—Sabes lo que hay que hacer, ¿verdad? —añade justo en ese momento—. ¿Recuerdas nuestro plan?
Asiento con la cabeza una vez más. Detesto encontrarme en esta tesitura, porque sé que, en lo que a ellas se refiere, jamás conseguiré enmendar lo que hice.
Retrocedo por el camino de entrada y salgo a la calle mientras sus pensamientos me persiguen y se apilan en mi mente: piensan que está mal utilizar la magia para propósitos egoístas y nefastos. El karma siempre exige un precio por triplicado.
L
o primero que veo al llegar a casa es el Prius plateado de Muñoz en el camino de entrada. Y, para ser sincera, me entran ganas de darme la vuelta e irme a cualquier otro sitio. Pero no lo hago. Suelto un suspiro y meto el coche en el garaje, a sabiendas de que no tengo más remedio que aceptarlo.
Aceptar el hecho de que mi tía, que también es mi tutora legal, está colada por mi profesor de historia.
Aceptar el hecho de que es muchísimo mejor encontrármelo en la cena que en la mesa del desayuno. Aceptar que, si las cosas siguen a este ritmo, solo es cuestión de tiempo que deje de llamarlo «señor Muñoz» y empiece a dirigirme a él como «tío Paul».
Ya lo he visualizado. Es cosa hecha. Ahora solo me queda esperar a que ellos se den cuenta.
Me escabullo por la puerta lateral y avanzo de puntillas con la esperanza de poder llegar a mi habitación sin que me vean. Necesito estar un rato a solas… Lo necesito desesperadamente, ya que antes debo arreglar unas cuantas cosas.
Estoy a punto de correr escaleras arriba cuando Sabine asoma la cabeza por la esquina y dice:
—Ah, bien, me ha parecido oír tu coche en el garaje. La cena estará lista dentro de media hora, pero me gustaría que bajaras un poco antes y charlaras con nosotros.
Echo un vistazo por encima de su hombro para intentar localizar a Muñoz, pero, gracias a la pared que nos separa de la sala de estar, lo único que consigo ver es un par de sandalias masculinas de cuero encima del mullido escabel, unos pies que parecen tan cómodos y relajados como si aquel fuera su hogar. Clavo la mirada en mi tía y me fijo en el cabello rubio que le llega hasta los hombros, en el rubor de sus mejillas, en sus brillantes ojos azules… y vuelvo a renovar mi promesa de ser feliz cuando ella sea feliz… aunque no me emocionen especialmente sus motivos para serlo.
—Yo… bajaré dentro de un momento —replico obligándome a esbozar una sonrisa—. Solo voy a asearme un poco… —Mi mirada vuelve a posarse en el señor Muñoz, incapaz de apartar los ojos de él a pesar de lo inquietante que me resulta verlo. En serio, por el mero hecho de que estemos en verano no significa que deba resultarme fácil ver los pies de mi profesor en mi propia casa.
—Está bien, pero no tardes mucho. —Mi tía se da la vuelta y empieza a avanzar, pero un momento después gira la cabeza para añadir—: Ah, casi lo olvido. Ha llegado esto para ti.
Coge un sobre de color crema que hay en la mesita auxiliar y me lo entrega. Las palabras «Mystics & Moonbeams» aparecen impresas en color morado en la esquina superior izquierda, y mi nombre y dirección, escritos con la letra angulosa de Jude, están en la parte central.
Me quedo mirando el sobre, a sabiendas de que podría cogerlo y averiguar su contenido con solo tocarlo, sin necesidad de abrirlo. Pero lo cierto es que no quiero tocarlo, no quiero saber nada de esa carta, ni de mi trabajo, ni de Jude… el jefe que, por lo visto, ha tenido un papel de lo más relevante en todas mis vidas. Alguien que aparece recurrentemente, que siempre consigue ganarse mi afecto hasta que llega Damen y me aparta de su lado. Un triángulo amoroso forjado a través de los siglos que acabó en el segundo que vi su tatuaje del uróboros el pasado jueves por la noche.
Y aunque Damen afirma que hay un montón de gente que tiene ese tatuaje, que su significado original no es malo y que fueron Roman y Drina quienes lo convirtieron en algo diabólico… no descarto la posibilidad de que esté equivocado.
No descarto la posibilidad de que Jude sea uno de ellos cuando estoy casi segura de que lo es.
—¿Ever? —Sabine inclina la cabeza y me dirige una de esas miradas suyas que conozco muy bien y cuyo significado es: «Da igual cuántos libros leas sobre el tema… los adolescentes son como extraterrestres».
Una mirada que me impulsa a arrancarle el sobre de la mano, procurando no tocar más que los bordes, y a dirigirle una pequeña sonrisa antes de subir las escaleras. Siento un temblor en las manos y un hormigueo por todo el cuerpo cuando el contenido del sobre empoza a aparecer en mi mente. Al parecer, se trata de un cheque, que sin duda me he ganado pero que no tengo intención de cobrar, acompañado de una breve nota en la que me pide que haga el favor de informarle de si pienso volver a la tienda para saber si tiene que buscar otra médium para sustituirme o no.
Eso es todo.
Nada de: ¿Qué demonios ha ocurrido?
O: ¿Por qué has pasado de estar a punto de besarme a arrojarme al otro lado del patio, sobre tus muebles de jardín?
Y eso es porque ya lo sabe. Lo ha sabido siempre. Es muy posible que no esté al tanto de lo que planea, pero es evidente que está tramando algo. Tal vez Jude vaya por delante en este juego por ahora, pero aunque él no lo sepa, estoy a punto de atraparlo.
Arrojo el sobre a la papelera, dando por supuesto que mi falta de respuesta será respuesta suficiente. Lo dirijo en una complicada coreografía de bucles, círculos y un ocho perfecto antes de dejarlo caer en la papelera sin apenas ruido. Luego me dirijo al vestidor, donde cojo la caja del estante superior que contiene todo lo que necesito para deshacer lo que he hecho.
El momento es el adecuado, el apropiado para un nuevo comienzo; la oportunidad perfecta (la única oportunidad, según Romy y Rayne) para romper el hechizo que hice cuando invoqué de manera accidental a los poderes oscuros para que me ayudaran. La luna está creciendo, lo que significa que la diosa se está alzando, en ascenso, mientras que Hécate, aquella a la que invoqué por error, se hunde en el inframundo, donde contará los minutos hasta dentro de un mes, cuando el ciclo volverá a completarse.
Busco en la caja, saco las velas, los cristales, las hierbas, los aceites y el incienso que voy a necesitar, y me tomo un momento para organizados y colocarlos en el orden que serán utilizados. Luego me quito la ropa y me introduzco en la bañera para el baño ritual, con un saquito lleno de angélica (para la protección y eliminación de encantamientos), enebro (para la expulsión de entes negativos), y ruda (para ayudar en la sanación, en los poderes mentales y en la disolución de maldiciones). Añado también unas gotas de aceite esencial de naranjo amargo, indicado para desvanecer toda maldad y negatividad. Me sumerjo hasta que mis pies chocan contra el extremo opuesto de la bañera y el agua sube a mi alrededor. Cojo unos cristales de cuarzo transparente que he dejado en el borde y los meto también en el agua mientras recito:
Limpio y reclamo mi cuerpo, causa de mi desvelo,
para que mi magia vincule como es debido
mi espíritu renacido, ahora listo para el vuelo,
y permita que el hechizo esta noche sea cumplido.
Sin embargo, a diferencia de la vez anterior, disfruto del baño y no visualizo a Roman delante de mí. No quiero verlo hasta que esté preparada, hasta que sea absolutamente necesario, hasta que llegue el momento de deshacer lo hecho.
Cualquier otra cosa implicaría correr un riesgo que no me puedo permitir.
Desde que comenzaron los sueños, no puedo confiar en mí misma.
La primera vez que me desperté empapada en sudor frío, con la mente llena de imágenes de Roman, tuve la certeza de que aquello era resultado de la noche horrible que había tenido: descubrir la verdad sobre Jude, convertir a Haven con el elixir… Pero el hecho de que se haya repetido todas las noches desde entonces, el hecho de Que él se cuele en mi mente no solo de noche, sino también de día, el hecho de que las visiones vengan acompañadas por extrañas palpitaciones que retumban sin cesar en mi interior… todo eso ha logrado convencerme de que Romy y Rayne tienen razón.
A pesar de que me sentí genial una vez que completé el hechizo, más tarde, cuando todo empezó a aclararse, fue bastante obvio que el efecto conseguido no había sido el esperado.
En lugar de vincular a Roman a mí, me había vinculado a él.
En lugar de lograr que viniera a mí y cumpliera mis órdenes… soy yo la que, para mi vergüenza y desesperación, lo busco a él.
Y eso es algo de lo que Damen no debe enterarse jamás. Nadie debe enterarse. Porque eso no solo demuestra que tenía razón al advertirme sobre los puntos negativos de la magia, al insistir en que no se debe jugar con ella y en que los aficionados que se sumergen demasiado rápido en la hechicería a menudo pierden la cabeza… También podría suponer el fin de su paciencia conmigo.
Podría ser la gota que colmara el vaso.
Respiro hondo y me hundo en el agua un poco más, disfrutando de las pequeñas ondas que chocan contra mi barbilla mientras absorbo todas las energías sanadoras que proporcionan las hierbas y las piedras, a sabiendas de que solo es cuestión de tiempo que consiga librarme de esta malsana obsesión y todo vuelva a su sitio. Y cuando el agua comienza a enfriarse, froto cada centímetro de mi piel con la esperanza de eliminar todo vestigio mancillado de mi persona y poder recuperar mi antiguo yo.
Salgo de la bañera y me pongo la bata de seda blanca con capucha. Ato el cinturón con firmeza mientras regreso al vestidor en busca de mi
athame
. El mismo que Romy y Rayne criticaron diciendo que era demasiado afilado, que la intención debía ser cortar la energía, no la materia, que lo había hecho todo mal… Me animaron a quemarlo, a derretirlo hasta convertirlo en un amasijo de metal y a entregárselo para que ellas pudieran completar el ritual de destierro, ya que no confiaban en que una novata como yo pudiera completar con éxito una tarea tan compleja.
Y aunque accedí a quemarlo delante de ellas y pasé la hoja a través de las llamas una y otra vez en una especie de santificación mágica, descarté el resto del plan, convencida de que solo estaban aprovechando la oportunidad para hacerme sentir más estúpida aún. Si el verdadero problema era, como ellas decían, que había realizado un hechizo en una noche de luna nueva, ¿qué diferencia supondría un simple cuchillo?
Pero esta vez, solo para asegurarme, añado unas cuantas piedras a la empuñadura: una obsidiana lágrima apache para la protección y la buena suerte (algo que las gemelas creen que necesito en abundancia); sanguinaria para el valor, la fuerza y la victoria (que siempre forman una buena combinación), y turquesa para la sanación y el fortalecimiento de los chacras (por lo visto, el chacra de la garganta, el centro del discernimiento, siempre ha representado un problema para mí). Luego salpico la hoja con un puñado de sal antes de pasarla tres veces por la llama de tres cirios blancos. Convoco a los elementos de fuego, aire, agua y tierra para que destierren toda la oscuridad y permitan solo la luz, para que hagan desaparecer todo resto de maldad y traigan solo cosas buenas. Repito el encantamiento tres veces antes de invocar a los más elevados poderes mágicos para que se aseguren de que se ha realizado. Esta vez me cercioro de estar invocando a los poderes mágicos adecuados: de invocar a la diosa y no a Hécate, la reina del inframundo con tres cabezas y cabellera de serpientes.
Purifico el espacio mientras lo recorro tres veces con el incienso en una mano y el
athame
en la otra y creo el círculo mágico visualizando una luz blanca que flota a través de mí. Empieza en la parte superior de mi cabeza y baja a través de mi cuerpo, hasta el brazo, hasta el
athame
y luego hasta el suelo. Gira, se retuerce y me rodea, dejando finos filamentos de luz blanca que se enrollan, crecen y se unen para formar una única hebra, hasta envolverme en un capullo plateado que me encierra por completo, una compleja red formada por la luz más brillante y resplandeciente.
Me arrodillo en el suelo del espacio limpio y consagrado, coloco la mano izquierda por delante de mí y recorro con la hoja la línea de la vida de mi palma, aunque no puedo evitar aspirar entre dientes cuando la punta se hunde en mi carne y empieza a manar sangre. Cierro los ojos y hago aparecer a Roman sentado con las piernas cruzadas delante de mí, tentándome con su irresistible mirada azul oscuro y una sonrisa provocadora. Me esfuerzo por resistir su hechizante belleza y su atractivo innegable, y apunto directamente al cordón empapado en sangre que cuelga de su cuello.
Un cordón empapado con mi sangre.
El mismo cordón que yo misma le puse el jueves por la noche cuando realicé un ritual parecido… el que parecía funcionar hasta que empezó a salir mal. Sin embargo, esta vez todo es diferente. Mi intención es diferente. Quiero recuperar mi sangre. Quiero desvincularme.
Me apresuro a pronunciar el encantamiento antes de que Roman desaparezca:
Desanudando esta lazada,
elimino la magia ante tu atenta mirada.
Este cordón, que en su día estuvo tenso y apretado,
desato ahora para devolver las cosas a su previo estado.
Puesto que queda suelto, ya no tienes poder sobre mí.
Desvinculando el cordón, me he liberado de ti.
Que no haga daño a nadie mientras lo envío al abismo.
Que este cambio tenga efecto hoy mismo.
Esta es mi voluntad, mi palabra y mi deseo.
¡Que así sea! ¡Asilo ordeno!
Entorno los ojos para protegerme del viento huracanado que empieza a soplar a través del círculo y presiona las paredes del capullo que me rodea, así como también del fogonazo del relámpago que chasquea y retumba sobre mi cabeza. Con la palma de la mano en alto, abierta y preparada, miro a Roman a los ojos mientras desato el nudo de su cuello en mi mente e invoco a mi sangre para que vuelva a mí.
Al lugar donde se originó.
Al lugar al que pertenece.
El entusiasmo me hace abrir los ojos de par en par cuando veo la sangre realizar un arco hasta la parte central de mi mano herida. El cordón de su cuello se afina y empalidece hasta que queda tan limpio y puro como el día que se creó.