Taiko (68 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Omi era una zona estratégica a lo largo del lago Biwa, en el camino del sur. Y allí esperaban los hombres de Sasaki, el cual se jactaba de que destruiría a Nobunaga de la misma manera que éste había aniquilado a Imagawa Yoshimoto, de un solo golpe. Sasaki Rokkaku abandonó el castillo de Mitsukuri, unió sus fuerzas con las de su padre en Kannonji y distribuyó sus tropas entre las dieciocho fortalezas de Omi.

Poniéndose una mano sobre los ojos a modo de visera, Nobunaga contempló el territorio desde una elevación y sonrió.

—Ésta es una espléndida línea enemiga, ¿no es cierto? Exactamente igual que en un tratado clásico.

Entonces ordenó a Sakuma Nobumori y Niwa Nagahide que tomaran el castillo de Mitsukuri, situando tropas de Mikawa en la vanguardia.

—Tal como os dije la víspera de la partida, esta marcha hacia la capital no se debe a una venganza personal. Quiero que todos los soldados del ejército comprendan que estamos luchando por el emperador. No matéis a los que huyan ni queméis las casas de la gente y, en la medida de lo posible, no pisoteéis los campos donde aún no se hayan recogido las cosechas.

***

Las aguas del lago Biwa todavía eran invisibles a través de la niebla matinal. Treinta mil hombres empezaron a moverse, una masa oscura que atravesaba la niebla. Cuando Nobunaga vio la bengala que señalaba el ataque llevado a cabo por las tropas de Niwa Nagahide y Sakuma Nobumori contra el castillo de Mitsukuri, ordenó que trasladaran el cuartel general al castillo de Wada.

El castillo de Wada era una fortaleza enemiga, por lo que la orden de Nobunaga implicaba el ataque y la toma del castillo. Sin embargo, lo dijo como si ordenara a sus hombres que acudieran a una posición desocupada.

—¡Nobunaga en persona viene a atacarnos! —exclamó el general en jefe del castillo de Wada al recibir el aviso de los vigías en la torre de vigilancia. Golpeando la empuñadura de su espada, arengó a la guarnición—: ¡Esto ha sido dispuesto por el cielo! Tanto el castillo de Kannonji como el de Mitsukuri habrían podido resistir por lo menos un mes, y durante ese tiempo las fuerzas de Matsunaga y Miyoshi y sus aliados al norte del lago habrían cortado la retirada a Nobunaga. Pero éste ha apresurado su muerte al atacar nuestro castillo. ¡Es una oportunidad realmente magnífica! No dejéis escapar este golpe de suerte marcial. ¡Conseguid la cabeza de Nobunaga!

El ejército entero mostró su asentimiento a gritos. Confiaban en que los férreos muros del clan Sasaki pudieran resistir un mes, aun cuando Nobunaga iba al frente de un ejército de treinta mil hombres y contaba con muchos generales capacitados. Compartían esa creencia las poderosas provincias que los rodeaban. Sin embargo, el castillo de Wada cayó en media jornada. Tras una batalla que duró poco menos de cuatro horas, los defensores fueron derrotados y huyeron a las montañas y las orillas del lago.

—¡No los persigáis! —ordenó Nobunaga desde lo alto del monte Wada.

Los estandartes alzados allí con tanta rapidez se veían claramente bajo el sol del mediodía. Los hombres, cubiertos de sangre y barro, se reunieron gradualmente bajo los estandartes de sus propios generales. Entonces, lanzando un grito de victoria, se comieron las raciones del mediodía. Seguían llegando diversos mensajes desde la dirección de Mitsukuri. Las fuerzas de Tokugawa procedentes de Mikawa, que habían sido colocadas como la vanguardia de Niwa y Nobumori, luchaban ahora con denuedo, bañadas en sangre. A cada momento Nobunaga recibía el mensaje de un nuevo éxito.

El informe de la caída de Mitsukuri llegó a Nobunaga antes de que el sol se hubiera puesto. Cuando anochecía, un humo negro se alzó desde la dirección del castillo en Kannonji. Las fuerzas de Hideyoshi ya estaban hostigando. Se dio la orden de un ataque total. Nobunaga trasladó su campamento y las fuerzas de Mitsukuri y sus aliados fueron obligadas a retroceder hacia el castillo de Kannonji. Al anochecer los primeros hombres habían abierto brecha en los muros de los castillos enemigos.

Estrellas y chispas llenaban el claro cielo de otoño. Las fuerzas atacantes entraron en tropel. Se alzaron cantos de victoria, que para los aliados de los Sasaki debieron de sonar como la voz cruel del viento otoñal. Nadie había esperado que aquel baluarte cayera en un solo día. La fortaleza del monte Wada y los dieciocho puntos estratégicos no habían servido en absoluto de defensa contra aquellas oleadas de atacantes.

Todo el clan Sasaki, desde las mujeres y los niños hasta sus dirigentes, Rokkaku y Jotei, se tambalearon y lucharon en la oscuridad, huyendo de sus castillos en llamas para refugiarse en la fortaleza de Ishibe.

—No pongáis obstáculos a la huida de los fugitivos. Mañana todavía tendremos enemigos delante de nosotros.

Nobunaga no sólo les perdonó la vida sino que hizo caso omiso de los vastos tesoros que llevaban consigo. Entretenerse por el camino no formaba parte de su estilo, y su mente estaba ya en Kyoto, el centro de la acción. El torreón del castillo de Kannonji dejó de arder. En cuanto Nobunaga entró en lo que quedaba de él, mostró el aprecio en que tenía a sus tropas, diciendo que hombres y caballos necesitaban un buen descanso.

Pero él mismo no descansó gran cosa. Aquella noche durmió con la armadura puesta y al amanecer celebró una conferencia con sus principales servidores. Una vez más ordenó que se expusieran decretos en toda la provincia y envió de inmediato a Fuwa Kawachi con la orden de trasladar a Yoshiaki desde Gifu a Moriyama.

El día anterior había luchado al frente de un ejército, mientras que hoy tomaba las riendas de la administración. Así era Nobunaga. Dio temporalmente a cuatro de sus generales responsabilidades como administradores y magistrados en la ciudad portuaria de Otsu, y dos días después cruzó el lago Biwa, olvidándose casi de comer mientras promulgaba una orden tras otra.

Era el doce de aquel mes cuando Nobunaga penetró con ímpetu en Omi y atacó Kannonji y Mitsukuri. Hacia el veinticinco el ejército había dejado de combatir para dedicarse a exponer bandos de la nueva legislación que regiría en la provincia. ¡Un camino hacia la supremacía, hacia el centro de la acción! Al mismo tiempo fueron alineadas las naves de guerra en la orilla izquierda del lago Biwa y zarparon rumbo a Omi. Todo, desde la preparación de los barcos hasta la carga de las raciones alimenticias para los soldados y el pienso para sus caballos, requirió la cooperación del pueblo. Era cierto que el poderío militar de Nobunaga atemorizaba a las gentes, pero más allá de ese temor, el hecho de que la población de Omi se uniera para apoyarle se debía a que aprobaba su estilo de gobierno, al que consideraban digno de confianza.

Nobunaga era el único hombre que había rescatado los corazones de la gente entre las llamas de la guerra y que se había comprometido públicamente con ellos. Cuando se preguntaban cuál iba a ser su futuro, él les tranquilizaba. En tales situaciones no hay tiempo para establecer un criterio político detallado. El secreto de Nobunaga consistía sencillamente en hacer las cosas con rapidez y decisión. Lo que la gente quería en aquel país en guerra civil no era un administrador de talento ni un gran sabio. El mundo estaba sumido en el caos. Si Nobunaga era capaz de controlarlo, los súbditos aceptarían hasta cierto punto las penalidades.

El viento del lago recordaba que era otoño y la miríada de embarcaciones trazaban largas y bellas estelas en el agua. El día veinticinco la nave de Yoshiaki cruzó las aguas del lago desde Moriyama y atracó cerca del templo de Mii.

Nobunaga, que ya había desembarcado, esperaba un ataque de Miyoshi y Matsunaga, pero no se produjo. Saludó a Yoshiaki en el templo y le dijo que era como si ya hubieran entrado en la capital.

El día veintiocho Nobunaga dirigió por fin a sus tropas hacia Kyoto. El ejército se detuvo al llegar a Awataguchi. Hideyoshi, que estaba al lado de Nobunaga, galopaba adelante al mismo tiempo que Akechi Mitsuhide retrocedía apresuradamente desde la vanguardia.

—¿Qué ocurre?

—Mensajeros imperiales.

Nobunaga, también sorprendido, desmontó en seguida. Los dos mensajeros llegaron con una carta del emperador. Nobunaga hizo una profunda reverencia y les dijo:

—Como guerrero provincial, mi única habilidad consiste en empuñar las armas de guerra. Desde la época de mi padre, hemos lamentado largamente la penosa condición del palacio imperial y la inquietud que reina en el corazón del emperador. Hoy, empero, llego desde un rincón lejano del país para proteger a Su Majestad imperial. Ninguna otra responsabilidad sería un honor más grande para un samurai ni una mayor alegría para mi clan.

Silenciosa y solemnemente, treinta mil soldados juraron con Nobunaga que obedecerían los deseos del emperador.

Nobunaga estableció su campamento en el templo Tofuku, y el mismo día se efectuaron las proclamaciones en toda la capital. Primero se concretó la disposición de las patrullas policiales. Sugaya Kuemon fue encargado de la guardia diurna y Hideyoshi de la nocturna.

Uno de los soldados del ejército de Oda estaba bebiendo en una taberna, y un soldado victorioso se vuelve arrogante con facilidad. Borracho y tras haber comido a dos carrillos, arrojó sobre la mesa unas pocas monedas que no llegaban a la mitad de lo que debía.

—Con esto es suficiente —dijo al salir.

El propietario del local corrió gritando tras él, y cuando intentó cogerle, el soldado le golpeó y se alejó tambaleándose. Hideyoshi, que estaba haciendo la ronda, fue testigo del incidente y ordenó que prendieran al hombre. Cuando lo llevaron al cuartel general, Nobunaga alabó a la patrulla policial, despojó al soldado de su armadura e hizo que le ataran a un gran árbol a la entrada del templo. Pusieron a su lado un cartel que explicaba la naturaleza del delito, y Nobunaga ordenó que el hombre fuese expuesto durante siete días y luego lo decapitaran. Todos los días un número inmenso de personas desfilaba ante la entrada del templo. Muchas eran mercaderes y nobles, y había también mensajeros de otros templos y santuarios, así como tenderos que transportaban sus mercancías.

Los transeúntes se detenían a leer el letrero y miraban al hombre atado al árbol. De este modo los habitantes de la capital fueron testigos de la justicia de Nobunaga y la severidad de sus leyes, vieron que se haría cumplir estrictamente la ley expuesta en los carteles distribuidos por toda la ciudad: que el robo de incluso una sola moneda sería castigada con la muerte, empezando por los propios soldados de Nobunaga, y nadie expresó descontento.

La frase «un tajo por una moneda» se popularizó entre la gente para indicar la clase de castigo impuesto por el gobierno de Nobunaga. Habían transcurrido veintiún días desde que el ejército partió de Gifu.

***

Después de que Nobunaga hubiera normalizado la situación en la capital y regresado a Gifu, desvió su atención de los asuntos que le habían preocupado y descubrió que Mikawa ya no era la provincia débil y menesterosa del pasado.

No podía dejar de maravillarse en su fuero interno por los desvelos de Ieyasu. El señor de Mikawa no se había limitado a ser un perro guardián en la puerta trasera de Owari y Mino mientras su aliado, Nobunaga, marchaba al centro de la acción. Antes que dejar pasar la oportunidad, había expulsado a las fuerzas del sucesor de Imagawa Yoshimoto, Ujizane, de las dos provincias de Suruga y Totomi. Por supuesto, no logró semejante hazaña sólo con sus propias fuerzas. Por un lado estaba relacionado con el clan Oda, y por otro se había confabulado con Takeda Shingen de Kai, y con este último había establecido un pacto para dividir y compartir las dos provincias restantes de los Imagawa. Ujizane había sido un necio y dado, tanto a los Tokugawa como a los Takeda, una serie de buenas excusas para atacarle.

A pesar de que el país estaba sumido en el caos, todo jefe militar comprendía que era imposible iniciar una guerra sin alguna razón, y que si lo hacía acabaría perdiendo la batalla. Ujizane dirigía una administración contra la que el enemigo podía tomar esa postura moral, y era lo bastante mentecato para no ver lo que le aguardaba en el futuro. Todo el mundo sabía que no era un digno sucesor de Yoshimoto.

La provincia de Suruga pasó a ser posesión del clan Takeda, mientras que Totomi se convertía en el dominio del clan Tokugawa. El día de Año Nuevo del decimotercer año de Eiroku, Ieyasu dejó a su hijo a cargo del castillo de Okazaki, y él mismo se trasladó a Hamamatsu, en Totomi. En el segundo mes de aquel año le llegó un mensaje de felicitación de Nobunaga:

El año pasado mencioné mi deseo largamente acariciado y tuve algún pequeño éxito, pero nada podría ser más oportuno que añadir la fértil tierra de Totomi a vuestros dominios. Colectivamente, todos nos hemos fortalecido.

A comienzos de la primavera Ieyasu se dirigió a Kyoto en compañía de Nobunaga. Por supuesto, el objetivo del viaje era disfrutar de la capital en primavera y descansar bajo los cerezos, o así lo parecía. Sin embargo, desde una perspectiva política, el resto del mundo observaba a los dos dirigentes reunidos en Kyoto y se preguntaba cuál era el verdadero contenido de sus conversaciones.

Pero en esta ocasión el viaje de Nobunaga no fue realmente más que una marcha magnífica y placentera. Los dos hombres se pasaban el día entero practicando la cetrería en los campos. Por la noche Nobunaga daba banquetes y pedía que los lugareños interpretaran las canciones y danzas populares en su posada. En conjunto, aquello no parecía más que una jira campestre. El día en que Nobunaga e Ieyasu iban a llegar a la capital, Hideyoshi, que estaba encargado de la defensa de Kyoto, se había trasladado a Otsu para darles la bienvenida. Nobunaga le presentó a Ieyasu.

—Sí, le conozco desde hace largo tiempo. La primera vez que le vi fue cuando visité Kiyosu. El estaba entre los samurais apostados en la entrada para recibirme. Eso fue un año después de la batalla de Okehazama, así que hace ya bastante tiempo.

Ieyasu miró sonriente a Hideyoshi. Éste se sorprendió de la buena memoria que tenía aquel hombre. Ieyasu contaba entonces veintiocho años, Nobunaga treinta y seis y Hideyoshi iba a cumplir treinta y cuatro. La batalla de Okehazama había tenido lugar diez años antes.

Una vez instalados en Kyoto, lo primero que hizo Nobunaga fue inspeccionar las reparaciones efectuadas en el palacio imperial.

—Prevemos que el palacio imperial estará terminado el año próximo —le informaron los dos supervisores de la construcción.

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