Al lado de la compuerta había un panel de control a cargo de una mujer alta y muy atractiva, con ropa militar. Crane vio que pulsaba unas teclas y miraba la pantalla.
—Dos minutos para la llegada —dijo por encima del hombro.
Se oyeron algunos suspiros de impaciencia.
—Otra vez con retraso —murmuro alguien.
A Crane ya se le había pasado el vértigo. Su mirada salto de la mujer del panel a la piel de la cúpula. Tenía una curva suave y perfecta, diseñada para el máximo de resistencia y con un extraño atractivo visual. Parecía increíble que estuviese sometida a una presión tan aterradora, a una masa de agua cuyo peso casi no se podía concebir. La experiencia de Crane en submarinos le había enseñado a no pensar demasiado en esas cosas. Tendió inconscientemente una mano y acaricio ligeramente la superficie de la cúpula. Era seca, suave y fría.
Renault, el jefe de cocina, miró su reloj con impaciencia y se volvió hacia Crane.
—Pues nada, doctor —dijo con algo parecido a la satisfacción —, cuando llega la Bañera mis hombres sacan la comida y Conrad repasa la lista por si han olvidado algo. Todo bajo mi supervisión. ¿Satisfecho?
—Si —contestó Crane.
—Un minuto para la llegada —dijo la mujer.
Renault se acercó un poco más.
—¿Tenia otras preguntas? —dijo.
Volvió a mirar su reloj, como diciendo: ≪Pregúntelo ahora que ya estoy malgastando mi valioso tiempo≫.
—Ha habido algún otro de sus subordinados que se haya puesto enfermo últimamente?
—Mi
saucier
tiene sinusitis, pero ha seguido viniendo a trabajar.
Crane ya esperaba esa respuesta. Ahora que había hecho todas las comprobaciones necesarias sobre la manipulación de alimentos, no veía la hora de ponerse a trabajar en la posibilidad de la intoxicación por metales pesados. Empezó a mirarlo todo: la gente, la mujer atractiva del panel de control, el mamparo eléctrico que había al lado de ella… En la parte inferior del mamparo se habían condensado gotas que caían despacio. Tuvo la tentación de despedirse y volver a la compuerta del Complejo por la pasarela, pero estaba prácticamente seguro de que necesitaría a Renault y sus documentos para entrar.
Al otro lado de la cúpula se oyó una especie de golpe. La plataforma tembló un poco. Había llegado la Bañera. Todos empezaron a moverse, preparándose para la apertura de la compuerta.
—Acoplamiento correcto —dijo la mujer—. Iniciada la descompresión de la compuerta.
—¿Y las pautas de comportamiento? —preguntó Crane al jefe de cocina—. ¿Alguien ha hecho cosas extrañas o fuera de lo habitual?
Renault frunció el entrecejo.
—¿Fuera de lo habitual? ¿En que sentido?
Crane no contestó. Su mirada había vuelto a posarse en el mamparo, que ahora goteaba más deprisa. ≪Que raro… —pensó—. Que sentido tiene que la condensación…≫.
Se oyó un ruido muy extraño, agudo, como el de un gato ensenando los dientes, y tan breve que Crane no estuvo seguro de haberlo oído. De repente, donde se habían formado las gotas broto un chorrito de agua fino como la punta de un alfiler. Al principio Crane lo contemplo con incredulidad. El chorro, de una horizontalidad perfecta, como un rayo laser, cruzaba silbando treinta metros o más, y poco antes del Complejo empezaba a curvarse en un arco gradual a causa de la gravedad.
Todo quedó en suspenso. Luego se disparó una sirena y empezaron a sonar alarmas.
—Rotura del perímetro! —trono una voz electrónica por el enorme espacio—. !Rotura del perímetro! !Esto es una emergencia!
Un grito de sorpresa se elevo entre los ocupantes de la plataforma. La mujer uniformada cogió la radio y hablo deprisa.
—Aquí Waybright, del control de la Bañera. Hay una perforación muy pequeña en el tubo de control. !Repito, es aquí, la rotura es aquí! !Mandad ahora mismo una brigada de contención!
Alguien grito. La gente se retiró a los bordes de la plataforma, y algunos empezaron a retroceder despacio por la pasarela, hacia el Complejo.
—Se va a agrandar! —exclamo alguien.
—No podemos esperar a la brigada! —dijo Conrad.
Hizo el gesto maquinal de acercar una mano al agujero para taparlo.
Crane se le echó inmediatamente encima.
—No! —exclamo, intentando retenerle con el brazo, pero no tuvo tiempo de evitar que la mano izquierda del jefe de inventario pasara por el chorro de agua.
Con la precisión de un escalpelo, el agua a presión secciono todos los dedos a la altura del segundo nudillo.
La plataforma era un pandemónium. Chillidos, gritos de sorpresa y horror, ordenes a pleno pulmón… Conrad cayó al suelo con la boca muy abierta de sorpresa, sujetándose la mano herida. Varias botas hicieron vibrar la pasarela; se había abierto la escotilla del Complejo, para dejar pasar a varios hombres con pesados trajes que llegaron corriendo con grandes aparatos en las manos. Mientras tanto Crane, que se había agachado, cogió los dedos cortados (con la precaución de no exponerse al mutilador chorro) y se los guardo cuidadosamente en el bolsillo de la camisa.
Severamente erguido, el almirante Richard Ulysses Spartan lo observaba todo en silencio desde un rincón de la plataforma metálica. Diez minutos antes, al llegar, se había encontrado la sala de espera fijada a la pared de la cúpula convertida en un pequeño manicomio: brigadas de rescate, médicos, técnicos y marineros y oficiales de uniforme, así como un científico histérico que, presa del pánico, se negaba a moverse. Ahora estaba todo mucho más tranquilo. Al borde de la pasarela había dos marines armados que impedían el acceso a la plataforma. Alrededor del sello de metal y titanio que acababa de ser aplicado a la minúscula filtración se agolpaban algunos técnicos y empleados de mantenimiento, mientras una sola mujer de la limpieza, arrodillada y con un cubo, limpiaba las manchas de sangre de la rejilla metálica.
Frunció el entrecejo. No solo aborrecía los fallos y errores, sino que se negaba a tolerarlos. En las operaciones militares no había espacio para fallos, y menos para fallos de detalle; con más motivo aun en una instalación de esas características, donde tanto se jugaban, y donde tan peligroso era el entorno. Era un sistema de gran complejidad, una red de interdependencias fabulosa, similar al cuerpo humano; el mero hecho de que funcionase ya era un prodigio de la ingeniería, pero bastaba con eliminar un solo componente clave para provocar una reacción en cadena que desactivaría todo el resto. El cuerpo moriría. El Complejo fallaría.
Contrajo aun más los parpados. Era justo lo que había estado a punto de ocurrir. Esto era lo inquietante del caso, agravado por el hecho de que al parecer se debía a un elemento aun más reprobable que el error: el factor humano.
Algo se movió en su visión periférica. Al volverse, Spartan vio que el comandante Korolis llegaba del Complejo. En cuanto la esbelta silueta del comandante cruzó la pasarela y llego a la plataforma, los dos guardias se apartaron.
Korolis se acercó al almirante y le hizo un saludo militar perfectamente ejecutado. Spartan asintió con la cabeza. Korolis tenia un problema llamado estrabismo: uno de sus ojos miraba hacia delante con normalidad, pero el otro lo hacia hacia fuera. De todos modos, como no era un caso agudo, la persona que le tenia delante no conseguía saber que ojo empleaba, ni si la miraba a ella o a otra parte, inquietante sensación que había resultado bastante útil en los interrogatorios y otras situaciones parecidas. En su fuero interno, Spartan reprobaba la obsesión cerril de Korolis por el secreto militar (como cualquier obsesión entre sus subordinados), pero debía reconocer que el comandante era un hombre de una acendrada lealtad.
Llevaba una carpeta fina y blanca bajó el brazo. La entrego a Spartan, que la abrió. Dentro había una sola hoja impresa.
—¿Esta confirmado? —preguntó el almirante.
Korolis asintió con la cabeza.
—La intencionalidad también?
—Si —respondió—. Ha sido pura suerte que se haya perforado justo en este sitio.
—Muy bien. ¿Y sus nuevos hombres?
—Deberían llegar dentro de unos minutos.
—De acuerdo.
Spartan despidió a Korolis con un gesto de la cabeza.
Pensativo, vio como se iba por la pasarela. Solo volvió a mirar la carpeta cuando Korolis quedó reducido a una pequeña sombra en la entrada del Complejo. Abrió la carpeta y leyó la hoja. El efecto de su contenido solo se podría haber apreciado en la tensión de los músculos de la mandíbula del almirante.
Unos gritos lo sobresaltaron. Al mirar hacia arriba vio a Asher discutiendo con los guardias, que no le daban permiso para subir a la plataforma. El director científico se volvió hacia Spartan, que dio su autorización con la cabeza. Los guardias se apartaron. Asher llego jadeando.
—Que hace aquí, doctor? —preguntó Spartan con afabilidad.
—Vengo a verle.
—Me lo imaginaba.
—No ha respondido a mis llamadas ni a mis e-mails.
—Es que tenía trabajo —dijo Spartan—. Han surgido algunas cuestiones importantes.
—También era importante lo que le envié, el informe de nuestro investigador sobre lo que ha encontrado en la biblioteca del castillo de Grimwold. ¿Lo ha leído?
La mirada de Spartan se desvió un momento hacia los técnicos que trabajaban en el sello, antes de volver al director científico.
—Por encima.
—Entonces ya sabe a que me refiero.
—Francamente, doctor, estoy un poco sorprendido. Me parece muy crédulo para ser científico. Podrían ser puras imaginaciones. Ya sabe lo supersticiosa que era la gente de esa época. Eran incontables los testimonios sobre diablos, brujas, monstruos marinos y otras chorradas por el estilo. Aunque parezca un relato fidedigno, no existe ninguna razón para pensar que esta relacionado con lo que tenemos entre manos.
—Si hubiera leído el documento habría visto los paralelismos. —Asher, siempre tan tranquilo y contenido, se había puesto nervioso—. Por supuesto que es posible que no tenga nada que ver lo uno con lo otro, pero como mínimo es otro argumento a favor de que no nos precipitemos e investiguemos un poco más lo que hay abajo.
—La única manera de hacerlo con un mínimo de seguridad es sacarlo. De momento ya hemos averiguado y encontrado bastantes cosas. !Que voy a decirle a usted!
—Si, pero mire el resultado: personas sanas enfermando en una proporción alarmante, gente sin historial de problemas emocionales sufriendo episodios psicóticos…
—Trajo a alguien para que lo analizara. ¿Que ha estado haciendo esa persona?
Asher se acercó.
—Trabajar atado de manos. Por que usted no le ha permitido acceder a los niveles inferiores, que es donde sucede lo importante.
Spartan sonrió fríamente.
—De eso ya hemos hablado. La seguridad es capital, y Peter Crane es un riesgo para la seguridad.
—Mucho menos que…
Spartan le indico que no siguiera. Asher se volvió, siguiendo la dirección de su mirada. Acababa de llegar alguien más, un hombre musculoso, y bronceado con uniforme militar oscuro y un petate negro de lona. Tenía el pelo muy corto y canoso. Al ver a Spartan se acercó e hizo un saludo militar.
—Jefe Woburn a sus ordenes, señor —dijo.
—¿Y sus hombres, jefe? —preguntó Spartan.
—Esperando fuera del Sistema de Compresión.
—Pues vaya con ellos. Le diré al comandante Korolis que les muestre donde se alojaran.
—Señor, si, señor.
Woburn dio media vuelta después de otro saludo militar.
Spartan miró a Asher.
—Tomaré en consideración su solicitud.
Asher había presenciado la conversación sin decir nada, observando la cara del desconocido y la insignia de su uniforme.
—¿Quien era? —preguntó.
—Ya ha oído el nombre, no? Jefe suboficial Woburn.
—¿Mas militares? Debe de ser un error.
Spartan sacudió la cabeza.
—En absoluto. Les han enviado a petición del comandante Korolis, y estarán bajo sus ordenes. Korolis considera que hacen falta más efectivos para reforzar la seguridad.
Asher puso mala cara.
—Las nuevas incorporaciones de personal son decisiones conjuntas, almirante. Las tomamos en equipo. Además, la insignia… Este hombre es un…
—Esto no es una democracia, doctor, al menos en lo que respecta a la seguridad del Complejo, que en este momento parece en peligro.
Spartan hizo un gesto sutil con la cabeza, señalando al grupo de técnicos de la otra punta de la plataforma.
Asher se volvió a mirarlos.
—¿Como esta la brecha?
—Como ve, la contención ha sido un éxito. Nos han mandado un sumergible desde arriba, con más chapa para el exterior de la cúpula. Ahora hay un sello temporal hasta que se fabrique uno permanente, lo cual requiere su tiempo. La zona afectada tiene una longitud aproximada de un metro veinte.
Asher frunció el entrecejo.
—¿Un metro veinte? ¿Para un agujero tan pequeño?
—Si; solo era un agujerito, pero la intención era otra.
Asher se quedó muy quieto, asimilándolo.
—No se si le entiendo.
Spartan volvió a señalar a los técnicos con la cabeza.
—¿Ve el mamparo donde estaba el agujero? Pues se comunica directamente con la caja de la compuerta, donde están los controles eléctricos y magnéticos que la abren. Al sellar la brecha, nuestras brigadas de emergencia han encontrado un corte de casi un metro entre el agujerito y la caja.
—Un corte… —repitió despacio Asher.
—Aquí, en el interior de la cúpula. Creemos que estaba hecho con un cortador laser portátil. Lo están analizando en detalle. El corte ponía en peligro la integridad de todo el mamparo. Podría haber fallado en cualquier momento, aunque las probabilidades eran mayores en una situación de tensión, como el impacto de la Bañera. Por suerte el corte laser era imperfecto, más profundo en algunos lugares que en otros; de ahí el orificio. Si el corte se hubiera hecho como estaba planeado, el agujero se habría transmitido por el mamparo hasta la propia caja de la compuerta…
—…la cual se habría partido —murmuro Asher—, y habría provocado una brecha enorme en el casco.
—Una brecha irremediable.
—Y este corte que dice… .Insinúa que no ha sido un accidente? Que era algo intencionado, un… sabotaje?
Al principio el almirante Spartan no contestó. Después levantó despacio un índice y, sin apartar la vista de Asher, lo acercó perpendicularmente a los labios.