Tormenta (18 page)

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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: Tormenta
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Spartan señaló el final del pasillo, donde dos de los omnipresentes marines custodiaban un acceso.

A un gesto del almirante, uno de los marines acciono el mecanismo y abrió la escotilla de par en par. Al otro lado todo estaba negro.

Spartan cruzó la escotilla y miró hacia atrás.

—¿Viene?

Crane agachó la cabeza para seguirlo, y miró a su alrededor con estupefacción.

Estaban en una sala de observación larga y estrecha, que dominaba un gran hangar. A cada lado de Crane había una larga hilera de pantallas vigiladas por otros tantos técnicos. Se oían pitidos de aparatos electrónicos, ruido de teclas y un murmullo de voces. Al otro lado de la pared acristalada de observación, en el suelo del hangar, iban y venían más técnicos con batas blancas, empujando maquinas o tomando notas en ordenadores portátiles; pero no fue nada de eso lo que atrajo la mirada de Crane, sino algo que colgaba justo encima del suelo del hangar, al final de un cable extraordinariamente grueso.

Era una esfera metálica (de titanio, u otro metal aun más valioso), de unos tres metros de diámetro. Estaba tan pulida que parecía otro sol metido en el hangar; Crane tenía que entornar los ojos para mirarla. Parecía completamente redonda. La única macula en su superficie era un pequeño laberinto de sensores, luces e instrumental robótico que colgaba en la parte inferior como el musgo marino en el casco de un barco. En la pared del fondo había dos esferas metálicas idénticas, en soportes acolchados y reforzados.

—¿Que es? —susurro Crane.

—La Canica, doctor Crane; todo lo demás, y digo todo, le sirve de apoyo.

—¿Es lo que excava?

—No, eso lo hace una tuneladora de doble casco modificada para trabajar a gran profundidad. La función actual de la Canica es seguir a la tuneladora y cinchar las partes nuevas con bandas de acero. Mas tarde, cuando este acabado el pozo, la función de la Canica será de exploración y de… extracción.

—¿Es autónoma?

—No. Seria imposible automatizar todas sus funciones. La pilotan brigadas de tres hombres que se turnan.

—¿Brigadas? Pues no veo ninguna escotilla.

El almirante Spartan soltó algo que más que una risa parecía tos.

—En las profundidades a las que trabajamos, doctor Crane, no puede haber ≪escotillas≫. La presión obliga a que la Canica sea totalmente redonda. No se puede desviar de la esfericidad bajo ningún concepto.

—¿Entonces como entran y salen los operarios?

—Una vez que esta dentro la brigada, se suelda la Canica y se pule la soldadura hasta que quede como un espejo.

Crane silbo.

—Si, por eso los turnos son de veinticuatro horas, por lo mucho que se tarda en las entradas y salidas. Por suerte, como ve, hay dos de refuerzo; así, mientras una funciona se puede ir preparando y repostando la siguiente. Es la única forma de poder trabajar las veinticuatro horas del día.

Se quedaron callados. A Crane le resultaba imposible apartar la vista de aquella bola brillante. Era una de las cosas más bonitas que había visto en toda su vida, aunque costaba imaginarse a tres personas en tan poco espacio. Le llamó la atención una pantalla con una imagen poco definida de los técnicos que trabajaban alrededor de la Canica. Parecía una señal de video tomada desde el interior de la esfera.

—Tengo entendido que no le convence que busquemos la Atlántida —dijo Spartan, secamente—, pero lo que buscamos no es de su incumbencia. Lo que si le atañe, y mucho, es la situación medica. Ahora ya no responde solo ante Asher, sino también ante mí. No es necesario que le diga que lo que vea aquí no puede comentárselo a nadie del área de libre acceso. Sus movimientos estarán vigilados, y solo podrá acceder a ciertos lugares de máxima seguridad debidamente acompañado, al menos al principio. Naturalmente, le facilitaremos todos los recursos e instrumentos que necesite. Como no es la primera vez que trabaja en una operación confidencial, ya sabe los privilegios y las responsabilidades que comporta. Si abusa de ellos, la próxima vez que lo arrastren ante unos focos no será para hacerle una foto.

Las últimas palabras de Spartan arrancaron a Crane de la contemplación de la Canica. El almirante no sonreía.

—¿Que ha ocurrido exactamente? —preguntó Crane.

Spartan movió una mano hacia la pared de cristal, señalando el hangar de abajo.

—Hasta hace doce horas, el Complejo de Perforación se había librado de lo que mina la salud de los trabajadores, pero ahora hay tres operarios afectados.

—¿Cuales son los síntomas?

—Puede preguntarlos usted mismo. En la cuarta planta hay un servicio de urgencias medicas que ya hemos activado, y que puede usar como enfermería provisional. Hare que le remitan ahí a los operarios.

—Por que no me habían dicho nada de estos nuevos casos? —preguntó Crane.

—Se lo estoy diciendo yo. Son operarios del área restringida, y por tanto no se les permite circular por las zonas de libre acceso.

—No me iría mal que me ayudase la doctora Bishopp.

—Solo tiene acceso limitado al otro lado de la Barrera en casos de emergencia y acompañada por marines. Ya lo hablaremos el día en que sea imprescindible. Ahora déjeme seguir, si es tan amable. Aparte de los casos que ya le he comentado, he observado que en el Complejo hay diversas personas que están… psicológicamente afectadas.

—¿Lo sabe el doctor Corbett?

—No, ni lo sabrá. Corbett es… digamos que poroso. Convendría que su asesoramiento siempre sea filtrado por usted. —Spartan echó un vistazo a su reloj—. Ahora pediré un destacamento para que lo acompañe a su habitación. Duerma un poco. Lo quiero aquí a las nueve de la mañana, bien descansado.

Crane asintió despacio.

—O sea, que es por eso. Me autoriza por que la podredumbre ha llegado hasta aquí.

La mirada de Spartan se volvió escrutadora.

—Ahora tiene un nuevo trabajo, doctor. No basta con averiguar por que enferma la gente. Tiene que mantenerla sana. —Volvió a señalar la Canica, y a los técnicos de alrededor—. Por que en este Complejo se puede prescindir de todo y de todos menos de la perforación, que debe seguir a cualquier coste. Es un trabajo de importancia capital. No dejare que nada ni nadie lo retrase. Si debo manejar yo mismo la Canica, lo hare. ¿Queda claro?

Se miraron un momento, hasta que Crane asintió ligeramente.

—Como el agua —respondió.

24

Crane se tumbó en la cama, exhausto. Casi eran las tres de la noche, y el Complejo estaba en silencio. Oyó como se deslizaban las notas seductoras de un clarinete de jazz, que se filtraba a duras penas desde el cuarto de baño común. Roger Corbett admiraba a Benny Goodman y Artie Shaw.

No recordaba otro día tan lleno de sorpresas en su vida, pero estaba tan cansado que en cuanto cerro los ojos se sintió invadido por el sueno. Sin embargo, aun no podía dormir. Primero tenía que hacer algo.

Acercó la mano a la mesa para coger una carpeta. La abrió y saco un breve documento: el texto mencionado por Asher como testimonio de primera mano del hundimiento al fondo del mar. Se frotó los ojos y miró la primera página, casi sin fuerzas. Era una fotografía en gran formato de una página de un manuscrito iluminado, con letras minúsculas de color negro, una capitular muy adornada e ilustraciones al margen, inquietantes a pesar de su gran colorido. La vitela estaba muy desgastada en dos líneas horizontales que parecían corresponder a algún pliegue. Los bordes estaban oscurecidos por el uso y los años. El texto estaba en latín. Afortunadamente, el investigador de Asher había adjuntado una traducción en ingles, prendida a la foto. Crane empezó a leerla.

Aconteció en el año del señor de 1397 que yo, Jon Albarn, pescador de Staafhorn, fui convertido en testimonio.

En esa época me había roto el brazo de gravedad y no podía salir a la mar ni echar las redes. Habiendo salido cierto día a caminar por los acantilados, observe al punto que el cielo brillaba con gran fuerza, a pesar de que estaba nublado, y a mis oídos llego un extraño canto, como de multitud de voces que hacían temblar el propio empíreo.

Regrese sin tardanza para informar a todas las gentes de esta revelación, pero en la aldea muchos habían oído ya con sus oídos, y visto con sus ojos, y emprendido el camino hacia la playa de guijarros; al ser domingo todos los varones de la aldea estaban en casa con sus familias, y así no pasó mucho tiempo hasta que la aldea quedó vacía, y se reunieron casi todos junto al agua.

El cielo se volvió aun más luminoso. La pesadez del aire era en extremo singular, y hubo muchos, yo entre ellos, que repararon en que el vello de nuestra piel se erizaba.

De pronto estallaron toda suerte de relámpagos y truenos, hasta que se abrieron las nubes sobre el mar, y de ellas brotaron arco iris y torbellinos de niebla. Luego apareció un agujero en el cielo, y por ese agujero se mostro un Ojo gigante envuelto en llamas blancas. Descendían de aquel ojo unos troncos de luz rectos cual columnas, y una calma extraña se hizo en el mar sobre el que se posaba la sagrada luz.

Todas las gentes de la aldea se alegraron en extremo, pues era el Ojo de maravillosa belleza, más luminoso de lo que pudierase explicar, ceñido de arco iris que nunca dejaban de moverse. Todos decían que Dios Topoderoso había venido a Staafhorn para honrarnos con su gracia y bendición.

Los varones de la aldea, hablando entre si, empezaron a decir que debíamos navegar hacia la luz maravillosa, a fin de alabar al Señor y recibir su bendición. Yo y otro dijimos que la distancia por mar era excesivamente grande, pero el Ojo era de tal belleza, y de tal pureza y blancura el fuego que lo rodeaba, que en poco tiempo todos subieron a sus barcas; no veían la hora de tocar la luz divina con sus propias manos, y lograr que sobre ellos se derramase. Nadie más que yo permaneció en la playa. La aldea entera iba en las barcas, con sus varones, mujeres y niños. Triste de mi, que no podía embarcarme a causa de mi brazo roto; y así, subí nuevamente a los acantilados para presenciar mejor aquel milagro.

Fueron minutos lo que tardaron las barcas, tres docenas o más, en adentrarse en la mar, mientras todos en ellas cantaban himnos de loanza y gratitud. También yo daba gracias sin cesar desde el acantilado por que entre todas las aldeas y pueblos del reino de Dinamarca el Señor favoreciese a Straafhorn. La línea de barcas parecía llevada por las aguas a una velocidad mágica, a pesar de que no soplaba el menor viento, y así en mi corazón, mientras oraba, sentí la gran melancolía de ser el único que se quedaba en tierra.

Transcurrido poco tiempo, cuando las barcas aun no se habían alejado de la costa más de una legua, el gran Ojo empezó a bajar despacio de los cielos. La corona de nubes que lo rodeaba seguía moviéndose; colgaban de el grandes cortinas de niebla cruzadas por infinitos arco iris, pero la columna de luz blanca que caía desde el Ojo hasta la superficie del mar empezó a cambiar. Vi que empezaba a girar y retorcerse como un ser viviente, y que también cambiaba el punto de las aguas en donde caía. Ya no estaba en calma, sino que empezó a hervir cual si lo consumiese un gran horno. El canto etéreo se volvió más fuerte, pero sus notas ya no parecían voces celestiales. Tan agudas se tornaron que al final más parecían los gritos de una liebre en una trampa. Eran tan insoportables que caí de rodillas y me tape los oídos.

Desde lo alto del acantilado vi que las barcas vacilaban en su rumbo. Hubo una o dos que se detuvieron, mientras otras trataban de virar, pero era como si el mar hubiese montado en cólera, y empezaron a brotar chorros de agua alrededor de la columna de luz, que se levantaban con inusitada velocidad, como cuando se arroja una gran piedra en un pequeño estanque. Mientras bajaba el gran Ojo, la columna de luz se convirtió en una columna de fuego blanco que todo lo consumía, y que daba pavor solo de verla.

Las barcas ya se retiraban, pero entonces estallo un gran terremoto, y se abrieron las nubes con un fragor tan grande que pareció que en un momento cayeran al mar todas las estrellas del cielo. Llamas prodigiosas se alzaban donde se había desplomado cada una de ellas, y una gran cantidad de vapor corrió desde el centro hacia fuera, ocultando todas las barcas a mi vista.

La fuerza del terremoto me había postrado en el suelo, pero a pesar de mi pavor no lograba despegar mi mirada del horrendo espectáculo. La niebla devoradora se acercaba a la orilla. Creí ver llamaradas rojas y cárdenas que se levantaban hasta el mismo cielo antes de caer al mar en mil lenguas de fuego. En medio de todo descendía el gran Ojo, rodeado de llamas tan blancas y luminosas que en todo penetraban, incluso a través de la niebla. Pareciome que caía con gran lentitud. Cuando toco la superficie del mar, el cielo sufrió una sacudida de tal fuerza y magnitud que no se podría describir aquel poder. Los truenos y el temblor se prolongaron durante casi una hora; agitaban la tierra con tal fuerza que estuve seguro de que se desgarrarían las mismísimas entrañas de la tierra. Harto tiempo hubo de pasar para que empezasen a apagarse los rugidos, y a despejarse las nieblas.

!Oh, cuan extraño y terrible! No parecía sino que el diablo había engañado a las gentes de Staafhom a fin de que corriesen al más triste fin bajo aquella guisa angelical, por que cuando por fin se despejo la niebla el mar se había tornado todo el de un oscuro rojo; hasta donde alcanzaba la vista lo cubrían peces muertos y otros moradores de las profundidades; no así las barcas ni los aldeanos, que de ellos ningún rastro había. Yo, en mi triste y lamentoso estado, también estaba muy perplejo, pues ¿acaso Lucifer no se habría quedado para gozar de su victoria? Mientras que del gran Ojo de fuego blanco nada se veía. Era como si ese mal enemigo no se cuidara del terrible destino de los ocupantes de las tres docenas de barcas.

Desde aquel día vague por Dinamarca, contando mi historia a quien tuviese a bien prestar oídos y hacer caso a mi advertencia, pero rápidamente fui acusado de herejía, y salí del reino temiendo por mi vida. Solo me detengo brevemente en este castillo de Grimwold para mi socorro y sostén. Adonde iré no lo se, pero es menester que me vaya.

JON ALBARN

Púsolo en letra Martin de Brescia, que solemnemente jura haber consignado fielmente la dicha relación. En el día de la Candelaria del año del Señor de 1398.

En el momento de dejar las hojas sobre la mesa, acostarse y apagar la luz, Crane estaba tan cansado como antes, pero a pesar de todo se quedó despierto en la cama con una sola imagen en la cabeza: un ojo enorme que no parpadeaba, rodeado de llamas blancas y puras.

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