Dicen que Hideyoshi me espera en el templo Onjo.

—¿No correréis peligro, mi señor? —le preguntó uno de los cuatro vasallos.

Nobuo sonrió, mostrando claramente sus dientes ennegrecidos.

—Hideyoshi debe de estar preocupado por los rumores públicos de nuestro distanciamiento. Estoy seguro de que se trata de eso. No ha sido respetuoso hacia la persona más cercana a mi padre.

—Pero ¿qué clase de arreglos se han hecho para esta reunión?

Nobuo respondió como si tuviera una total seguridad.

—Os lo diré. Hace algún tiempo se presentó aquí Gamo y dijo que corrían rumores de que había algo impropio entre Hideyoshi y yo, pero Gamo me aseguró que Hideyoshi no tiene nada contra mí. Me pidió que fuera al templo Onjo de Otsu en Año Nuevo y tuviera una entrevista con él. Me pareció que no había ningún motivo para mostrar animosidad hacia Hideyoshi y accedí a ir. Tanto el señor Shonyu como el señor Gamo me aseguraron que no correría el menor peligro.

Podría decirse que la tendencia de Nobuo a aceptar sin reservas cualquier cosa escrita o hablada era el resultado de su educación. Por ello sus servidores veteranos se sentían tanto más inclinados a la prudencia y no podían ocultar sus recelos.

Todos se reunieron para examinar la carta de Gamo.

—No hay ningún error —dijo uno—. Sin duda se trata de su caligrafía.

—No se puede hacer nada más —replicó otro—. Si los señores Shonyu y Gamo se han tomado la molestia de llevar el asunto tan lejos, no podemos ser negligentes.

Y así decidieron que los cuatro servidores veteranos acompañarían a Nobuo hasta Otsu.

Al día siguiente Nobuo partió hacia Otsu. Cuando llegaron al templo de Onjo, Gamo le llamó de inmediato e Ikeda apareció algo más tarde.

—El señor Hideyoshi llegó ayer —dijo Shonyu—. Os está esperando.

El lugar del encuentro había sido preparado en los aposentos de Hideyoshi, en el templo principal, pero al preguntarle cortésmente cuándo le convendría ver a Hideyoshi, Nobuo replicó con una pequeña exhibición de testarudez:

—Estoy cansado del viaje y mañana quisiera descansar durante todo el día.

—Bien, entonces tomaremos disposiciones para pasado mañana.

Los dos hombres regresaron para informar a Hideyoshi.

Nadie estaba en condiciones de pasarse un día entero sin hacer nada, pero como Nobuo había dicho que quería descansar, todos pasaron la jornada sumidos en un tedio inútil.

A su llegada, Nobuo se molestó al observar que Hideyoshi y sus vasallos habían ocupado los edificios principales, mientras que los más pequeños habían sido destinados a su grupo. Al establecer el día del encuentro, Nobuo había tratado de ser un poco agresivo y actuado a su antojo, pero al día siguiente él mismo parecía no poco afligido por su propio hastío, y empezó a quejarse.

—Ni siquiera están aquí mis servidores veteranos.

Durante la jornada le había mostrado los libros de poesía que se guardaban en el templo como un tesoro, y la interminable charla de los viejos sacerdotes le había aburrido hasta hacerle saltar las lágrimas. Cuando por fin oscureció, llegaron a su aposento sus cuatro servidores.

—¿Habéis descansado bien, mi señor? —le preguntó uno de ellos.

¡Los muy idiotas! Nobuo estaba enojado. Deseaba gritar que estaba aburrido y no tenía nada que hacer, pero en vez de hacer tal cosa, replicó:

—Sí, gracias. ¿Estáis vosotros cómodos en vuestro alojamiento?

—No hemos tenido tiempo de acomodarnos.

—¿Por qué razón?

—Los mensajeros de los demás clanes no cesaban de llegar.

—¿Han llegado tantos visitantes? ¿Por qué no habéis venido a decírmelo?

—Dijisteis que queríais descansar durante todo el día y no quisimos molestaros, mi señor.

Nobuo trazaba círculos con los dedos y tamborileaba en las rodillas, mirándoles con altivo desinterés.

—Está bien, pero los cuatro cenaréis esta noche conmigo. También tomaremos un poco de sake. —Los servidores intercambiaron miradas y parecieron azorados—. ¿Hay algo más que os impida hacer eso? —inquirió Nobuo.

Uno de los servidores le respondió en un tono de disculpa.

—Lo cierto es que hace un momento ha llegado un mensajero con una invitación del señor Hideyoshi, y hemos venido a pediros vuestro permiso.

—¡Qué! —exclamó Nobuo con el ceño fruncido—. ¡Hideyoshi os ha invitado! ¿Qué es esto? ¿Otra ceremonia del té?

—No, no creo que se trate de eso. Dudo de que invitara a unos servidores como nosotros, especialmente a té, dejando a nuestro señor al margen, cuando hay aquí otros señores a los que podría haber invitado. Ha dicho que quería hablarnos de algo.

—Qué raro —dijo Nobuo, y entonces se encogió de hombros—. Bueno, si os ha invitado, a lo mejor planteará su decisión de ponerme por fin al frente del clan Oda. Puede que sea eso. Sería impropio que Hideyoshi hiciera una exhibición de autoridad ante el heredero legítimo. La gente nunca lo consentiría.

***

La sala del templo principal estaba vacía y con las lámparas encendidas. Llegaron los invitados. Era a mediados del primer mes y hacía un frío intenso. Entonces se aproximó alguien más, aclarándose la garganta. Como le acompañaba un ayudante, los cuatro servidores supusieron que debía de ser Hideyoshi. Parecía dar órdenes, alzando la voz, mientras caminaba.

—Siento haberos hecho esperar —les dijo al entrar en la sala. Tosió y se llevó la mano a la boca.

Cuando alzaron la vista, vieron que ahora estaba a solas. No había un solo paje a sus espaldas.

Los cuatro hombres se sentían incómodos. Mientras cada uno de ellos le saludaba, Hideyoshi se sonó la nariz.

—Parece que estáis resfriado, mi señor —le dijo afablemente uno de los servidores de Nobuo.

—Sí, no hay manera de quitármelo de encima —respondió Hideyoshi en un tono no menos amistoso.

La entrevista tuvo lugar en unas condiciones de sencillez extrema. No hubo ofrecimiento de comida y bebida, y tampoco Hideyoshi comenzó hablando de menudencias.

—¿No os preocupa el comportamiento reciente del señor Nobuo? —les preguntó sin ambages.

Los cuatro hombres estaban llenos de aprensión. Aquellas palabras que parecían una reprimenda les turbaron, y creían que Hideyoshi les culpaba porque eran los asesores de alto rango de Nobuo.

—Supongo que hacéis todo lo posible —les dijo entonces, y el color volvió a sus rostros—. Todos vosotros sois inteligentes, pero me temo que poco es lo que podéis hacer a las órdenes del señor Nobuo. Lo comprendo. Yo mismo me he esforzado al máximo por corregirle, pero por desgracia siempre tropiezo con algún revés.

Hizo hincapié en estas últimas palabras, y los cuatro hombres se sintieron muy tensos. Hideyoshi siguió expresando sus sentimientos más profundos, dejando muy clara la insatisfacción que le producía Nobuo.

—He tomado mi decisión —les dijo—. Lamento que vosotros cuatro hayáis pasado tantos años sirviendo a ese hombre. En pocas palabras, podemos zanjar este asunto con la menor conmoción posible si vosotros lográis persuadir al señor Nobuo de que o bien se haga el seppuku o bien se dedique al sacerdocio. Como recompensa os daré tierras en Ise e Iga.

No era sólo el frío lo que helaba a los hombres hasta la médula de los huesos. Las cuatro paredes de la sala parecían espadas o lanzas silenciosas. Hideyoshi los miraba fijamente con sus ojillos brillantes. Aquellos ojos exigían a los servidores que dijeran sí o no.

No les daría tiempo para reflexionar en su oferta ni les permitiría marcharse sin escuchar su respuesta. Se encontraban en una situación desesperada. Los cuatro hombres inclinaron las cabezas, compungidos. Pero finalmente expresaron su aceptación y escribieron y firmaron compromisos.

—Mis servidores están tomando sake en la Sala de los Sauces —les dijo Hideyoshi—. Id a reuniros con ellos. Me gustaría acompañaros, pero voy a acostarme temprano debido a este resfriado.

Recogió los compromisos escritos y se retiró a sus aposentos en el templo.

Aquella noche Nobuo no podía tranquilizarse. Había cenado con sus servidores y ayudantes, los sacerdotes e incluso las sacerdotisas vírgenes del templo vecino. Durante la cena se había mostrado animado y locuaz, pero cuando todos se marcharon y volvió a quedarse a solas, no dejaba de preguntar a sus pajes y a los samurais de guardia:

—¿Qué hora es? ¿Aún no han vuelto mis servidores del templo principal?

Al cabo de un rato sólo regresó uno de los hombres.

—¿Eres el único en volver, Saburobei? —preguntó Nobuo al servidor con suspicacia.

La expresión del hombre no era normal, e incluso Nobuo se sintió aprensivo. El anciano se postró y aplicó las palmas al suelo. Ni siquiera podía alzar los ojos. Nobuo le oyó sollozar.

—¿Qué significa esto, Saburobei? ¿Ha ocurrido algo mientras estabais hablando con Hideyoshi?

—Ha sido una reunión penosa.

—¡Cómo! ¿Os ha llamado para reprenderos?

—De haber sido así, no habría sido en absoluto doloroso. Ha sucedido algo del todo inesperado y nos hemos visto obligados a firmar compromisos. También vos debéis estar resuelto, mi señor. —Le reveló en su totalidad la orden de Hideyoshi—. Sabíamos que si nos negábamos nos mataría en aquel mismo momento, por lo que no pudimos hacer más que obedecer. Luego vi mi oportunidad, cuando estábamos bebiendo con sus servidores, y corrí para informaros. Cuando descubran que me he ido habrá un alboroto. Aquí no estáis seguro, mi señor. Debéis marcharos cuanto antes.

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