Tentación (8 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Tentación
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Termino de arroparlo y espero a que vuelva a dormirse antes de acercarme a la puerta.

—Porque no tengo ni por asomo todo lo que deseo —respondo.

Capítulo siete

—S
iempre he sabido que ocultabais algo. Sobre todo tú. —Señala a Damen—. Lo siento, pero nadie es tan perfecto.

Damen sonríe, abre la puerta de par en par y nos invita a entrar con un gesto de la mano. Sus ojos, oscuros y profundos, se clavan en los míos en una especie de abrazo de amante y me regalan un millar de tulipanes rojos telepáticos destinados a darme el coraje y la fuerza que obviamente voy a necesitar.

—Y para que lo sepáis: lo he visto —dice Haven, que engancha sus dedos llenos de anillos en la cinturilla de cuero de sus pantalones y nos mira a ambos con un gesto de exasperación antes de adentrarse en el vestíbulo.

Damen me mira con las cejas enarcadas, pero me limito a encogerme de hombros. Los dones de Haven acaban de empezar a revelarse. Leer el pensamiento es solo el principio.

—Vaya, ¡no puedo creer que vivas aquí! —Empieza a dar vueltas Para fijarse en todo. Observa la intrincada lámpara de araña que Cuelga del altísimo techo abovedado y la mullida alfombra persa del suelo, dos objetos con varios siglos de antigüedad que estuvieron a punto de perderse para siempre cuando Damen atravesó la fase que ahora ambos denominamos «período monástico», cuando estaba seguro de que su pasado narcisista, extravagante y vanidoso había sido la causa de todos nuestros problemas. Estaba decidido a deshacerse de todas sus posesiones hasta que las gemelas se instalaron en su casa; fue entonces cuando quitó el cartel de «Se vende», ya que deseaba proporcionarles todas las comodidades y el espacio posibles.

—¡Podrías celebrar unas fiestas alucinantes aquí en el vestíbulo! —Haven suelta una carcajada—. ¿Esto forma parte de la inmortalidad? ¿Vivir en sitios lujosos como este? Porque si es así, ¡me apunto!

—Damen lleva en el mundo bastante tiempo… —le digo, sin saber muy bien cómo explicarle la existencia de esta mansión de multimillonario. Todavía no le he hablado del antiguo arte de la manifestación instantánea, ni de cómo elegir los caballos adecuados en las carreras… y no sé si quiero hacerlo.

—Bueno, pues me gustaría saber cuánto tiempo ha vivido Roman. Aunque su casa está muy bien, no tiene nada que ver con esta.

Damen y yo intercambiamos una mirada. No podemos comunicarnos por medio de la telepatía ahora que sabemos que ella puede escucharnos, pero decidimos de mutuo acuerdo pasar esa pregunta por alto. Queremos darle los menos detalles posibles durante el mayor tiempo que podamos. Retrasar la inevitable llegada del día que descubra toda la verdad, por no mencionar lo que le ocurrió en realidad a su amiga Drina.

La seguimos por la cocina hasta la sala de estar, donde encontramos a las gemelas tumbadas, cada una en un extremo del sofá. Ambas leen su propio ejemplar del mismo libro. Rayne mastica una bajita de chocolate y Romy tiene un enorme cuenco de palomitas.

—¿Vosotras también sois inmortales, chicas? —inquiere Haven.

Romy y Rayne levantan la vista. Rayne la mira con su habitual ceño fruncido; Romy se limita a sacudir la cabeza y sigue la lectura donde la había dejado.

—No, ellas son… hummm… —Miro a Damen para suplicarle ayuda. No tengo ni idea de cómo explicar el hecho de que, a pesar de que no son inmortales, han vivido en otra dimensión durante los últimos trescientos años… En un lugar al que ahora, gracias a mí, no pueden regresar.

—Son de la familia. —Damen asiente con la cabeza y me mira para indicarme que le siga el juego.

Haven se planta en medio de la estancia con las cejas enarcadas y gesto incrédulo. Está claro que no se lo ha tragado.

—¿Intentas decirme que te has mantenido en contacto con tu familia desde hace…? —Entorna los párpados y lo observa con detenimiento en un intento por calcular cuántos años tiene—. Bueno, da igual. Seguro que eso, como poco, hace que vuestras reuniones sean de lo más interesantes.

Miro de reojo a Damen y comprendo que está decidido a dejarlo pasar.

—Lo que quiere decir es que son como de la familia. En realidad son… —añado con la intención de salvarlo.

—¡Venga, por favor! —Rayne arroja el libro sobre la mesa y nos fulmina con la mirada a Haven y a mí. A Damen no, por supuesto.

—No somos de la familia y no somos inmortales, ¿vale? Somos brujas refugiadas de los juicios de Salem. Y no hagas más preguntas, porque no vamos a responderlas. De cualquier forma, ya es más de lo que necesitas saber.

Haven nos mira con los ojos abiertos de par en par.

—Madre mía… Las cosas no pueden ser más raritas, ¿verdad?

Me encojo de hombros e intercambio una mirada con Rayne para dejarle claro que debería haber mantenido su condición en secreto. En ese momento, veo que Haven, que se ha sentado en uno de los mullidos sillones, nos mira como si esperara una especie de clave confidencial, un adoctrinamiento, algo así como un rito de iniciación… y que no se molesta en ocultar su decepción cuando Damen entra en la cocina y vuelve un instante después con una cajita llena de botellas de elixir que le deja en las manos.

Mi amiga observa la caja, da unos golpecitos con sus uñas pintadas de negro en la tapa de cada una de las botellas y luego nos mira con expresión confundida.

—¿Eso es todo? ¿Siete botellas? ¿Un suministro para una semana? Es una broma, ¿no? ¿Cómo voy a sobrevivir con esto? ¿Intentáis matarme antes de que empiece?

—Tía, eres inmortal… No pueden matarte. —Rayne sacude la cabeza y pone los ojos en blanco.

—Pues sí que pueden, listilla. Por eso Ever me dio esto. —Haven saca el amuleto que lleva oculto debajo de la camiseta negra de encaje y lo balancea delante de Rayne.

Sin embargo, Rayne se limita a soltar un gruñido. Cruza sus brazos delgaduchos y pálidos sobre su pecho plano y dice:

—Por favor, lo sé todo sobre eso. Si te lo quitas y recibes un puñetazo en el chacra apropiado, estás frita. Si lo llevas, vivirás feliz para siempre jamás. No es precisamente física cuántica, ¿sabes?

—Joder, ¿siempre es así de cascarrabias? —pregunta Haven, que se echa a reír mientras niega con la cabeza.

Y justo cuando iba a responderle que sí, contenta de tener una aliada para variar, veo que Haven se levanta del sillón y se sienta al lado de Rayne para alborotarle el pelo y hacerle cosquillas en los pies. Algo que las convierte en amigas al instante.

Y así, sin más, vuelvo a ser la marginada del grupo.

—No hace falta que lo bebas todos los días —dice Damen, decidido a retomar el tema—. De hecho, podrías sobrevivir los próximos ciento cincuenta años con un simple sorbo. Quizá más, ¿quién sabe?

—Vale, en ese caso, ¿por qué tú lo bebes como si tu vida dependiera de ello? —inquiere Haven, que aparta los pies de Rayne de su regazo para mirarnos a los dos.

Damen se encoge de hombros.

—Supongo que ya es una costumbre. Llevo en este mundo bastante tiempo, ¿sabes? A decir verdad, mucho, mucho tiempo.

—¿Cuánto? —Haven se inclina hacia delante, se aparta el flequillo con reflejos rubio platino de la cara y arquea las cejas, que muestran unos párpados muy maquillados.

—Mucho. De cualquier forma, la cuestión es…

—Espera, espera. Estás de coña, ¿verdad? ¿Es que no piensas decirme cuántos años tienes? ¿Qué pasa? ¿Eres como una de esas treintañeras que quieren seguir cumpliendo veintinueve hasta que Ueguen a los ochenta? Lo siento, Damen, no me parecías tan vanidoso. —Se echa a reír y sacude la cabeza—. Créeme, cuando sea vieja, 1o gritaré a los cuatro vientos. Estoy impaciente por ser una anciana ^e ciento ochenta y dos años con la piel de porcelana.

—No es vanidad, es… sentido práctico —replica Damen con sequedad. Cuando lo miro, veo que se ha sonrojado, lo cual significa que la vanidad sí tiene algo que ver, aunque no quiera admitirlo. Por más que intente librarse de toda su ropa de diseño, de los productos para el cabello y de sus botas de cuero italianas hechas a mano, todavía conserva algo de vanidad—. Además, no puedes alardear de eso, no puedes contárselo a nadie. Creí que Ever te lo había dejado claro.

—Y así es —decimos Haven y yo al unísono.

—En ese caso, la cuestión está zanjada. Te limitarás a seguir comiendo tus magdalenas, como de costumbre, y te comportarás de la forma más normal posible para no atraer…

—Atenciones indeseadas. —Haven compone un gesto de exasperación de lo más exagerado—. Créeme, Ever ya me ha machacado con eso. Me ha advertido sobre el lado oscuro, sobre el monstruo que hay debajo de la cama, sobre el del armario y sobre el hombre del saco que vive en el hueco de las escaleras. Detesto tener que decírtelo, pero eso no me interesa en absoluto. He sido normal toda mi vida. Siempre me han ignorado y menospreciado… como si formara parte de los dibujitos del papel de la pared… por más extravagante que haya sido mi conducta o mi vestimenta. Créeme, esa clase de anonimato está sobrevalorado. Paso totalmente de eso. Así que si ahora tengo alguna oportunidad de dejarlo atrás… de destacar y que la gente se fije en mí… te aseguro que pienso aprovecharla. ¡Pienso poner todo mi empeño en ello! De modo que ya puedes concentrarte en otra cosa. —Da unos golpecitos con los dedos a la caja—. Vamos, compláceme, dame más elixir para que pueda dejarlos a todos sentados de culo cuando empecemos el último año del instituto.

Damen me mira alarmado, sin habla… con una expresión que me dice: «Es tu creación… tu monstruo de Frankenstein… ¡Haz algo!».

Así que me aclaro la garganta y me giro hacia ella con las piernas cruzadas, las manos enlazadas y una expresión amable, a pesar de que estoy tan aterrada como él.

—Haven, por favor… —le digo con voz baja y firme—. Ya hemos hablado de esto…

Pero ella me interrumpe antes de que acabe.

—Vosotros lo bebéis todo el tiempo… ¿por qué no puedo hacerlo yo? —Tamborilea con los dedos sobre la caja de cartón y nos mira con los ojos entornados.

Me quedo callada un momento, sin saber cómo explicarle que el elixir agudiza mis poderes, unos poderes que preferiría que ella no tuviera. Todavía no he encontrado las palabras apropiadas, pero empiezo a hablarle:

—Aunque pueda parecer lo contrario, lo cierto es que en realidad no lo necesito… no tanto como Damen, al menos. Lo bebo porque… bueno, porque estoy acostumbrada. Y aunque no sabe muy bien, podría decirse que me gusta. Pero, créeme, no es necesario Deberlo a diario, ni siquiera semanalmente… Ni una vez al año, ya puestos. Como te ha dicho Damen, podrías pasarte cien años, quizá doscientos, sin beber ni un solo trago. —Asiento con la cabeza con la esperanza de que se lo trague. No quiero que conozca el incremento de poder, velocidad y habilidades mágicas que trae consigo el consumo regular. Eso solo haría que lo deseara aún más.

—Está bien. —Hace un gesto afirmativo—. Supongo que tendré que pedírselo a Roman. Estoy segura de que a él no le importará dármelo.

Trago saliva con fuerza. No pronuncio palabra, a sabiendas que solo intenta desafiarme. Observo a Luna, que salta sobre el regazo de Haven para que esta la acaricie.

—Hola, gatita… ¿no se supone que tú ibas a ser para mí? ¿Por eso has venido a saludarme? ¿Porque notas quién es tu verdadera dueña? —Sostiene en alto al animalito y lo acaricia con la barbilla. Se echa a reír cuando Romy salta desde el otro extremo del sofá y se la quita de las manos—. Tranquilízate… —dice con una carcajada—. No voy a robártela ni nada por el estilo.

—No puedes robarla. —Romy le dirige una mirada asesina y se coloca a Luna sobre el hombro, el lugar favorito de la gata—. Tampoco puedes ser su dueña. Las mascotas no son cosas, no son accesorios que puedan desecharse cuando ya no los quieres. Son criaturas vivas que comparten nuestra existencia. —Mira a su hermana para indicarle que la siga, tras lo cual sale en tromba de la estancia.

—¡Madre mía! ¡Qué gruñona! —Haven gira la cabeza para seguirlas con la mirada.

Sin embargo, no estoy dispuesta a dejar pasar la oportunidad. Ella ha sido quien ha iniciado la conversación, y etoy decidida a continuarla.

—Hablando del tema, ¿qué tal está Roman? —le pregunto intentando mostrar poco interés. Espero que no noten el ligero temblor que sacude mis labios cuando pronuncio su nombre.

Haven se encoge de hombros, dejando claro que sabe muy bien por dónde voy cuando responde:

—Bien. Está muy bien, gracias por preguntar. Pero no tengo nada de lo que informarte. Nada que pueda interesarte, al menos. —Nos mira a Damen y a mí y esboza una sonrisa, como si acabara de contar un chiste graciosísimo, un juego al que ella todavía no se ha comprometido a jugar. Luego clava la vista en sus uñas y añade—: Vaya, ¿a ti también te crecen las uñas tan rápido? Me las he cortado esta mañana, y mira… ¡ya están largas otra vez! —Alza las manos para que podamos verlo—. Y mi pelo… ¡te juro que el flequillo me ha crecido dos centímetros en un par de días!

Damen y yo intercambiamos una rápida mirada. Ambos pensamos lo mismo: ¿y eso con solo una botella de elixir? Sé que no me queda más remedio que contarle lo de Roman, y espero poder hacerlo de una manera convincente.

—Oye, Haven… Con respecto a Roman… —Ella deja caer las manos sobre el regazo, sujeta la caja y me mira—. He estado pensando que… —Hago una pausa, consciente de la mirada penetrante e intensa de Damen, que se pregunta adonde quiero ir a parar, ya que no lo he hablado antes con él. Pero lo cierto es que se trata de una conclusión a la que yo misma acabo de llegar… el resultado de una de las espeluznantes cosas que me han ocurrido en las últimas veinticuatro horas—. Creo que debes evitarlo a toda costa. —La miro con recelo—. En serio. Si lo que quieres es dinero, puedo darte todo el que necesites hasta que encuentres otro trabajo, pero preferiría que no siguieras trabajando allí. No es… seguro. Sé que no me crees, se que piensas que no entiendo nada, pero te equivocas. Damen estaba presente también, puede contártelo. —Echo un vistazo a Damen y veo que asiente para confirmarlo, pero Haven sigue sin inmutarse, con una expresión tan plácida como si no hubiera oído nada—. No puedo explicarte cómo es de verdad… —le aseguro—. En serio. Es peligroso. Una completa amenaza. Por no mencionar que es… —Malvado, horrible… y terriblemente irresistible. Oigo su voz en mi cabeza, veo su rostro en sueños… siempre, a cada momento. Da igual cuánto me esfuerce, no puedo librarme de él, no puedo dejar de pensar en él, no puedo evitar desearlo, no puedo evitar soñar con él…—. Y… bueno… de todas formas… no quiero que salgas herida. —Trago saliva con fuerza. Mi cuerpo se ha alterado por el mero hecho de pensar en Roman; siento esas extrañas palpitaciones en mi interior, tan intensas que están a punto de echar por tierra mi fachada de tranquilidad.

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