Haven baja los párpados y empieza a golpear la manilla de la puerta con las uñas.
—Vale, a ver si lo he entendido bien. Roman intentó envenenarme con una infusión extraña…
—Belladona, también conocida como «bella dama letal»…
—Sí, lo que sea. —Hace un gesto con la mano para descartar la explicación—. La cuestión es que tú afirmas que él intentó matarme y tú, en lugar de llamar a urgencias, ¿preferiste verlo por ti misma? ¿Qué te parece eso? Es obvio que no te lo tomaste demasiado en serio, así que ¿por qué iba a hacerlo yo?
—Intenté llamar, pero… la situación era… complicada. —Sacudo la cabeza—• Tuve que elegir entre… algo que necesitaba de verdad… y tú. Y como puedes ver, te elegí a ti.
Haven me mira con los ojos abiertos de par en par mientras su mente da vueltas al asunto sin decir ni una palabra.
—Roman prometió darme lo que necesitaba si te dejaba morir. Pero no pude hacerlo… y por eso… —la señalo con un gesto— ahora eres inmortal.
Sacude la cabeza y clava la mirada en un grupo de niños del vecindario que conducen un carrito de golf calle abajo. Permanece callada durante tanto rato que estoy a punto de decir algo, pero justo cuando voy a hacerlo empieza a hablar:
—Siento que no consiguieras lo que querías, Ever, de verdad que sí. Pero te equivocas con Roman. Él nunca me habría dejado morir. Según dices, tenía el elixir a mano, listo para usarlo en caso de que tomaras otra decisión. Además, creo que conozco a Roman un poco mejor que tú, y él sabe lo infeliz que me hacía mi situación familiar… —Se encoge de hombros—. Lo más probable es que quisiera hacerme inmortal para librarme de ese peso, pero no deseara convertirme él mismo por todas las responsabilidades que ello acarrea. Tengo la certeza de que si tú no me hubieras obligado a beber, él lo habría hecho. Afróntalo, Ever, tomaste la decisión equivocada. Tendrías que haberte dado cuenta de que se estaba echando un farol.
—Esto no es como convertir a un vampiro —murmuro mientras Pongo los ojos en blanco para mis adentros ante semejante frasecita. e todo lo que ha dicho, ¿por qué he decidido centrarme en esta última parte? Niego con la cabeza y empiezo de nuevo—. No se parece a eso… ni de cerca… Es más bien… —Mi voz se apaga cuando veo que aparta la mirada, convencida de una cosa: de que ella tiene razón y yo no. Y puesto que he intentado advertirle de todos los peligros… y de él… seguro que Damen no puede culparme por lo que voy a decir a continuación—: Está bien, cree lo que te dé la gana, pero hazme un favor: si insistes en salir con Roman, lo único que te pido es que lleves siempre puesto el amuleto. En serio, no te lo quites… para nada. Y…
Haven me mira con las cejas enarcadas y la puerta medio abierta, ansiosa por salir del coche y alejarse de mí.
—Y si decías en serio lo de agradecerme que te haya hecho inmortal… —nos miramos a los ojos—, Roman tiene algo que necesito que consigas para mí.
—¿Q
ué tal te ha ido?
Damen abre la puerta antes de que llame. Su mirada intensa y penetrante me sigue hasta la sala de estar, donde me dejo caer sobre el mullido sofá de terciopelo antes de quitarme las chanclas. Procuro no mirarlo a los ojos cuando se sienta a mi lado. Por lo general estoy ansiosa por pasarme el resto de la eternidad mirándolo, observando los rasgos elegantes de su rostro (sus pómulos altos y bien esculpidos, sus labios que incitan a la lujuria, la suave prominencia de su frente, su cabello ondulado y oscuro, sus pestañas gruesas y abundantes…), pero hoy no.
Hoy prefiero mirar a cualquier otro sitio.
—Y bien, ¿se lo has dicho? —Desliza los dedos por mi mejilla hasta llegar al lóbulo. Su contacto me provoca un hormigueo cálido, a pesar del velo de energía que nos separa—. ¿La magdalena te proporcionó la distracción que esperabas? —Me mordisquea el lóbulo antes de bajar hacia el cuello.
Me reclino sobre el respaldo del sofá y cierro los ojos fingiendo fatiga. Lo cierto es que no quiero que me observe con demasiada atención. No quiero que perciba mis pensamientos, mi esencia, mi energía… ese extraño pulso que no ha dejado de latir en mi interior en los últimos días.
—Para nada. —Suspiro—. No le ha hecho ni caso… Supongo que ahora es como nosotros… en más de un sentido. —Siento el peso de su mirada mientras me estudia con atención.
—¿Te importaría explicarte un poco mejor?
Me acurruco aún más y pongo la pierna sobre la suya. Respiro con calma mientras me acomodo al calor de su energía.
—Haven está… muy avanzada. Quiero decir que ya tiene todo el aspecto de ser lo que es… Tiene la apariencia escalofriante, inmaculada y perfecta de los inmortales. Incluso ha llegado a leerme la mente… hasta que levanté el escudo. —Frunzo el ceño y sacudo la cabeza.
—¿Escalofriante? ¿Es así como… nos ves?
Es obvio que mis palabras lo han intranquilizado un poco.
—Bueno… escalofriante no es la palabra adecuada. —Me quedo callada un momento mientras busco una forma de explicarlo—. Es más bien… anormal. Dudo mucho que ni siquiera los supermodelos estén perfectos siempre. Además, ¿qué haremos si crece diez centímetros de la noche a la mañana como me pasó a mí? ¿Cómo explicaremos eso?
—De la misma forma que contigo —responde él, que entorna los ojos con recelo, más interesado en las palabras que no pronuncio que en las que sí—. Diremos que ha dado un estirón. No es algo raro entre los mortales, como bien sabes. —Alza la voz en un vano intento por restarle importancia.
Fijo la mirada en las estanterías llenas de primeras ediciones encuadernadas en cuero y en las pinturas al óleo abstractas (la mayoría de valor incalculable), a sabiendas de que Damen no deja de observarme. Sabe que ocurre algo, pero espero que no descubra qué es. Que no se dé cuenta de que me estoy limitando a hablar, a gesticular, sin apenas prestar atención.
—Entonces, ¿te odia como temías? —pregunta con una voz firme y profunda con un ligero matiz indagador.
Miro de soslayo a la maravillosa criatura que me ha amado durante los últimos cuatrocientos años, y que lo sigue haciendo sin importar los errores que cometa ni cuántas vidas haya estropeado. Suspira cuando cierro los ojos y hace aparecer un tulipán rojo que acepto de buena gana. No solo es el símbolo de nuestro amor eterno, sino también el premio en la apuesta que hemos hecho.
—Tenías razón… Has ganado. —Sacudo la cabeza al recordar que Haven ha reaccionado tal y como había predicho—. Está entusiasmada. No sabe cómo darme las gracias. Se siente como una estrella del rock… No, borra eso, se siente mucho mejor que una estrella del rock. Se siente como una vampiresa estrella del rock. Pero, ya sabes, una vampiresa de una estirpe mejorada, sin todo ese rollo asqueroso de chupar sangre y dormir en ataúdes. —Niego con la caza y sonrío a regañadientes.
—¿Uno de los míticos miembros de los no muertos? —Damen da un respingo de desagrado ante esa analogía—. No sé muy bien cómo sentirme al respecto.
—Bueno, estoy segura de que no es más que un efecto secundario de su reciente fase gótica. El entusiasmo se aplacará con el tiempo, una vez que asimile la realidad.
—¿Eso es lo que te ha ocurrido a ti? —inquiere antes de colocar Un ^o bajo mi barbilla para obligarme a mirarlo de nuevo—. ¿El entusiasmo se ha aplacado? ¿O quizá ha desaparecido? —Sus ojos penetrantes y perspicaces están atentos a cada uno de los pequeños cambios que delatan mi estado de ánimo—. ¿Por eso te resulta tan difícil mirarme ahora?
—¡No! —Niego desesperadamente con la cabeza, consciente de que me ha pillado—. Solo estoy… cansada. Me he sentido un poco… tensa últimamente, eso es todo. —Me acurruco junto a él y hundo la cara en su cuello, justo al lado del cordón de su amuleto. La incómoda sensación de nerviosismo de los últimos días se desvanece en cuanto inhalo su esencia almizclada—. ¿Por qué no son todos los momentos como este? —murmuro, aunque sé que la verdadera pregunta es: ¿Por qué no puedo sentirme siempre así?
¿Por qué está cambiando todo?
—Pueden serlo. —Damen se encoge de hombros—. No hay razón para que no lo sean.
Me aparto y lo miro a los ojos.
—¿No? Pues a mí se me ocurren un par de buenas razones…
Señalo a Romy y a Rayne, las gemelas del terror que están a nuestro cargo y que ahora bajan las escaleras. Su aspecto es idéntico, con sendos flequillos oscuros y rectísimos, la piel pálida y unos ojos oscuros enormes, pero su indumentaria es muy distinta. Romy lleva un vestido de felpa rosa con sandalias a juego, mientras que Rayne va descalza y vestida toda de negro, con Luna, su pequeña gatita negra, a hombros. Las dos sonríen con calidez a Damen antes de fulminarme con la mirada… como de costumbre. Es casi lo único que no ha cambiado.
—Al final entrarán en razón —dice Damen, deseando creerlo y que yo también lo crea.
—No, no lo harán. —Suspiro mientras intento recuperar las chanclas—. Pero, claro, tienen sus razones para no hacerlo. —Meto los pies en las sandalias.
—¿Te vas tan pronto?
Asiento con la cabeza sin mirarlo a los ojos.
—Como Muñoz se pasará por casa, Sabine va a preparar la cena… no puedo librarme. Mi tía quiere que nos conozcamos mejor. Ya sabes, que dejemos atrás la relación profesor-alumna y que nos preparemos para una futura relación de parentesco. —Me encojo de hombros, y justo en ese instante me doy cuenta de que debería haberlo invitado. Ha sido una grosería terrible por mi parte no incluirlo. Pero lo cierto es que su presencia echaría por tierra los planes que tengo para esta noche. Esos que quizá intuye pero no puede presenciar. Sobre todo después de dejar claro lo que piensa de mis incursiones en la hechicería. Para no alargar el momento incómodo, añado—: Bueno, ya te haces a la idea… —Y dejo la frase sin terminar, porque no tengo ni la menor idea de cómo seguir.
—¿Y Roman?
Respiro hondo y lo miro a los ojos por fin. Este es el momento que he intentado evitar.
—¿Has advertido a Haven? ¿Le has contado lo que había hecho?
Asiento con la cabeza. Recuerdo el discursito que había ensayado en el coche, el de que Haven sería nuestra mejor oportunidad para conseguir lo que necesitábamos de Roman. Mi esperanza es que a Damen le suene mejor que a mí.
—¿Y?
Me aclaro la garganta, pero no digo nada.
Damen espera a que continúe con una paciencia acumulada a lo largo de seiscientos años. Abro la boca para decir algo, pero no puedo. Me conoce demasiado bien, así que, en lugar de hablar, alzo los hombros y suelto un suspiro, a sabiendas de que las palabras son innecesarias cuando en mi semblante se dibuja la respuesta.
—Ya veo… —Asiente. Su tono suave y firme no tiene el menor rastro de crítica, y eso me decepciona un poco. Si yo encuentro motivos de queja, ¿por qué él no?
—Pero… no es lo que piensas —aseguro—. Te prometo que he intentado avisarla, pero no ha querido escucharme. Así que he pensado: ¡Qué demonios! Si insiste en salir con Roman, ¿qué tiene de malo que intente conseguir el antídoto? Sé que piensas que está mal (sí, ya lo hemos hablado), pero no entiendo a qué viene tanto jaleo.
Me mira con semblante calmado y sereno carente de expresión.
—Además, lo cierto es que no tenemos ninguna prueba de que Roman fuera a dejarla morir. Tenía el antídoto, y sabía lo que yo elegiría. ¿Cómo podemos estar seguros de que no le habría dado a Haven el elixir? —Respiro hondo. Apenas puedo creer que esté utilizando el argumento de Haven, el mismo que yo misma me he negado en rotundo a aceptar momentos antes—. ¡Puede que incluso hubiera intentado tergiversarlo todo! Ya sabes, decirle a Haven que estábamos dispuestos a dejarla morir y utilizar ese argumento contra nosotros. ¿Te has planteado esa posibilidad?
—No, supongo que no lo he hecho —responde Damen entornando los párpados con expresión sombría.
—Y no se trata de que no vaya a vigilar la situación, porque te aseguro que pienso hacerlo, asegurándome de que está a salvo. Pero tiene su propia voluntad, por si no lo sabías, y no podemos elegir a sus amigos, así que he imaginado que… bueno… debía aprovechar el momento… por decirlo de alguna manera.
—¿Y qué pasa con lo que siente Haven por Roman? ¿Has pensado en eso?
Me encojo de hombros. Mis palabras demuestran una convicción que no siento cuando le digo:
—También sentía algo por ti, por si no lo recuerdas. Al parecer, lo supera con mucha rapidez. Y no te olvides de Josh, el chico al que consideraba su alma gemela y al que abandonó por una gata. Y ahora está en posición de conseguir casi todo lo que quiera, contando a cualquier tío que le dé la gana… —Me quedo callada un instante para no darle tiempo a intervenir—. Estoy segura de que Roman perderá su encanto y descenderá unos cuantos puestos en su lista. Haven puede parecer frágil, pero en realidad es mucho más fuerte de lo que crees.
Me mantengo firme con la intención de poner fin a la conversación. Lo hecho, hecho está, y no quiero que Damen haga o diga algo que me haga dudar con respecto a la relación de Haven y Roman más de lo que ya lo hago.
Él vacila y me recorre con la mirada. Luego se levanta con un movimiento rápido para agarrarme de la mano y conducirme hasta la puerta, donde aprieta los labios contra los míos en un beso largo, tentador, vinculante, provocador… Un beso que ambos prolongamos durante el mayor tiempo posible, ya que ninguno de los dos deseamos interrumpirlo.
Me aprieto contra él y siento su cuerpo, apenas amortiguado por el sempiterno velo de energía que flota entre nosotros. Su amplio pecho, su torso… cada centímetro de su cuerpo está tan apretado contra el mío que resulta imposible saber dónde termina él y dónde empiezo yo. Ojalá este beso hiciera lo imposible: borrar mis errores, eliminar la extraña sensación que me embarga, ahuyentar la oscura nube de furia que estos días parece seguirme a todas partes.
—Tengo que irme —susurro. Soy la primera en romper el hechizo, consciente del calor que se ha elevado entre nosotros, de ese impulso incendiario, un doloroso recuerdo de que, por ahora al menos, esto es todo lo que podemos tener.
Y justo cuando acabo de subirme al coche y Damen ha regresado dentro, aparecen Romy y Rayne, con Luna todavía a hombros.
—Esta noche es la noche. La luna entra en una nueva fase —dice Rayne, que tiene los ojos entornados y los labios apretados en una mueca. No hace falta decir nada más. Todas sabemos lo que eso significa.
Asiento con la cabeza y meto marcha atrás, lista para salir del camino de entrada.