Authors: Eiji Yoshikawa
Fue entonces cuando recibió la visita de Hosokawa Fujitaka, a quien sólo podía considerar como un visitante enviado por el cielo. Mitsuhide se sorprendió tanto que salió a recibirle en persona, intimidado porque un hombre de tan alto rango había acudido a su casa.
El carácter de Fujitaka armonizaba a la perfección con el de Mitsuhide. Ciertamente tenía el aire de un hombre noble y culto. Desde hacía largo tiempo Mitsuhide lamentaba su imposibilidad de conocer a hombres de auténtica calidad, y era natural que tener en su casa a un huésped semejante le alegrara el corazón. Sin embargo, tenía dudas sobre el propósito de la visita de Fujitaka.
Aunque de linaje noble, en la época en que visitó secretamente la casa de Mitsuhide Fujitaka no era en realidad más que exiliado. Tras haber sido expulsado de Kyoto, el shogun refugiado, Yoshiaki, huía a través de las provincias. Fue Fujitaka quien abordó a Asakura Yoshikage en nombre de su señor. Al recorrer las provincias predicando lealtad y tratando de lograr que los señores provinciales se pusieran en acción, Hosokawa Fujitaka era el único hombre que sufría con Yoshiaki e intentaba superar los lastimosos reveses de su señor.
—Sin duda el clan Asakura se declarará aliado suyo. Si se nos unieran las dos provincias de Wakasa y Echizen, entonces todos los clanes del norte correrían a abrazar nuestra causa.
Yoshikage se inclinaba a negarse. Al margen de lo que Fujitaka predicara acerca de la lealtad, Yoshikage no estaba interesado en luchar por un shogun sin poder y exiliado. No era por falta de fuerza militar o recursos, sino porque Yoshikage apoyaba el statu quo.
Fujitaka se dio cuenta en seguida de que la situación no le era favorable y, consciente del nepotismo y las luchas internas dentro del clan Asakura, puso fin a sus esfuerzos en aquel señorío. Sin embargo, Yoshiaki y sus servidores se dirigían ya hacia Echizen.
Aunque en el clan Asakura causaba gran irritación que el shogun dependiera de ellos, no podían tratarle mal, y designaron un templo como su residencia temporal. Le trataban bien, pero al mismo tiempo rezaban para que se marchara cuanto antes.
Entonces, del modo más repentino, Mitsuhide recibía una visita de Fujitaka. Seguía siendo incapaz de conjeturar los motivos.
—He oído decir que tenéis afición a la poesía —dijo Fujitaka a modo de observación introductoria. Su interlocutor no parecía un hombre sufriente y la expresión de su semblante era suave y afable—. Vi una de vuestras obras cuando fuisteis a Mishima.
—Oh, hacéis que me avergüence.
Mitsuhide no se las daba de modesto, sino que se sentía realmente azorado. Fujitaka era famoso como poeta. Ese día su conversación empezó con la poesía y pasó a la literatura japonesa clásica.
—¡Válgame! La conversación ha sido tan interesante que me he olvidado de que ésta es mi primera visita.
Disculpándose por haberse demorado tanto, Fujitaka se despidió.
Después de que el visitante se hubiera ido, la perplejidad de Mitsuhide se intensificó y, mirando fijamente la lámpara, quedó sumido en sus pensamientos.
Fujitaka le visitó dos o tres veces más, pero los temas de conversación nunca se apartaron de la poesía o la ceremonia del té. Pero un día, un día lluvioso y tan oscuro que era preciso encender las lámparas en el interior, durante un momento de reposo Fujitaka se mostró más formal que de ordinario.,
—Hoy tengo algo muy serio y secreto que comentaros —empezó a decir.
Naturalmente, Mitsuhide había estado esperando de él que rompiera el hielo, y respondió:
—Si confiáis lo suficiente en mí como para decirme un secreto, tenéis mi solemne promesa de que lo mantendré. Por favor, hablad libremente sobre cualquier asunto.
Fujitaka asintió.
—Estoy seguro de que una persona tan perceptiva como vos ya ha supuesto la razón de mis visitas. El caso es que quienes ayudamos al shogun hemos venido aquí confiando en el señor Asakura como el único señor provincial que sería su aliado, y hasta ahora hemos negociado secretamente y apelado a él una serie de veces. Sin embargo, ha ido posponiendo su respuesta definitiva y su decisión no parece estar a la vista. Entretanto hemos estudiado la administración interna y los asuntos del señor Asakura, y ahora sé que carece de voluntad para luchar por el shogun. Quienes hemos apelado a él comprendemos que es inútil. Sin embargo... —Fujitaka hablaba como si fuese un hombre completamente distinto del que le había visitado antes—. ¿Quién entre los señores provinciales, aparte del señor Asakura, es un hombre en el que podemos confiar? ¿Quién es hoy el jefe militar más digno de crédito en el país? ¿Existe tal hombre?
—Sí, existe.
—¿Es eso cierto? —insistió Fujitaka con los ojos brillantes.
Mitsuhide trazó calmosamente los caracteres de un nombre en el suelo: Oda Nobunaga.
—¿El señor de Gifu?
Fujitaka retuvo el aliento. Alzó los ojos hasta entonces fijos en el suelo para mirar a Mitsuhide y permaneció un rato en silencio. Entonces los dos hombres hablaron largo y tendido de Nobunaga. Mitsuhide había sido servidor del clan Saito y cuando servía a su patrono anterior, el señor Dosan, había observado el carácter del cuñado de Dosan. Así pues, lo que estaba diciendo tenía un peso innegable.
Pocos días después, Mitsuhide se reunió con Fujitaka en las montañas detrás del templo convertido en el alojamiento del shogun, y recibió una carta personal escrita por el shogun y dirigida a Nobunaga. Aquella noche Mitsuhide salió rápidamente de Ichijogadani. Como es natural, había abandonado tanto su residencia como a sus servidores, esperando no regresar jamás. Al día siguiente el clan Asakura estaba alborotado.
—¡Mitsuhide ha desaparecido! —gritaban.
Fue enviada en su busca una fuerza de castigo, pero ya no pudieron encontrarle dentro de los límites de la provincia. Asakura Yoshikage se había enterado de que uno de los seguidores del shogun, Hosokawa Fujitaka, había visitado a Mitsuhide, y por ello se volvió contra el shogun, diciendo:
—Seguramente ha incitado a Mitsuhide para que tomara esa decisión, y es probable que le haya enviado a otra provincia como mensajero.
Entonces Yoshikage expulsó al shogun de la provincia.
Fujitaka había previsto ese resultado. Así pues, tomándolo más bien como una oportunidad, fue con su séquito de Echizen a Omi y consiguió que Asai Nagamasa le acogiera en el castillo de Odani. Allí aguardó buenas noticias de Mitsuhide.
Tal fue, pues, la razón del viaje de Mitsuhide a Gifu. Provisto de la carta del shogun, muchas veces su vida estuvo en riesgo por el camino. Ahora, por fin, su objetivo se había cumplido: había encontrado la residencia de Mori Yoshinari, y aquella noche estaba tranquilamente sentado ante el mismo Yoshinari, explicándole con detalle su misión y pidiéndole que actuara como intermediario ante Nobunaga.
***
Era el séptimo día del décimo mes del noveno año de Eiroku, el que tal vez podría considerarse un día decisivo. Mori había intercedido por Mitsuhide, y los detalles de la situación habían llegado a oídos de Nobunaga. Aquél era el día en que Mitsuhide entró en el castillo de Gifu y se reunió por primera vez con Nobunaga. A sus treinta y ocho años, Mitsuhide tenía seis más que Nobunaga.
—He examinado con toda atención las cartas del señor Hosokawa y del shogun —le dijo Nobunaga—, y veo que solicitan mi ayuda. A pesar de lo indigno que soy, les ofreceré toda la fuerza a mi alcance.
Mitsuhide hizo una reverencia y respondió a las palabras de Nobunaga.
—Arriesgar mi insignificante vida por la nación ha sido una misión que excedía con mucho a mi baja categoría.
En estas palabras no había el menor rastro de falsedad.
Su sinceridad impresionó a Nobunaga, así como su porte y conducta, su perspicaz uso de las palabras y su inteligencia admirable. Cuanto más le observaba Nobunaga, tanto más profunda era su impresión. Pensó que si estaba a su servicio, demostraría su valía. Así pues, Akechi Mitsuhide quedó bajo la protección del clan Oda. Pronto se le concedió un dominio de Mino de cuatro mil kan. Además, como el shogun y sus seguidores estaban ahora con el clan Asai, Nobunaga envió una columna de hombres a las órdenes de Mitsuhide para que les escoltara hasta el castillo de Gifu. El mismo Nobunaga acudió a la frontera provincial para saludar al shogun, el cual había sido tratado como un hombre importuno en las demás provincias. En el portal del castillo, tomó las riendas del caballo del shogun y trató a éste como a un invitado de honor. En realidad, Nobunaga no sólo sujetaba las riendas del caballo del shogun, sino las de la nación. A partir de entonces, cualquiera que fuese el camino que tomara, las nubes de tormenta y los vientos de la época estaban en el puño que aferraba aquellas riendas con tanta fuerza.
Después de que el shogun y sus hombres hubieran encontrado refugio en los dominios de Nobunaga, les destinaron un templo en Gifu donde alojarse. A pesar de lo vanos y mezquinos que eran, lo único que los servidores del shogun querían hacer era exhibir su autoridad. No se percataban de la amplitud de los cambios que se estaban produciendo en el pueblo, y en cuanto estuvieron aposentados empezaron a comportarse de una manera arbitraria y aristocrática, y los servidores de Nobunaga tenían que escuchar sus quejas:
—Esta comida no tiene el sabor que debiera.
—Las ropas de cama son demasiado ásperas.
—Ya sé que este templo atestado no es más que una residencia temporal, pero refleja mal la dignidad del shogun.
Y siguieron diciendo:
—Nos gustaría que mejorase el tratamiento dado al shogun. De momento, podríais seleccionar algún lugar pintoresco para el nuevo palacio del shogun e iniciar su construcción.
Al enterarse de sus exigencias, Nobunaga consideró a aquellos hombres dignos de lástima. Llamó de inmediato a los servidores de Yoshiaki y habló con ellos.
—Ha llegado hasta mí vuestro deseo de que levante un palacio para el shogun porque su actual residencia es muy incómoda.
—¡En efecto! —replicó el portavoz—. Su alojamiento actual es demasiado inconveniente. Como residencia del shogun, carece incluso de las comodidades básicas.
—Bien, bien —respondió Nobunaga con cierto desprecio—. ¿No creéis que vuestro pensamiento no se distingue por su rapidez, caballeros? La razón de que el shogun apelara a mí fue la posibilidad de que yo expulse a Miyoshi y Matsunaga de Kyoto, recobre sus tierras perdidas y le devuelva al lugar que le corresponde por derecho.
—Eso es cierto.
—Por indigno que yo sea, consentí en aceptar esta gran responsabilidad. Es más, creo que estaré en condiciones de satisfacer las esperanzas del shogun en el futuro inmediato. ¿De dónde voy a sacar el tiempo libre para construirle un palacio? ¿Y realmente queréis, caballeros, abandonar vuestras esperanzas de regresar a Kyoto y restablecer un gobierno nacional? ¿Os daríais por satisfechos pasando vuestras vidas apaciblemente en algún lugar escénico de Gifu y convirtiéndoos muy pronto en reclusos en un gran palacio, alimentados por vuestro anfitrión?
Los ayudantes de Yoshiaki se retiraron sin decir otra palabra. A partir de entonces no se quejaron mucho. En las admirables palabras de Nobunaga no había la menor falsedad. Pasó el verano, llegó el otoño y Nobunaga ordenó una movilización general de Mino y Owari. El quinto día del noveno mes casi treinta mil hombres estaban preparados para ponerse en camino. El séptimo día ya partían de Gifu en dirección a la capital.
Durante el gran banquete celebrado en el castillo la víspera de la partida del ejército, Nobunaga había dirigido un discurso a sus oficiales y soldados.
—La conmoción en el país, que es el resultado de disputas territoriales entre señores rivales, está causando una tremenda aflicción al pueblo. No hace falta mencionar que la desgracia de la nación entera angustia al emperador. El clan Oda ha tenido siempre una norma férrea, desde la época de mi padre, Nobuhide, hasta el presente, y es que el deber de un samurai debe ser, primero y ante todo, la protección de la casa imperial. Así pues, esta vez, en nuestra marcha hacia la capital, no sois un ejército que actúa para mí, sino que lo hacéis en nombre del emperador.
Todos los comandantes y hasta el último de los soldados estaban muy animados cuando se dio la orden de partir.
Tokugawa Ieyasu de Mikawa, quien recientemente había entrado en una alianza militar con Nobunaga, también participó en la magna empresa, enviando un millar de soldados. Cuando el ejército se puso en marcha, alguien expresó sus críticas.
—El señor de Mikawa no ha enviado muchos hombres. Es tan astuto como siempre hemos oído decir.
Nobunaga restó importancia al hecho y se rió.
—Mikawa está reformando su administración y economía. No tiene tiempo para otras consideraciones. Para él, enviar un gran número de soldados ahora mismo supondría unos gastos excesivos. Será frugal aunque le critiquen, pero no es un comandante normal y corriente. Estoy seguro de que las tropas que ha enviado están formadas por sus mejores hombres.
Tal como Nobunaga había esperado, los mil soldados de Mikawa a las órdenes de Matsudaira Kanshiro no eran nunca aventajados en ninguna batalla. Siempre luchando en vanguardia, abrían el camino a sus aliados y el valor que demostraban aumentaba la fama de Ieyasu.
El tiempo seguía siendo bueno a diario. Los treinta mil soldados marchaban en apretadas filas negras bajo el claro cielo otoñal. La columna era tan larga que cuando la vanguardia llegó a Kashiwabara la retaguardia todavía estaba pasando por Tarui y Akasaka. Sus estandartes ocultaban el cielo. Cuando cruzaron la plaza fuerte de Hirao y entraron en Takamiya, se oyó un griterío en la cabeza de la formación.
—¡Mensajeros! ¡Son mensajeros de la capital!
Tres generales cabalgaron a su encuentro.
—Deseamos que el señor Nobunaga nos reciba en audiencia —informaron. Estaban provistos de una carta de Hiyoshi Nagayoshi y Matsunaga Hisahide.
Cuando le pusieron al corriente en su cuartel general, Nobunaga ordenó que los llevaran a su presencia.
Le presentaron de inmediato a los mensajeros, pero Nobunaga se mofó del mensaje de reconciliación que contenía la carta, considerándolo un truco del enemigo.
—Decidles que les daré mi respuesta cuando llegue a la capital.
El día once, al despuntar el sol, la vanguardia cruzó el río Aichi. A la mañana siguiente Nobunaga avanzó hacia las fortalezas de Sasaki, Kannonji y Mitsukuri. El castillo de Kannonji estaba defendido por Sasaki Jotei, y el hijo de éste, Sasaki Rokkaku, preparó el castillo de Mitsukuri para resistir un asedio. El clan Sasaki de Omi estaba aliado con Miyoshi y Matsunaga, y cuando Yoshiaki había buscado refugio entre ellos durante su huida, intentó asesinarle.